THE KENT 3 "STORIES OF THE NEW WEST"
Estuve tentado de comenzar este texto con la cita de algún relato de Ignacio Aldecoa pero, según iba trabajando en él, decidí dejar a los favoritos tranquilos en su sitial y no salir de mi barbecho. Por fortuna no está hecha la condición de buen escritor para todos los mortales. Viene esto a cuento porque en algún instante de estos días pasados me vino a la mente aquel inicio de un relato suyo (lo transcribo seguramente sin orden) que hablaba de lo difícil que le resultaba a un cobrador de tranvía sonreír en Madrid en el mes de Julio. El caso era que yo estaba viviendo una situación parecida, si no en la misma escena urbana descrita por el escritor vasco, si en la sensación que entonces me dominaba. Después de un grave accidente de tráfico me encontraba inmovilizado en mi casa, por la fuerza ajeno a ese mundo externo que creía haber recuperado después de tantos meses de confinamiento. Si, he de confesarlo, me costaba sonreír, me costaba comprender también cómo había sucedido todo, incluso si llegué a ser capaz en algún momento de anticiparme al riesgo, de parar y detener el tiempo.
Compruebo consolado cómo en esos estados de desolación los libros no solo acompañan, también curan, restañando unas heridas a veces tan escarpadas como las simas de Igúzquiza. Me ocurrió no hace tanto tiempo con "El cielo protector" de Paul Bowles y lo hace ahora con "Meridiano de sangre" de Cormac McCarthy. En ambas obras el paisaje del desierto, subsahariano y africano en el primero, el del Sonora americano y fronterizo el segundo, sirvió de marco geográfico a dos hechos traumáticos. Los personajes de esos libros vagan sin rumbo aparente, temiendo encontrar en un mundo desconocido la inseguridad del que intentaban escapar. Reconozco ahora que con Bowles yo huía de mí mismo, profundamente avergonzado, con McCarthy me encontré en el mismo punto final, el de las ondas electromagnéticas del dolor.
Resolví entonces sacar fuerzas de flaqueza y escribir un párrafo diario, servirme para ello de cualquier influencia que me pudiera haber llegado durante las interminables horas de reposo y recuperación que me esperaban. Mientras hojeaba el último ejemplar de Rockdelux, el que ponía punto y final a su prolongada trayectoria, me sentí sin apetito, con pocas ganas de hincarle el diente. Nunca he sido devoto de esta publicación musical, tan solo la he seguido en sus resúmenes anuales y en alguna que otra edición dedicada a un artista favorito. Asunto distinto fue cuando me enfrenté a uno de los últimos números de Enlace Funk, revista veterana dedicada al groove funk, jazz, latin, soul... De ahí saqué una gran cantidad de referencias de artistas que se mueven en esa onda, me entretuve en ver sus vídeos, archivarlos en una carpeta ad hoc, creando un listado específico que bautizé como elgorrinocojo. Vi un par de películas de John Ford ("La legión invencible" y "El hombre que mató a Liberty Valance") y otra de Peter Bogdanovich ("Luna de papel"), no me dormí en ninguna de ellas. ¿Qué más...?, desempolvé algunos suplementos domicales atrasados para terminar enfrentándome al mismo cansino discurso de la nueva normalidad. No merece la pena seguir por ese camino, no creo en él.
Mientras suena la tembladera de "Mambo No 666" de Tito Ramírez ("The Kink of Mambo", Antifaz, 2019) hago acopio de las pastillas que ya están empezando a hacer merma en mi castigado estómago. La próxima toma está programada para dentro de algo más de 3 horas, mientras tanto las heridas no dejan de rastrillar su rabia por la piel ennegrecida. Memorizo las llamadas recibidas interesándose por mi estado de salud. Constato que en cada una de ellas he llegado a explicar los acontecimientos con alguna variante más o menos tenebrosa, de aquellas en las que el oyente no quisiera verse ni por asomo envuelto, y me pregunto cual de esas versiones será la verdadera, cual quedará fijada en la memoria como la más cercana al acontecimiento real. Admito que en algunos momentos he llegado a pensar en un resultado fatal. Motivado quizás por la incertidumbre que probablemente provocará en algunos lectores el nombre de esta banda americana, hace días determiné que la segunda obra de The Kent 3 ("Stories of the New West", Super Electro Rcds, 1997) fuese la banda sonora de estos días de rayadura mental.
The Kent 3 se forman en el área de Seattle a principios de la década de los 90. Los cuatro miembros originales graban sus primeros singles en 1994 en el sello Bag of Hammers. "Screaming Youth Fantastic" es su álbum de estreno ese mismo año, un kaleidoscopio acelerado de punk, surf y rock. Grabado en los estudios Wedgewood Manor, fue producido por Jim Collier, personaje preferido en las catacumbas más subterráneas de la ciudad de Seattle. Se suceden a partir de entonces varias salidas y retornos de los miembros del grupo hasta que definitivamente quedan conformados como un trío, Viv Halogen (guitarra y voz), Adam Gremdon (bajo) y Tyler Long (batería). Steve Turner, guitarrista fundador de Mudhoney, los ficha para su sello Super Electro después de asistir a uno de sus conciertos. Para este su segundo trabajo "Stories of the New West" de 1997 acuden a los mismos estudios de Wedgewood Manor y confían en el mismo Jim Collier para las labores de producción.
Escuchando una y otra vez esta segunda obra de The Kent 3 uno tiene la sensación de encontrarse ante una revisión más acelerada, más caústica de Violent Femmes. Temas como los que inician el álbum, "Stories of the New West", "Amateur Motor Race", "International Mod Heights", también los que se suceden durante las etapas medias y final, "Speedball", "By Heading East" y "Mad About The Boy", así lo proclaman. Guitarras de alta tensión telegráfica, percusión con ecos de pasillos oscuros llenos de humedades, voces en el umbral del cortocircuito. Dos instrumentales, "You Can´t Get Rich Like That" y "Strangers (High Fiving in the Streets)", el primero posee el encanto de una toma de ensayo, el segundo, con la aportación del saxo de Matt Grendon, tiene un sonido The Seeds más atractivo. "11th St.Wipeout" suena al post-Creedence que pocos años más tarde popularizaría una banda como Southern Culture on the Skids. "The Scientist", siguiendo con las comparaciones, recuerda mucho a los The Lyres del "How Do You Know" ("Lyres Lyres", New Rose Rcds, 1987). En "Factory Row", el sonido de las guitarras de Viv Halogen acercan el tema al psicobilly de Mike Ness y su Social Distortion. Una última mención para "Soul Commode", el tema más flojo del álbum, intrascendente sin desentonar con la atmósfera general del disco.
"Stories of the New West" no es nada del otro mundo, quiero decir que si este álbum faltara en cualquier colección que se precie no ocurriría nada irreparable. Pero es posible que sea necesaria la conjunción de varios elementos para que este segundo trabajo de The Kent 3 adquiera una nueva dimensión. Las piezas se podrían conjuntar de forma totalmente aleatoria, desde la mención al Taos (Nuevo México) del autoexilado Dennis Hopper, a la fotografía interior del "Sage Advice" (Demos Rcds, 1990) de The Band of Blacky Ranchette, desde los presuntos efectos curativos de las escamas del sapo volterius, hasta la referencia al personaje de Roque Barcia del cantonalismo de Cartagena. Noam Chomsky y su Internacional Progesista Band Orchestra ambientan la espera (con versiones de temas de Blaine L. Reininger) desde un pequeño escenario ubicado en la sala de urgencias de un gran hospital. Nueve horas de estancia en el reducido teatro del mundo mientras Betty, Carlos, Javier, Rubén, Genoveva, Mª de los Ángeles, Gloria, la parte femenina de la familia Murphy, trasegaban sus mil dolores pequeños ante las cámaras de seguridad de la repleta sala de consultas. En muchos de esos instantes vacíos he recordado las canciones de "Stories of the New West", algunos de sus riffs y versos me han servido de compañía, parte de sus ecos han llenado un vacío que a veces se volvía difícilmente soportable. Por todas estas razones, además, me gustan The Kent 3.