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25 feb 2020

MUNDO CIVILIZADO



Salgo a mi abuelo materno, eso afirman los que conocen mi voraz apetito lector y, como complemento a esa actividad solitaria, he de añadir que la lectura de publicaciones relacionadas con la música ha supuesto desde tiempo inmemorial una de mis más dulces debilidades. Ya desde la época adolescente hasta el presente han sido innumerables los títulos de revistas nacionales y extranjeras que han caído en mis manos, muchas de ellas aun las colecciono; hojearlas de vez en cuando me hace echar la vista atrás y "...fiuuu, what a long and winding road...", dejo que me atraviese una sensación de felicidad pequeña que se extiende como un muelle para quedar después dichosamente encogida entre las baldas de la biblioteca. 

Sonaba "Can´t Lose What You Never Had" de los Allman Brothers Band en el plato y el título de esa canción no me pareció casual. Tenía mis motivos, acababa de perder el número 2 del magazine musical TimeMazine cuando desembarcaba de un vuelo doméstico en el otoño de 2007, en aquel momento me sentí fatal, para qué negarlo. Al llegar a casa telefoneé a la sección de objetos perdidos del aeropuerto, buenas noches, he dejado olvidada una revista en el vuelo número tal, mi asiento era el X, facilité el nombre de la revista, mi DNI y todos los datos que me pidieron. Escuche, debemos esperar al parte que las limpiadoras del vuelo nos faciliten mañana por la mañana, llame entonces a partir de las 9 horas e indique el número de incidencia que le damos a continuación.  He de confesar que los resultados de mi pesquisa fueron infructuosos y que lloré como Hernán Cortés lo hizo en su Noche Triste, peor aun, llegué a moquear como un niño sin su peluche favorito, ¿quién demonios puede querer apropiarse de un fanzine musical que habla de música psicodélica, a quien le puede interesar este tipo de publicación, aparentemente dirigida a un público minoritario?


Entra ahora "Passion Dance" de McCoy Tyner y un ambiente de expectación máxima llena el recinto, el piano favorito de Trane es capaz  de sanar los espacios abiertos por el recuerdo de la herida.  Llegó a mi casa el volumen número 11 de TimeMazine poco antes de que finalizara el año pasado y mientras leía y escuchaba el CD y el single que acompañaban al ejemplar me prometí dedicarle algunas líneas en el blog. Acabo de recibirlo Michalis (el autor y editor principal es griego), enhorabuena, sensacional el trabajo, una auténtica obra de arte, gracias, esos son los comentarios que realmente ayudan. Durante los siguientes días me sumergí en una euforia que apunto estuvo de hacerme adquirir el resto de los números de la colección, espera criatura, no caigas tan fácilmente en la tentación, este mes ya llevamos escalado un buen pico de gastos, degusta lo que tienes y ya veremos más adelante. La idea de publicar algo en el blog quedó aparcada algunas semanas hasta que (ocurre en esos momentos, cuando no se piensa en nada importante y se manosea maquinalmente la berruga de la clavícula izquierda), decido meterme con los deberes y escribir un panegírico sobre una publicación musical que considero como única en el mundo civilizado.

TimeMazine es una obra de amor hacia un género musical, la psicodelia, que siempre ha gozado de cierta vigencia, en su época originaria como motor de las experiencias auspiciadas por el uso de drogas psicotrópicas, en sus momentos posteriores como revisión del camino ya andado, readaptación en otros períodos ulteriores hacia unas escenas musicales que demandaban más luz y colorido. Luz que brilla por sí misma y color que intensifica la sensación placentera del que hojea la revista, sus páginas están repletas de guiños al diseño de la época, los fondos están decorados con la más exaltada imaginería pop, se suceden los efectos espaciales de la distorsión, aparece la iconografía adecuada, setas, pavos reales, teteras voladoras, go-go girls, alas de mariposas desplegadas, pompas de jabón, globos de gelatina, rayos de sol, imágenes de ciencia-ficción, un cúmulo de sensaciones visuales que atrapan de inmediato al observador curioso. Esa gozosa ornamentación se apoya además con profusión de memorabilia de interés, portadas de discos y singles, anuncios de conciertos, novedades discográficas y recortes de publicaciones de época, fotografías de los músicos protagonistas, en la página central se expande además el catálogo completo de la colección TimeMazine, las cubiertas de sus 11 números conforman un caleidoscopio de efecto fulminante.

El primer folio muestra el índice que ocupa este número 11 de TimeMazine. Entrevistas con músicos de formaciones para mí hasta ahora desconocidas, Expedition To Earth, The Beat of The Earth, The Tea Company, Maypole, otras con artistas de bandas ya favoritas, The Blues Project y Amon Düül (especialmente interesante la percepción espacio-temporal de su miembro original Klaus Lemur Esser). Presentación de grupos nuevos, Dire Wolves Just Exactly Perfect Sisters Band (EEUU), De Lorians (Japón), Al Doum and The Faryds (Italia, magnífico su tema "Unity Is Brotherhood", puro Ray Manzarek), Atomic Simao (Ucrania), Dury Dava (Grecia), todos ellos participantes además en el primoroso CD que acompaña la publicación.

Lo más suculento, caso de que el lector no haya quedado satisfecho con el primer plato, viene  a continuación. 68 títulos, emulando las dos últimas cifras de aquel año legendario, ordenados alfabéticamente y sacados de otros tantos 68 Lps que hicieron historia dentro del género. Desde "24 Hours" de Ant Trip Ceremony hasta el "White Light White Heat" de Velvet Underground, un auténtico delicatessen de información escrita y de imágenes que me recuerda a las mejores ediciones del Flashback de Richard Morton-Jack. El ágape continúa con extenso artículo sobre "La influencia de los posters en los conciertos psicodélicos y en el diseño de las portadas de los álbumes de rock". Allí aparecen los 5 Grandes Ilustradores, Wilson, Kelley, Mouse, Moscoso y Griffin, mostrando sus obras más célebres, además de otros tantos artistas menos conocidos. La sección de discos (con fotos en color de los más de cincuenta que aparecen comentados por el mismo autor Michalis) es prolija sin dejar de ser amena. La publicación culmina su andadura con una entrevista a Spiros Rouchotas, alma mater del grupo griego Crystal Thoughts y del sello Giraffe Pressing. El relato de sus andanzas con el escritor austriaco Hans Pokora (absolutamente recomendables sus "5001 Record Collectors Dreams"), Ron Tree de Hawkwind y el alocado líder de The Seeds Sky Saxon no tiene desperdicio.

El postre no puede ser más apetecible. El CD del que ya hemos hablado contiene 14 temas de distintas formaciones, algunas ya incluidas en el temario de la revista, otras no. Entre estas últimas, los alemanes Vibravoid, auténticos favoritos de esta casa, representantes del mejor acid-psych contemporáneo, The Love Explosion (su "Anarchy!" se acerca imperturbable al Can más enrollado), Silver Cloud Express, The Aguilar Blumenfeld Project, The Expedition, The Quirk (con una extensa suite de algo más de 23 minutos que me hace recordar a las mejores jams de  Grateful Dead) y The Pancakes. En el single, dos temas del amigo Spiros Rouchotas, ambos pertenecientes a grabaciones de su formación Crystal Thoughts. La presentación de ambos ingenios no puede ser más adecuada, la imaginería de la que antes hablábamos aparece aquí acertadamente condensada, en las portadas una explosión de colores para mayor gozo del buen aficionado, en la galleta del single los motivos contienen su punto divertido, recipiente de ácido nítrico y píldora vaticana.

Concluyo, la labor de Michalis es algo más que encomiable, muestra al interesado su pasión por los múltiples aspectos que convergen en el género psicodélico, instruye y sumerge al lector en todo un mundo de fascinantes sensaciones orgánicas. Al oído, vista y tacto (estos dos último desaparecidos gracias a las nuevas tecnologías), se añade el aroma del cannabis sativa y el gusto, que es el mío y comparto con todos ustedes. No dejen de visitar la página web y el blog de este artista griego: timemachine-productions.gr  / timelordmichalis.blogspot.com y regálense una buena parcela de solaz ante tanto coronavirus de pacotilla.





14 feb 2020

EL ROCK Y LAS CIUDADES XI: CHICAGO, 1ª PARTE



HOUND DOG TAYLOR AND THE HOUSEROCKERS.
La chica de la tele anunciaba mal tiempo en los próximos días, temperaturas por debajo de los 18º grados y nevada intensa en la misma mañana en la que tenía pensado llegar a Chicago. Mi plan inicial era salir desde Florence, Alabama, hacia Huntsville, dirección Nashville, para desde allí tomar la Interestatal 65N, atravesar todo el estado de Kentucky y dormir en Indianapolis, ya en Indiana. Una vez allí me proponía visitar el Museo de su famoso circuito y hacerme con la placa conmemorativa del 50 aniversario de la victoria de Mario Andretti en las Indy 500 de 1969. Recuerdo bien esa foto en la que su mánager Andy Granatelli besaba efusivamente al piloto italo-americano después de su histórica carrera; conocí a Mario en un hotel de Madrid durante una presentación organizada por la petrolera Texaco para publicitar su apoyo a varios equipos de la IndyCar Series y de la Formula 1; aquellos eran buenos tiempos, fui el primero de la audiencia en alzar la mano para preguntarle sobre cual era su circuito favorito y contestó sin dudar que el de Spa-Francochamps en Bélgica. Llevaba conmigo también un buen surtido de revistas de coches clásicos y deportivos, las de tipo Hemmings Motor News y Muscle Machines, así que mi viaje tenía además un componente automovilístico que lo hacía aun más atractivo.

Aunque durante el vuelo de Nashville a Chicago tuve tiempo para repasar las numerosas notas y apuntes preparados en Florence no dejaba de rumiar mi mala suerte. Mi compañera en el asiento de la ventana (el cielo blanquecino no hacía más que acrecentar mi desolación) me preguntaba con su voz de generaciones perdidas, ¿algo va mal?, sabe, yo tenía que estar ahora besando el adoquín del circuito del Indianapolis Motor Speedway, bueno, eso queda un poco lejos de O´Hare ¿no le parece?, si, lo se. Lo siguiente que recuerdo fue ver en la palma de su mano izquierda una pastilla naranja, ¿qué es eso?, Oxycontin, pruébelo, le hará sentirse mejor, la engullí con la misma dejadez del que no tiene nada mejor que hacer, gracias, ¿cual era su nombre?, no se lo dije aun, puede llamarme Bertha, ¿y el suyo...?, antes de contestar contemplé sorprendido cómo las letras negras de mi cuaderno de notas salían en desbandada y subían aceleradamente en dirección a mi garganta.
 
Tenía alojamiento reservado hasta el siguiente domingo en La Quinta, un motel con pretensiones lujosas ubicado en el 4900 del Lake Shore Drive. La inmensidad del lago Michigan me pareció inicialmente un tanto opresiva (cuando cerraba los ojos duplicaba su negrura), así que decidí correr los visillos de los ventanales de mi habitación. El manto de nieve se extendía alrededor de la ciudad pero no era demasiado profundo, tan solo unas 4 pulgadas, lo escuché por la radio del taxi que me llevaba desde el aeropuerto, antes del mediodía ya lo habremos convertido en carbón, comentaba jocoso el conductor, un tipo de raza incierta que puso muy mala cara cuando solo le di un par de dólares de propina. Salí a la calle poco después sin abrir mi equipaje, busqué un local cercano, el Lake Shore Cafe en el mismo Hyde Park Lakefront, aquí todo resulta tan perfecto, tan cuidado, que más bien pareces encontrarte en campo enemigo, por las autoritarias pisadas de la camarera deduje que ganaría su confianza ordenando un Seafood Buffet completo. Extendí en la mesa los mapas de la ciudad mientras sorbía un jugo de granadina, los colores verdes marcaban la ruta de la primera jornada, la dedicada a Houng Dog Taylor and The HouseRockers.

El eje de la actividad consistía entonces en visitar las ubicaciones de los antiguos clubes, los sellos discográficos, las calles y los lugares más representativos en lo que quedara de la trayectoria musical de Theodore Roosevelt "Hound Dog" Taylor, para terminar, ya casi vencida la primera etapa, en algún club donde pudiera asistir a un concierto en vivo. Ignoraba la causa pero tenía la sensación de que salvo en zonas muy concretas, allí donde el turismo se ha hecho el amo de la ciudad, Chicago era un ente extraño, una especie de engendro que animaba al paseante a perderse entre sus esquinas solitarias, lo más alejado posible de las calles comerciales y de las innumerables cámaras de seguridad. Alquilé los servicios de Tours Civitatis, una empresa que puso a mi disposición a un tal Rufus Mellon, chófer negro y albino, con pelo rojizo y largas uñas descarnadas. La primera parada, la más cercana al hotel, fue en el The New Checkerboard Club, en la calle 52 esquina con la Harper Avenue. Trasunto del club original The Checkerboard de la calle 43, allí tiene su placa el "Honorary Muddy Waters Drive". Me tienes que enseñar el otro Chicago, Rufus, el que ya no existe, ¿el de Al Capone, señor?, no, el del sudor del delta del Mississippi y el de la convención demócrata de 1968, tarareé las primeras estrofas del "Chicago" de Graham Nash para ponerle en antecedentes.

Seguía nevando y, aunque la previsión metereológica anunciaba temperaturas mínimas no tan bajas como las del primer día en Chi-Town, empecé a plantearme la posibilidad de alterar la ruta según fuese transcurriendo la jornada. Vamos a subir a la 54 esquina con la South Shields Avenue Rufus, allí se encontraba el famoso Florence´s, uno de los numerosos clubes del South Side donde Bruce Iglauer vio actuar por primera vez a Hound Dog Taylor con sus HouseRockets, Brewer Phillips (segunda guitarra) y Ted Harvey (batería). Tras aquella actuación de finales de 1970 surgió también la idea de Iglauer de proponer a su jefe Bob Koester, capo entonces de Delmark Records, de grabar a Hound Dog y sus chicos y, ante la negativa del segundo, Bruce decide hacerlo él mismo y crear su propio sello Alligator Records. Vamos a seguir ascendiendo por el South Side hasta la calle 39 esquina con la South Indiana Avenue, hogar de Hound Dog Taylor y de su familia durante toda su estancia en Chicago. Hace tan mal tiempo que solo nos detenemos un par de minutos para tomar algunas fotos desde el interior del coche, los limpiaparabrisas chirrían como viejos cuervos. Ya en Douglas, Rufus se desvía hacia la playa de la calle 31, allí contemplamos uno de los más fascinantes skylines de la ciudad. Salimos a estirar las piernas y ofrezco a Rufus un sorbo de mi petaca que no acepta. El paisaje se asemeja a la panza de una gran burra con sus inmensas ubres grises bamboleándose en el horizonte.

Mi relación personal con Rufus Mellon comenzaba a fundirse con el clima dominante, detente en la 34 esquina a State Street, voy a ver si queda algún rescoldo de los Mecca Flats, aquel intrincado bloque de viviendas donde solían residir los mejores pianistas de boogie-woogie de la época. Nos acercábamos al eje de State y Maxwell Street, uno de los principales focos urbanos de la segunda Gran Emigración (1940-1970) desde los estados del Sur hacia Chicago, allí nació de hecho el blues electrificado, en los portales de su concurrido mercado coincidieron Muddy Waters, Little Walter, Hound Dog Taylor, Willie Dixon. Muy cerca, en la South Gilles Avenue murió tiroteado Sonny Boy Williamson en Junio de 1948, unos diez años antes Hound Dog Taylor había grabado algunos temas con el espigado armonicista en su célebre programa radiofónico "KFFA King Biscuit Time" de West Helena, Arkansas. A dos cuadras más al norte, en el 2120 de South Michigan Avenue dudé en mostrar a Rufus la contraportada del "12 x 5" de The Rolling Stones, su tema homónimo sería un claro reconocimiento a la influencia del blues de Chicago en la música de la banda inglesa. Nos encontramos en la sede del mítico sello Chess, desde allí nos acercamos al nuevo local del Pepper´s Lounge, desde la acera del recinto observo las fotos de Elmore James, Howlin´ Wolf, James Cotton y Hound Dog Taylor en sus actuaciones en la sede del antiguo club de la calle 43. La última parada tiene lugar en el West 807 de Maxwell Street, ahora si me decido a enseñar a Rufus el vídeo de John Lee Hooker interpretando el célebre "Boom, Boom", en ese mismo escenario de la película "The Blues Brothers", de la comisura de sus labios recuerdo que salía una espuma rojiza a punto de congelarse.

De vez en cuando conviene bajar a las catacumbas Rufus, confío en que me entiendas, descender a los garitos del south side de Chi-Town y asistir a un party-house, dejar a un lado nuestra agua de colonia favorita y mezclarnos en el ambiente de los barrel-houses que emigraron del delta. ¿Es esa la atmósfera que se respira en esta primera obra homónima de Hound Dog Taylor y sus HouseRockets?, yo te lo explico. En parte si, Hound Dog no puede ocultar su procedencia rural (Natchez, Mississippi, 1915), pero la moderniza enriqueciéndola con el sonido propio del Chicago electrificado de los 50, de Elmore James y Robert Nighthawk, sus maestros. ¿Y qué hay de Muddy Waters, B.B. King, Freddie King, Little Walter, Buddy Guy...?, (Rufus no me lo ha preguntado, soy yo el que mantengo el diálogo interior...), esos artistas no me interesan hoy Rufus, recuerden que le hablé de enseñarme la historia menos conocida de la ciudad.

Esa dualidad geográfica se refleja perfectamente en el álbum, primera obra publicada por el sello Alligator, mezcla del blues del sur y el rock del mid-western norteño. En los temas compuestos por el propio Hound Dog, "She´s Gone", "It´s Allright", "I Just Can´t Make It" y "Give Me Back My Wig", domina el slide-guitar al galope del boogie-woogie, de su guitarra (una Kingston Kawai Teisco que ya la quisiera para sí Jack White) sale un ritmo impetuoso que empuja al baile. La vieja Telecaster de Phillips y el primitivo kit de la batería de Harvey suenan a puro y rudo rockin´-nite show. En las versiones de los temas de Elmore James, "Held My Baby Last Night", "Wild About You Baby" y "It Hurts Me Too", más lentas, el bottleneck-sound contiene más aromas del quejido rural del sur. En las piezas instrumentales, "Walking The Ceiling", "Taylor´s Rock", "Phillip´s Theme", "44 Blues", "55th Street Bogie" (presumo que esta última la compuso en el mismo Expressway Lounge de la calle 55), el trote boogie sigue dominando el sonido. Un bonus track, conteniendo una brillante versión del "Look On Yonder´s Wall" de Memphis Jimmy, cierra el álbum. Grabado en diciembre de 1970 en los Sound Studios con Stu Black como ingeniero de sonido (un gran profesional que participó en numerosas sesiones con The Ides of March o The Flock, bandas también oriundas de Chicago), el sonido conseguido es el del genuino garaje-blues, así hablaba de ellos Robert Christgau (uno de los más reconocidos popes de esta cosa), que tampoco se cortó un pelo al calificar a Hound Dog and The HouseRockers como los "Ramones del blues".


La jornada de hoy culmina en el club Kingston Mines, en el 2548 de North Halsted Street, ya en pleno North Side, cerca del zoológico de Lincoln Park, allí donde los turistas blancos van mayoritariamente a escuchar blues en directo. Actúa esta noche Joanna Connor con su Blues Band, una auténtica peso pesado de la guitarra distorsionada. Sus temas recogen el espíritu south side de los primeros guetos de los emigrados del delta, sonido electrificado en las tiendas de ropa judías y en las kitchenettes privadas de Maxwell Street. Su música guarda también el olor a orines de callejones de madera, la algarabía del foot-stomping de la multitud circundante, el ritmo rudo de las primeras bandas de blues y rock´n´roll negras de las que Hound Dog Taylor y los HouseRockers fueron estandarte. De vuelta al hotel nos acercamos al Theresa´s Lounge en el 4801 South Indiana Avenue. El local, un bajo adyacente al edificio de apartamentos del Indiana Manor, está actualmente abandonado. Su estado supone un claro insulto a la memoria de Theresa Needham, una de las mujeres pioneras en el primer y más genuino circuito de clubes en el South Side de Chicago, pero de ello hablaremos en la segunda parte.