29 nov 2020
22 nov 2020
¡MARTE ATACA!
Debo reconocer
que “Cry Like A Baby” puede valer tanto por sus canciones como por el extraordinario
brillo de sus arreglos, es más, diría que no son pocos los momentos en los que
estos arreglos, especialmente los de cuerda a cargo de Mike Leech, otorgan a
este trabajo un exquisito aroma del
mejor blue-eyed soul de Memphis. A ello también contribuyen los músicos de estudio
(prodigiosa la sección de vientos) y los coros femeninos que participaron en
esta histórica grabación. La atmósfera queda así envuelta en un velo movido por
la brisa más soul y pop del Misisipí. Si a ello le añadimos la voz de un Alex
Chilton en estado de gracia, - no son pocos los críticos que hablaron de The
Box Tops como una formación de blancos sonando como negros, muy en la línea de
lo que pocos años antes realizaban los The Righteous Brothers de Phil Spector-,
encontraremos aquí un nuevo valor añadido a la obra.
Así las cosas, este “Cry Like A Baby” es una monumental obra de producción de Dan Penn, desde su inicial tema homónimo, compuesto al alimón con Spooner Oldham (y un nuevo éxito masivo en las listas de la época), hasta su final, la versión del conocido “You Keep Me Hanging On” de Holland-Dozier-Holland (sin que llegue a superar el original de Vanilla Fudge, ni a la posterior interpretación de Dionne Warwick con The Supremes, se sostiene en un nivel más que aceptable), el Lp mantiene una encantadora (si, esa es la palabra…) línea melódica. Además de los temas compuestos por Penn & Oldham (“Every Time”, “Fields Of Clover”, “Trouble With Sam” y “727”, este último un delicioso bubblegum marca The Archies con toques psicodélicos), el resto (“Deep In Kentucky”, “I´m The One For You”, “Weeping Analeah”, “Lost” y “Good Morning Dear”) quedan envueltos en una ingenuidad melancólica, un candor enamoradizo, tan alejado de la Ofensiva del Tet como de la pesadilla de Cielo Drive. El texto en la contraportada de Mark Lindsay, después de alabar la labor de los participantes y el mágico entorno de la ciudad de Memphis (“soul center of music”, así la define), concluye con la palabra “Peace”. No podía ser menos.
“Cry Like A Baby” marca el ecuador para la banda de Memphis, en tan solo un año más más (1969) se disolvieron. Otros dos trabajos (“Non-Stop” y “Dimensions”, Bell Rcds, 1968 y 69) precedieron a una desastrosa gira final por Inglaterra. Los músicos, cansados de los manejos de Dan Penn, al utilizar en muchas grabaciones músicos de sesión relegándoles, como instrumentistas (bien dotados), a un segundo plano y, en lo que más afectaba al propio Chilton, impidiendo que pudiera dar rienda suelta a sus propias composiciones (de esa desafección nacerían Big Star), les obligan a tirar por la calle de en medio y buscar otras alternativas en el negocio musical.
Algo se acerca, algo que me recuerda a una de las secuencias de una película (“Mars Attacks!” de Tim Burton), advirtamos además que en un horizonte no tan lejano se observaba una hilera de nubes de polvo anaranjado. Quedémonos aquí, justo en la intersección de Thomas Street y Chelsea Avenue. ¡Qué me aspen!, ¿de verdad quieres permanecer aquí, en esta maldita esquina, nada de visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad, ni Beale Street, ni los estudios de Sun Records, ni Graceland? Nada. ¿Ni tan siquiera acercarte al río, contemplar el fantástico Hernando de Soto Bridge (la frontera natural con la Arkansas de Levon Helm), o el Lorraine Motel para rendir tributo a Martin Luther King?, el edificio del Blues Hall of Fame queda muy cercano.
El caso es que desde lo más profundo del pavimento empezaba a manifestarse claramente una succión de gigantesco embudo industrial, como el áspero bostezo de un desconocido animal a punto de engullirnos, y esas nubes seguían acercándose, ya teníamos
prácticamente encima su vapor sofocante. Lo único que en estos momentos acierto a vislumbrar fue una última imagen fugaz,
una manada de bisontes acercándose a gran velocidad por Chelsea Avenue, de sus cornamentas descollaban enormes antorchas. A lomos del animal que encabezaba ese tren desbocado, lleno de
fuego, grasa y ráfagas de polvo humeante, se encontraba el mismo Alex Chilton, desde el extremo de uno de sus brazos
agitaba un Stetson blanco mientras gritaba algo parecido a “¡my baby,
she wrote me a letter…!”
10 nov 2020
ABC MUSICAL: LETRA C
CABARET VOLTAIRE "RED MECCA"
El tiempo vuela, eso decía Julio
Cortázar, el tiempo vuela, uno cree que es lunes y ya estamos a jueves. Nada parece ser lo que
realmente es, me contemplo frente al espejo (hay ocasiones en que no me atrevo
a hacerlo) una mañana tras otra, cepillándome los dientes después de una noche que
apenas transcurrió enmascarada en sus costuras negras. La casa también
permanece quieta, quiero decir que en mis sueños de la noche no conseguí
derruirla, resiste como lo hace la cafetera, las perchas colgadas en la barra
del armario y las latas inglesas de tabaco de pipa que mantengo guardadas en
cajas de cartón. ¡Qué resignación la suya!, condenadas a quedar ocultas, a no
ser nada, y sin quejarse, sin promover ninguna rebelión tipo la de Orwell en su
famosa granja. Algunas veces me da por
pensar (bueno, es algo que se me ocurre ahora, no crean que sucede a menudo)
que en el silencio del trastero se podría escuchar a Booker T. Jones
interpretando en su piano el “Over Easy”,
y que (ya puestos) las telarañas serían capaces de recibir cierta vibración de un Memphis, tan verde, tan húmedo, tan cercano entonces.
El caso es que tiendo a ser
industrial cuando llueve, no lo puedo evitar. Nada de esas ñoñerías al uso actual
del Otoño y sus colores, nada de impresionismo. Me veo felizmente reflejado (el
reflejo del espejo de la mañana) en un taller de motocicletas Montesa (o mejor de
Bultaco,) todo inundado de ese ambiente de olor de lubricante 2T hollado contra
el acero pegajoso de las cajas de cambio. Las paredes desconchadas por las
goteras y el abuso gris del humo de los cigarrillos Ducados, una botella de
Veterano medio llena en la balda metálica más cercana y los comentarios del
lunes siguiente a la jornada de la Liga de Primera División.
…(al igual que ocurre con un “Parental Advisory” una voz en off pone sobre aviso al lector…), hagan el favor, damas y caballeros, de no malinterpretar mis palabras pero me alegré el día en que la aviación argentina hundió el destructor británico “HMS Sheffield”. Este hecho de guerra vino a ocurrir en mayo de 1982, más o menos por la misma época en que Cabaret Voltaire decidieron cambiar de rumbo y convertirse en una banda más orientada hacia el éxito comercial. Ellos, tan de Sheffield, tan industriales, supuestamente tan alejados de la moda entonces imperante (pero que intuyen que pronto cambiará de orientación…) deciden lanzarse a la conquista de un nicho del mercado norteamericano, una avanzadilla ibicenca que admitía la mezcla de la incipiente electrónica con el pop y el dance de discoteca. ¿Decisión equivocada? Me pregunto ahora si el juicio fue acertado, porque parece ser que para algunos de sus partidarios más acérrimos a partir de ese momento la ciudad de Sheffield perdió algo más que un destructor.
De todas las notas tomadas sobre la
banda inglesa (mientras me distraigo observando cómo mi pie hinchado va tomando
un color de nescafé), las que más han llamado mi atención han sido las
referentes a los antecedentes (llamemos) situacionistas de este “Red Mecca” (Rough Trade Rcds, 1981). El
incremento del fundamentalismo religioso, la irrupción en el mercado de los
tabloides de las bravatas de Ronald Reagan y el ayatolá Jomeini, el fracaso (y
la consecuente sensación de frustración nacional) del ejecutivo de Jimmy Carter
en la liberación de los rehenes de la embajada en Teherán, la cruelísima guerra
entre Irán e Irak, todos estos hechos van creando un caldo de cultivo semejante
a las emanaciones de gas-mostaza. Durante la gira del grupo por los Estados
Unidos en 1981, en las tediosas habitaciones de los hoteles (no andaban Keith
Richards ni Bobby Keys por allí), no es raro que sus miembros se enfrentaran a
las arengas religiosas de los tele-predicadores (“Life In The Bush Of Ghosts” de Brian Eno & David Byrne refleja
también ese ambiente polarizado), la pegatina “America, Love It Or Leave It”, que muchos conductores hacían
visibles en la parte trasera de sus coches pocos años antes, había tomado ya
carta de naturaleza.
Reconozco que hasta ahora no había
meditado sobre ello, pero no deja de ser sorprendente el que sea una banda de Sheffield
(tiendo a imaginar que apenas influida por la sofocante chapucería thatcheriana que tan acertadamente
reflejó Ken Loach en “La cuadrilla”),
la que recoja de manera más convincente ese clima de ruptura anticipada, de confrontación
cultural y religiosa y sepa traducirla en música, y lo haga además respetando
su ADN estrictamente urbano, inglés, industrial y lluvioso.
Ese grito inicial de “A Touch Of Evil”, más que un grito, diría un inquietante quejido desplazándose en un espacio abierto, marca el inicio de lo que este “Red Mecca” llega a significar, una concatenación de sonidos armónicamente robotizados, perfectamente metalizados en su sistema de secuencias sonoras. En “Sly Doubt”, la caja de ritmos, los loops de las cintas programadas (no hará falta decir que el conjunto del álbum se estructura en la sucesión de esa por entonces poco utilizada técnica del cut-up musical) prolongan el ambiente de cadena de montaje en fase de cortocircuito. “Landslide” consigue atrapar al oyente con su ritmo dislocado, la experimentación, perfectamente diseñada en su melodía imposible, alcanza cotas de pesadilla cableada. También en “A Thousand Ways”, culminando la cara A, la entrada, al igual que lo hizo en el primer tema, se recrea en un ambiente misterioso, los coros y la caja de ritmo descabezan las reses transgénicas de un matadero industrial, de nuevo los loops y las cintas otorgan a esta debacle una bellísima imagen de alba enloquecida.
La cara B comienza con “Red Mask” (¡ah!, ¿dónde quedó aquel “Oh, Make Me A Mask” de Dylan Thomas?)…,
un ritmo obsesivo galopa a lo largo de la pieza, desde el fondo de la música se
observan cómo herméticas columnas de cemento armado bailan alrededor de plateadas balsas de mercurio, todo posee esa alma de fusión nuclear a punto de ebullición.
“Split Second Feeling” recoge
inicialmente la llamada del latón oxidado, abandonado en grandes cantidades en
las cunetas de las carreteras secundarias, su crepuscular brillo renueva la
ambición de aquellos zombies que transitan en busca de la Nueva Religión
Contaminada. “Black Mask” entra ya de
lleno en la llamada del muecín desde el minarete. Créanme que su texto no me
conmueve, tan solo me declaro fanático
del tono de su voz, la de un agente de aduanas que intenta poner cierto orden
en la fila de los clientes de un supermercado atestado. “Spread The Virus”, ¿qué se puede decir de un título cómo este en
estos momentos de Covid-19? Por más que escucho el tema, una y otra vez, solo acierto
a contemplar un fuerte viento azotando un cementerio de maquinaria de guerra
abandonada. Cierra la ceremonia el reprise final de “A Touch Of Evil”, el crujido en la puerta de la nave industrial
anuncia el final de la jornada laboral, los operarios retornan a sus casas,
todas iguales, todas enmohecidas por la constante lluvia ácida. Se enciende la
luz roja de alarma.
Richard H. Kirk (sintetizadores, guitarra, cuerdas y vientos), Stephen Mallinder (Bajo, voces y percusión) y Christopher R. Watson (programador de voces y cintas) son los miembros de estos sorprendentes Cabaret Voltaire. Formados en Sheffield en 1973 después de asistir a una conferencia de Brian Eno (en la que este se declaraba como "no músico..."), constituyen uno de los embriones de la música electrónica experimental inglesa en los inicios de esa década, entonces tan decantada hacia escenas mucho más alineadas con el rock de base blues y el prog. Ese panorama no les favorece, su decidida apuesta por el alargamiento de la experiencia musical, utilizando inicialmente todos aquellos instrumentos que pudieran facilitar esa idea original, no tendrá reconocimiento hasta que el punk arribe y se consolide en Inglaterra en 1977. Un año después, asimiladas también las influencias del primer kraut alemán (Kraftwerk, Klaus Schulze y Neu! en especial), un contrato con el sello Rough Trade les facilita el camino hacia una audiencia que ya ha asumido la necesidad de ampliar sus referencias musicales. Si a ello añadimos esas líneas paralelas, tantas veces literarias o cinematográficas, que no pocas de las bandas inglesas entonces esgrimían, en el caso de Cabaret Voltaire, la querencia por las enseñanzas de la escuela dadaísta que su propio nombre como banda anticipaba, ya les ubicamos sin problema como uno de los más preclaros ejemplos de la nueva ola post-punk, aquella que sin pudor reclamaba la subida a los cielos de las nuevas corrientes artísticas.
Mi trayectoria con ellos fue de corto
alcance, tan solo llega hasta su posterior “The
Crackdown” (Virgin Rcds, 1983), un álbum en el que ya no participa Watson y
en el que otros dos músicos, Alan Fish y Dave Ball, percusión y teclados, junto
a los originales Kirk y Mallinder, orientan su música (ya lo comenté al
principio) hacia una versión más moderna, más comercial, acorde con ese
entramado electrónico, con toques pop y dance, que se iba abriendo hueco entre
las emisoras de radio y las pistas de baile. No importa, aunque sea esa otra
historia, otra deriva en la carrera de Cabaret Voltaire (ojo, “The Crackdown” no es
un disco menor, su incursión en el electro-funk abrirá las puertas a las inminentes propuestas house y techno de principios de los 90), podemos
asegurar que afortunadamente ya llueve sobre mojado. Las gotas puntean los
teclados en la cornisa metálica, ese sonido se repite sin tregua durante el
transcurso de una madrugada mucho más húmeda que otras anteriores. Acostumbrados
a la canalla de un sol casi perenne no deja de convertirse en un reconfortante alivio.