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22 nov 2020

¡MARTE ATACA!


THE BOX TOPS                           "CRY LIKE A BABY"
Sopesé detenidamente la situación mientras la bella Angie Rew recitaba aquella enigmática estrofa: “Sosteniendo a todas las criaturas / Que surgen desde mis venas / El mundo es mi matriz” (“Zoroaster´s Prophecy”, Bread, Love And Dreams. “Amaryllis”, Sunbeam Rcds, RE, 2007). Me enfrentaba por entonces a una experiencia que me descolocaba un tanto. Un nuevo viaje, un nuevo trayecto de apenas 200 y pico millas, algo más de 3 horas a través de la Interestatal 40 entre Nashville y Memphis. No dispongo de otro motivo para comentarlo, nada más que el mero hecho de no dejarme caer en la rutina, así que me armé de paciencia y me dispuse a valorar distintas opciones. Al final la que más me satisfizo fue la propuesta de Rudyard Kipling en “El mejor relato del mundo”. Dos protagonistas, uno describe la idea, el otro narra la historia.

Bien, me parece bien, salimos entonces del Nashville de Justin Townes Earle y tomamos directamente la Interestatal 40 hacia Memphis. ¿Estuviste allí antes, no es cierto? Si, cuando hablé del “Hot Buttered Soul” de Isaac Hayes, tengo a mano las notas por si te sirvieran de algo. ¿Consideras conveniente que describa algún dato sobre la misma ruta, su paisaje, alguna de las localidades por las que pasaremos..., Jackson? A ti que te gustan tanto los coches clásicos, allí se encuentra el TV & Car Museum…, no, no sigas, ¿ni siquiera una parada en el Hatchie National Wildlife Refuge?, tampoco. Te noto un poco desganado, además, ahora que recuerdo, habíamos acordado que yo narraría la historia y tengo la impresión que estás coartando mi libertad de expresión. Te soy sincero, la verdad es que tengo muchas ganas de salir del país. ¿Cómo? Si, ya empiezo a estar harto de ver a tanta gente con sobrepeso y gorritas con el “Make America Great Again”. Bueno, ten en cuenta que nos encontramos en pleno “Bible Belt”, la zona más conservadora del país, aquí Trump ha conseguido una media del 60% de los votos en las últimas elecciones. Pues por eso mismo, que les den.

Ignoro si por fin viajamos en algún vehículo alquilado, en autobús, tren o patinete, el caso es que nos encontramos alojados en los April Woods Apartments, en el 262 de Chelsea Avenue. Muy cerca de allí, en el 827 de Thomas Street se encontraba el American Recording Studios. Ahora su espacio lo ocupa un Family Dollar, local parecido a nuestros chinos de todo a un euro. Creados por Chips Moman en 1964, el American North, tal y como se le conocía para distinguirlo de otro estudio similar abierto en la parte este de la ciudad, forma, junto a los estudios Stax y Ardent, una de las referencias obligadas de la música contemporánea americana. Por sus salas de grabación pasaron Elvis Presley, Wilson Pickett, Aretha Franklin, Dusty Springfield, Neil Diamond y nuestros The Box Tops con el Lp que hoy nos ocupa, “Cry Like A Baby” (Bell Rcds, 1968). Producido por Dan Penn, es éste su  primer trabajo de estudio de los dos grabados en ese mismo año; antes, en 1967, se estrenaron con su  The Letter/Neon Rainbow”, una obra creada ex-profeso para acompañar y dar cobijo a su homónimo éxito internacional, número 1 en todas las listas con más de cuatro millones de ejemplares facturados en todo el mundo. Yo tuve ese single.


En el momento de esta grabación, formados por Alex Chilton (voz y guitarra), Bill Cunningham (teclados y bajo), Garey Talley (guitarra solista), Rick Allen (segundo bajista) y Thomas Boggs (batería), The Box Tops provienen de una banda local conocida como The Devilles. ¿Has escuchado la toma alternativa del “Bouncing With Bud” de Fats Navarro?, el tío se comía crudo al mismo Miles Davis, y estamos hablando de cuando pertenecía  al quinteto de Bud Powell, en los años 48-49… A lo que íbamos, no me distraigas, Memphis en los primeros 50 ha acogido a una gran cantidad de población blanca y negra que se establece allí después del boom económico de la II Guerra Mundial. Allí trasladan también sus raíces musicales, el country y el blues, el jazz  y el boogie-woogie. Desde 1949 Dewey Phillips, legendario dj de la emisora local WHBQ, radia todo este tipo de música, además de las primeras grabaciones del sello Sun Records que Sam Phillips crearía poco tiempo después. En Julio de 1954 Dewey Phillips (ningún parentesco con el conocido personaje anteriormente mencionado) emite en las ondas la primera grabación sonora de Elvis Presley, su single de debut, “That´s All Right / Blue Moon Of Kentucky” (Sun 209). 10 años más tarde la British Invasion se extiende por los EEUU como una balsa de aceite, también afecta  a unos adolescentes The Devilles que añaden a sus influencias autóctonas las provenientes de The Beatles, Kinks, Them y Spencer Davis Group.

Debo reconocer que “Cry Like A Baby” puede valer tanto por sus canciones como por el extraordinario brillo de sus arreglos, es más, diría que no son pocos los momentos en los que estos arreglos, especialmente los de cuerda a cargo de Mike Leech, otorgan a este trabajo  un exquisito aroma del mejor blue-eyed soul de Memphis. A ello también contribuyen los músicos de estudio (prodigiosa la sección de vientos) y los coros femeninos que participaron en esta histórica grabación. La atmósfera queda así envuelta en un velo movido por la brisa más soul y pop del Misisipí. Si a ello le añadimos la voz de un Alex Chilton en estado de gracia, - no son pocos los críticos que hablaron de The Box Tops como una formación de blancos sonando como negros, muy en la línea de lo que pocos años antes realizaban los The Righteous Brothers de Phil Spector-, encontraremos aquí un nuevo valor añadido a la obra.

Así las cosas, este “Cry Like A Baby” es una monumental obra de producción de Dan Penn, desde su inicial tema homónimo, compuesto al alimón con Spooner Oldham (y un nuevo éxito masivo en las listas de la época), hasta su final, la versión del conocido “You Keep Me Hanging On” de Holland-Dozier-Holland (sin que llegue a superar el original de Vanilla Fudge, ni a la posterior interpretación de Dionne Warwick con The Supremes, se sostiene en un nivel más que aceptable), el Lp mantiene una encantadora (si, esa es la palabra…) línea melódica. Además de los temas compuestos por Penn & Oldham (“Every Time”, “Fields Of Clover”, “Trouble With Sam” y “727”, este último un delicioso bubblegum marca The Archies con toques psicodélicos), el resto (“Deep In Kentucky”, “I´m The One For You”, “Weeping Analeah”, “Lost” y “Good Morning Dear”) quedan envueltos en una ingenuidad melancólica, un candor enamoradizo, tan alejado  de la Ofensiva del Tet como de la pesadilla de Cielo Drive. El texto en la contraportada de Mark Lindsay, después de alabar la labor de los participantes y el mágico entorno de la ciudad de Memphis (“soul center of music”, así la define), concluye con la palabra “Peace”. No podía ser menos.

Cry Like A Baby” marca el ecuador para la banda de Memphis, en tan solo un año más más (1969) se disolvieron. Otros dos trabajos (“Non-Stop” y “Dimensions”, Bell Rcds, 1968 y 69) precedieron a una desastrosa gira final por Inglaterra. Los músicos, cansados de los manejos de Dan Penn, al utilizar en muchas grabaciones músicos de sesión relegándoles, como instrumentistas (bien dotados), a un segundo plano y, en lo que más afectaba al propio Chilton, impidiendo que pudiera dar rienda suelta a sus propias composiciones (de esa desafección nacerían Big Star), les obligan a tirar por la calle de en medio y buscar otras alternativas en el negocio musical.

Algo se acerca, algo que me recuerda a una de las secuencias de una película (“Mars Attacks!” de Tim Burton), advirtamos además que en un horizonte no tan lejano se observaba una hilera de nubes de polvo anaranjado. Quedémonos aquí, justo en la intersección de Thomas Street y Chelsea Avenue. ¡Qué me aspen!, ¿de verdad quieres permanecer aquí, en esta maldita esquina, nada de visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad, ni Beale Street, ni los estudios de Sun Records, ni Graceland? Nada. ¿Ni tan siquiera acercarte al río, contemplar el fantástico Hernando de Soto Bridge (la frontera natural con la Arkansas de Levon Helm), o el Lorraine Motel para rendir tributo a Martin Luther King?, el edificio del Blues Hall of Fame queda muy cercano.

El caso es que desde lo más profundo del pavimento empezaba a manifestarse claramente una succión de gigantesco embudo industrial, como el áspero bostezo de un desconocido animal a punto de engullirnos, y esas nubes seguían acercándose, ya teníamos prácticamente encima su vapor sofocante. Lo único que en estos momentos acierto a vislumbrar fue una última imagen fugaz, una manada de bisontes acercándose a gran velocidad por Chelsea Avenue, de sus cornamentas descollaban enormes antorchas. A lomos del animal que encabezaba ese tren desbocado, lleno de fuego, grasa y ráfagas de polvo humeante, se encontraba el mismo Alex Chilton, desde el extremo de uno de sus brazos agitaba un Stetson blanco mientras gritaba algo parecido a “¡my baby, she wrote me a letter…!”


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10 nov 2020

ABC MUSICAL: LETRA C



 CABARET VOLTAIRE                         "RED MECCA"

El tiempo vuela, eso decía Julio Cortázar, el tiempo vuela, uno cree que es lunes y ya estamos a jueves. Nada parece ser lo que realmente es, me contemplo frente al espejo (hay ocasiones en que no me atrevo a hacerlo) una mañana tras otra, cepillándome los dientes después de una noche que apenas transcurrió enmascarada en sus costuras negras. La casa también permanece quieta, quiero decir que en mis sueños de la noche no conseguí derruirla, resiste como lo hace la cafetera, las perchas colgadas en la barra del armario y las latas inglesas de tabaco de pipa que mantengo guardadas en cajas de cartón. ¡Qué resignación la suya!, condenadas a quedar ocultas, a no ser nada, y sin quejarse, sin promover ninguna rebelión tipo la de Orwell en su famosa granja.  Algunas veces me da por pensar (bueno, es algo que se me ocurre ahora, no crean que sucede a menudo) que en el silencio del trastero se podría escuchar a Booker T. Jones interpretando en su piano el “Over Easy”, y que (ya puestos) las telarañas serían capaces de recibir cierta vibración de un Memphis, tan verde, tan húmedo, tan cercano entonces.

El caso es que tiendo a ser industrial cuando llueve, no lo puedo evitar. Nada de esas ñoñerías al uso actual del Otoño y sus colores, nada de impresionismo. Me veo felizmente reflejado (el reflejo del espejo de la mañana) en un taller de motocicletas Montesa (o mejor de Bultaco,) todo inundado de ese ambiente de olor de lubricante 2T hollado contra el acero pegajoso de las cajas de cambio. Las paredes desconchadas por las goteras y el abuso gris del humo de los cigarrillos Ducados, una botella de Veterano medio llena en la balda metálica más cercana y los comentarios del lunes siguiente a la jornada de la Liga de Primera División. 


…(al igual que ocurre con un “Parental Advisory” una voz en off pone sobre aviso al lector…),  hagan el favor, damas y caballeros, de no malinterpretar mis palabras pero me alegré el día en que la aviación argentina hundió el destructor británico “HMS Sheffield”. Este hecho de guerra vino a ocurrir en mayo de 1982, más o menos por la misma época en que Cabaret Voltaire decidieron cambiar de rumbo y convertirse en una banda más orientada hacia el éxito comercial. Ellos, tan de Sheffield, tan industriales, supuestamente tan alejados de la moda entonces imperante (pero que intuyen que pronto cambiará de orientación…) deciden lanzarse a la conquista de un nicho del mercado norteamericano, una avanzadilla ibicenca que admitía la mezcla de la incipiente electrónica con el pop y el dance de discoteca. ¿Decisión equivocada? Me pregunto ahora si el juicio fue acertado, porque parece ser que para algunos de sus partidarios más acérrimos a partir de ese momento la ciudad de Sheffield perdió algo más que un destructor.  

De todas las notas tomadas sobre la banda inglesa (mientras me distraigo observando cómo mi pie hinchado va tomando un color de nescafé), las que más han llamado mi atención han sido las referentes a los antecedentes (llamemos) situacionistas de este “Red Mecca” (Rough Trade Rcds, 1981). El incremento del fundamentalismo religioso, la irrupción en el mercado de los tabloides de las bravatas de Ronald Reagan y el ayatolá Jomeini, el fracaso (y la consecuente sensación de frustración nacional) del ejecutivo de Jimmy Carter en la liberación de los rehenes de la embajada en Teherán, la cruelísima guerra entre Irán e Irak, todos estos hechos van creando un caldo de cultivo semejante a las emanaciones de gas-mostaza. Durante la gira del grupo por los Estados Unidos en 1981, en las tediosas habitaciones de los hoteles (no andaban Keith Richards ni Bobby Keys por allí), no es raro que sus miembros se enfrentaran a las arengas religiosas de los tele-predicadores (“Life In The Bush Of Ghosts” de Brian Eno & David Byrne refleja también ese ambiente polarizado), la pegatina “America, Love It Or Leave It”, que muchos conductores hacían visibles en la parte trasera de sus coches pocos años antes, había tomado ya carta de naturaleza.

Reconozco que hasta ahora no había meditado sobre ello, pero no deja de ser sorprendente el que sea una banda de Sheffield (tiendo a imaginar que apenas influida por la sofocante chapucería thatcheriana que tan acertadamente reflejó Ken Loach en “La cuadrilla”), la que recoja de manera más convincente ese clima de ruptura anticipada, de confrontación cultural y religiosa y sepa traducirla en música, y lo haga además respetando su ADN estrictamente urbano, inglés, industrial y lluvioso. 

Ese grito inicial de “A Touch Of Evil”, más que un grito, diría un inquietante quejido desplazándose en un espacio abierto, marca el inicio de lo que este “Red Mecca” llega a significar, una concatenación de sonidos armónicamente robotizados, perfectamente metalizados en su sistema de secuencias sonoras. En “Sly Doubt”, la caja de ritmos, los loops de las cintas programadas (no hará falta decir que el conjunto del álbum se estructura en la sucesión de esa por entonces poco utilizada técnica del cut-up musical) prolongan el ambiente de cadena de montaje en fase de cortocircuito. “Landslide” consigue atrapar al oyente con su ritmo dislocado, la experimentación, perfectamente diseñada en su melodía imposible, alcanza cotas de pesadilla cableada. También en “A Thousand Ways”, culminando la cara A, la entrada, al igual que lo hizo en el primer tema, se recrea en un ambiente misterioso, los coros y la caja de ritmo descabezan las reses transgénicas de un matadero industrial, de nuevo los loops y las cintas otorgan a esta debacle una bellísima imagen de alba enloquecida.

La cara B comienza con “Red Mask” (¡ah!, ¿dónde quedó aquel “Oh, Make Me A Mask” de Dylan Thomas?)…, un ritmo obsesivo galopa a lo largo de la pieza, desde el fondo de la música se observan cómo herméticas columnas de cemento armado bailan alrededor de plateadas balsas de mercurio, todo posee esa alma de fusión nuclear a punto de ebullición. “Split Second Feeling” recoge inicialmente la llamada del latón oxidado, abandonado en grandes cantidades en las cunetas de las carreteras secundarias, su crepuscular brillo renueva la ambición de aquellos zombies que transitan en busca de la Nueva Religión Contaminada. “Black Mask” entra ya de lleno en la llamada del muecín desde el minarete. Créanme que su texto no me conmueve,  tan solo me declaro fanático del tono de su voz, la de un agente de aduanas que intenta poner cierto orden en la fila de los clientes de un supermercado atestado. “Spread The Virus”, ¿qué se puede decir de un título cómo este en estos momentos de Covid-19? Por más que escucho el tema, una y otra vez, solo acierto a contemplar un fuerte viento azotando un cementerio de maquinaria de guerra abandonada. Cierra la ceremonia el reprise final de “A Touch Of Evil”, el crujido en la puerta de la nave industrial anuncia el final de la jornada laboral, los operarios retornan a sus casas, todas iguales, todas enmohecidas por la constante lluvia ácida. Se enciende la luz roja de alarma.


Richard H. Kirk (sintetizadores, guitarra, cuerdas y vientos), Stephen Mallinder (Bajo, voces y percusión) y Christopher R. Watson (programador de voces y cintas) son los miembros de estos sorprendentes Cabaret Voltaire. Formados en Sheffield en 1973 después de asistir a una conferencia de Brian Eno (en la que este se declaraba como "no músico..."), constituyen uno de los embriones de la música electrónica experimental inglesa en los inicios de esa década, entonces tan decantada hacia escenas mucho más alineadas con el rock de base blues y el prog. Ese panorama no les favorece, su decidida apuesta por el alargamiento de la experiencia musical, utilizando inicialmente todos aquellos instrumentos que pudieran facilitar esa idea original, no tendrá reconocimiento hasta que el punk arribe y se consolide en Inglaterra en 1977. Un año después, asimiladas también las influencias del primer kraut alemán (Kraftwerk, Klaus Schulze y Neu! en especial), un contrato con el sello Rough Trade les facilita el camino hacia una audiencia que ya ha asumido la necesidad de ampliar sus referencias musicales. Si a ello añadimos esas líneas paralelas, tantas veces literarias o cinematográficas, que no pocas de las bandas inglesas entonces esgrimían, en el caso de Cabaret Voltaire, la querencia por las enseñanzas de la escuela dadaísta que su propio nombre como banda anticipaba, ya les ubicamos sin problema como uno de los más preclaros ejemplos de la nueva ola post-punk, aquella que sin pudor reclamaba la subida a los cielos de las nuevas corrientes artísticas.

Mi trayectoria con ellos fue de corto alcance, tan solo llega hasta su posterior “The Crackdown” (Virgin Rcds, 1983), un álbum en el que ya no participa Watson y en el que otros dos músicos, Alan Fish y Dave Ball, percusión y teclados, junto a los originales Kirk y Mallinder, orientan su música (ya lo comenté al principio) hacia una versión más moderna, más comercial, acorde con ese entramado electrónico, con toques pop y dance, que se iba abriendo hueco entre las emisoras de radio y las pistas de baile. No importa, aunque sea esa otra historia, otra deriva en la carrera de Cabaret Voltaire (ojo, “The Crackdown” no es un disco menor, su incursión en el electro-funk abrirá las puertas a las inminentes propuestas house y techno de principios de los 90), podemos asegurar que afortunadamente ya llueve sobre mojado. Las gotas puntean los teclados en la cornisa metálica, ese sonido se repite sin tregua durante el transcurso de una madrugada mucho más húmeda que otras anteriores. Acostumbrados a la canalla de un sol casi perenne no deja de convertirse en un reconfortante alivio.