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6 may 2020

ARTES PLÁSTICAS



MEGA CITY FOUR                              "WHO CARES WINS"
La estoy viendo ahora, al bajar por las escaleras (y ya dentro del recinto de la galería de arte, girando hacia la derecha), sentada en una mesa tipo secretariado, la librería del despacho repleta de libros, carteles enrollados y catálogos de pintores de la casa. La pequeña estancia se encuentra iluminada por el brazo caprichoso de una lámpara, la adorna una pantalla vainilla de papel de acordeón, el ambiente posee un eco mortecino, transpira cierto recogimiento de confesionario. Las paredes de la nave principal, situada a pie de calle, están tapizadas por una fina tela de color verde perla, el piso enmoquetado se encuentra ya algo desgastado, en la mitad de la pieza se alinean simétricamente un par de divanes corridos con respaldo medianero, sus muñidos cojines (de un rojo cardenal que hace tiempo olvidó la sangre de los mártires) sirve de consuelo y meditación a los culos de los visitantes.

Ella ronda los ventipocos años y cualquiera aseguraría que se encuentra en la flor de la vida. Aunque no de gran altura, bien proporcionada de talla y talle, luce miembros homogéneos y manos ágiles. Contemplo su cara redondeada, de pómulos aquietados por una belleza que asalta la visión del forastero atento, su pelo negro adquiere ribetes azulados cuando algún rayo de sombra la coge desprevenida. La boca gustosa y con anhelos de humedad, cuando sonríe muestra una dentadura perlada y uniforme, sobre el labio superior se vislumbran los restos de un gracioso vello facial nacarado. Habla con el tono de voz de las mujeres del centro del país, sin apenas acento, con un sonido que bien pudiera imitar al del remo salpicando el agua en el estanque o al de las teclas blancas sonando en un piano perfectamente afinado. Camina erguida, con pasos cortos pero seguros, imponiendo su palmito, balanceando sus brazos mientras sopesa lo que debe hacer a continuación.

Aunque puedan existir antecedentes de pinceladas de Rembrandt y Gauguin en sus entonces jóvenes pupilas, él confiesa que se aficionó a la pintura gracias a ella, de hecho antes de quedar le gustaba visitar otras tantas exposiciones localizadas alrededor de donde estaba ubicada su galería, así entraba en calor, decía él. Le gustaba llegar un poco antes del cierre del mediodía para ver las pinturas y colecciones de esa temporada, la gran mayoría de artistas catalanes del siglo XX. Traía consigo algunos catálogos que había cogido en sus anteriores visitas y se los enseñaba mientras compartían comida en cualquier cafetería cercana. Ella le hablaba de Grau Sala, de Simó Busom, Joaquín Mir, Miquel Vilá, Ramón Casas, Isidre Nonell, de la familia propietaria, descendientes del poeta Joan Maragall, de la calle Petritxol número 5, en Barcelona, donde se encontraba la galería matriz (la más antigua de España, decía ella), cruzando por La Rambla a la altura del mercado de La Boquería, en el mismo corazón de la Ciutat Vella. Algunos años más tarde él pasaría por allí, asomándose tímidamente creía verla en la figura de otra mujer, también sentada en una mesa tipo secretariado, sus miradas coincidían un instante y en su gesto de sorpresa adivinaba su pensamiento, de qué me suena a mí este hombre.

Resuelvo proyectar ahora (con el rigor de lo verídico) lo que ha sucedido cuarenta y cinco años atrás. El era un soñador, lo guardaba todo, hasta las cosas más insignificantes le valían si su intención fuese recuperar una memoria que con el paso del tiempo iría perdiendo. Lo veo ahora, abriendo la vieja maleta de cuero con cierres metálicos, las cantoneras deshilachadas, en las manos sostiene una carpeta de cartón azul donde contempla las pinturas que realizó inspirándose en los cantos de "La Ilíada" de Homero, otras tantas sugeridas por algunos sueños dispersos, además de los borradores escritos para una tela que con gran éxito expuso en el trastero de su casa. Encuentra también los dibujos a cera realizados durante el servicio militar (una época muy prolífica, de allí también surgieron los primeros diarios y cuadernos de notas). La pintura se convirtió entonces en algo fascinante, el nacimiento a un nuevo mundo repleto de espacios libres, de formas y colores, él se convertía en el repentino amo de los paréntesis, podía completar los intervalos o dejarlos en suspensión; la fotografía apareció poco después, con su primer sueldo compró una cámara Yashica FX-2, salió a la calle con el arrojo de Bernard Plossu. Se dirige ahora a la estantería y abre el álbum más antiguo, aparecen aquellas fotos reveladas con el equipo que ella le regaló unas navidades, algunas han adquirido ya una pátina de daguerrotipo de siglos pasados.

Mega City Four fue una banda indie de finales de los 80, coincidió su resplandor cuando la ciudad aun se agitaba entre óleos y pasarelas de todo tipo de artistas (si, también hubo impostores), las guitarras sobrealimentadas de los de Farnborough participaron en la fiesta colectiva. Las galerías de arte eran entonces jardines florecientes, sus estancias siempre repletas de atrevimientos inesperados, de esculturas rotas, de lienzos de jazmín y sopas de cáñamo. Veo a los dos protagonistas pocos años después, ella en la cama, adormilada bajo la luz de la lámpara de la mesilla de noche, él bailando descalzo sobre las baldosas del salón (repasó antes poesías antiguas, prisionero del miedo frío de la taquicardia). Suena "Who Cares Wins" (Decoy Records, 1990) y ha estado contemplando previamente los catálogos de las exposiciones que el ayuntamiento organizaba entonces bajo el epígrafe de "Muestra de Arte Joven". Reconoce que se dejaba llevar por ese tipo de influjos, a la forma pura de los colores añadía una vibración corporal que desembocaba en el descontrol agradable de la vida. En esos momentos la música de Mega City Four expandía todo su poder simbólico, ocupaba un significado preciso bajo el arco voltaico del acueducto.

"Who Cares?" abre la cara A y el torrente eléctrico de las guitarras de Wiz y Danny Brown se apodera de la galería. La batería de Chris Jones ataca las posiciones del enemigo común parlamentario, el bajo de Gerry Bryant apenas se percibe, predomina el estruendo embellecido, prevalecerá esa dirección durante todo el disco. En "Static Interference" Gerry ya entra con más fuerza, sus líneas de bajo apoyan con soltura el pálpito del tema, las voces de Wiz y Danny acompañan y mejoran los riffs de las guitarras. "Rose Coloured" refuerza ese baile pogo de las primeras filas del concierto, los coros y la firme empuñadura de la percusión elevan la fuerza rítmica. En "Grudge" sigue el torbellino, no hay tregua posible, el famoso muro de sonido P.S. revienta a golpes de taladradoras. "Me Not You" queda en la memoria gracias al prodigioso redoble percusivo de Chris, en "Messenger" la fuerza de la melodía se asienta entre las estrías de los coros, los cortes rítmicos le otorgan un carácter de after-hours entre sábanas descosidas. Cierra "Violet", sigue la presión sobre el oyente, su masa muscular queda reforzada por el bajo de Gerry, entre tanto ejercicio de baile atolondrado todavía queda hueco para puntear unas cuerdas imaginarias.

Nadie arroja agua desde el escenario, el lugar que ocupan los exhaustos asistentes al concierto permanece al rojo vivo, hirviendo, de eso se trata. "Rail", el primer corte de la cara B, los mismos volantazos a un lado y otro del asfalto, seguimos volando hacia el próximo tramo cronometrado. "Mistook" le sigue, ya se dejan ver algunos cuerpos sustentados por cientos de manos abiertas, la vitalidad de la peña encorajina aun más a los miembros de la banda. "Open", ....you all bloody bastards, want more?, aquí tenéis medicina de la buena, una auténtica explosión de puro hardcore melódico británico. "Revolution" acerca aun más al oyente a la memoria de la juerga entre lechuzos, amigos de tantas noches de coches de choque y banderines de colores. "No Such Place As Home", estos tíos no pueden ir en serio, en ninguna mente cabe la idea de largarse a casa con la que están armando. "Storms To Come", ¡no puede ser!..., parece que se toman un respiro, el tema adquiere un tono inicial sosegado (como si viéramos a Cat Stevens orando en la Mezquita) y, salvo los puentes rabiosos (reforzados por una magnífica guitarra que suena como un violonchelo oxidado), pareciera que van reduciendo la velocidad de los motores. "Balance", no hay mejor título para resumir lo que esta obra significa. En un fiel de la balanza, el puro regocijo del mejor y más potente indie inglés de la época, en el otro una fiesta, brazos arriba, es este nuestro territorio y no lo vamos a soltar tan fácilmente motherfuckers.

El viernes 30 de octubre de 1992 Mega City Four actúan en la sala Revolver de Madrid (allí esta él, no en ese concierto, en otro de Mudhoney pocas fechas antes) y en la misma fecha Pablo Carrero publica un artículo en la sección "Música" del diario ABC alabando al grupo. Glosaba su estilo, lleno de canciones inmediatas, rebosantes de espíritu nuevaolero, potentes guitarras y melodías sencillas y urgentes. La influencia -puntualiza- de grupos como Undertones o Buzzcocks era felizmente evidente. Porque Mega City Four fue una grandísima banda en directo él ha querido revitalizar su memoria echando un vistazo a su concierto en Finsbury Park, también en ese año de las Olimpiadas. El añorado Wiz se mueve en el escenario como Jackson Pollock lo hacía en su action painting, sus piernas en constante movimiento, cimbreándose como un junco, las gotas de sudor van cayendo sobre el lienzo y salpican de colores la madera gastada del suelo. Cuando mueve las rastas de su pelo emerge un vapor de grafiti húmedo, su imagen traslada la trágica belleza de los muertos jóvenes. Observa la pintura de la cubierta del disco, por primera vez descubre la exacta semejanza de su su título, "Who Cares Wins" (apenas visible en el lateral derecho), con el del libro de Harland Miller, polifacético artista inglés contemporáneo, influenciado por escritores como Poe y Hemingway, por pintores como Mark Rothko y Ed Ruscha. 


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