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28 jul 2016

LECTURAS DE VERANO I




ALMUDENA GRANDES               "LAS TRES BODAS DE MANOLITA"
Se me ocurrió pensar repentinamente, mientras fregaba una cacerola en la cocina, en aquellas otras labores estrictamente manuales en las que consta que algunos escritores se dedicaban a ellas, además de las propias de su oficio, la escritura. Mientras mis manos sujetaban la cazuela, y deslizaban la esponja empapada en jabón por sus contornos, meditaba por ejemplo sobre las actividades contables de un Miguel de Cervantes, su única mano viva repasando expedientes de decomisos reales y cuentas de pagos, el dibujo técnico de un Juan Benet como Ingeniero de Caminos subrayando en una cuaderna el arco posible de un puente levadizo, las manos en el pincel del poeta Rafael Alberti, en el callado y la honda también las manos del poeta y pastor Miguel Hernández, en las riendas de su caballo, sujetando con su mirada el horizonte infinito de su cortijo, las de Fernando Villalón. Y de tal modo compungido (ante la altura de los personajes comparados) contemplé las mías, sin gracia ninguna restregando un cazo de acero inoxidable, que así sin mayor dilación decidí ponerlas a trabajar en un texto literario que dignificara su oprobio, mejorando si fuera posible la labor y destreza que a ellas tengo de buen natural destinadas.

Se preguntarán algunos lectores interesados la razón de esta introducción sobre la última novela que Almudena Grandes ha dedicado a su serie de los Episodios de una Guerra Interminable, "Las tres bodas de Manolita". Extraña introducción al comentario personal de una novela que, ateniéndose a los cánones más al uso, debería limitarse a citar los datos más relevantes que sirvieran para guiar al posible lector en el tiempo, lugar  y momento de la obra, porque no también dedicarlo a mencionar la cronología que atesorara ya la autora con este su último trabajo en unos Episodios que, de momento, están dando buen resultado de crítica (e imagino también de ventas razonables). Pero no, no fue así. Capricho de una inspiración que es de natural tornadiza, la primera idea que rondó la cabeza de este escriba impostor fueron las manos de Almudena Grandes, y lo que es más curioso, lo que de ellas hicieran tanto la escritora como las protagonistas femeninas de las obras de estos sus antedichos Episodios de una Guerra Interminable.

Desde el principio me quedó claro que la actividad paralela que Inés, la protagonista de la primera obra de los Episodios, "Inés y la alegría", realiza con sus manos es la dedicación a la cocina y la pastelería. El libro está lleno de detalles y referencias a su quehacer gastronómico, labor que sirve al personaje para compensar no pocos momentos de dudas y zozobras. En la segunda novela de la serie, "El lector de Julio Verne", a pesar de ser Nino el principal actor masculino de la obra, son las mujeres de los pueblos y cortijos de la serranía sureña de Jaén las que sostienen la estructura de la narración. Sus trabajos domésticos, tantas veces al borde de la penuria y la resignación, son los que hacen que sus manos y brazos apuntalen la verdadera y más eficaz resistencia, labores que encarnan, como ningunas otras lo pudieran hacer, la propia fortaleza de los vencidos supervivientes. ¿Y qué es lo que le ocurren a las manos de Manolita, la heroína de nuestra entrada de hoy, se preguntarán ustedes? A las suyas nada que no tuviera remedio, a las de su hermana Isabel, intérprete paralela en aquellas secuencias de mayor imageniería visual del libro, les ocurre lamentablemente lo peor.

Isabel Perales, en la ficción hermana de Manolita, es en la realidad una joven adolescente represaliada durante la postguerra y que tuvo a bien relatar a Almudena Grandes la historia de su paso por el colegio bilbaino de los Ángeles Custodios de Zabalbide. Allí se convierte, como muchas otras hijas de republicanos y vencidos encarcelados, en una esclava doméstica a la que obligan a trabajar, sin sueldo siquiera miserable (tampoco sin la mínima educación primaria), lavando con sosa caústica los manteles del Hotel Excelsior y del Teatro Arriaga de la capital vizcaina (primeros años de la década de los 40). Su prolongada actividad en la lavandería del citado colegio, que tiene como loable misión la de redimir con el trabajo de las menores las penas de sus familiares presos, causa en las manos de Isabel secuelas y quemaduras de tal gravedad que obligan a las monjas que dirigen el centro religioso a darla de baja, temporalmente eso sí, en tanto que observen que cualquier leve mejoría pueda servir de razón para volver a las industrias mencionadas. Me imagino, también, que las manos ya deformes de por vida de la Isabel lavandera sirven de nexo de unión con aquellas otras cocineras de Inés en "Inés y la alegría" y con las de aquella Filomena de "El lector de Julio Verne" que recogían a escondidas la pleita y la recova para fabricar el esparto.

Las mujeres y sus actividades manuales conforman de este modo imprevisto el tronco viral por el que discurren los meandros de las tres novelas que componen estos primeros Episodios de una Guerra Interminable. Y la autora Almudena Grandes se sirve de la mera descripción de esas sus labores para sostener en numerosas ocasiones la narración de las tres obras. En el tiempo en que transcurre la acción de ésta "Las tres bodas de Manolita", dilatado desde los prolegómenos de la Guerra Civil española hasta la primera Transición de 1977, las ocupaciones tanto de la protagonista principal como las de una buena cantidad de los personajes femeninos que concurren al coro global de participantes no dejan de ser, por tan obvias, gratificantes. Las colas de las mujeres que en la entrada de la cárcel de Porlier esperan verse con sus familiares presos, las de aquellas que luchan día a día por medio llenar improbablemente una cesta de la compra, las que visitan a las compañeras recientemente viudas después de una nueva saca de fusilados, las que cuidan hasta la desesperación de una familia diezmada, aun solo hermanas mayores pero ya tan pronto madres obligadas, las que aceptan el matrimonio con un recluso previo pago al capellán corrupto de la cárcel, aunque sea fingido, como el de Manolita. A todas ellas homenajea Almudena Grandes en esta novela de mujeres bravas, bizarras, muchas de ellas ejemplo de la mejor resistencia civil en los años más crueles de la postguerra.

Es en esta última novela  de Almudena Grandes donde las raíces galdosianas de sus Episodios Nacionales se (re)encuentran de forma más patente. Hay aquí un Madrid abigarrado de barrios donde pululan gentes dedicadas al comercio al por menor, impresores, modistillas y damas de pupilaje cuanto menos sospechoso. Oficinistas y recaderos, chuletas de esquina, funcionarios, nobles venidos a menos y otros encumbrados en un tiempo de preguerra inmediata, donde los actos de romanticismo revolucionario solo cabían en los salones de algunos aristócratas saciados ya de su propio declive. Se mencionan en muchos pasajes los nombres de las calles de Madrid, la denominación de los comercios, de los tablados y los teatros, los apodos de los miembros de las cuadrillas de chavales que buscan su lugar en una ciudad que muy pronto se va a convertir en objetivo militar de los sublevados, en honorable trinchera para sus defensores.

Unos espacios urbanos que cambian ineludiblemente desde los inicios del conflicto civil hasta la época de la más próxima postguerra. Una ciudad aun palpitante en el comienzo de su resistencia, después masacrada y obligada a humillarse por la propia bota de los militares y falangistas que la ocupan, bendecida por un hálito de hipócrita y vengativa misericordia católica en todo momento. Urbe productiva y celosa de sus mejores escondites durante la guerra, humildemente mísera en las gentes que aguantan como pueden los malos tiempos. Plena de delatores y cuentas pendientes, de nuevos funcionarios victoriosos que crean de la escasez popular nuevas vías de negocio y beneficio personal y perdurable, los menos proclives a la mala conciencia se limitan a construir una nueva estructura del estado donde toda otra visión del mundo y de la vida queda irremediablemente proscrita. El espacio urbano se extiende geográficamente no mucho más lejos de la ciudad y observa con detalle las condiciones de los penados que construyeron la gran ignominia de lo que es el actual Valle de los Caídos, más conocido entonces como Cuelgamuros, sepulcro del ominoso.

En esos lugares y en esos tiempos obtusos se mueven una miríada de personajes que llenan con su presencia la amplia estructura narrativa (la más extensa de las tres novelas con más de 750 paginas) de la obra. Esa cantidad de protagonistas, y de acciones en las que concurren muchos de ellos, obligan al lector a mantener un mínimo de atención y continuidad en la lectura del texto. Cualquier falta de atención o de continuidad lectora obligan al que se sumerge en sus páginas a un esfuerzo supletorio de identificación de personajes y su relación con referencias de capítulos anteriores. Sabedora la escritora de la gran cantidad de actores que aparecen en el relato, y también de la dificultad de seguimiento de las acciones de una buena parte de ellos, facilita al lector un capítulo final donde se exhiben todos y cada uno de ellos organizados por familias, barriadas, celdas carcelarias, cuadrillas de amigos, penales, cloacas del estado y colegios, entre otros. La referencia a otras geografías en esta "Las tres bodas de Manolita", la pirenaica de "Inés y la alegría" y la serrana de "El lector de Julio Verne", da nueva oportunidad para que, otra vez, aparezcan aquellos protagonistas que tuvieron su momento de gloria en las dos últimas novelas mencionadas. De esta manera, también, la autora mantiene el principal argumento temático de sus Episodios de una Guerra Interminable.

Se agradece igualmente, sobre todo por el lector curioso de su tiempo y de la memoria histórica que le tocó vivir más recientemente, el que Almudena Grandes incluya al final del libro una breve crónica periodística de la España real de aquellas épocas. Desde el prólogo de la Guerra Civil de 1939 hasta la primera Transición del año 1977, la autora madrileña sintetiza con acierto breve y no por ello  liviano la historia de un país sumido primero en el oprobio, ilusoriamente redimido después, condenado hoy por decisión de nuestros políticos a la vergüenza de la desmemoria.


15 jul 2016

HALL OF FAME VOL III: OLLIE HALSALL






PATTO                       "ROLL ´EM SMOKE ´EM PUT ANOTHER LINE OUT"
Llevo varias semanas rumiando el sueño del buey dorado, escuchando en profundidades subcutáneas, relajado y demasiado olvidadizo otras, pero escuchando en definitiva, la música etérea generada por uno de los mejores dioses instrumentistas ingleses de todos los tiempos. Y aunque Ollie Halsall es más bien conocido como hombre de música (graetia plena, Juan de Pablos) por su aportación al género como un extraordinario guitarrista, los teclados también fueron en gran medida un instrumento amplia y brillantemente usados por parte de mi amigo y cliente de mi peluquería. Y digo rumiando porque la idea de escribir algo sobre el elegido para esta nueva entrada de nuestra galería HALL OF FAME, me viene persiguiendo sin tregua desde hace meses, me tuvo también parcialmente obseso durante esas horas muertas de la tarde en las que aparentemente no pasa nada. La necesidad de contar mi versión sobre un músico amigo se me antojó obligatoria por múltiples razones. Veamos cuales.

Podría empezar hablando convencionalmente de Ollie y su amplísima historia musical (y también algo corta debido a su prematura desaparición). De sus méritos como instrumentista de guitarra y teclados, vibráfono (su primer introductor en la escena del rock) y batería, bajo y compositor y autor de letras además de productor, también celebrado músico de estudio y por ello muy solicitado. Miembro de bandas conocidas como Timebox, Patto, Boxer, TempestThe Soporifics con Kevin Ayers. En su estancia española con Ramoncín o Radio Futura, supliendo la baja de Enrique Sierra. También participante en otras experiencias más arriesgadas, en el Centipede de Robert Fripp o colaborando con Morgan Fisher en su "Miniatures" (una de las primeras experiencias de la globalización musical) ). Invitado de honor en juergas genuinamente británicas con John Otway o The Rutles (la cara oculta y desbarrada de The Beatles). Pero no voy a hacerlo extensamente, sería demasiado cansino (y largo) caer en una presentación al uso.

Prefiero de momento (a menos que improbablemente cambie de opinión) acercarme a su personalidad más próxima, más de cotilleo, para así facilitar a los numerosos lectores (y lectoras) del semanario "Hola", todos buenos clientes de mi peluquería,  el conocimiento de un artista de andar por el pasillo de casa, tan majo él. Quedamos entonces que Ollie Halsall nace y muere como todo el mundo. Lo hace en Inglaterra, en una ciudad equivocada, un Southport cuyo nombre se desmiente al estar localizada bastante al norte de las islas pero que, afortunadamente, soporta la incongruencia al ser regada por la cercanía de los aromas musicales del Merseyside. Muere en Madrid, en la calle Amargura (cuyo nombre afortunadamente fue cambiado), en un barrio roquero (Carabanchel) y por la tontería de la droga. El caso es que estaba sustituyendo a Enrique Sierra durante gran parte de la grabación y gira posterior del "Veneno en la piel" de Radio Futura. Y picó el anzuelo como un pardillo. Gran parte de la no despreciable suma de dinero que ganó en sus últimos años de vida la malgastó en la tontería de la heroína. ¡Fíjate tú! Otros males de amores propiciaron un bajón que pensó olvidar con la ayuda de la aguja. Ollie murío entonces sin necesidad e inesperadamente, casi ninguno de sus amigos y conocidos se creyó en principio la causa de la muerte de nuestro protagonista.

Digamos que Ollie fue un hombre que prefirió vivir la música como algo lúdico y romántico, de clase social gamberra e impetuosa, se dejó llevar la mayoría de las veces por la inspiración más instantánea, la vivió también como una profesión profundamente seria. Véase por ejemplo cuando recomienda a los miembros de Pa Amb Oli Band (¿lo pillas, lectora ?), el primer grupo mallorquín con quien colaboró, la imperiosa necesidad de llegar sobrios y en perfectas condiciones a los conciertos, cuando él mismo Ollie en más de una ocasión llegaba bastante puesto al evento (sin por ello dejar de cumplir con sus compromisos). Un trabajador autónomo el Ollie (para entendernos con la señá Teresa, que acaba de entrar para pedir hora), donde al reclamo orgánico de la diversión (compañero en muchas de sus bandas de colegas también con antecedentes tabernarios), su estricta profesionalidad británica le conminaba además a progresar hacia la mayor perfección técnica y compositiva posible. Hago mías las palabras que hace muchos años dijera John Halsey, amigo y bateria en Patto y The Rutles: "Puede que Ollie no fuese el mejor guitarrista del mundo, pero ciertamente estaba entre los dos mejores".


Ay Terelu, guapa..., no voy a tener hora hasta mañana, a eso de las 12 del mediodía, pásate entonces, ¿vale cariño?...", bueno a lo que íbamos, decía que si algún músico de entonces pretendiera provocar en la audiencia una sensación de confusión con sus letras (como a menudo sucedía), debería haberse puesto en contacto con Mike Patto, la otra mitad conocida de Ollie Halsall, su hermano gemelo sin serlo. Mike Patto, un cantante con una incomparable voz, semejante a la de un Chris Farlowe, un Chappo Chapman o un Ian Hunter (afilando la navaja antes de afeitar a don Manuel), autor él de numerosas canciones en los que sus mejores versos representaban fielmente a una clase media inglesa que no pasaba más allá del pub, para contrastarlo con las experiencias vividas durante sus largas jornadas en la carretera, de concierto en concierto, por Inglaterra, de país en país, de continente en continente. La coincidencia de Ollie y Mike Patto en los mencionados grupos Timebox, Patto y Boxer, todos ellos sinónimos del mejor rock inglés de la primera mitad de los 70, hace de su mutua experiencia musical algo parecido a lo que poco tiempo antes habían logrado Elton John y Bernie Taupin. Una maldita leucemia se encargaría de cortar por lo insano la prometedora carrera de un Boxer que aspiraba entonces a un cetro más que merecido. Mike Patto moría sin solución de inmortalidad en 1979..., "sin llegar a los cuarenta, pa chasco doña Felisa, ya vé usté..., tan joven" (Me temo que la Felisa no acaba de cogerle el hilo al asunto que nos traemos hoy entre manos). Nace, sin que nadie se percatara entonces, una maldición que persiguió a todos y cada uno de los miembros de Patto. Mike, Ollie, John Halsey y Clive Griffiths (bajista); mueren pronto los primeros y la mala suerte de un gravísimo accidente de tráfico se ceba al poco tiempo con John y Clive.

Y si algún lector o lectora quisiera conocer el lado más glamuroso de Ollie (que también lo tuvo y espero que estos datos que siguen a continuación sirvan para elevar la trempera de las clientas), tendríamos que hablar de su relación con el último aristócrata inglés del rock, su contemporáneo Kevin Ayers. La primera colaboración conocida tuvo lugar en el célebre "June 1, 1974", del mismo Ayers, John Cale, Eno y Nico, un album fundamental en el que Ollie participa en su cara B exclusivamente, y del que me hago pestes por no poseerlo todavía. Un Kevin procedente de unos The Wilde Flowers y Soft Machine (¿acaso existe una genética más exquisita en la música moderna inglesa?), y que recala a finales de los 70 en un Deiá mallorquín, cálido auto-exilio de un artista en explosión creativa, asentado en un típico ambiente de bohemia inglesa, té a las cinco, ginebra y sustancias estimulantes a discreción, el mar Mediterráneo por todas partes, lo contrario de lo que ocurre en la lejana metrópoli, no hay más que ver las fotos playeras del "Quadrophenia" o del "Setting Sons".

Desde la isla de Mallorca vemos a Ollie, (como miembro fijo de The Soporifics, banda entonces estable de Kevin Ayers con el que colabora en muchas de sus obras, desde "The Confessions Of Dc. Dream And Other Stories" de 1974 hasta el "That´s What You Get Babe" de 1980), conectando por primera vez con la escena musical isleña. Las obligaciones con la banda de Kevin le dejan el tiempo suficiente para realizar labores de producción y ser protagonista como multi-instrumentista en numerosas grabaciones de grupos como Pa Amb Oli Band, ...(...en este momento hay más lectoras en la peluquería que prefieren hablar de la última fiesta de Porcelanosa en el castillo de Windsor), The Outer Tunes (banda de existencia paralela a la primera), The Sex Beatles (¿recuerdan las ganas de diversión a la que aludíamos al principio del texto?) o incluso Mainstream Machine, una formación de jazz en la que participa muy ocasionalmente Ollie y que, como guinda de este párrafo, me retrotrae a los comentarios que leí en alguna ocasión del saxofonista Dave Brooks (esporádico participante en algunas grabaciones de Patto), sobre nuestro protagonista. "Ollie toca la guitarra como John Coltrane el saxo, como anticipándose en muchas de las notas que interpreta, dejándolas abiertas, sin culminar, para así lograr un sonido que nunca antes se había escuchado".

La década desde 1981 hasta la muerte de Ollie en 1992 es el tiempo entonces en que nuestro personaje vive y trabaja prácticamente en exclusiva en España, salvo breves y obligadas estancias en varios estudios londinenses o neoyorquinos para grabaciones puntualmente contratadas. Ollie vivé a cuerpo de rey en Deiá, aprovecha para ampliar su abanico artístico comenzando a pintar, la inspiración del ambiente mediterráneo le cambia el color de la piel a un bronceado permanente, también le altera eventualmente el carácter, de una persona suave en el escenario a un entrenador yugoslavo de baloncesto cuando se trata de gestionar sus participaciones en distintos proyectos locales. Seriedad en cualquier colaboración y transferencia de experiencia de los primeros 70 británicos hasta la península ibérica, porque Ollie recala en un país sediento de aprender. Viaja a Madrid ya a principios de la década de los 80. Ramoncin reclama el honor de haber sido el primer mesetario que llama al guitarrista para colaborar en sus albumes "Corta" (1982) y "Ramoncinco " (1984). Radio Futura se sirve de su presencia en "Veneno en la piel" cinco años más tarde. Entre esos finales años de los 80 grupos como Rey Lui, Corcobado y sus Chatarreros, Hombres G, Varsovia, cantantes como Antonio Flores o Tino Casal se benefician de sus proyectos conjuntos con Ollie. Se permite también hacer alguna tontería para el cine, "Sal Gorda"  (Fernando Trueba, 1983) y alguna canción suelta para programas de TVE.

El proyecto más emotivo para Ollie en aquella época fue su participación en CinemasPop, una mezcla de electrónica y pop glam que le permitió demostrar que seguía en plena forma como multi instrumentista. Gana suficiente dinero para permitirse dispendios de todo tipo. Sus parejas se suceden con tanta promiscuidad que, al igual que sus proveedores, no duran lo suficiente para conocerle bien. Y es que Ollie está maquinando algo. La pérdida de su última novia le lleva al límite de la típica depresión, de la que nunca fue causa suficiente el salir como se salió. Sus cenizas están enterradas en Deiá, ignoro si conjuntamente con las de su colega Kevin Ayers, lo que sí recuerdo es la existencia de un par de placas en el cementerio de la localidad. La de Ollie, obra del escultor Michael Kane, se cayó estrepitosamente al poco de instalarla y permanece tal y como quedó, con una gran grieta que la divide y afea. Poco después de su entierro, sus amigos ingleses y mallorquines celebran un concierto homenaje en el pueblo, en el ya famoso Café Sa Fonda. El amigo Ollie ya faena en un mar que no es el suyo de origen, el de Southport recuerden, aquella ciudad equivocada donde nació en 1949 (mojada por los fluidos del Merseyside)

Entre los clientes de la peluquería solo existe uno (y hoy no ha aparecido de momento) que conoce la clásica opinión de los muy seguidores del grupo Patto. No podremos entonces contrastar la opinión que sigue a continuación pero apuesto sin dudar por el "Hold Your Fire" (Vértigo, 1971) si queremos elegir al mejor Ollie guitarrista. Si por el contrario preferimos el Ollie pianista (su instrumento más importante, junto a la guitarra), "Roll ´em, Smoke ´em, Put Another Line Out" (Island, 1972) es la obra aconsejada. Muff Winwood (el hermano feo de Steve) así lo afirmaba entonces. El ex bajista de Spencer Davis Group produce ambos discos y ayuda a introducir a la banda en Island Records, no era para menos siendo entonces un alto ejecutivo del sello londinense. Muff les falla más tarde cuando impide la edición de su último trabajo "Monkey´s Bum" grabado en 1973. El final del rock progresivo es un hecho en esos años donde ya priman Roxy Music y el glam de Bolan y Bowie. Muff decide en consecuencia impedir la progresión natural de la banda, considerando que su estilo no tenía cabida en las nuevas modas musicales. Idiota.

Todos los temas incluidos en este "Roll ´ em, Smoke ´em, Put Another Line Out" son realmente un prodigio de sentimiento roquero y altísima técnica instrumental, incluso la canción que concluye con el disco, una vomitiva "Cap´n ´P´ and The Atto´s (Sea Biscuits parts 1 & 2)", tiene su guasa y razón de ser. Y es que la banda Patto refrendaba su derecho a la libertad compositiva con una boutade típicamente marítima y británica. La guitarra de Ollie en "Loud Green Sound" está considerada por una mayoría de entendidos del género como anticipo y base melódica a seguir en el próximo nacimiento del  punk. El piano introductorio en "Flat Footed Woman" ya sirve a Ollie para avisar a los oyentes de lo que les espera, un album donde los teclados van a prevalecer sobre la guitarra, una especie de revancha del autor ante su imagen mayoritaria de casi exclusivo instrumentista de las seis cuerdas en su querida Gibson SG Standard. También ocasión para afianzarse como partenaire imprescindible de un Mike Patto que compagina con Ollie la composición de la gran mayoría de los temas que forman parte del album. Canciones que hablan con ironía y humor malteado de las experiencias de un personaje real, protagonista de un ambiente que empieza a rechazar el tafetán hippie para cambiarlo por las brillantes lentejuelas del glam; y no a todos les ha servido la prometida libertad sexual de la época, tampoco a nosotros. En la edición española del sello Ariola la censura elimina "Mummy", un tema que nos habla de una madre ataviada exclusivamente con su ropa íntima, y esto aquí no se puede tolerar, faltaría más.

Bandas como Patto y Boxer giran entonces con cierto éxito por USA como teloneros de Joe Cocker y por toda Europa. Alvin Lee de Ten Years After confirmó en Suecia que no había visto una formación mejor en su vida y realiza algunas grabaciones de los conciertos en los que coinciden. Tanto en Tempest, siguiente apuesta de Ollie al salir de Patto, como en Boxer, el Peter John Ollie Halsall de Southport (la ciudad equivocada) está buscando ya una peluquería que no es la suya, la de toda la vida. El contrato con Kevin Ayers y su incorporación a la banda The Soporifics me permite verles en una actuación en directo en el Teatro Monumental de Madrid en la primavera de 1975. A Ollie ya se le empieza a caer el pelo (tenemos tratamiento de espuma cutánea contra la alopecia en nuestra peluquería...) y la forma de su cara se va paulatinamente tornando en un perfil mediterráneo, desnudo, redondo, casi ojival. Un británico tan amante del té y el criket que se quedó para siempre vivo y muerto entre nosotros. La carátula de su último disco en solitario, "Caves", es su postrera aportación conocida a la pintura y a la música.