VENENO "VENENO"
He llegado a Sevilla a las 7 y media de la tarde después de un bochornoso e interminable viaje y me dispongo a tumbarme, medio muerto de cansancio, en lo que parece la mullida y confortable cama de un hotel de dos estrellas. Casi 9 horas de viaje, con un descansito incluido, por la Nacional IV en pleno mes de Julio pueden con cualquiera, y aunque estoy (he de decirlo en mi favor) más que acostumbrado a conducir en itinerarios largos, no dejo de encontrarme realmente reventao. Una temperatura africana me ha perseguido inmisericorde desde la salida, el asfalto de la carretera reflejando a ras de su firme los espejismos temblorosos de la ola de calor, interminables kilómetros de líneas blancas y amarillas, anuncios de cognac Veterano y promociones inmobiliarias, además de infinitos convoyes de camiones matrícula de Albacete. La radiocasete me ha dejado de funcionar a la altura de Puerto Lápice cuando sonaba el "Animals" de Pink Floyd y, casualidad del destino, una vieja furgoneta belga, llena de pertrechos y de moros, atropellaba en ese preciso momento a un pobre can que cruzaba lentamente la carretera, como si ya estuviera harto de su perra vida. (Su cuerpo se elevó elegantemente por el cielo, como el cerdito de la portada, hasta caer desmadejado junto a un viejo poste de teléfono).
Total que he soltado la maleta allá donde no indican los manuales del buen conportamiento, me he quitado las botas vaqueras y me he dejado caer sobre la cama como un saco de patatas. Debo decir que llevaba preparando este viaje a Sevilla, mi primer viaje a la capital andaluza, desde hacía mucho tiempo. No tenía a mano en ese momento el bloc de anillas donde estaban apuntados todos los lugares (la mayoría de ellos bares y tabernas) que mis amigos me habían recomendado como de imprescindible visita y, junto a él, recordaba que coloqué un manejable mapa de la ciudad. Allí, por gentileza de El Corte Inglés, se señalaban además los lugares turísticos más famosos de la ciudad a los que, con la pausa de un enamorado previo del paisaje urbano sevillano, pensaba dirigirme. Daba igual. En un breve instante me entró un sueño narcótico, tan felizmente tenue que aun le dio tiempo a mi otro yo, el turista que casi siempre pierde, para recordarme inexorablemente mi deber de salir y empezar a conocer la ciudad. Fue entonces cuando el otro yo mío, el que resulta casi siempre vencedor, se dijo "pa tí pa tu primo"..., y se dispuso feliz a soñar Sevilla.
Lo primero que escuché fue una alegre rumbita que hundió mi cuerpo todo como si fuera una invocación maqbara: "El calor me mata / La lluvia me pervierte / Cuando nieva en Sevilla / Me gusta verte" ("Canción antinacionalista zamorana") y reconocí satisfecho la voz de Kiko y las guitarras de Raimundo y Rafael Amador en su disco "Veneno". Esa "nieve en Sevilla" (sic) se me hizo real de tan imposible y me dio la impresión que refrescaba mi rostro, hasta entonces todavía pegajoso pero no del todo embotado. "-Ahi-", me dije, "si yo a estos pelajes los conozco. Veneno, quillo,...tela guapa". Y así fue como, sin apenas quererlo, quieto y abandonado, deduje que mis primeras impresiones de Sevilla iban a estar formadas por ensoñaciones musicales, las mejores posibles además. Dejaron de importarme ya definitivamente las tenebrosas llamadas de atención del excursionista frustrado que, aun escondido entre las primeras legañas, intentaban reanimarme. En esa mi primera tarde en Sevilla mi destino estaba claro, al sueño profundo de Morfeo le antecedería la hipnosis, aquella herramienta que haría posible el recuerdo del mejor grupo andaluz de la Sevilla de entonces.
Estoy escuchando el palique de las vecinas del barrio de Nervión, aquí mismo, cerca de donde me alojo, hablando de la mala suerte de la madre del José María, "-si muhé, er jipi ese q´a venío d´América hase ná y ya s´a ío pa la Canaria a tocá la guitarra-, er que llaman er Kiko...-". Así es, las respondo yo desde mi nebulosa; efectívamente, el Kiko (José María López Sanfeliu, nacido en Gerona, "ad maiorem gloriam Cataluniae"), inspirado por un ansía terrible de libertad ("y el fuelle de rebeldía necesario", oigo que me susurra el senderista fracasado), cogió la guitarra, un billete de avión para Estados Unidos y allá que se fue por el 74; y antes estuvo por Europa creo, por Suiza viendo a Frank Zappa en un concierto en Zurich, o por ahí. Y en América asistió a un concierto de Bob Dylan en Houston (el Dylan de "Planet Waves" entonces...). Hasta que llegó a San Francisco y allí coincidió con Agustín Ríos, un gaditano de Morón que le abre los ojos y le habla sobre la relación entre el flamenco y el rock. El chaval vuelve infectado por las nuevas corrientes culturales y musicales que empapan toda la gran nación americana, el rock y el blues sobre todo, y también se afianzan en su magín las ideas políticas y sociales que ya arrastraba de su época en la Facultad de Filosofía de Sevilla.
"¿Cuando entran en escena el Raimundo y Rafalillo Amador?", me pregunta el Rabrindanaz (ya el cachondeo me puede y he decidido poner este nombre al pelmazo del fallido peregrino). Bueno, pues mira, cómo que daré un saltito desde el barrio de Nervión y me iré al de las 3.000 Viviendas, al Polígono Sur concretamente. Allí viven los hermanos, bueno más que vivir van a dormir a su casa de vez en cuando. El caso es que se pasan todo el día tocando la guitarra de bar en bar por aquí y terminan por el centro de Sevilla. Algunas veces tocan en algún tablao flamenco o les pagan para ir de músicos en alguna juerga de ganaderos y señoritos de aquí, o van por la feria y las casetas tocando. Y lo que sacan, para un bocadillo y un taxi de vuelta a casa. Estos son los hermanos Amador que Kiko conoce en 1975, a su vuelta de Estados Unidos. Y a ellos les habla de su viaje, de la música nueva del mundo (..."sí, ese disco de Pin Floi, er de la vaquita, mu güeno") y les invita al piso que tiene en Nervión, encima de una farmacia, y allí empiezan a tocar en su nuevo estilo, mezclando el flamenco y el rock, con el blues y la psicodelia, ("todo bien fumao, antes de que llegara Bolleré qué papel", apunta sabiamente Rabrindanaz).
Dale, dale y dale que te pego. El piso del jipo Kiko es un piso franco donde no se hace más que darle al fumeque y tocar la guitarra. Se compone sobre la marcha. El Kiko aporta las letras, muchas de ellas parangón del mejor surrealismo posible (fruto de su educación universitaria y de sus lecturas, también de no sé cuantos canutos que van cayendo día a día y que terminan haciendo de la cabeza un fuelle acipotao). Por allí aparecen los gitanos y las gitanas, los primos y las primas (..."hay que ver cuantos primos tienen los gitanos, oye, son miles de millones", dice ahora Rabrindanaz), que no entienden una paparrucha cuando escuchan a The Monkees, Jefferson Airplane, The Beatles, Bob Dylan o la Incredible String Band. Pero es igual, allí lo que verdaderamente importa es la fiesta, el jolgorio permanente y cuando los músicos se quieren poner serios..."¡Ea!...tor mundo a su casa que vamo a ensayá". Desde luego que ensayan y lo que empieza a germinar entonces hace que el mundo se vuelva un torbellino y el mismo ojo del huracán queda muy cerquita del Estadio Sanchez-Pizjuán.
"Pos venga, que no vamo pa Madrí pa grabá un disco, lo q´hemo compuesto esto do úrtimo año". Año 1977; allá se van en el 4 Latas de Kiko, él mismo al volante con Raimundo, Rafalillo y Ricardo Pachón, el productor amigo y conseguidor del reciente contrato firmado con CBS. Llegan a los estudios Audiofilm donde les esperan los de siempre, sus músicos. "El Tacita" a la batería, Pepe Lagares al bajo, "El Manglis" guitarra de apoyo, Noel Mújica a la percusión y los palmeros "El Bizco Eléctrico" y "El Camas" ( a la sazón también cocinero del grupo). El primer día caos total. Las gitanas preparando el pucherete en la misma sala de grabación y a la otra que le da por partir una sandía encima del piano de cola del estudio, y los primos y las primas que han llegado también con su pipirrana. El segundo día, Ricardo Pachón decide que allí no se quede nadie más que los músicos y decide ("¡olé tus huevos!"..., se que piensa en este momento Rabrindanaz) echar sobre una taza de té un par de tripis, y "a currá t´or mundo". En ese segundo día quedan grabados los siete temas que componen el primer disco de Veneno. A la primera toma casi todos ellos, como si fuera en directo. El Ingeniero de Sonido, Luis Miguel González, no da crédito a sus ojos.
El disco, y este pensamiento me llega ya cuando empiezo a despertarme y la tristeza de dejar de soñar Sevilla se apodera de mí, apenas tiene éxito y no se venden inicialmente más allá de 500 copias. (A la fecha de este post ya llevan contabilizados más de 300.000). Un trabajo adelantado a su tiempo y que poca gente comprendió entonces, ("igualito que le pasó al Camarón con su "Leyenda del Tiempo", apunta el bueno de Rabrindanaz). Ya lo dijo al cabo de la grabación uno de los ejecutivos de la CBS: "O este disco es una gigantesca mierda o es una obra genial". La fórmula del más fresco y novedoso tratado práctico de fusión de flamenco y rock. Un disco que rezuma flamenco-rock-blues-psicodelia-funk-punk elevado a una potencia entonces desconocida; fabricado por unos chavales que oscilaban entre los 17 y los 24 años y que, con un desparpajo y genial atolondramiento, parieron el mejor disco de la historia de la música pop en España durante el siglo XX (Rockdelux y EfeEme dixit, no dejo de estar de acuerdo).
La fiesta termina cuando los tres miembros Kiko, Raimundo y Rafalillo deciden terminar con la andadura de Veneno poco después de la grabación. Las obligaciones familiares (hijos incluidos) y la penuria económica hacen que tomen la decisión de dar sus últimos conciertos en la sala Villaroel de Barcelona y, después, vuelta a casa en el mismo 4 L de Kiko. Uno de los palmeros, "El Camas", recordaba como lo único que sacó en limpio de los cinco postreros conciertos en Barcelona fue una caja de frutas que robó en Aranjuez, camino ya de vuelta a Sevilla. Por robar, también tuvieron que vérselas en alguna que otra estación de servicio a falta de montante para el pago....Sigue la tostanera cuando me despierto. Son algo más de las 11 de la noche y preparo un baño de agua tibia. Me empeloto y le pido a Rabrindanaz me sirva un vaso con ginebra bien fría, hielo y una cortecita de lima. Ya sumergido en el agua empiezo a hacer planes para visitar los primeros bares esta misma noche.