JUANJO MESTRE "1050 DISCOS CARDINALES"
Comienzo a escribir entre líneas a las 18:45 de una tarde de domingo, víspera de un fin de año marcado por el desplome generalizado en las cotizaciones bursátiles. Jerry García anuncia a la audiencia del Capitol Theatre de Passaic (Nueva Jersey) la rotura de uno de los auxiliares del kit de la batería, justo después de terminar el cover del "Samson And Delilah". Sigue "Terrapin Station", la extensa live-jam que los seguidores de los Dead amamos especialmente. Apenas he comido. Las tapas de un aperitivo y, vuelta a casa, un rioja y prolongada lectura del periódico. Salgo después a la calle. La temperatura más bien parece la de los partes de tregua en la batalla de Guadalcanal. Un variado conglomerado de parejas, matrimonios jóvenes (empujando cochecitos como atontados), personas mayores cogidas de la mano, jubilados sin rumbo fijo, latinos con gorra navideña de los Nets, pasean. Me siento en la taberna de siempre, en la terraza, a la luz de un eco que es más bien psíquico. Pido a Fran un ron con un par de hielos y una corteza de limón. Comienzo la lectura de un número atrasado de Babelia sobre Manuel Vázquez Montalbán. Una pandilla de treintañeros aparece intempestivamente ocupando el resto de espacio disponible. Ellas dan las gracias a Fran cuando les sirve, ellos elevan la voz para seguir contando chorradas. Siento pisoteada mi intimidad y me levanto. Pago la consumición. Ella me mira apoyada en la barra.
Antes, en una mañana delimitada, acabé de leer "1050 Discos Cardinales" de Juanjo Mestre. Colgué las sábanas de la cama. El "Doledrum" de The La´s seguía martilleando felizmente mi cerebro. Imaginé un escenario en que me quedaba encerrado en el tendedero. Anduve desde entonces buscando la cubierta de un disco en que aparezca esa imagen. Desarrollar una historia parecida a la de "La Cabina" de Antonio Mercero. Me asomo a la ventana de mi habitación. Recuerdo cuantas veces mi hija se chotea ante mis discursos privados, "¿De qué hablas contigo mismo papá?, cuéntame, ¿de qué va la cosa.? Bueno, resulta que en la hilera de enfrente cabrían siete coches bien aparcados en batería y nunca se da esa circunstancia, cada cual aparca como le da la gana". Debo parecerle un tipo de orden. Me gusta el peso específico del libro de Juanjo Mestre, pesa bien, no se escapa por la tangente, se acopla perfectamente al hueco de mi mano herida. Además, su obra se ha ganado el derecho a estar situada muy a mano, cercana a aquellos lugares escogidos en los que siempre hay luz, tabaco y bebida.
Conocí a Juanjo gracias a su blog de música ESPACIO WOODY/JAGGER, allá por 2012. ¿Llovía en Valencia cuando caminaba de noche por una de sus calles y entré en un cine?. "¡Oiga!, no he venido aquí a escucharle a usted roncar!", me enfrenté resueltamente a un tipo sentado a mi izquierda. Si que llovía a cántaros en aquella secuencia en la que la banda sonora de la película "Death Or Alive" interpretaba el "Don´t Bang The Drum" de The Waterboys. Reconozco que sentí algo muy especial. Escuchaba el "This Is The Sea" (Island Rcds. 1985), desde unos años antes y ya desde la primera audición me pareció una obra sísmica, situada en otra dimensión, incluso más allá. Muchos años después Juanjo comentaba la entrada que hice sobre el disco: "...no creo que vibre la ciudad (Valencia) tanto como con la banda de Mike Scott". Desde entonces mi relación con él es la de un conciudadano de bien, compinche fiel y feliz, y se basa fundamentalmente en nuestra común querencia por un disco descomunal, un estremecimiento compartido.
Lo primero que me sorprende de "1050 Discos Cardinales" es su compactación. El libro crece con naturalidad, desde los Prólogos e Introducción iniciales de presentación hasta las últimas páginas del Epílogo y numeración del ejemplar. Es un crecimiento el suyo propiciado por el empleo de adecuada materia orgánica y selectivo proceso de sedimentación, es decir, están los abonos muy al principio, los fermentos encuadrados en los artistas de "Los 50´s" y, ya al final, los protagonistas de la última añada, la del actual 2018. Allí, en los límites perfectamente delimitados por el autor, el lector observa el crecimiento del naranjo, sus explosivo arranque en la década de los 60, su asentamiento vertical en los 70, sus algunos titubeos en la siguiente década (donde, no obstante, aparecen algunos de sus mejores frutos), su fuerte ramificación en los 90, para, ya en este mismo siglo que nos ocupa, asistir a una eclosión frutal que, el patrono de los naranjales no lo quiera, amenaza con romper el cesto de los recolectores. Todo se encuentra alineado y en orden. El diseño de la plantación es el correcto, el tránsito por los rodales adecuado. La poda en su momento. Del riego, elemento fundamental, se encargan el mismo autor y Waterboy Mike Scott, encumbrados profesionales de la cosa. Cristina Benavente diseña el parterre y la floresta.
En el jardín de la urbanización han colocado unos cuantos árboles sintéticos que simulan una ornamentación navideña. Cuando cae la noche brillan sus pequeñas luces blancas. Un ganchillo tejido por diminutas lunas compite con la Diosa Madre. El cableado negro se asemeja a una procesión de babosas. El gato gris grisísimo y los canes merodean a su alrededor sin atreverse a olisquear los enchufes. Son cuadrúpedos y por eso son sabios. En un ambiente más auténtico, menos impostado, conocí personalmente a Juanjo Mestre. Creo recordar que fue en la IV Convención de los Kinks celebrada en el Café Comercial de Madrid, allá por la primavera de 2016. Asistimos después al club El Intruso para ver un concierto, posiblemente de Malcolm Scarpa. Finalizamos la jornada en otro garito donde pinchaba uno de los nuestros. Allí, junto a Juanjo, nos reunimos muchos globeros llegados desde Valencia, Sevilla, Zaragoza, Barcelona, Albacete, Bilbao. Desde entonces todos amigos, hermanados por un imparable caudal de corriente trifásica. Allí vi su cara de naranja peluda por primera vez. Me gustó su pasión, su grado de implicación con la música, el aura mediterránea de su acento.
La segunda sorpresa de este "1050 Discos Cardinales" hace referencia al principal adverbio empleado, el del mismo título. Repaso los distintos significados de cardinal en el Covarrubias y elijo el más conveniente, el 3º: "Y para concluir, las cuatro virtudes morales: Justicia, Fortaleza, Temperancia y Prudencia, llamamos cardinales, porque en ellas, como en quicios principales, se mueven todas las demás. De consideración tan alta hemos de dar una baja tan grande, que no pueda ser más". Ahí, en esa última frase, reside el secreto. No cabe más porque en ese listado de los 1050 están todos los que Juanjo ha elegido como favoritos. Están también los que no se encuentran (o se hallan entre líneas, en las numerosas menciones y referencias que de ellos se hace), pero el autor ha preferido sortearlos con el fin de manejar una base de datos que no acabara convirtiéndose en un álbum de cromos demasiado pesado. Se lo agradecemos, porque si hubiera hecho lo contrario dejarían de ser cardinales para pasar a la consideración de abuso. Todo en su justa medida, como debe ser.
Concluyo. Nos hacen mucha falta autores que publiquen libros sobre nuestra música, que expongan sus trabajos en los estantes de las librerías. Creo que es necesario, además, que provengan de la cantera cada vez más mermada de los blogs musicales, que salgan a la luz, rompiendo si fuera posible, la exclusividad que otros autores ya consagrados ejercen en los medios generalistas del sector. Y así debería ser porque en esa plataforma es donde se se suelen cobijar los autores más comprometidos, más entusiastas. Juanjo Mestre es uno de ellos. Con la publicación de este su "1050 Discos Cardinales" ha dado ya un paso de gigante en su papel de cronista oficial de un acontecimiento cultural sin parangón en los últimos 70 años, el de la música rock.