MOHAMA SAZ "QUEMAR LAS NAVES"
Shalom aleijem
Mi nombre de pila es Habacuc (no
mencionaré mi apellido). Aislado como estaba en averiguaciones auto-impuestas para
olvidar las influencias del mundo exterior, dispuse todo lo necesario para
revisar la teoría del capitán John Symmes. Antes extendí sobre la mesa de roble del gabinete la primera
Carta do Mundo del flamenco Gerardus Mercator. Mi intención era ubicar el
espacio temporal y geográfico en el que presuntamente tenía lugar el último trabajo de
Mohama Saz (“Quemar Las Naves”, Humo, 2020). No transcurrió mucho tiempo (tan
solo los siete minutos en los que transcurre el vídeo del tema homónimo) para caer en la
cuenta de su improbable relación con la estrategia militar de Hernán Cortés al
inicio de la conquista de México.
En todo caso, doy fe de que la luz procedente de
las siete velas iluminaba con absoluta claridad la estancia. Las enormes sombras
de los pilares danzaban voluptuosas sobre las paredes color gas mostaza. Del
antiguo quemador de bronce emanaba un agradable olor a incienso.
Mohama Saz es un grupo de Madrid que anteriormente ha publicado otros tres álbumes: “More Irán” (Influx Rcds,
2015), “Negro Es El Poder” (Humo, 2017) y “Viva El Rey” (Humo, 2018). En alguna
guía internacional (Discogs) se les califica como banda psicodélica, space-rock,
música de vanguardia e, incluso, como “ottoman classical” (sic). En otras, como
la propia bandcamp de la formación, afinan más. Allí (y para esta obra en concreto) hablan de referencias con Los
Chichos y Las Grecas, de Víctor Jara, de krautrock y motorik, del
Anadolu Rock (¿?), también de influencias del cantante, compositor y guitarrista turco Erkin
Koray. Queda debidamente anotado.
Yo me atrevo a afirmar además que su
raíz más atávica podría encontrarse en las Cantigas de Santa María del Rey
Sabio y en el coetáneo influjo de la Escuela de Traductores de Toledo. En el
siglo XIII, cuando las tres culturas autóctonas (cristiana, judía y árabe)
formaban parte de nuestra más añorada y civilizada identidad, los primeros
comentarios de Aristóteles fueron traducidos del árabe al castellano por un
compatriota converso, Juan Hispano. Mohama Saz deberían haber probado entonces de ese bebedizo, gustarían comer en olla de tanta vaca como de carnero,
aderezar el final de la pitanza con algún fruto de palmera datilera.

A la luz de mis averiguaciones
cartográficas puedo igualmente manifestar que la derrota de Mohama Saz en este
“Quemar Las Naves” transitaba por el contaminado Mar Mediterráneo, dirección al estrecho
del Bósforo, atracando en distintos puertos y lugares de la costa, fronteros
todos ellos con el litoral norteafricano y las antiguas planicies troyanas (por
las que el alado Aquiles corría tras Héctor). Antes de seguir advierto al lector que, mientras estaba
absorto en mis averiguaciones, en la pared del gabinete se iban sucediendo imágenes
(más bien debería calificarlas como reflejos de paisajes) que podrían tener alguna conexión con la carga de nuestro navío (un total de siete piezas
grabadas en el nazarí Cortijo de Santa María de la Vega por el reconocido piloto
Carlos Díaz Requena). Aunque algunas de esas representaciones puedan parecer
atrabiliarias, o cuanto menos quedar desdibujadas por el paso del tiempo, me
atrevo a hacer públicos los principales datos de mi investigación.
Nihil Obstat
Comienza la cara A. “De Las Moscas
Del Mercado”. Yo quiero encender mi motor diesel así. Poco me importa que el
tipo de combustible utilizado sea anatema entre los ecologistas del hoy
tuitero. El punteo inicial introduce la llave de contacto en la cerradura, lo
intenta varias veces hasta que la chispa se propaga por la cámara de
combustión. Arrancamos. El empleo del shruti box, un instrumento con
procedencia original del subcontinente indostánico (similar al armonio, para
entendernos), facilita el tipo de atmósfera por la que va a navegar la obra.
En “Quemar Las Naves” los tripulantes elevan suplicantes
los ojos al cielo, alguno de ellos gira con mano diestra el sextante hasta los
45º. El excelente galope de la base rítmica se eleva hasta el sorpasso de la
estela marítima. El empleo del moog ratifica mi opinión sobre el final marca
Soft Machine. En “Migajas”, además de confirmar la derrota oriental, aparecen
altísimas gaviotas con un vuelo algo funky; el allegro andante de la grabación
puede que se encuentre aquí; el “no pasarán, no pasarán…” retiene en la memoria
una emocionante pausa en los arcos del Madrid republicano. Hemos traspasado el
ecuador de la singladura.

“Yorum” comienza simulador, al principio
suena a caravanas avistadas cerca de la costa de la Alejandría de Lawrence
Durrell, su agá envía extrañas señales desde lo alto de una duna. Tiendo a
pensar que el ambiente propiciado por el empleo del sintetizador
nos ofrece otra pista; no hacen falta más capas de instrumentos, cada uno parece ir a
lo suyo hasta lograr una conjunta pieza de exquisita calidad melódica, atmósferas plenas
de cobijos, el estímulo del baile del
vientre agasaja a los invitados del harem. Un emocionante homenaje a la banda
turca Grup Yorum, ferozmente reprimida por el actual gobierno turco de Erdogan, culmina en el coro final. “Soltad Los Perros” es a priori el tema más difícil de calificar. Aunque inicialmente
parezca sonar demasiado académico la irrupción final de la guitarra favorece
uno de los momentos culminantes del disco. Crudo y feliz, el lodos, un fuerte
viento de dirección sudoeste (con alguna influencia Moody Blues) impulsa la
embarcación por los estrechos márgenes de la Galípoli.
Parece que los argonautas echaban de menos alguna patria (¿acaso la grande Grecia del Peloponeso?) pero ya de vuelta a la tierra abundante en conejos, Julio
Anguita desde su minarete en “El Último Califa” se encarga de reconfortarles
con algunos ecos de Triana, con la guitarra de Paco de Lucía, se llegan incluso
a escuchar algunos chispazos del “Telstar” de Joe Meek (aunque en este caso la
influencia del entrañable dirigente comunista pueda quedar en entredicho). En
la celebración de la “Misa Del Pollo” ya se encuentran de regreso, la
embarcación boga por el estuario del Bajo Guadalquivir (tan querido del poeta
y flamencólogo Caballero Bonald), proa hacia las atarazanas de Sevilla. Repaso
ahora algunas notas sueltas del capítulo “El Demonio Majurí” (“El Ritmo
Perdido”, Península 2012) de Santiago Auserón; sus comentarios sobre la
aparición de las jarchas en romance, del zéjel moro como antecedente del
villancico de la tradición popular castellana. En esta pieza (adaptación de
“Misa Del Gallo”, villancico tradicional de Toledo) la Escuela de Traductores recupera el benéfico protagonismo del que antes hablaba.
Los tripulantes de esta singular singladura son veteranos mareantes: Adrián Ceballos (batería), Javier Alonso (Baglama Saz eléctrico,
voz), Sergio Ceballos (bajo, voz), Arturo Pueyo (clarinete, clarinete bajo,
saxo), Rubén Mingo (percusiones) e Iñigo Cabezafuego (teclados, sintetizador y
samplers). El pabellón es de Oscar Rey y Javier Alonso tuvo la última palabra.
Carlos Sardinero acaricia el unicornio de “Dieu Et Mon Droit”
En “Migajas“ aparecen estos versos:
“…Triste verdad / vuelve al corral / roja será / la sangre en el Primark…”
Albarud
Nada mejor que el silencio después de
la deflagración de la pólvora, maguer sea corta su duración.