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20 may 2020

RELATOS XI: RESABIOS LITERARIOS



Dice un viejo adagio chino que el mejor viajero es el que no sabe a donde va. Reconozco que parecida sensación de zozobra era la que me embargaba en aquellos momentos, inquieto por una parte ante el derrotero que pudieran tomar el conjunto de las palabras que a continuación siguieran, preocupado ante el alcance o el acierto de su probable significado; pero por otra parte confiado, seguro de que el propio relato terminaría imponiéndose en el curso imprevisto del azar, funcionando entonces como un ente con propia autonomía, dictando su veredicto final, arropado por la ininteligible letra de un médico de consulta o, en otro caso no menos atractivo, por el brillo de la huella del caracol. Es en esos momentos cuando tiendo a considerar seriamente el siguiente paso a tomar: enfrentarse al texto controlando el mando a distancia del hombre dueño de su programación o, por el contrario, dejarme llevar por la caprichosa inestabilidad del zapping.

En alguna parte de este embrollo suelen aparecer los que yo denomino resabios literarios, a saber, aquellos basamentos que se van enquistando en el edificio de la mente del lector y que pueden servirle de guía en su estilo de narrar, si es el caso. Tal acontece después de que el interfecto haya pasado muchas horas sentado en su sofá favorito, devorando sin pausa libro tras libro; pareciera darse entonces un caso curioso, una transustanciación que favorece el traslado del ánimo del escritor de turno hacia el del lector de su obra, una especie de informático proceso mental de corta y pega. Suele éste último personaje, por ejemplo, al finalizar una frase de evidente potencia narrativa, o al adivinar un hermoso truco de sabiduría expositiva, levantar la vista del libro, subrayar entre corchetes lo aprehendido y anotar en su bloc un atisbo de idea que le pudiera servir para una próxima narración.Y si posteriormente así sucediera, si después de enfrentarse al papel en blanco y releer lo ya escrito, el lector reconociera en su texto la carne y la sangre del transustanciado, entonces la enseñanza que de la lectura atenta siempre emana, la gracia invocada al amparo de algún desconocido sacramento, queda convertida en trasunto de hostia consagrada.

Viene a cuento esta larga disertación porque yo tenía la intención de hablar de un grupo inglés llamado The Five Day Week Straw People y, a la fecha y hora del presente párrafo, aun dudaba en hacerlo. Tenía ya dispuestas las notas adecuadas, subrayados los puntos más destacados de su trayectoria musical pero, como casi siempre me suele ocurrir, no encontraba el encaje adecuado, la idea que imbricara como un todo la construcción del texto. Para mayor afluencia de distracciones, los recuerdos de las últimas lecturas iban fortaleciéndose, pugnaban cabezotas ellos por abrirse camino, alegaban con razón los muchos momentos de dicha suministrados al autor-lector. Así que, de tal jaez el paño, no me quedó otra que optar por tirar de ese hilo y esperar, como una resignada Penélope, la llegada y justicia final del Ulises de turno.

Comenzaré entonces por realizar una breve reseña de las últimas lecturas, aquellas que han coincidido durante estos primeros meses de obligado confinamiento. Nunca dejo del todo olvidado a Galdós (y menos aun desde que me di cuenta de que soy hombre antiguo), así que para celebrar el primer centenario de su muerte escogí una de las muy pocas novelas suyas que me quedaban por leer, "La desheredada". Encuadrada en lo que se conoce como su "Ciclo de la materia", espacio temporal que abarca desde 1881 (año de la publicación de la novela) hasta 1889, no llegó a emocionarme tanto como otras obras de esa misma década y parecida temática ("Fortunata y Jacinta", "Tormento", "La de Bringas", "Miau"...), pero debo alabar en su favor la brillante caracterización del perfil de su principal protagonista, Isidora Rufete, así como el convincente entramado teatral con el que don Benito enmarca la zafiedad de la sociedad burguesa de la época. Por seguir en el epicentro del siglo XIX y con la figura femenina como protagonista, ¿qué mejor recomendación que la lectura de "Naná" de Emile Zola?. Magnífica obra de denuncia social, en este caso de la burguesía parisina del Segundo Imperio, reflejada en este caso en el personaje de una cortesana de lujo. ¡Qué diferencia entre ambas sociedades!, la española de Galdós, aun pacata y demasiado sometida al clero, la francesa de Zola, anegada por el cansino afán del lujo y el placer, ambas hermanadas por la decadencia, la corrupción y la hipocresía.

Pasaré a continuación por las esclusas de dos escritores españoles contemporáneos. Hablo de esclusas como ingenios hidráulicos (propios, como saben, de cualquier canal de navegación que se precie) porque a tal diferencia y vaivén del terreno me condujeron ambos autores. Antonio Muñoz Molina y su "La noche de los tiempos" (Seix Barral, 2009) y J.M. Caballero Bonald con "La novela de la memoria" (Seix Barral, 2010). Muñoz Molina me gusta como escritor, tiene talento y oficio, creo que emplea adecuadamente el discurso indirecto libre como estilo de narrar. En esta obra, sin apenas espacio alguno para el diálogo, no logra convencerme del todo como novelista costumbrista (funciona un tanto como lo hace Almudena Grandes en sus "Episodios de una Guerra Interminable"), al final tienes la impresión de estar visionando un nuevo episodio televisivo de "Cuéntame". Sender y Barea, ya que sus novelas coinciden en temática con el tiempo del golpe militar contra la II República y las primeras fases de la Guerra Civil, creo que lo hicieron bastante mejor. Caballero Bonald subió el nivel del ingenio con su libro de memorias. Aunque todo buen memorialista no deja de plasmar en gran parte de su trabajo los sucesos más importantes de su época (además de los consabidos chismes y chascarrillos sobre los artistas coetáneos), Caballero Bonald destaca aquí porque lo hace con excelente gusto, buen verbo y adecuada saña, además incluye en su texto no pocos apuntes y recomendaciones de estilo que, para todo letraherido que se precie,  no deja de tener provecho.

Mientras releo las notas tomadas después de la lectura de "El Ruedo Ibérico" de Valle (Cátedra, 2017) confieso que sigo felizmente sumido en la tembladera. La edición de Diego Martínez Torrón, magnífica, (a pesar de las numerosísimas y a veces pedantes notas a pie de página), analiza y primicia el texto como trasunto ideológico del escritor gallego, desde su primer carlismo, idealista, decadente y romántico, hasta el anarquismo utópico de sus últimos postulados socio-políticos. También llama la atención el editor sobre el tesoro narrativo que el lector va encontrar cuando se introduzca en su prosa poética, en la exuberante adjetivación de sus frases, en la misma puntuación y cadencia musical interna. "El Ruedo Ibérico" presenta entonces un gran friso teatral en el que la trama, desarrollada durante las semanas antecedentes a la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868, supera con creces a los mismos eventos narrados en los "Episodios Nacionales" de Galdós. Los recursos estilísticos que emplea Valle son los de un barroquismo modernizado, los de un post-romanticismo maridado con el el más deslumbrante naturalismo épico. Todos sus personajes son fascinantes, sus paisajes (interiores y exteriores) huelen a luz y a polvo, brillan al unísono en los salones de la Corte y en las celdas de las monjas, desbordan a un lector maravillado por su fuerza expresiva. Valle se vuelca, lo da todo, se convierte así en un auténtico chamán de la literatura. Dudo sinceramente que se pueda escribir mejor.

Aun hubo tiempo para volver a reencontrarme con Manuel Chaves Nogales. En su "Juan Belmonte, Matador de Toros, Su Vida y Sus Hazañas" (Renacimiento, 2013), recobro mi afición taurina por casa y (desgraciadamente) no por boca. Como excelente periodista, en Chaves prima la glosa y el comentario sobre la pura acción narrativa; aquí un apunte certero sobre la Sevilla de primeros del siglo pasado, allá una observación curiosa sobre la amistad de Belmonte con los intelectuales de la época de preguerra, según va avanzando el texto, el tránsito de su indudable protagonismo, junto a Joselito, durante la conocida como Edad de Oro del toreo. Y como colofón, la lectura de dos magníficos monográficos musicales, uno editado por Mojo en dos volúmenes: "Led Zeppelin. The Collector´s Series, 1968-1973 / 1974-2019", el siguiente por Uncut: "The Who, The Ultimate Guide Book". Dos comentarios esquinados, para mi desazón no encontré por ningún lado la copia del "Led Zeppelin III" (Atlantic Rcds, 1970) de los primeros, y la figura de Pete Townshend, y sobre todo la de su obra "Tommy" (Track Rcds, 1969), quedaron fuertemente consolidadas.

El texto que inicialmente tenía pensado publicar sobre The Five Day Week Straw People quedará relegado para otra ocasión más propicia. Eso sí, han sonado los 10 temas de su obra homónima grabada en 1968 (Akarma Rcds, RE 2002) mientras escribía y su urbana atmósfera psicodélica ha impregnado la habitación de olor a frambuesa y nata.  La figura de su principal componente, el guitarrista y compositor John Du Cann (miembro además de The Attack y de la posterior encarnación de TFDWSP en Andromeda), posee la suficiente entidad artística para otorgarle una futura oportunidad.  








6 may 2020

ARTES PLÁSTICAS



MEGA CITY FOUR                              "WHO CARES WINS"
La estoy viendo ahora, al bajar por las escaleras (y ya dentro del recinto de la galería de arte, girando hacia la derecha), sentada en una mesa tipo secretariado, la librería del despacho repleta de libros, carteles enrollados y catálogos de pintores de la casa. La pequeña estancia se encuentra iluminada por el brazo caprichoso de una lámpara, la adorna una pantalla vainilla de papel de acordeón, el ambiente posee un eco mortecino, transpira cierto recogimiento de confesionario. Las paredes de la nave principal, situada a pie de calle, están tapizadas por una fina tela de color verde perla, el piso enmoquetado se encuentra ya algo desgastado, en la mitad de la pieza se alinean simétricamente un par de divanes corridos con respaldo medianero, sus muñidos cojines (de un rojo cardenal que hace tiempo olvidó la sangre de los mártires) sirve de consuelo y meditación a los culos de los visitantes.

Ella ronda los ventipocos años y cualquiera aseguraría que se encuentra en la flor de la vida. Aunque no de gran altura, bien proporcionada de talla y talle, luce miembros homogéneos y manos ágiles. Contemplo su cara redondeada, de pómulos aquietados por una belleza que asalta la visión del forastero atento, su pelo negro adquiere ribetes azulados cuando algún rayo de sombra la coge desprevenida. La boca gustosa y con anhelos de humedad, cuando sonríe muestra una dentadura perlada y uniforme, sobre el labio superior se vislumbran los restos de un gracioso vello facial nacarado. Habla con el tono de voz de las mujeres del centro del país, sin apenas acento, con un sonido que bien pudiera imitar al del remo salpicando el agua en el estanque o al de las teclas blancas sonando en un piano perfectamente afinado. Camina erguida, con pasos cortos pero seguros, imponiendo su palmito, balanceando sus brazos mientras sopesa lo que debe hacer a continuación.

Aunque puedan existir antecedentes de pinceladas de Rembrandt y Gauguin en sus entonces jóvenes pupilas, él confiesa que se aficionó a la pintura gracias a ella, de hecho antes de quedar le gustaba visitar otras tantas exposiciones localizadas alrededor de donde estaba ubicada su galería, así entraba en calor, decía él. Le gustaba llegar un poco antes del cierre del mediodía para ver las pinturas y colecciones de esa temporada, la gran mayoría de artistas catalanes del siglo XX. Traía consigo algunos catálogos que había cogido en sus anteriores visitas y se los enseñaba mientras compartían comida en cualquier cafetería cercana. Ella le hablaba de Grau Sala, de Simó Busom, Joaquín Mir, Miquel Vilá, Ramón Casas, Isidre Nonell, de la familia propietaria, descendientes del poeta Joan Maragall, de la calle Petritxol número 5, en Barcelona, donde se encontraba la galería matriz (la más antigua de España, decía ella), cruzando por La Rambla a la altura del mercado de La Boquería, en el mismo corazón de la Ciutat Vella. Algunos años más tarde él pasaría por allí, asomándose tímidamente creía verla en la figura de otra mujer, también sentada en una mesa tipo secretariado, sus miradas coincidían un instante y en su gesto de sorpresa adivinaba su pensamiento, de qué me suena a mí este hombre.

Resuelvo proyectar ahora (con el rigor de lo verídico) lo que ha sucedido cuarenta y cinco años atrás. El era un soñador, lo guardaba todo, hasta las cosas más insignificantes le valían si su intención fuese recuperar una memoria que con el paso del tiempo iría perdiendo. Lo veo ahora, abriendo la vieja maleta de cuero con cierres metálicos, las cantoneras deshilachadas, en las manos sostiene una carpeta de cartón azul donde contempla las pinturas que realizó inspirándose en los cantos de "La Ilíada" de Homero, otras tantas sugeridas por algunos sueños dispersos, además de los borradores escritos para una tela que con gran éxito expuso en el trastero de su casa. Encuentra también los dibujos a cera realizados durante el servicio militar (una época muy prolífica, de allí también surgieron los primeros diarios y cuadernos de notas). La pintura se convirtió entonces en algo fascinante, el nacimiento a un nuevo mundo repleto de espacios libres, de formas y colores, él se convertía en el repentino amo de los paréntesis, podía completar los intervalos o dejarlos en suspensión; la fotografía apareció poco después, con su primer sueldo compró una cámara Yashica FX-2, salió a la calle con el arrojo de Bernard Plossu. Se dirige ahora a la estantería y abre el álbum más antiguo, aparecen aquellas fotos reveladas con el equipo que ella le regaló unas navidades, algunas han adquirido ya una pátina de daguerrotipo de siglos pasados.

Mega City Four fue una banda indie de finales de los 80, coincidió su resplandor cuando la ciudad aun se agitaba entre óleos y pasarelas de todo tipo de artistas (si, también hubo impostores), las guitarras sobrealimentadas de los de Farnborough participaron en la fiesta colectiva. Las galerías de arte eran entonces jardines florecientes, sus estancias siempre repletas de atrevimientos inesperados, de esculturas rotas, de lienzos de jazmín y sopas de cáñamo. Veo a los dos protagonistas pocos años después, ella en la cama, adormilada bajo la luz de la lámpara de la mesilla de noche, él bailando descalzo sobre las baldosas del salón (repasó antes poesías antiguas, prisionero del miedo frío de la taquicardia). Suena "Who Cares Wins" (Decoy Records, 1990) y ha estado contemplando previamente los catálogos de las exposiciones que el ayuntamiento organizaba entonces bajo el epígrafe de "Muestra de Arte Joven". Reconoce que se dejaba llevar por ese tipo de influjos, a la forma pura de los colores añadía una vibración corporal que desembocaba en el descontrol agradable de la vida. En esos momentos la música de Mega City Four expandía todo su poder simbólico, ocupaba un significado preciso bajo el arco voltaico del acueducto.

"Who Cares?" abre la cara A y el torrente eléctrico de las guitarras de Wiz y Danny Brown se apodera de la galería. La batería de Chris Jones ataca las posiciones del enemigo común parlamentario, el bajo de Gerry Bryant apenas se percibe, predomina el estruendo embellecido, prevalecerá esa dirección durante todo el disco. En "Static Interference" Gerry ya entra con más fuerza, sus líneas de bajo apoyan con soltura el pálpito del tema, las voces de Wiz y Danny acompañan y mejoran los riffs de las guitarras. "Rose Coloured" refuerza ese baile pogo de las primeras filas del concierto, los coros y la firme empuñadura de la percusión elevan la fuerza rítmica. En "Grudge" sigue el torbellino, no hay tregua posible, el famoso muro de sonido P.S. revienta a golpes de taladradoras. "Me Not You" queda en la memoria gracias al prodigioso redoble percusivo de Chris, en "Messenger" la fuerza de la melodía se asienta entre las estrías de los coros, los cortes rítmicos le otorgan un carácter de after-hours entre sábanas descosidas. Cierra "Violet", sigue la presión sobre el oyente, su masa muscular queda reforzada por el bajo de Gerry, entre tanto ejercicio de baile atolondrado todavía queda hueco para puntear unas cuerdas imaginarias.

Nadie arroja agua desde el escenario, el lugar que ocupan los exhaustos asistentes al concierto permanece al rojo vivo, hirviendo, de eso se trata. "Rail", el primer corte de la cara B, los mismos volantazos a un lado y otro del asfalto, seguimos volando hacia el próximo tramo cronometrado. "Mistook" le sigue, ya se dejan ver algunos cuerpos sustentados por cientos de manos abiertas, la vitalidad de la peña encorajina aun más a los miembros de la banda. "Open", ....you all bloody bastards, want more?, aquí tenéis medicina de la buena, una auténtica explosión de puro hardcore melódico británico. "Revolution" acerca aun más al oyente a la memoria de la juerga entre lechuzos, amigos de tantas noches de coches de choque y banderines de colores. "No Such Place As Home", estos tíos no pueden ir en serio, en ninguna mente cabe la idea de largarse a casa con la que están armando. "Storms To Come", ¡no puede ser!..., parece que se toman un respiro, el tema adquiere un tono inicial sosegado (como si viéramos a Cat Stevens orando en la Mezquita) y, salvo los puentes rabiosos (reforzados por una magnífica guitarra que suena como un violonchelo oxidado), pareciera que van reduciendo la velocidad de los motores. "Balance", no hay mejor título para resumir lo que esta obra significa. En un fiel de la balanza, el puro regocijo del mejor y más potente indie inglés de la época, en el otro una fiesta, brazos arriba, es este nuestro territorio y no lo vamos a soltar tan fácilmente motherfuckers.

El viernes 30 de octubre de 1992 Mega City Four actúan en la sala Revolver de Madrid (allí esta él, no en ese concierto, en otro de Mudhoney pocas fechas antes) y en la misma fecha Pablo Carrero publica un artículo en la sección "Música" del diario ABC alabando al grupo. Glosaba su estilo, lleno de canciones inmediatas, rebosantes de espíritu nuevaolero, potentes guitarras y melodías sencillas y urgentes. La influencia -puntualiza- de grupos como Undertones o Buzzcocks era felizmente evidente. Porque Mega City Four fue una grandísima banda en directo él ha querido revitalizar su memoria echando un vistazo a su concierto en Finsbury Park, también en ese año de las Olimpiadas. El añorado Wiz se mueve en el escenario como Jackson Pollock lo hacía en su action painting, sus piernas en constante movimiento, cimbreándose como un junco, las gotas de sudor van cayendo sobre el lienzo y salpican de colores la madera gastada del suelo. Cuando mueve las rastas de su pelo emerge un vapor de grafiti húmedo, su imagen traslada la trágica belleza de los muertos jóvenes. Observa la pintura de la cubierta del disco, por primera vez descubre la exacta semejanza de su su título, "Who Cares Wins" (apenas visible en el lateral derecho), con el del libro de Harland Miller, polifacético artista inglés contemporáneo, influenciado por escritores como Poe y Hemingway, por pintores como Mark Rothko y Ed Ruscha.