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30 may 2017

RELATOS II. ELOGIO BREVE DE AZORÍN






JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ                         "LA VOLUNTAD"
El guía turístico se encuentra en el vértice de la esquina de la calle Misericordia con la del Maestro Victoria, enfrentado a un cartel metafísico que desde la fachada de una conocida librería recuerda los años -desde 1896 hasta 1902- en que el novelista Pío Baroja habitó en ese mismo lugar. Debe apuntarse que la placa metálica también menciona el hecho de haber publicado en esa época el novelista donostiarra sus primeras obras literarias. Inesperadamente algunos de los asistentes reclutados comienzan a dar signos de cierto sonambulismo y se apoyan sin recato contra la fachada opuesta, lo hacen justo en el momento en que éste mismo guía del que hablamos reseña el año de 1902, uno de los más importantes en la historia de la literatura española contemporánea. El tráfico humano -a esas horas de la mañana previas al aperitivo tan típicamente madrileño- es correoso y colorido. Un grupo muy numeroso de familias han acudido al reclamo de las fiestas navideñas. Clamores y emociones infantiles, bocinas -un tanto atenuadas por respeto a una alegría que se palpa en el ambiente-, junto a globos de gas de colores sintéticos, surcan un espacio cada vez más reducido para paseantes y curiosos, mientras varios miembros de la Policía Municipal, con sus uniformes azules de franjas amarillas refulgentes, intentan deducir el momento en que deberán intervenir para aliviar el caos existente. Desde los gigantescos altavoces de un cercano centro comercial una voz de mujer anuncia la inminente aparición de Sus Majestades. Las madres sacan pañuelos blanquísimos y restriegan las narices de sus pequeños que se resisten, en tanto los abuelos, algunos aun no han abierto la boca en toda la mañana, se ahorcan aun más fuerte con sus bufandas. Hace un frío de abismo.

El guía hablaba de ese año de 1902 como si se tratara de una revelación que él solo conociera, el año de la publicación de varias novelas que marcaron el arranque de la nueva narrativa española contemporánea, y lo hacía mencionando, la placa conmemorativa parecía obligarle a ello, el "Camino de perfección" de Baroja en primer lugar. Le siguieron, decía, "Amor y Pedagogía" de Miguel de Unamuno, "Sonata de Otoño" de Ramón del Valle-Inclán y finalizó con "La voluntad" de José Martínez Ruiz. En esas obras, continuaba argumentando, los autores citados intentan romper las pesadas cadenas del realismo que, desde la segunda mitad del siglo anterior, parecían atenazarles. Apuntó, tratando de conectar los hechos literarios con los meramente históricos, como el todavía muy reciente Desastre del 98, ayudó a crear un ambiente de denuncia de la decadencia secular española y de la necesidad -recuerdo que indicó "perentoria"- de una renovación en todos los órdenes de la vida y de la sociedad del momento. "Tienes que repetirme esas novelas que has dicho..., para que me las apunte, y a ver si leo alguna...". La que ahora habla se llama Clara, y se cree con el suficiente arrojo para irrumpir en el centro de la escena y de paso, como quien no quiere la cosa, hacer que el resto de los asistentes se fijen en el foulard de seda que estrena esa mañana. El guía solo tiene ojos para sus ojos de anaconda.

Lo más resaltable, lo más importante, continua el guía en su síntesis, es que esas novelas, algunas más que otras, suponen una ruptura total con el estilo predominante de los escritores entonces ya consagrados, los Galdós, los Pereda, los Varela, Campoamor... Y "La voluntad" de Martínez Ruiz es -todavía no ha empleado su alias artístico- es, como digo, quizás la más interesante entre todas ellas, la más atrevida, la más....¡cómo os diría..., la más excitante! Los ojos de Clara se sorprenden entonces con un rubor extraño de ágata.

A mitad de la ruta literaria, cuando los primeros síntomas del hambre empezaban a arañar los estómagos de la limitada concurrencia - tres mujeres entre los 35 y 40 años y una pareja de gays tatuados hasta las orejas- el guía hace un alto para invitarles a un bocado y así descansar un rato. Aprovecha entonces para hablar de las influencias literarias y filosóficas de los autores, que si el Arcipreste de Hita o Gonzalo de Berceo, del romancero del siglo XVI, de Juan de Timoneda. Que si Miguel de Montaigne y Ángel Ganivet para arriba o Kant, Schopenhauer y el positivismo de Auguste Comte para abajo -con estos últimos no comulga tanto un Valle-Inclán- que, como se encarga de apuntar el guía, va por libre como casi siempre. Cuando la camarera del local, una chiquita de grandes pómulos y cara de tortuga, les pregunta qué tapa prefieren con las bebidas, el guía aprovecha para contarles la anécdota del menú de la comida que Martínez Ruiz organiza ese mismo año de 1902 para homenajear a un Baroja que acaba de publicar su "Camino de perfección". "Cazuela de arroz con despoxos. Alcauciles rellenos. Terneruela apedreada con limón ceutí. Pescado cecial. Cordero asado. Frutas. Queso. Valdepeñas tasaxeño y brebaxe de las Indias". La sonrisa unánime de los asistente hace reflexionar a nuestro guía y le confirma que, de seguir así, conseguirá su último propósito.

Desde los altos de la calle Leganitos hasta el anchurón de la Plaza de España se adivina un hervor humano que todavía está por definir. Según van bajando los invitados del autor, aparecen nítidamente pequeñas banderolas blancas y amarillas que, ondeadas por un sinfín de manos, cambian con su agitación la línea de un horizonte antes inmóvil. El guía pregunta a un viejo que tiene pinta de enterao - han abundado siempre este tipo de ciudadanos en Madrid- y a lo que parece dizque la muchedumbre se ha congregado para rogar a San Ramón Nonato que Su Majestad la Reina para varón. "¡Que se llame como su padre, Felipe!"..., gritan unas chicas rubias, ¡"ca"!, se indignan otros -entre los cuales se encuentra una larga cuerda de soldados borrachos- "¡que se llame Froilán, como su primo"! El guía, que está a la que salta, con una sonora carcajada convoca a su alrededor la atención de sus amigos y les cuenta cómo el famoso padre Claret, preclaro hijo de la Religión, peregrinó a Roma con doce millones de reales en el bolsillo para convencer al Papa Pío Nono que promulgase una bula, privadísima eso sí, que permitiera a nuestra reina Isabel II tener relaciones extramatrimoniales. Nota como Clara se acerca a su lado y siente un siseo de gelatina en su espalda.

Nuestro guía protagonista camina con su séquito hacia los jardines del Templo de Debod (última parada de la ruta), ya dejada atrás la Plaza de España, y se encuentra tentado de liberarse del argumento del autor. Pero dejemos esta disyuntiva para más adelante mientras "La voluntad", dice, al igual que las otras obras citadas de ese año 1902, es una novela de aprendizaje donde Martínez Ruiz ha volcado, junto a su experiencia literaria anterior, el variado aprendizaje vital atesorado hasta entonces. La narración sin fábula, sin principio y sin final, hecha novela, contada a fragmentos porque lo más interesante es plasmar el instante mismo en que vive el personaje, aunque su situación sea imperfecta o anormal. Donde el argumento se va construyendo mientras discurre la acción de la obra, ausencia de la clásica materia narrativa, la del realismo y el naturalismo de nuestros mayores, porque normalmente en la vida no ocurre apenas nada digno de ser contado, tan solo si acaso el viaje iniciático del protagonista, muchas veces alter ego del que pretende con su huida una regeneración interior. Y mientras viaja, reflexiona y nos cuenta sus opiniones sobre la literatura, la filosofía, la Fe y la Religión, sus sensaciones sobre una Castilla, cada vez más despoblada de gente y de emoción, trasunto de un país enfermo, anclado en una educación retrógrada, fruto de un pasado levítico.


El guía ha propuesto a Clara un corto viaje hasta Toledo, aquella ciudad entonces mística que reivindicaron con su contínua presencia Azorín - se da por fín cumplida relación del alias del autor de la obra- , Baroja y Ramiro de Maeztu, antes Galdós, poco después Gregorio Marañón. Verán pasar desde los ventanales del tren el paisaje en movimiento de una parte de la llanura manchega, la más septentrional. Un cúmulo de colores que, según la hora en que lo hagan, cambiará del mortecino tono blancuzco de los sembrados yermos de maíz hasta el pardo, ya medio apagado al atardecer, de los tomillares, y es que ha nevado la noche anterior. Los trenes, a pesar del mal tiempo repletos de turistas, salen desde la estación Atocha y llegan puntuales hasta el hermoso edificio neomudejar de Toledo y allí, entre antiguas paredes que asemejan miles de onzas de chocolate a punto de perder el equilibrio, cogen un coche de punto para llegar hasta la Plaza de Zocodover. Suben caminando hasta la calle de la Plata y cerca de un mirador alquilan un cuarto por horas. El guía, sorprendido por la palidez cadavérica de Clara no resiste la tentación y dulcemente le recita un verso de Juan Ruíz: "Así estades fija, viuda et mancebilla / Sola y sin compannero, como tortolilla / Deso creo que estades amariella et magrilla". Ella sonríe, extiende sus brazos alrededor del cuello del guía y aprieta los anillos: "Cámbiame tú la color, si puedes".








  

17 may 2017

EL ROCK Y LAS CIUDADES II : LONDRES



THE GRAHAM BOND ORGANIZATION                "THE SOUND OF 65"
¿Saben qué opino de todo esto?..., que ahora Londres es una mierda. Si. Toda la maldita ciudad llena de esos ávidos turistas con sus bolsas de compras y cientos de ejecutivos jóvenes vestidos con ajustados trajes siempre oscuros caminando rápidamente a jugar a la bolsa en sus maravillosos puestos de trabajo de la City o del Westferry Circus. Sus miradas entonces fijas en sus móviles están deseando enfrentarse cuanto antes a las múltiples pantallas de ordenador desplegadas a lo largo de mesas compartidas por tantos capullos como ellos. No tienen otra intención que encontrar cada veinte minutos un instante feliz para conectarse a facebook y colgar sus nauseabundos selfies. En el último concierto de ayer mismo en Brixton Academy donde conocieron a una diseñadora pecosa de Seattle, o a un par de chicas japonesas con las que estuvieron charlando durante más de dos horas en el Zuma de Raphael Street sobre lo elegantes que eran las antiguas chimeneas victorianas. O puede que el sabor de los crujientes aros de cebolla que prepararon más tarde en sus lofts de un millón de Libras del South Bank no fueran los mejores, pero mostrando a los demás la etiqueta del pesto sabor albahaca del Fortnum & Mason con que los mezclaron podrían aparecer como suficientemente cool. Quieren tener algunos los que más avanzan entre muros de algoritmos y cifras interminables un constante temblor de manos y por esa razón se desayunaron a las ocho de la mañana con un primer fix de hielo picado, vodka y zumo de piña. Eso es lo que buscan realmente, que el fin de semana siga su curso interminable y no tenga final. Pero déjenme que les diga que ni de lejos eran como los nuestros.

Más vale que crean lo que les digo porque yo me crié en los últimos años 40 entre Warren y Fitzroy Street, una sucursal del West End tapadera de los gemelos Kray, nadie se andaba con bromas por entonces con ellos y entre aquellas calles todavía podías encontrar solares con restos de los bombardeos nazis. Mi padre tenía allí un próspero negocio de compraventa de coches de segunda mano, casi todos ellos de dudosa procedencia y recuerdo que me estrené en la parte trasera de un Ford Pilot del 49. Ella me dijo que se llamaba Meggy pero su verdadero nombre no era ese y después supe que mi padre la pagó para que me enseñara todo lo que un chico de 15 años ya debería saber sobre la vida...., él si que fue un tipo duro que luchó en la campaña de Italia y en ese país conoció a mi madre Gina, en Salerno después de tomar el puerto con la 7ª División Acorazada del General Erskine. El primer embarazo de Gina Salvatore fue motivo para que mi padre reclamara su entrada en Inglaterra a finales del 44, y ella llegó a  las Islas con sus enormes ojos negros y su temblor de luna brilló en todo el maldito Londres. Ese antecedente latino fue también una de las razones para enamorarme de Cilla Black cuando interpretó la versión inglesa de "Il Mio Mondo", pero eso lo descubriría años después en el 64. Todavía conservo el single original de Parlophone.

Londres era una ciudad entonces dominada por los gemelos Kray y lo hacían a lo grande, con mucho estilo vaya y sin contemplaciones de ningún tipo. Me los presentó mi padre una tarde lluviosa de Octubre del 60, no lo olvidaré mientras viva, en The Cromwellian y allí acudió también el hijo mayor de Stanley Setty, el torso de su padre había aparecido unos diez años antes medio hundido y en avanzada descomposición en el fango de las playas de Essex , se cree que fue una venganza del clan enemigo de los Richardson y esa fatalidad tan tétrica me pareció entonces algo tremendamente atractivo. Fue por el cumpleaños de Ronnie y Reggie Kray, ellos fueron los últimos presos del Tower of London y además se dejaron caer por el local Rick Gunnell, Tubby Hayes y Georgie Fame al que admiré cuando un par de años más tarde entró como pianista en la banda de Billy Fury también por ser novio algún tiempo después de esa belleza española Carmen Jiménez. Todos sabían que Ronnie Kray era homosexual pero nunca un marica de mierda porque él se relacionaba con la gente de la aristocracia, tenía clase, y yo supe que le gustaba con mi pelo negro y rizado pero no pasó nada extraño entre nosotros, además por entonces él personalmente me regaló uno de los primeros portátiles Zenit Victor que aparecieron en el mercado y yo le estaría eternamente agradecido porque en aquella época había ya descubierto mi verdadera pasión, la música que escuchábamos por la radio después de la tormenta del skiffle, el modern-jazz, el blues de Chicago, el soul de la Tamla, el rock´n´roll de Chuck Berry, la voz de seda de Mose Allison.

Seguí viviendo en Warren Street con mi hermana mayor Lucia y mi madre durante unos cuantos años más, y aunque el viejo había abandonado recientemente nuestra casa porque andaba liado con una belleza del Murray´s Cabaret Club del Soho no nos faltaba el dinero. Todos los de mi pandilla desde el 62 en esa amplia zona del West End de Londres eramos auténticos mods, ni pickers ni numbers, eramos Faces y fieles seguidores además de los Hammers. Recuerdo bien cuando ganamos la FA Cup en Junio del 64 y fuimos al Roaring Twenties de Carnaby Street para celebrarlo; si querías probar la mejor hierba jamaicana  tenías que estar allí justo en el momento en que Lucky Gordon ejercía de encargado de seguridad del garito. ¡El maldito bastardo de Lucky Gordon!..., cómo nos vacilaba a pesar de ser buen amigo de la familia, palpaba su chaqueta italiana con doble abertura trasera hecha a medida en Saville Road como si estuviera buscando algo y cuando te acercabas lo suficiente te enseñaba una bien engrasada Smith & Wesson, esa era la parafernalia que usaba para admitirte medio Score de 10 Libras -todavía usábamos la jerga del hampa- y dar su conformidad para que negociaras la compra con los dealers caribeños. El tío controlaba todo el pastel y sospecho que las invitaciones que nos dio una tarde de otoño para asistir al Klook´s Kleek del Railway Hotel al concierto de la Graham Band Organization pretendía sellar temporalmente nuestras jodidas bocas.

Esa noche del concierto de Graham Bond en el Klook´s Kleek fue la noche del 15 de Octubre de 1964 y recuerdo muy bien como una premonición mientras conducíamos por Abbey Road hasta el Railway Hotel de Broadhurst Gardens que aullábamos como lechuzas borrachas nuestro desprecio a The Beatles, esos babosos del Merseyside que se dedicaron a estropear las maravillosas versiones originales de The Miracles y The Marvellettes. Nuestras scooters volaban abarcando todo el ancho de calle sin importarnos los coches que circulaban en sentido contrario, el pequeño Tony Jones encabezaba la formación con su Lambretta blanca mientras clamaba..." ¡Hey Faces, vamos justo al lugar donde Pete Tonwshend estrelló su guitarra contra el suelo por primera vez hace unos pocos meses!...¡Apuesto a que le vemos allí sentado en la mejor mesa junto a su medio-huevo Richard Barnes!... y efectivamente allí estaban y me acerqué sin temor al guitarrista en cuanto le tuve a tiro y le susurré mi nombre al oído, el caso es que al cabo de dos o tres días del concierto en el KK llegó a Warren Street un sobre con unos pases para la actuación que un par de semanas después daban The Who en el Ricky-Tick de Windsor... ¡así es cómo funcionaba el Londres de los gemelos Kray!

Allí estaban en el escenario Graham Bond con su órgano Hammond, lo realmente bueno se producía cuando lo tocaba al unísono con el saxo alto, teníamos verdaderas ganas de verlo así después de la decepción que nos supuso su actuación del pasado verano en el 4th National Jazz and Blues Festival de Richmond donde acompañamos por un rato a unos mods que llegaron desde Manchester, y nos dimos cuenta que realmente no eran Faces, no se decidían por escuchar el tipo de jazz del Modern Beat de Manfred Mann y Georgie Fame o desmadrarse con uno de los primeros rock-rage protagonizado por un Roger Daltrey que pateó las luces del escenario y nos dejó a oscuras a todos, me temo que lo único que iban buscando era ligarse a unas birds que bajaron desde Yorkshire y apartarse con ellas hacia los greens del cercano club de golf; Jack Bruce estaba al bajo y Ginger Baker a la batería. Supimos más tarde por Dick Jordan, el dueño entonces del KK, que Graham materialmente se los había birlado al bueno de Alexis Korner cuando todos tocaban en su Blues Incorporated y después de una agria disputa en el Flamingo de Wardour Street un año antes, el caso es que los convenció no sé con qué razones para acompañarle en su nuevo proyecto, una ORGANization, así quería llamar a la banda el mismo Graham, en la que el sonido de los teclados debía ser el instrumento que volara la cabeza de todos los oyentes. Poco después incorporó a uno de los niños bonitos del saxo tenor de entonces, Dick Heckstall-Smith, siempre calado con su gorra Signes de 2 libras, pero eso fue justo después de que Baker expulsara de la banda al guitarrista John McLaughlin por ser como decía él un jodido llorón, haría lo mismo con Jack Bruce tres años después amenazándole con una navaja de 6 pulgadas, si vuelves a aparecer por aquí este acero entrará en tí bastardo, Eric Clapton fue el que convenció al loco borracho de Ginger Baker para que olvidara sus agrias disputas con el mejor bajista de Glasgow y formaron Cream en Julio del mismo 66.

Desde las escaleras del KK veíamos bien el perfil de Graham acoplado a su órgano con su cara oronda de panadero francés. Su modelo B3 era el único instrumento que disponía de una doble hilera de micrófonos acoplados a los amplis más elevados, justo los teníamos pegados detrás de nuestros cogotes y cada vez que pretendíamos seguir el ritmo del sonido nuestras cabezas chocaban contra ellos, en la grabación del disco se escuchan ruidos secos y raros, como si los jacks no estuvieran bien ajustados. Y es que Graham buscaba que el órgano sonara parecido a aquel mellotron con el que ya experimentaba y que utilizó por primera vez en una grabación de un año más tarde en el sello Columbia, en Agosto del 65, aun conservo por cierto ese maravilloso "Lease On Love" / "My Heart´s In Little Pieces". Pero para un lugar tan estrecho y pequeño como el Klooks, forrado en sus finas paredes con esa tela roja oscura que se asemejaba a la coraza de un cangrejo de río, con el techo no demasiado elevado y apenas separado del piso inferior por un conglomerado de cemento que le servía de escenario y le aislaba totalmente del hall principal de Railway Hotel, el sonido de la música que salía de allí en directo era lo mejor que se podía escuchar en todo Londres. Así era y nos sucedió que en algún concierto en el que no pudimos entrar en el club por llegar tarde, casi siempre ocurría porque teníamos que esperar a que alguna de nuestras chicas se decidiera de una maldita vez por ponerse un twin-set de color azul o de color verde o unos pantalones, las birds mods de Londres fueron las primeras chicas de Europa que vistieron esas prendas, con botonadura lateral o no, el maravilloso sonido del Klooks Kleek nos llegaba hasta la calle desde su fachada de ladrillo pardo y sucio, nítido y grandioso y era majestuoso estar allí bebiendo una pinta de ale hasta que las quejas de los vecinos al cabo de los años lograron que se cerrara el local.

El 65 comenzó con el tour que Robert Stigwood organizó para Chuck Berry por toda Inglaterra, fuimos Kathy y yo con Tony y Rose al Astoria de Charing Cross y antes de finalizar el concierto un grupo de unos 20 Faces nos subimos al escenario mientras el rey del rock hacía su fabuloso paso de la oca, nos arrodillamos frente al astro de Missouri y extendimos nuestros brazos hacia arriba y abajo como si estuviéramos adorando a Cleopatra y toda su corte de Marco Antonios, fue genial, no salimos en los periódicos conservadores del día siguiente y Chris Welch publicó un razonable artículo en el Melody Maker de la semana siguiente. Entonces el Sunday Mirror empezó a lanzar basura a los gemelos Kray y recuerdo que Christine Keeler aparecía fotografiada en una playa del sur de España, espléndida, el agua salpicaba sus muslos de ébano, y ya entonces empezaba a pensar en largarme ese verano de vacaciones a Torremolinos. Lo hice así pero en Junio del 66 y pasé dos inolvidables semanas con Merry en el Griego Hotel de la cadena Butlins, Kathy ya llevaba un tiempo sin salir conmigo, coincidimos en el avión de la BOAC con The Kinks que iban a Madrid a grabar creo que para la televisión y cuando volví a Londres traté de arreglar nuestra antigua relación pero fue inútil, ni siquiera me permitió un quick-one como recuerdo por los viejos tiempos.

Pero bueno durante buena parte de la primera mitad del 65 todavía manteníamos Kathy y yo la llama de nuestro amor encendida y compartimos muchas veladas en el estudio 5 de Wembley viendo a un montón de bandas en el Ready, Steady, Go! que presentaba Cathy McGowan. François Hardy interpretó su "All Over The World" y me vestí muy francés aquel día con mi sweater de cuello alto, Kathy llevó su boina a lo "Bonnie & Clyde" el día que actuó Georgie Fame & The Blue Flames, y recuerdo que se puso de lo más celosa la tarde en que entregué a mi adorada Cilla Black un par de claveles que había comprado antes en el mercado de flores de Camdem Town. The Rolling Stones me convencieron con su "The Last Time", antes me parecieron sus versiones del "Come On" de Chuck Berry indignas, al igual que la farsa que hicieron con el "You Better Move On" de Arthur Alexander, pero está bien reconocer que no estuvieron mal, aunque la palma de esa velada fue para el "Can´t Explain" de The Who. La sesión en la que Lulu interpretó su "Try To Understand" fue un caluroso día de finales de Agosto del 65 y yo notaba como unas ganas tremendas de sentar la cabeza y empezar a buscarme la vida. Mientras Lulu recitaba dulcemente esa frase de ..."All I want to do is find a way back into love / I can´t make it through without a way back into love / OUH OUH OUH..." notaba inesperadamente como se me derretía el corazón y entonces le pedí a Kathy que se casara conmigo. Apenas tenía 27 años cumplidos pero no sirvió de nada. ¿Qué demonios pasaba por su cabeza...?

Solamente me queda por decirles que cogí una salmonella que me tuvo fuera de combate durante cuatro o cinco meses al principio del 66 antes del viaje a Torremolinos, un sandwich de mantequilla de cacahuete, atún y pepinillos en mal estado que me ofrecieron en el Peccillis Cafe de Bethnal Green. Allí estaban desayunando los gemelos Kray como todas las mañanas y yo fui a entregarles el sobre con las comisiones que cobraban por la protección de los negocios de mi padre. El viejo estaba asociado entonces con los Pershing para la importación y mantenimiento de motoras, pequeños veleros y barcos-casa que empezaron a proliferar en aquella época por muchos de los ríos y canales navegables del centro y sur de Inglaterra. Le fue bien, tenía buen olfato para los negocios y después se alió con Sydney Allard y trajo desde USA una buena partida de motores V8 Top Fuel para las primeras pruebas de dragsters que empezaron a celebrarse en Blackbushe cerca de Windsor. Cuando me recuperé totalmente le ayudaba a deshacernos de todas las piezas defectuosas o que no tenían arreglo y alquilé un pequeño almacén por la zona alta de Lambeth Road desde donde vendía el material a los chatarreos rusos que entonces se concentraban alrededor de la entrada del metro de Elephant´s Castle. 

En Mayo del 67 organicé una fiesta por todo lo grande en el Tiles de Oxford Street después de la actuación de The Yardbirds y pagué de mi bolsillo 4 Tons cuatrocientas libras al dueño para que nos permitiera cerrar el local y poner nuestra propia música. Jeff Dexter el Dj del Tiles me ayudó hasta la madrugada pinchando y mi hermana Lucia se encargó de prepararnos sus LSD cocktails, había hecho un curso en el London Cocktail Club de Shaftesbury Avenue y por entonces ya estaba contratada por los Kray como camarera jefa en una de las barras del Esmeralda´s Barn de Wilton Place, un subalterno de Lucky Gordon se hizo sin yo saberlo de antemano con el control de la mejor resina de hierba jamaicana, las uppers las tomé prestadas del enorme botiquín de mi madre y les puedo asegurar que los sandwiches no fueron de Peccillis. Kathy apareció en el Tiles con un tipo llamado Joe Rogan al que no dirigí la palabra en toda la noche, aunque yo ya había formalizado mi relación con Merry me moría de ganas de estar a solas con mi antigua bird aunque fueran cinco minutos, nos habíamos visto un par de semanas antes en el Ally Pally cuando se organizó toda esa comedia para niños ricos del 14 Hour Technicolor Dream donde también se exhibió nuestro personaje Graham Bond esta vez con el gran John Hiseman a la bateria y Dick Heckstall-Smith apareció con su misma gorrita Signes de 2 libras.