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31 dic 2020

SESIÓN NOCTURNA 5



Ayer, como suele ocurrir casi siempre, a calculada deshora, después de una intensa jornada de paseos fotográficos, decidí embarcarme en una última sesión nocturna. Me impuse como condición el no extenderla demasiado tiempo, como mucho hasta las primeras horas de la madrugada. Inicialmente Faust iba a ser una de las bandas elegidas pero, pensándolo mejor, no me encontraba con ganas de enfrentarme a sesudas emociones de capa teutónica. Preferí la opción de seleccionar música energética (rama inglesa) con las variantes costeras del country-western y el indie (rama americana). Salpimenté, según se verá, con un toque de cosecha nacional. Los resultados, en función de la premura de tiempo, se circunscriben exclusivamente
  a temas incluidos en sus Caras A. No están todas las que son, aun así, las que están pretenden dar cuenta del espíritu de cada disco.

Comienza entonces la sesión final del año 2020. Buffalo Tom, Deep Purple, Mohama Saz, Buffalo Springfield, Uriah Heep y The Dream Syndicate. La noche se abre hacia terrenos desconocidos; a la grupa, separados por las oportunas medidas de seguridad, los participantes cabalgan las olas entre riffs de guitarra, teclados, bases rítmicas de potencia medida. Buffalo Tom tiene esa garra tan indie de la Costa Este, lluvia, calles mojadas, cerveza fía. Los cielos permanecen cubiertos, la música de Buffalo Tom es capaz de deslizarse entre los pliegues del tiempo, felizmente atormentado, entre los escasos rayos de sol restante, la pizarra celta brilla. De su magnífico “Let Me Come Over” (Beggars Banquet Rcds, 1992) destacar las guitarras nucleares de “Staples” y su gran balada, sello de origen, “Taillights Fade”. “Larry” cierra una cara A plena de aciertos. Estos temas formaron parte del set-list en su último concierto de Madrid en el verano de 2019.

Deep Purple mantiene la grandeza de la producción en cadena. El brillante trabajo a los controles de Bob Ezrin hace que su último trabajo, “Whoosh!” (earMUSIC Rcds, 2020), persevere en la versión más renovadora del grupo, auténticos supervivientes adaptados a las nuevas tendencias trashy-pop.  “I don´t know what lies ahead / All I´ve got is What I need"”, comienza el sermón de Ian Gillan en el primer corte, en “Throw My Bones” se respira un ambiente de masiva decadencia post-tecnológica y la secuencia del resto de la primera cara se sucede siguiendo esa pauta, tan profesionalmente ejecutada además. “Nothing At All”, gracias al espléndido trabajo en los teclados de Don Airey (más que un émulo del gran Jon Lord), cierra esa cara sonando a cierto prog revisitado. Siguen a Gillan Ian Paice y Roger Glover, vieja guardia de las primeras formaciones, toda una garantía de continuidad. El DVD adjunto de su concierto del Hellfest de 2017 les muestra en plena forma septuagenaria.

The Dream Syndicate  marca el ecuador. Sus secuencias son como corazonadas, pulsos de amianto inundados en detergente, al final sale ganado la mezcla. Su “Medicine Show” (A&M Rcds, 1984) señalizará el camino a seguir durante muchas generaciones. La voz de Steve Wynn se modula desde una potencia pausada, sin sobrepasar nunca las líneas rojas, tampoco lo hace la base rítmica, aunque eso no signifique que pierdan fuerza, todo lo contrario, desde “Still Holding On To You”, “Burn”, “Armed With An Empty Gun” hasta “Bullet With My Name On It” la tensión de los textos acompaña a la música y ambas se hacen con el oyente fácilmente; entrelazándose  entre los riffs de Wynn y Precoda la batería de Dennis Duck apuntala con eficacia la caja de pino. Breve apunte ahora a su concierto en “El Intruso” en 2014, representando este su “Medicine Show” en su 30 aniversario, uno de los bolos más recordados entre los muchos presenciados por el que suscribe.

Mohama Saz tira una vez más hacia Oriente, se sitúan junto a la temida conspiración judía, puede que rama sefardita. Viven en continua celebración. Su nuevo trabajo, “Quemar las Naves”(Humo 25, 2020) ha llegado justo al final del año (lo han arreglado en gran parte) y lo ha hecho para quedarse. Magnífico el tema homónimo, desde su mismo inicio hasta su extenso puente, suenan a Alta Edad Media, a cantigas eléctrificadas, a cuero campero. Lo mismo ocurre en “De Las Moscas Del Mercado”, una extensa pieza de 7 minutos, contiene entre sus surcos a los mejores E.L.O., a Triana, a Ennio Morricone, a esquinas de Vía Layetana, a músicos fronterizos en los vagones del metro. Algunos ecos Soft Machine en “Migajas”, la sección de viento de Arturo Pueyo excelente, la pieza galopa hacia un éxtasis medido por las líneas superpuestas de todos los instrumentos. Bravo por el trabajo de Cabezafuego en los teclados y sintetizadores.


 "Mr. Soul” abre el “Buffalo Springfield Again” (ATCO, 1967), le sigue “A Child ´s Claim To Fame”, la antítesis estilística perfectamente equilibrada. El primer tema electrificante, pleno de potencia y autopistas iluminadas, el segundo puro nervio country-western, con esa gracia concurre la totalidad del álbum. Elegancia nouvelle-vague en la “Everydays”, el gran James Burton al dobro, algo de jazz del club Playboy de Chicago al fondo. Majestuosidad espacial en “Expecting To Fly”, la entrada es de un patetismo genial, el trabajo de Jack Nitzsche a la producción posee el copyright de las mejores partituras modernas, sin duda una de las mejores canciones de Neil Young, rebosa ternura entre todos sus surcos, también piedad.  “Bluebird” es la mejor respuesta que Stills podía ofrecer al “Mr. Soul” de Young. El eco de la caja de la guitarra rítmica (parece golpeada entre los huecos de sus cuerdas), los cambios de ritmo constantes, ese contrapeso del banjo de Charlie Chin, elevan el tema a cotas de pacífica belleza.

Look At Yourself” (Bronze Rcds, 1971), ¡esto sí que es sonido potente!, una orgía de teclados, obligado homenaje nocturno al recientemente desaparecido Ken Hensley. Uriah Heep es la banda de la Inglaterra desclasada, los hijos de los mineros, los sindicatos obreros, las sombras dickensianas del Imperio. “I Wanna Be Free”, Manfred Mann ayudando con su moog, marca pauta contundente, sello distinguido de la casa. Un torbellino de Yes desquiciado, Hensley vs Wakeman, del Sabbath más glam, Box vs Iommi. “July Morning” tiene más semejanza con un  E, L& P desbarrado, el órgano de Hensley siempre excelso protagonista. El tema homónimo marca el inicio de la obra y desborda con su ímpetu todas las previsiones metereológicas, el mercurio del termómetro sale disparado de su cápsula. Una nota a pie de página, aunque aparezca fotografiado en la contra-cubierta, Iain Clarck (ex Cressida), fenomenal batería en esta grabación, debería aparecer por derecho propio en los créditos del disco. 

Dormí poco y mal. El camión de la basura adelantó su itinerario un par de horas. La noche pasó en un desvelo constante, cuando abrí las ventanas la mañana ya tenía el manto de niebla extendido sobre sus aceras. Resolví continuar con el trabajo, una decisión que culmina todo un año que en lo personal ha sido ambivalente, desgraciado en lo físico, afortunado en aquellas actividades intelectuales que el confinamiento me ha permitido afianzar. Agradecido a todos los que se han pasado por aquí, especialmente a aquellos que han participado con sus comentarios. Desearles a todos una vida dichosa durante las siguientes cuatro estaciones.







27 dic 2020

CUENTO DE NAVIDAD


Yo (un desilusionado malabarista de experiencias por aquella época) debía frisar los cuarenta y tantos y subsistía escribiendo anuncios para una editorial de catálogos comerciales… así que en los frecuentes momentos de bajón a los que me enfrentaba solía rememorar los argumentos que mi ex esgrimía cuando no encontraba ningún objeto contundente que lanzarme… no te queda otra que sobrevivir junto a los constantes altibajos púrpura de tu cuenta corriente. 

Si no me falla la memoria vivía en la parte más alta de un edificio ruinoso, lo deduje una noche en que soñé que escalaba la vertiente más abrupta del Gangdise Shan (aunque durante alguna secuencia del sueño el edificio aparecía lleno de flores), de tal manera que, dependiendo de la altura de la cima a la que me enfrentaba en el sueño, mi apartamento debería estar situado entre el cuarto y el quinto piso. En algunas de las pocas madrugadas sin niebla (cuando buscaba, como Jim Morrison, en la resaca algún motivo de inspiración), contemplaba las bandadas de aves migratorias volando hacia el sur, tan altas… las señalaba con mi tembloroso brazo derecho extendido y disparaba contra ellas… ¡pum, pum, plasshh!... mientras escupía los restos de un chicle de tres días por la ventana abierta… la boca me sabía entonces a sudor de espaldas mojadas. 

Fue en esos días cuando conocí a Frank…

Recuerdo también que él hablaba continuamente de música, estaba entonces obsesionado con el hard bop, con el saxo de Johnny Griffin… ¡tienes que escucharlo tío!... ¡realmente, hazte a la idea!... fue una noche en la que yo me cachondeaba abiertamente de él (¿de verdad lo dices? … ninguna propuesta que merezca tanto fervor me parece digna de suplantar un nuevo vaso de ginebra)… ¿no has escuchado su “Main Spring” con Paul Chambers al contrabajo?... ¿o el espaldarazo (empleó esa palabra, contundente, como si ya la tuviera expresamente preparada) de “It´s You Or None”?, … ahí, en ese preciso momento, cuando el contrabajo de Chambers se estira como un arco y Griffin intercambia con la banda los acordes finales… ¡es ahí precisamente, ahí! donde el hard-bob se expande hacia las fronteras de ningún sitio conocido… nada preciso… tan solo un espacio a llenar por las hambrientas nuevas bocas de América... (es posible, comenté mientras observaba el culo de la botella)…,  es como si te zarandearan y fueran cayendo trozos de ti mismo al suelo… y esos trozos fueran germinando, creando algo distinto… en algún lugar de la tierra.

Yo cerraba los ojos y tan solo imaginaba el gigantesco brazo articulado de la grúa Liebherr… ¡zchiiss, zchaas!... cortando el frío aire de la noche desde sus manguitos rebotando contra el mástil… observa las penúltimas hojas del otoño cubriendo el suelo empapado… (¡otra vez Frank!)…  el riff de la guitarra de  Stephen Stills en “Leave” las recoge para colocarlas en el plato de porcelana de Cleopatra… (¡no!)… las expande después de calentarlas con su voz para lanzarlas rodando por una acera repleta de american dreams… hasta que llegaba el redoble de batería de Dewey Martin en “Broken Arrow”… (y yo aprovechaba ese momento para ir a la cocina en busca de otra botella).

Y así, una noche tras otra, Frank me anunciaba la buena nueva de una religión en la que el ritmo de cualquier canción de la que hablara quedaba reflejado en la cúspide de los cubitos de hielo, balanceada por las burbujas del agua tónica, elevada al top-hit de la poesía gracias a las cortezas de limón.

La verdad es que no sonaba nada, tan solo lo hacían las palabras de Frank, pero la noche anterior apareció por el apartamento con un viejo portátil Dual, extendió a ambos lados los pequeños altavoces y sacó de la funda un disco de Tom Waits, “Franks Wild Years”… ¡vaya, este tipo se llama igual que tú!, comenté haciéndome el sorprendido… Si, pero quiero que escuches sus canciones y… bien… sonaba ese primer tema, “Hang On St. Christopher” y la ronca voz de Tom se parecía a la mía, la de aquellas tardes, cuando holgazaneaba con los colegas en los bares del muelle este, desplazándome en zigzag, desmadejado como un fósforo que sin viento en contra se resiste a prender… en la siguiente “Straight To The Top”, la misma voz cazallosa… ¿suena su voz igual de mal en las demás canciones?... Frank no contestó, me miraba por primera vez entre disgustado y ausente.

Su voz es un instrumento más… ¡date cuenta!... puede ser a veces arisca, casi irreconocible en su expresión, en otras canciones mejor modulada, casi tierna… ya empiezo a comprender, quieres decir que según quiera expresar mayor o menor emoción… ¡no, no me toques los cojones!... la emoción no depende del tono de voz... todas sus voces trascienden porque representan las distintas almas de Tom Waits, todas verdaderas, en su diferencia radica la genialidad de la obra… el cacareo de una gallina durante buena parte del transcurso de “I´ll Be Gone” sirvió para aliviar lo que llevaba camino de convertirse en enfrentamiento. 

Por complacerle (solo por complacerle) escuché el disco de un tirón, en completo silencio (ni siquiera me atrevía a posar el vaso en la sucia mesa de cristal)… Lo tomé entre mis manos… “Un Opperachi Romantico In Two Acts”, así decía en la parte inferior de la portada, yo intentaba sacar alguna conclusión de esa música como de feria, de representación bufa, guiñol, carnaval, vodevil, opereta, una mascarada… buscaba la expresión más correcta para contentar a Frank con mi opinión. Si, de eso se trata, de lo que estás pensando… bueno… hay un tema,  “Way Down In The Hole” con el saxo de Ralph Carney sonando como cláxones intermitentes y la guitarra de Marc Ribot… ¿bien?... no supe cómo continuar… y las siguientes “Straight To The Top” y “I´ll Take New York”… me suenan (dudé antes de decirlo) a Sinatra… ¿no contemplas en su voz también sus gestos?... los gestos, esas esculturas en sus brazos en movimiento, o en sus pausas la quietud en el cuello desnudo de cualquier virgen del Frattorino? Desde aquella noche no volví a verlo.

Frank apareció muerto una mañana en el tránsito grisáceo de Noviembre. Según publicó al día siguiente el cronista de sucesos del Newport Herald –su inesperada presencia coincidió con el tuitt- tuitt de la gabarra de la Policía Marítima acercándose al lugar de los hechos- los primeros paseantes de la mañana contemplaron su cadáver cubierto de sargazos, la ropa empapada y tiesa como de palo de estopa (algunos aseguraban haber visto las cuencas de sus ojos vacías) mientras su cuerpo se mecía dulcemente contra la basura acumulada en la orilla de la dársena. 





11 dic 2020

BIRD 2


JULIO CORTÁZAR.                         "EL PERSEGUIDOR"

24 HORAS ANTES…todo era como un torbellino… sucedía como en un desagüe, de golpe... vaya... nada parecía someterse a un flujo previamente programado… ¿para qué era entonces necesario un canal, una presa de aguas quietas?..., ¿acaso había algo (…quizá otro algo, otro alguien…) que fuera capaz de imponer un pensamiento, una acción uniforme?..., no tomarás las horas de ocio en vano, aprovecharás cada momento del día como si fuera la última oportunidad, como si te fuera la vida en ello… Ese era el caso, si. Ese torbellino del que eran muestra fiel los inodoros, el fregadero de la cocina, los sumideros de las recientes lluvias, podría resultarme hasta atractivo, transmitía cierta agradable y constante sensación de comodidad, un plus de pereza atrasada, un dejarse llevar hacia ninguna parte... nadie tiene que limpiar el exceso de residuos acumulados sobre las bocas de las alcantarillas, tampoco debiera existir la obligación de fingir ser una persona salpicante. Mejor así, ser un ser normal, abandonado como el torrente de la rambla fluyendo hacia su cauce natural… escuchar ese sonido, atentamente, ¡glog, glog, gluuaaag!, un concierto gratuito para el que aun no se habían inventado los instrumentos musicales adecuados.

Ocurrió mientras los papeles de aluminio (enmarcados en sus correspondientes tiras transparentes de plástico) se extendían en la mesa auxiliar de la cocina, en ese preciso instante las tres manzanas golden delicious empezaron a bailotear, ¡pom, pom, dim! (3 x 4, ¡dim, dim, pom, pom!) la paraguaya aplaudía emocionada, sus  escamas mostraban orgullosas ese tono celeste incrustado alrededor sus células, los plátanos… ¡ah, los plátanos, repletos de  pella amarillenta y pecas abstractas!, asesinaban sin piedad sus bostezos en la última hora de la tarde festiva…, la luz, además, había sido condenada a muerte, no hubo medida de gracia para ella… ¡qué maravilloso!... ¿por qué esa secuencia de acontecimientos imprevistos no es digna de un ensayo metafísico?

24 HORAS DESPUÉS (Y 24 HORAS ANTES)… y qué sucede. Sucede que Bruno, el crítico de jazz autor de una biografía sobre Johnny Carter, el trasunto de Charlie Parker en “El perseguidor” de Julio Cortázar, fracasa a la hora de retratar al saxofonista americano… se limita a presentar a un protagonista genial pero lo hace convencionalmente… el propio Johnny-Charlie se lo echa en cara mientras pasean de madrugada por las riberas del Sena-Hudson… te has olvidado de mí Bruno, no has hablado sobre el traje rojo de Lena, mi esposa, tan elegante el día de nuestra boda, ni de Bee, nuestra hija menor muerta unos días antes en Baltimore, una hermosa piedra blanca pulida conserva su imagen entre las manos del músico, tampoco de los campos de urnas que aparecieron repentinamente en mis sueños, las hojas que ha recogido en el parque y que llenan los bolsillos de su sucia gabardina… no has dicho nada de todo esto Bruno, y mi música intenta reflejar una experiencia que se encuentra ahí mismo, la música sacándome del tiempo… metiéndome en otro tiempo distinto que no tiene nada que ver con… bueno, con nosotros, por decirlo así.

La experiencia en la lectura de este texto de Julio Cortázar es única… las palabras adquieren un brillo nuevo, desconocido, porque antes se encontraban en el lado oculto del abecedario… todo en ellas es inicio… es lo que está en las palabras, dentro, lo que importa, ”esto lo estoy tocando mañana”, “yo no me abstraigo cuando toco, solo que cambio de lugar”, “estoy parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo”, “envidio a ese Johnny del otro lado, sin que nadie sepa qué es exactamente ese otro lado, se sitúa en un plano aparentemente desasido donde la música queda en absoluta libertad, así como la pintura sustraída a lo representativo queda en libertad para no ser más que pintura”… ”todo era como una jalea temblando alrededor… todo lleno de agujeros, como un colador colándose a sí mismo”...  ”¡por un rato no hubo más que siempre!”… más que nunca solo frente a lo que le persigue, a lo que se le huye mientras más lo persigue, Johnny-Charlie, son el perseguidor, etcétera… el personaje genial que puede crear nuevas palabras empezando por desagüarlas, una a una.

MIENTRAS… suena “Bloomdido”, Charlie junto a  Dizzy Gillespie (trompeta), Monk (piano), Curly Russell (bajo), Buddy Rich (batería), año 1950, Nueva York… ”es el nuevo estilo de la posguerra, pero bien puedo decir que el 48 –digamos hasta el 50- fue como una explosión de la música, fría, silenciosa, cada cosa quedó en su sitio… la costra de la costumbre se rajó en millones de pedazos”… escribe Bruno-Cortázar. Bueno, 1948-1950, me he ido un poco más atrás, hacia 1945, cuando Charlie actuaba con la Clyde Hart All Stars, con el Dizzy Gillespie Sextet, con Red Norvo & His Selected Sextet. para escuchar ese elegante medio tiempo de “Seventh Avenue”, el descarado chisporroteo de “Salt Peanuts”, a Sarah Vaughan como vocalista en “Lover Man”, esa Sara que conocí en su imbatible “The More I See You”, haciendo dúo con el gran Billy Eckstine… los blues de “Slam Slam Blues” y “Congo Blues”… ”negando por adelantado los encuentros fáciles del jazz tradicional. Por eso, creo, a Johnny-Charlie no le gustan gran cosa el blues”…, pero ¡amigos!, ese “Salam Slam Blues” es una composición en la que, si bien la presencia del saxofonista apenas destaca, el sentimiento de masoquismo, de nostalgias propios del género están bien presentes, arañan el alma como un buen trago de ron jamaicano.

Seguimos con grabaciones de los años 46 hasta 1953, dos años antes de su muerte… en el relato hay una coincidencia en el lugar del óbito, también en la presencia de la anfitriona mecenas, en el tiempo fingido y en el real del que Johnny abjura porque para él... en apenas unos minutos... han pasado tantas cosas como en un cuarto de hora. De las formaciones y grabaciones de sus Quartets, Quintets y Septets destaco su “Ornithology”…Miles Davis a la trompeta, los dedos de Charlie se deslizan entre fideos calientes, incontrolables, las notas resbalan entre la baba grasienta de la pasta…en un tema propio, “This Is Always”, la voz de Earl Coleman, el piano de Erroll Garner, el bajo de “Red” Callender, cuando Charlie entra con su saxo, en apenas tres o cuatro notas, la sensación de apertura se ralentiza porque Charlie necesita de esos otros músicos, se hermana necesariamente con ellos (él tan solo se bastaba para seguir su camino de autodestrucción). “Scrapple From The Apple”, con Max Roach a la batería, en enero de 1949, otro gran trompetista, Kenny Dorham, el edificio se derrumba para volver a crear desde sus ruinas un nuevo establo… el flamante Fats Navarro (recientemente revisado en las grabaciones que realizó con Tadd Dameron y Bud Powell) apuntala apoteósico en “Street Beat” el ambiente eléctrico de un Birdland abarrotado en junio de 1950… poco tiempo después negarían a Bird la entrada en el local que lleva su nombre, su desastrada imagen de toxicómano cerró las puertas que él mismo abrió de par en par… mucho antes.

ENCORE… los dos últimos temas de esta sesión deberían corresponder a las grabaciones realizadas por Dizzy y Charlie en junio de 1950 en Nueva York (“Bird And Dizz”, Clef Rcds, 1954)… ¡no, antes, antes…, haz justicia a esos coetáneos “Koko” o al “Groovin´High”, también con Dizzy!… ambos intérpretes deberían recordarte además a los geniales gemelos Epstein, guionistas de “Casablanca”, ambos luchando en su parcela de talento, codo a codo, creando entre ellos la suficiente tensión como para reconciliarme por una (sola) vez con Nicolas Cage… su interpretación en “El ladrón de orquídeas”, émulo con su también hermano gemelo Donald de Julius y Phillip Epstein, merecería ser admitida como la resurrección de un actor echado a perder tantas veces. Entonces… te decía… esa hermosa batalla entre Bird y Dizzy... ocurre en esos temas tan rápidamente que apenas somos capaces de comprender su alcance... nos quedamos como huérfanos en un instante, yo creo que hemos vencido al nazismo para tomarnos las cosas con más tranquilidad.

Por eso UN SEGUNDO BIS. Entonces… ella, Meryl Streep, que durante su viaje desde Nueva York a Miami va anotando el elenco de músicos presentes en este segundo bis (Bud Powell, piano, Charlie Mingus, contrabajo, Art Taylor, batería, y un gran desconocido Cándido, a las congas...) asoma sus ojos diamante a la ventanilla del avión y contempla el milagro de las mismas pajitas que Johnny vio reflejadas en las aguas oscuras del Sena, aquella misma madrugada en la que Johnny-Charlie parecían (sin saberlo) despedirse de un Bruno agotado. “Moose The Mooche” y “Cheryl” (esta última una de las tomas más extensas grabadas en la carrera de Charlie, casi ocho minutos), eran esas dos piezas de mayo de 1953 que antes te mencionaba ¡menuda propina! “Me acuerdo en Nueva York, una noche... Un vestido rojo. Si, rojo, y le quedaba precioso. Bueno, una noche estábamos con Miles y Hal… llevábamos yo creo que una hora dándole a lo mismo, solos, tan felices… Miles tocó algo tan hermoso que casi me tira de la silla, y entonces me largué, cerré los ojos, volaba…” …”OK, I´m ready now”, la voz de Charlie suena en el comienzo de la segunda toma de “Leap Frog”, pero todo sigue su flujo, inagotable…

¡Lo se, lo se… no insistas!... esta es mi visión sobre el cuento de Cortázar y posiblemente, al igual que Johnny-Charlie desaprobaban la visión de Bruno, Julio no aceptaría la mía… no has hablado de la pieza donde Johnny vivía junto a Dédée en la rue Lagrange, del saxo que Johnny perdió en el metro, de Dylan Thomas, “a quien Johnny lee todo el tiempo”, de Art Boucaya, Marcel Gavoty y dos chicos muy buenos de París que acompañaron a Johnny durante la grabación de su maravilloso “Amorous” -probablemente una licencia literaria del mismo Julio sobre el “Lover Man” de Charlie- del incendio provocado por Johnny en el hotel después de la grabación, del regreso a Nueva York con Baby Lennox, su nueva amante… te has dejado todo esto en el tintero… a la espera de qué se yo… ¿de otro tiempo? ¿de otro siempre? De acuerdo, lo admito, cualquier lector de “El perseguidor” se sentiría también decepcionado, ¿no es cierto?




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22 nov 2020

¡MARTE ATACA!


THE BOX TOPS                           "CRY LIKE A BABY"
Sopesé detenidamente la situación mientras la bella Angie Rew recitaba aquella enigmática estrofa: “Sosteniendo a todas las criaturas / Que surgen desde mis venas / El mundo es mi matriz” (“Zoroaster´s Prophecy”, Bread, Love And Dreams. “Amaryllis”, Sunbeam Rcds, RE, 2007). Me enfrentaba por entonces a una experiencia que me descolocaba un tanto. Un nuevo viaje, un nuevo trayecto de apenas 200 y pico millas, algo más de 3 horas a través de la Interestatal 40 entre Nashville y Memphis. No dispongo de otro motivo para comentarlo, nada más que el mero hecho de no dejarme caer en la rutina, así que me armé de paciencia y me dispuse a valorar distintas opciones. Al final la que más me satisfizo fue la propuesta de Rudyard Kipling en “El mejor relato del mundo”. Dos protagonistas, uno describe la idea, el otro narra la historia.

Bien, me parece bien, salimos entonces del Nashville de Justin Townes Earle y tomamos directamente la Interestatal 40 hacia Memphis. ¿Estuviste allí antes, no es cierto? Si, cuando hablé del “Hot Buttered Soul” de Isaac Hayes, tengo a mano las notas por si te sirvieran de algo. ¿Consideras conveniente que describa algún dato sobre la misma ruta, su paisaje, alguna de las localidades por las que pasaremos..., Jackson? A ti que te gustan tanto los coches clásicos, allí se encuentra el TV & Car Museum…, no, no sigas, ¿ni siquiera una parada en el Hatchie National Wildlife Refuge?, tampoco. Te noto un poco desganado, además, ahora que recuerdo, habíamos acordado que yo narraría la historia y tengo la impresión que estás coartando mi libertad de expresión. Te soy sincero, la verdad es que tengo muchas ganas de salir del país. ¿Cómo? Si, ya empiezo a estar harto de ver a tanta gente con sobrepeso y gorritas con el “Make America Great Again”. Bueno, ten en cuenta que nos encontramos en pleno “Bible Belt”, la zona más conservadora del país, aquí Trump ha conseguido una media del 60% de los votos en las últimas elecciones. Pues por eso mismo, que les den.

Ignoro si por fin viajamos en algún vehículo alquilado, en autobús, tren o patinete, el caso es que nos encontramos alojados en los April Woods Apartments, en el 262 de Chelsea Avenue. Muy cerca de allí, en el 827 de Thomas Street se encontraba el American Recording Studios. Ahora su espacio lo ocupa un Family Dollar, local parecido a nuestros chinos de todo a un euro. Creados por Chips Moman en 1964, el American North, tal y como se le conocía para distinguirlo de otro estudio similar abierto en la parte este de la ciudad, forma, junto a los estudios Stax y Ardent, una de las referencias obligadas de la música contemporánea americana. Por sus salas de grabación pasaron Elvis Presley, Wilson Pickett, Aretha Franklin, Dusty Springfield, Neil Diamond y nuestros The Box Tops con el Lp que hoy nos ocupa, “Cry Like A Baby” (Bell Rcds, 1968). Producido por Dan Penn, es éste su  primer trabajo de estudio de los dos grabados en ese mismo año; antes, en 1967, se estrenaron con su  The Letter/Neon Rainbow”, una obra creada ex-profeso para acompañar y dar cobijo a su homónimo éxito internacional, número 1 en todas las listas con más de cuatro millones de ejemplares facturados en todo el mundo. Yo tuve ese single.


En el momento de esta grabación, formados por Alex Chilton (voz y guitarra), Bill Cunningham (teclados y bajo), Garey Talley (guitarra solista), Rick Allen (segundo bajista) y Thomas Boggs (batería), The Box Tops provienen de una banda local conocida como The Devilles. ¿Has escuchado la toma alternativa del “Bouncing With Bud” de Fats Navarro?, el tío se comía crudo al mismo Miles Davis, y estamos hablando de cuando pertenecía  al quinteto de Bud Powell, en los años 48-49… A lo que íbamos, no me distraigas, Memphis en los primeros 50 ha acogido a una gran cantidad de población blanca y negra que se establece allí después del boom económico de la II Guerra Mundial. Allí trasladan también sus raíces musicales, el country y el blues, el jazz  y el boogie-woogie. Desde 1949 Dewey Phillips, legendario dj de la emisora local WHBQ, radia todo este tipo de música, además de las primeras grabaciones del sello Sun Records que Sam Phillips crearía poco tiempo después. En Julio de 1954 Dewey Phillips (ningún parentesco con el conocido personaje anteriormente mencionado) emite en las ondas la primera grabación sonora de Elvis Presley, su single de debut, “That´s All Right / Blue Moon Of Kentucky” (Sun 209). 10 años más tarde la British Invasion se extiende por los EEUU como una balsa de aceite, también afecta  a unos adolescentes The Devilles que añaden a sus influencias autóctonas las provenientes de The Beatles, Kinks, Them y Spencer Davis Group.

Debo reconocer que “Cry Like A Baby” puede valer tanto por sus canciones como por el extraordinario brillo de sus arreglos, es más, diría que no son pocos los momentos en los que estos arreglos, especialmente los de cuerda a cargo de Mike Leech, otorgan a este trabajo  un exquisito aroma del mejor blue-eyed soul de Memphis. A ello también contribuyen los músicos de estudio (prodigiosa la sección de vientos) y los coros femeninos que participaron en esta histórica grabación. La atmósfera queda así envuelta en un velo movido por la brisa más soul y pop del Misisipí. Si a ello le añadimos la voz de un Alex Chilton en estado de gracia, - no son pocos los críticos que hablaron de The Box Tops como una formación de blancos sonando como negros, muy en la línea de lo que pocos años antes realizaban los The Righteous Brothers de Phil Spector-, encontraremos aquí un nuevo valor añadido a la obra.

Así las cosas, este “Cry Like A Baby” es una monumental obra de producción de Dan Penn, desde su inicial tema homónimo, compuesto al alimón con Spooner Oldham (y un nuevo éxito masivo en las listas de la época), hasta su final, la versión del conocido “You Keep Me Hanging On” de Holland-Dozier-Holland (sin que llegue a superar el original de Vanilla Fudge, ni a la posterior interpretación de Dionne Warwick con The Supremes, se sostiene en un nivel más que aceptable), el Lp mantiene una encantadora (si, esa es la palabra…) línea melódica. Además de los temas compuestos por Penn & Oldham (“Every Time”, “Fields Of Clover”, “Trouble With Sam” y “727”, este último un delicioso bubblegum marca The Archies con toques psicodélicos), el resto (“Deep In Kentucky”, “I´m The One For You”, “Weeping Analeah”, “Lost” y “Good Morning Dear”) quedan envueltos en una ingenuidad melancólica, un candor enamoradizo, tan alejado  de la Ofensiva del Tet como de la pesadilla de Cielo Drive. El texto en la contraportada de Mark Lindsay, después de alabar la labor de los participantes y el mágico entorno de la ciudad de Memphis (“soul center of music”, así la define), concluye con la palabra “Peace”. No podía ser menos.

Cry Like A Baby” marca el ecuador para la banda de Memphis, en tan solo un año más más (1969) se disolvieron. Otros dos trabajos (“Non-Stop” y “Dimensions”, Bell Rcds, 1968 y 69) precedieron a una desastrosa gira final por Inglaterra. Los músicos, cansados de los manejos de Dan Penn, al utilizar en muchas grabaciones músicos de sesión relegándoles, como instrumentistas (bien dotados), a un segundo plano y, en lo que más afectaba al propio Chilton, impidiendo que pudiera dar rienda suelta a sus propias composiciones (de esa desafección nacerían Big Star), les obligan a tirar por la calle de en medio y buscar otras alternativas en el negocio musical.

Algo se acerca, algo que me recuerda a una de las secuencias de una película (“Mars Attacks!” de Tim Burton), advirtamos además que en un horizonte no tan lejano se observaba una hilera de nubes de polvo anaranjado. Quedémonos aquí, justo en la intersección de Thomas Street y Chelsea Avenue. ¡Qué me aspen!, ¿de verdad quieres permanecer aquí, en esta maldita esquina, nada de visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad, ni Beale Street, ni los estudios de Sun Records, ni Graceland? Nada. ¿Ni tan siquiera acercarte al río, contemplar el fantástico Hernando de Soto Bridge (la frontera natural con la Arkansas de Levon Helm), o el Lorraine Motel para rendir tributo a Martin Luther King?, el edificio del Blues Hall of Fame queda muy cercano.

El caso es que desde lo más profundo del pavimento empezaba a manifestarse claramente una succión de gigantesco embudo industrial, como el áspero bostezo de un desconocido animal a punto de engullirnos, y esas nubes seguían acercándose, ya teníamos prácticamente encima su vapor sofocante. Lo único que en estos momentos acierto a vislumbrar fue una última imagen fugaz, una manada de bisontes acercándose a gran velocidad por Chelsea Avenue, de sus cornamentas descollaban enormes antorchas. A lomos del animal que encabezaba ese tren desbocado, lleno de fuego, grasa y ráfagas de polvo humeante, se encontraba el mismo Alex Chilton, desde el extremo de uno de sus brazos agitaba un Stetson blanco mientras gritaba algo parecido a “¡my baby, she wrote me a letter…!”


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10 nov 2020

ABC MUSICAL: LETRA C



 CABARET VOLTAIRE                         "RED MECCA"

El tiempo vuela, eso decía Julio Cortázar, el tiempo vuela, uno cree que es lunes y ya estamos a jueves. Nada parece ser lo que realmente es, me contemplo frente al espejo (hay ocasiones en que no me atrevo a hacerlo) una mañana tras otra, cepillándome los dientes después de una noche que apenas transcurrió enmascarada en sus costuras negras. La casa también permanece quieta, quiero decir que en mis sueños de la noche no conseguí derruirla, resiste como lo hace la cafetera, las perchas colgadas en la barra del armario y las latas inglesas de tabaco de pipa que mantengo guardadas en cajas de cartón. ¡Qué resignación la suya!, condenadas a quedar ocultas, a no ser nada, y sin quejarse, sin promover ninguna rebelión tipo la de Orwell en su famosa granja.  Algunas veces me da por pensar (bueno, es algo que se me ocurre ahora, no crean que sucede a menudo) que en el silencio del trastero se podría escuchar a Booker T. Jones interpretando en su piano el “Over Easy”, y que (ya puestos) las telarañas serían capaces de recibir cierta vibración de un Memphis, tan verde, tan húmedo, tan cercano entonces.

El caso es que tiendo a ser industrial cuando llueve, no lo puedo evitar. Nada de esas ñoñerías al uso actual del Otoño y sus colores, nada de impresionismo. Me veo felizmente reflejado (el reflejo del espejo de la mañana) en un taller de motocicletas Montesa (o mejor de Bultaco,) todo inundado de ese ambiente de olor de lubricante 2T hollado contra el acero pegajoso de las cajas de cambio. Las paredes desconchadas por las goteras y el abuso gris del humo de los cigarrillos Ducados, una botella de Veterano medio llena en la balda metálica más cercana y los comentarios del lunes siguiente a la jornada de la Liga de Primera División. 


…(al igual que ocurre con un “Parental Advisory” una voz en off pone sobre aviso al lector…),  hagan el favor, damas y caballeros, de no malinterpretar mis palabras pero me alegré el día en que la aviación argentina hundió el destructor británico “HMS Sheffield”. Este hecho de guerra vino a ocurrir en mayo de 1982, más o menos por la misma época en que Cabaret Voltaire decidieron cambiar de rumbo y convertirse en una banda más orientada hacia el éxito comercial. Ellos, tan de Sheffield, tan industriales, supuestamente tan alejados de la moda entonces imperante (pero que intuyen que pronto cambiará de orientación…) deciden lanzarse a la conquista de un nicho del mercado norteamericano, una avanzadilla ibicenca que admitía la mezcla de la incipiente electrónica con el pop y el dance de discoteca. ¿Decisión equivocada? Me pregunto ahora si el juicio fue acertado, porque parece ser que para algunos de sus partidarios más acérrimos a partir de ese momento la ciudad de Sheffield perdió algo más que un destructor.  

De todas las notas tomadas sobre la banda inglesa (mientras me distraigo observando cómo mi pie hinchado va tomando un color de nescafé), las que más han llamado mi atención han sido las referentes a los antecedentes (llamemos) situacionistas de este “Red Mecca” (Rough Trade Rcds, 1981). El incremento del fundamentalismo religioso, la irrupción en el mercado de los tabloides de las bravatas de Ronald Reagan y el ayatolá Jomeini, el fracaso (y la consecuente sensación de frustración nacional) del ejecutivo de Jimmy Carter en la liberación de los rehenes de la embajada en Teherán, la cruelísima guerra entre Irán e Irak, todos estos hechos van creando un caldo de cultivo semejante a las emanaciones de gas-mostaza. Durante la gira del grupo por los Estados Unidos en 1981, en las tediosas habitaciones de los hoteles (no andaban Keith Richards ni Bobby Keys por allí), no es raro que sus miembros se enfrentaran a las arengas religiosas de los tele-predicadores (“Life In The Bush Of Ghosts” de Brian Eno & David Byrne refleja también ese ambiente polarizado), la pegatina “America, Love It Or Leave It”, que muchos conductores hacían visibles en la parte trasera de sus coches pocos años antes, había tomado ya carta de naturaleza.

Reconozco que hasta ahora no había meditado sobre ello, pero no deja de ser sorprendente el que sea una banda de Sheffield (tiendo a imaginar que apenas influida por la sofocante chapucería thatcheriana que tan acertadamente reflejó Ken Loach en “La cuadrilla”), la que recoja de manera más convincente ese clima de ruptura anticipada, de confrontación cultural y religiosa y sepa traducirla en música, y lo haga además respetando su ADN estrictamente urbano, inglés, industrial y lluvioso. 

Ese grito inicial de “A Touch Of Evil”, más que un grito, diría un inquietante quejido desplazándose en un espacio abierto, marca el inicio de lo que este “Red Mecca” llega a significar, una concatenación de sonidos armónicamente robotizados, perfectamente metalizados en su sistema de secuencias sonoras. En “Sly Doubt”, la caja de ritmos, los loops de las cintas programadas (no hará falta decir que el conjunto del álbum se estructura en la sucesión de esa por entonces poco utilizada técnica del cut-up musical) prolongan el ambiente de cadena de montaje en fase de cortocircuito. “Landslide” consigue atrapar al oyente con su ritmo dislocado, la experimentación, perfectamente diseñada en su melodía imposible, alcanza cotas de pesadilla cableada. También en “A Thousand Ways”, culminando la cara A, la entrada, al igual que lo hizo en el primer tema, se recrea en un ambiente misterioso, los coros y la caja de ritmo descabezan las reses transgénicas de un matadero industrial, de nuevo los loops y las cintas otorgan a esta debacle una bellísima imagen de alba enloquecida.

La cara B comienza con “Red Mask” (¡ah!, ¿dónde quedó aquel “Oh, Make Me A Mask” de Dylan Thomas?)…, un ritmo obsesivo galopa a lo largo de la pieza, desde el fondo de la música se observan cómo herméticas columnas de cemento armado bailan alrededor de plateadas balsas de mercurio, todo posee esa alma de fusión nuclear a punto de ebullición. “Split Second Feeling” recoge inicialmente la llamada del latón oxidado, abandonado en grandes cantidades en las cunetas de las carreteras secundarias, su crepuscular brillo renueva la ambición de aquellos zombies que transitan en busca de la Nueva Religión Contaminada. “Black Mask” entra ya de lleno en la llamada del muecín desde el minarete. Créanme que su texto no me conmueve,  tan solo me declaro fanático del tono de su voz, la de un agente de aduanas que intenta poner cierto orden en la fila de los clientes de un supermercado atestado. “Spread The Virus”, ¿qué se puede decir de un título cómo este en estos momentos de Covid-19? Por más que escucho el tema, una y otra vez, solo acierto a contemplar un fuerte viento azotando un cementerio de maquinaria de guerra abandonada. Cierra la ceremonia el reprise final de “A Touch Of Evil”, el crujido en la puerta de la nave industrial anuncia el final de la jornada laboral, los operarios retornan a sus casas, todas iguales, todas enmohecidas por la constante lluvia ácida. Se enciende la luz roja de alarma.


Richard H. Kirk (sintetizadores, guitarra, cuerdas y vientos), Stephen Mallinder (Bajo, voces y percusión) y Christopher R. Watson (programador de voces y cintas) son los miembros de estos sorprendentes Cabaret Voltaire. Formados en Sheffield en 1973 después de asistir a una conferencia de Brian Eno (en la que este se declaraba como "no músico..."), constituyen uno de los embriones de la música electrónica experimental inglesa en los inicios de esa década, entonces tan decantada hacia escenas mucho más alineadas con el rock de base blues y el prog. Ese panorama no les favorece, su decidida apuesta por el alargamiento de la experiencia musical, utilizando inicialmente todos aquellos instrumentos que pudieran facilitar esa idea original, no tendrá reconocimiento hasta que el punk arribe y se consolide en Inglaterra en 1977. Un año después, asimiladas también las influencias del primer kraut alemán (Kraftwerk, Klaus Schulze y Neu! en especial), un contrato con el sello Rough Trade les facilita el camino hacia una audiencia que ya ha asumido la necesidad de ampliar sus referencias musicales. Si a ello añadimos esas líneas paralelas, tantas veces literarias o cinematográficas, que no pocas de las bandas inglesas entonces esgrimían, en el caso de Cabaret Voltaire, la querencia por las enseñanzas de la escuela dadaísta que su propio nombre como banda anticipaba, ya les ubicamos sin problema como uno de los más preclaros ejemplos de la nueva ola post-punk, aquella que sin pudor reclamaba la subida a los cielos de las nuevas corrientes artísticas.

Mi trayectoria con ellos fue de corto alcance, tan solo llega hasta su posterior “The Crackdown” (Virgin Rcds, 1983), un álbum en el que ya no participa Watson y en el que otros dos músicos, Alan Fish y Dave Ball, percusión y teclados, junto a los originales Kirk y Mallinder, orientan su música (ya lo comenté al principio) hacia una versión más moderna, más comercial, acorde con ese entramado electrónico, con toques pop y dance, que se iba abriendo hueco entre las emisoras de radio y las pistas de baile. No importa, aunque sea esa otra historia, otra deriva en la carrera de Cabaret Voltaire (ojo, “The Crackdown” no es un disco menor, su incursión en el electro-funk abrirá las puertas a las inminentes propuestas house y techno de principios de los 90), podemos asegurar que afortunadamente ya llueve sobre mojado. Las gotas puntean los teclados en la cornisa metálica, ese sonido se repite sin tregua durante el transcurso de una madrugada mucho más húmeda que otras anteriores. Acostumbrados a la canalla de un sol casi perenne no deja de convertirse en un reconfortante alivio.



29 oct 2020

ELLIS ISLAND




GENYA RAVAN.                    "URBAN DESIRE"

Aunque es muy discutible que disminuya el número de los ignorantes si me refiriera a ella por su más conocido nombre artístico, apostaré doble contra sencillo a que muchos de los lectores de esta entrada desconocen la figura de Genyusha Zelkovitz. Vayan por delante algunos datos biográficos. Genyusha emigra con sus padres y hermana desde su Polonia natal a los Estados Unidos en la segunda mitad de la década de los 40. Atrás han quedado dos hermanos, exterminados, como muchos otros compatriotas judíos, durante la barbarie del holocausto nazi. Su biografía más a mano habla de su primera visión de la América del Truman nuclear vía la obligada inspección higiénica en Ellis Island. Recurro ahora al tema del mismo título, el “Ellis Island” de Julie Driscoll con Brian Auger & The Trinity (“Streetnoise, Polydor, 1977), pensando que allí podría encontrar alguna inspiración sobre la primera impresión que debieron sentir los Zelkovitz al llegar al islote. No hay manera, ese magnífico tema instrumental se refiere a Don Ellis, uno de los músicos y teóricos más interesantes de la escena americana en la década de los últimos años 60 y primeros 70.

No tan afligido por mi fallido intento, debo reconocer que los teclados de Brian Auger me hacen buscar la pipa, devuelvo a su balda de origen  este “Streetnoise” (colocado justo tras el “You Gotta Problem With Me” de Julian Cope, Invada Rcds, 2007), mientras me vengo arriba rememorando experiencias musicales que han venido sucediéndose durante la jornada de hoy. La audición de un programa homenaje a la figura de Lou Reed, editado en el blog “My Kingdom For A Melody” por su titular y amigo, Carlos “Savoy” Lorente; uno más de otro bloguero, también buen amigo, Juanjo Mestre, en su podcast “Melodías Cósmicas”, especial dedicado a las primeras grabaciones de la intérprete británica P. J. Harvey y, rematando la faena, culmino con la escucha del programa 41 editado por "La Ruleta Rusa", otro estimulante podcast editado por Santijazz y que, además de presentar una serie de novedades interesantes, homenajea  al recientemente fallecido Gordon Haskell, voz y bajista en los “In The Wake Of Poseidon” y “Lizards” de King Crimson. Toda una maratoniana jornada musical precedida por la lectura del último monográfico de Mojo dedicado a Neil Young (The Collectors ´ Series. Archives, 1945-1978).

Vuelvo a repasar las notas sobre la biografía de Genyusha (aun no he descubierto a mi mujer el nombre artístico de su contrincante de hoy) y entre tanto suena  el “Tonight I´ll Be Staying Here With You” ("LP1 Bob Dylan Live 1975, The Rolling Thunder Revue, The Bootleg Series, Vol. 5", Columbia Rcds, RE 2019). Genya salta entonces a la palestra, nunca mejor dicho, en los primeros años 60. En 1962 se da a conocer en una inesperada actuación en el club The Lollypop Lounge de Brooklyn y, aupada por su desparpajo y magnífica voz, convence a Richard Perry, uno de los miembros de The Escorts (banda por entonces habitual en el local), posteriormente productor y promotor de fama mundial (The Pointer Sisters, Rod Stewart, Carly Simon, Nilsson, Art Garfunkel...) que la introduce desde entonces en su ámbito de influencia. Un año más tarde, Genya forma Goldie & The Gingerbreads, la primera formación estrictamente femenina en la historia del rock que firma con ATCO, la subsidiaria independiente de la major Atlantic Records, dirigida a la sazón por Ahmet Ertegün. Es en esa época, cuando los habituales caza-recompensas británicos (Chas Chandler, Mike Jeffries,…) solían merodear por los clubes alrededor de Times Square, cuando la invitan a cruzar el charco y ella, ¡cómo no hacerlo!, accede encantada. Goldie & The Gingerbreads permanecen en Inglaterra dos largos años, girando continuamente con Rolling Stones, Kinks, Yardbirds, Manfred Mann. Su single “Can´t You Hear My Heart Beat” alcanza en 1965 el puesto 25 en las listas británicas.

Con esos antecedentes vuelve a finales de 1966 a un Nueva York en plena ebullición post-folk. Genya disuelve a The Gingerbreads y junto a Aram Schefrin y Mike Zager forma en 1969 Ten Wheel Drive, una populosa banda que, en la onda de Blood, Sweat & Tears y de los primeros Chicago Transit Authority, apuesta por una mayor presencia de orquestaciones jazz y funk. Un contrato con el sello Polydor ofrece a la formación la posibilidad de grabar hasta tres Lps (“Construction Number 1”, “Brief Replies” y “Peculiar Friends Are Better Than No Friends”) pero su exposición, lamentablemente, no logra sobrepasar la escena estrictamente americana. Así las cosas, Genya abandona el grupo y, ya como Genya Ravan, comienza su carrera en solitario. Su antiguo mentor Richard Perry convence a Clive Davis, entonces capo de Columbia Records, para incluirla en su nómina de artistas. Nace así, con la publicación de su primer Lp homónimo en solitario en 1972, la etapa de Genya Ravan que ahora nos interesa.

Otra labor en la que destaca Genya, y reconozcamos su indudable mérito en una industria musical ampliamente dominada por el género masculino, es en la de la producción. Dos son las obras en la que sobresale su trabajo tras las mesas del estudio de grabación. La primera, el imprescindible “Young, Loud And Snotty” (Sire Rcds, 1977) de The Dead Boys; la segunda, el “Siren” (Polish Rcds, 1982, un sello de la que Genya fue cofundadora junto a Cy Berlin) de Ronnie Spector y en la que participa como guitarrista el Cheetah Chrome de The Dead Boys. Long John Baldrey, Kool & The Gang o Tiny Tim son además algunos de los artistas y grupos que integran su palmarés como productora de cierto renombre y prestigio.




Como todo buen disco de rock que se precie, el “Urban Desire” de Genya Ravan (20th Century Fox Rcds, 1978) no suele madrugar. Le da por amanecer cuando la tarde ve desaparecer sus últimas luces,  así que abre los ojos después de varios intentos baldíos. La resaca del día anterior fuerza algún tipo de desorden biológico, quiero decir que Genya ha apetecido comenzar por la cara B, un redoble de circo romano con el que “Cornered” se estrena.  Puro rock épico, la voz de la artista tiene un toque claramente springstiniano, la vibración del piano le otorga un añejo bouquet honky-tonk. “The Sweetest One” contiene una esencia de balada europea, su lirica habla de Gretta Garbo y la Bardot, los teclados de Charlie Giordano siguen marcando (y lo harán durante todo el transcurso del Lp) la pauta melódica. En “Darling I Need You” volvemos al tono barrel-house, versión neoyorquina, un sugestivo vaivén r&b envuelve la pieza. “Messin Around” es mucho más cañero, las guitarras de Conrad Taylor y Ritchie Fliegler marcan la pauta, sus riffs y punteos son adictivos. Cierra “Shadowboxing”, (“On the steps of Roseland & 52nd Street”, ¿alguien se cruzó con los actores protagonistas de “Midnight Cowboy?”), retorna la balada urbana, un cúmulo de sensaciones de humedad y hojas otoñales embarga al oyente.

La cara A encuentra a la cantante felizmente algo sudada, los surcos del vinilo transpiran pasión cuando “Jerry´s Pigeons” salta como un rugiente león al coso. Una canción que eleva la autoestima de cualquier semoviente medianamente decepcionado.  Ese coro de “It´s  You / You Bring It Back To Me / (Oh! My Urban Desire)”, el puente final doo-woop, “There´s A Moon Out Tonight / This Is Dedicated To The One I Love”), es pura dinamita, también enternecedora diáspora. “The Knight Ain´t Long Enough” posee ese toque guitarrero marca Quine & Lloyd que Television y Richard Hell & The Voidoids desarrollaban por la misma época. “Do It Just For Me” me gusta por la suplicante y arrastrada voz  de Genya y, sobre todo, por el acaramelado riff de Taylor en los puentes. En “Shot In The Heart” volvemos al abrasivo medio tiempo marca de la casa, todos los instrumentos se conjugan en una perfecta ceremonia roquera. Lou Reed aparece como invitado en “Aye Colorado”, su estructura de pregunta-respuesta entre su voz y la de la propia de Genya, otorga a la canción un indudable valor añadido, el fraseo final latino creo que sobra. Cierra la primera cara “Back In My Arms Again”, el medio tiempo del tema, contundente y preciso, mantiene y acrecienta esa hermosa influencia inequívocamente Ashbury Park.

Urban Desire” se resiste a volver a su balda correspondiente. Sus compañeros de fila, Gene Vincent and The Blue Caps y Gentle Giant parecen encontrarse algo mosqueados, como a la espera de alguna contundente respuesta por parte del encargado. Reclaman con razón que se vuelva al orden establecido, que el cómodo cojín que ahora echan de menos, el calor del puro rock´n´roll y el vuelo ideal del prog, vuelva a encontrar su espacio natural. No hay forma. “Urban Desire” sigue girando en el plato, sus surcos circunvalan el vinilo sin descanso. Genya Ravan alcanza tal protagonismo que diluye cualquiera otra posibilidad. ¡Menudas son ellas cuando se ponen!