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28 jul 2016

LECTURAS DE VERANO I




ALMUDENA GRANDES               "LAS TRES BODAS DE MANOLITA"
Se me ocurrió pensar repentinamente, mientras fregaba una cacerola en la cocina, en aquellas otras labores estrictamente manuales en las que consta que algunos escritores se dedicaban a ellas, además de las propias de su oficio, la escritura. Mientras mis manos sujetaban la cazuela, y deslizaban la esponja empapada en jabón por sus contornos, meditaba por ejemplo sobre las actividades contables de un Miguel de Cervantes, su única mano viva repasando expedientes de decomisos reales y cuentas de pagos, el dibujo técnico de un Juan Benet como Ingeniero de Caminos subrayando en una cuaderna el arco posible de un puente levadizo, las manos en el pincel del poeta Rafael Alberti, en el callado y la honda también las manos del poeta y pastor Miguel Hernández, en las riendas de su caballo, sujetando con su mirada el horizonte infinito de su cortijo, las de Fernando Villalón. Y de tal modo compungido (ante la altura de los personajes comparados) contemplé las mías, sin gracia ninguna restregando un cazo de acero inoxidable, que así sin mayor dilación decidí ponerlas a trabajar en un texto literario que dignificara su oprobio, mejorando si fuera posible la labor y destreza que a ellas tengo de buen natural destinadas.

Se preguntarán algunos lectores interesados la razón de esta introducción sobre la última novela que Almudena Grandes ha dedicado a su serie de los Episodios de una Guerra Interminable, "Las tres bodas de Manolita". Extraña introducción al comentario personal de una novela que, ateniéndose a los cánones más al uso, debería limitarse a citar los datos más relevantes que sirvieran para guiar al posible lector en el tiempo, lugar  y momento de la obra, porque no también dedicarlo a mencionar la cronología que atesorara ya la autora con este su último trabajo en unos Episodios que, de momento, están dando buen resultado de crítica (e imagino también de ventas razonables). Pero no, no fue así. Capricho de una inspiración que es de natural tornadiza, la primera idea que rondó la cabeza de este escriba impostor fueron las manos de Almudena Grandes, y lo que es más curioso, lo que de ellas hicieran tanto la escritora como las protagonistas femeninas de las obras de estos sus antedichos Episodios de una Guerra Interminable.

Desde el principio me quedó claro que la actividad paralela que Inés, la protagonista de la primera obra de los Episodios, "Inés y la alegría", realiza con sus manos es la dedicación a la cocina y la pastelería. El libro está lleno de detalles y referencias a su quehacer gastronómico, labor que sirve al personaje para compensar no pocos momentos de dudas y zozobras. En la segunda novela de la serie, "El lector de Julio Verne", a pesar de ser Nino el principal actor masculino de la obra, son las mujeres de los pueblos y cortijos de la serranía sureña de Jaén las que sostienen la estructura de la narración. Sus trabajos domésticos, tantas veces al borde de la penuria y la resignación, son los que hacen que sus manos y brazos apuntalen la verdadera y más eficaz resistencia, labores que encarnan, como ningunas otras lo pudieran hacer, la propia fortaleza de los vencidos supervivientes. ¿Y qué es lo que le ocurren a las manos de Manolita, la heroína de nuestra entrada de hoy, se preguntarán ustedes? A las suyas nada que no tuviera remedio, a las de su hermana Isabel, intérprete paralela en aquellas secuencias de mayor imageniería visual del libro, les ocurre lamentablemente lo peor.

Isabel Perales, en la ficción hermana de Manolita, es en la realidad una joven adolescente represaliada durante la postguerra y que tuvo a bien relatar a Almudena Grandes la historia de su paso por el colegio bilbaino de los Ángeles Custodios de Zabalbide. Allí se convierte, como muchas otras hijas de republicanos y vencidos encarcelados, en una esclava doméstica a la que obligan a trabajar, sin sueldo siquiera miserable (tampoco sin la mínima educación primaria), lavando con sosa caústica los manteles del Hotel Excelsior y del Teatro Arriaga de la capital vizcaina (primeros años de la década de los 40). Su prolongada actividad en la lavandería del citado colegio, que tiene como loable misión la de redimir con el trabajo de las menores las penas de sus familiares presos, causa en las manos de Isabel secuelas y quemaduras de tal gravedad que obligan a las monjas que dirigen el centro religioso a darla de baja, temporalmente eso sí, en tanto que observen que cualquier leve mejoría pueda servir de razón para volver a las industrias mencionadas. Me imagino, también, que las manos ya deformes de por vida de la Isabel lavandera sirven de nexo de unión con aquellas otras cocineras de Inés en "Inés y la alegría" y con las de aquella Filomena de "El lector de Julio Verne" que recogían a escondidas la pleita y la recova para fabricar el esparto.

Las mujeres y sus actividades manuales conforman de este modo imprevisto el tronco viral por el que discurren los meandros de las tres novelas que componen estos primeros Episodios de una Guerra Interminable. Y la autora Almudena Grandes se sirve de la mera descripción de esas sus labores para sostener en numerosas ocasiones la narración de las tres obras. En el tiempo en que transcurre la acción de ésta "Las tres bodas de Manolita", dilatado desde los prolegómenos de la Guerra Civil española hasta la primera Transición de 1977, las ocupaciones tanto de la protagonista principal como las de una buena cantidad de los personajes femeninos que concurren al coro global de participantes no dejan de ser, por tan obvias, gratificantes. Las colas de las mujeres que en la entrada de la cárcel de Porlier esperan verse con sus familiares presos, las de aquellas que luchan día a día por medio llenar improbablemente una cesta de la compra, las que visitan a las compañeras recientemente viudas después de una nueva saca de fusilados, las que cuidan hasta la desesperación de una familia diezmada, aun solo hermanas mayores pero ya tan pronto madres obligadas, las que aceptan el matrimonio con un recluso previo pago al capellán corrupto de la cárcel, aunque sea fingido, como el de Manolita. A todas ellas homenajea Almudena Grandes en esta novela de mujeres bravas, bizarras, muchas de ellas ejemplo de la mejor resistencia civil en los años más crueles de la postguerra.

Es en esta última novela  de Almudena Grandes donde las raíces galdosianas de sus Episodios Nacionales se (re)encuentran de forma más patente. Hay aquí un Madrid abigarrado de barrios donde pululan gentes dedicadas al comercio al por menor, impresores, modistillas y damas de pupilaje cuanto menos sospechoso. Oficinistas y recaderos, chuletas de esquina, funcionarios, nobles venidos a menos y otros encumbrados en un tiempo de preguerra inmediata, donde los actos de romanticismo revolucionario solo cabían en los salones de algunos aristócratas saciados ya de su propio declive. Se mencionan en muchos pasajes los nombres de las calles de Madrid, la denominación de los comercios, de los tablados y los teatros, los apodos de los miembros de las cuadrillas de chavales que buscan su lugar en una ciudad que muy pronto se va a convertir en objetivo militar de los sublevados, en honorable trinchera para sus defensores.

Unos espacios urbanos que cambian ineludiblemente desde los inicios del conflicto civil hasta la época de la más próxima postguerra. Una ciudad aun palpitante en el comienzo de su resistencia, después masacrada y obligada a humillarse por la propia bota de los militares y falangistas que la ocupan, bendecida por un hálito de hipócrita y vengativa misericordia católica en todo momento. Urbe productiva y celosa de sus mejores escondites durante la guerra, humildemente mísera en las gentes que aguantan como pueden los malos tiempos. Plena de delatores y cuentas pendientes, de nuevos funcionarios victoriosos que crean de la escasez popular nuevas vías de negocio y beneficio personal y perdurable, los menos proclives a la mala conciencia se limitan a construir una nueva estructura del estado donde toda otra visión del mundo y de la vida queda irremediablemente proscrita. El espacio urbano se extiende geográficamente no mucho más lejos de la ciudad y observa con detalle las condiciones de los penados que construyeron la gran ignominia de lo que es el actual Valle de los Caídos, más conocido entonces como Cuelgamuros, sepulcro del ominoso.

En esos lugares y en esos tiempos obtusos se mueven una miríada de personajes que llenan con su presencia la amplia estructura narrativa (la más extensa de las tres novelas con más de 750 paginas) de la obra. Esa cantidad de protagonistas, y de acciones en las que concurren muchos de ellos, obligan al lector a mantener un mínimo de atención y continuidad en la lectura del texto. Cualquier falta de atención o de continuidad lectora obligan al que se sumerge en sus páginas a un esfuerzo supletorio de identificación de personajes y su relación con referencias de capítulos anteriores. Sabedora la escritora de la gran cantidad de actores que aparecen en el relato, y también de la dificultad de seguimiento de las acciones de una buena parte de ellos, facilita al lector un capítulo final donde se exhiben todos y cada uno de ellos organizados por familias, barriadas, celdas carcelarias, cuadrillas de amigos, penales, cloacas del estado y colegios, entre otros. La referencia a otras geografías en esta "Las tres bodas de Manolita", la pirenaica de "Inés y la alegría" y la serrana de "El lector de Julio Verne", da nueva oportunidad para que, otra vez, aparezcan aquellos protagonistas que tuvieron su momento de gloria en las dos últimas novelas mencionadas. De esta manera, también, la autora mantiene el principal argumento temático de sus Episodios de una Guerra Interminable.

Se agradece igualmente, sobre todo por el lector curioso de su tiempo y de la memoria histórica que le tocó vivir más recientemente, el que Almudena Grandes incluya al final del libro una breve crónica periodística de la España real de aquellas épocas. Desde el prólogo de la Guerra Civil de 1939 hasta la primera Transición del año 1977, la autora madrileña sintetiza con acierto breve y no por ello  liviano la historia de un país sumido primero en el oprobio, ilusoriamente redimido después, condenado hoy por decisión de nuestros políticos a la vergüenza de la desmemoria.


4 comentarios:

  1. Brillante nexo entre las tres novelas con el pretexto lírico de las manos de las mujeres que en ellas están inmortalizadas.
    Y me salto al último párrafo, de cruda y vergonzante realidad, con decirte que los episodios lamentables acontecidos en aquellos años cuarente en Los Ángeles Custodios, ejemplo de misericordia donde los haya, son prácticamente desconocidos en este Bilbao de uranio desprovisto como toda la nación de memoria y también, de sensibilidad.
    Bravo Javier.
    Un abrazo.

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    1. Nos podrán usurpar el derecho a la memoria, pero nunca la memoria misma. Esta trilogía de Almudena Grandes, que se cierra con ésta su última obra, va por ese camino. Loada sea ella.
      Abrazos,
      JdG

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  2. Excelente novela al igual que las otras de estos Episodios de una guerra interminable. Soy un fan incondicional de Almudena, tanto como escritora como persona. Estoy esperando ya su próxima entrega Mariano en el Bidasoa.
    Salud amigo

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    1. Me han gustado las tres novelas, no sería justo elegir una de ellas sobre el resto. También espero ilusionado la aparición de la cuarta entrega.
      Gracias y saludos,
      JdG

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