ERNST JÜNGER "SOBRE LOS ACANTILADOS DE MÁRMOL"
Existe un breve estertor en el sueño que se asemeja al eco final producido por la tecla de un piano. Esa resonancia que antecede momentáneamente al silencio primero de la mañana, cuando salimos de un sueño de magia y nos enfrentamos a la realidad metálica de la historia inconclusa de cada jornada. Esa somnolencia que nos deja la noche pasada, si apenas podemos recordar su narcosis bañada en brumas, quisiera que permaneciera durante todo el día, y andar por la casa como un espectro, atravesar las paredes sin esfuerzo aparente y llegar hasta el otro lado del espejo. Ser como el vuelo primero de la cortina que recibe el aire y elevarme con él hasta el techo de la estancia. Hablar con el secreto de la madera del piso, de los muebles viejos, de la lámpara apagada seis o siete horas antes y preguntarla, si es que aun lo recuerda, cómo me contempló su luz cenital antes de dormir. Adentrarme en esa pequeña muerte que propicia la oscuridad para resucitar antes del amanecer, como si ya el sueño fuera la única y exacta realidad a la que juego.
Leer, más que leer, vivir en el silencio de las páginas de "Sobre los acantilados de mármol" de Ernst Jünger, hora a hora, día a día, apenas una semana, es como la lenta caída en un abismo de luz. Cada palabra, cada frase, las imágenes poderosas que propugnan sus distintos escenarios, el mismo relato semejante a una sutil pesadilla, envuelve al lector haciéndole partícipe de la misma historia que otros, como él antes y como él después, volverán a vivir. Geografías simbólicas donde los grandes y fértiles valles mantienen, sin aparente esfuerzo climático, el resplandor de la vida plena; acantilados de frontera en los que refulge una pátina de fulgor dorado; desde sus cimas divisándose las tierras bajas de pastoreo, con sus viejos árboles y dioses tallados y, al otro lado, distanciados apenas por unos enigmáticos territorios flanqueados por turbas, ciénagas y juncales, el bosque..., y el Guardabosque Mayor.
La vieja crónica, no por ello desgastada en su terrible significado, de la lucha entre el bien y el mal. Un Bien cuyos protagonistas, de acuerdo con la propia necesidad de la narración, se nos muestran frecuentemente como elementos convencionales, al uso de sus propias labores campesinas las más de las veces, otras como guías guerreros y espirituales de una comunidad que lucha por evitar la propagación de la tiranía. Un Mal, prodigiosamente descrito en el libro, que parte con la ventaja del secular miedo anclado en el corazón de todos los hombres, también de la necesidad arbitraria de un orden que haga desaparecer cualquier atisbo de diferencia.
Junto a ellos, y sin duda como pieza más sugerente de la novela, un cúmulo de intérpretes no humanos, animales y espacios de abrumador misterio, botánica teológica y lengua y palabras de sentido y significados crípticos. Dogos de Cuba y lebreles de infantería, víboras lanceoladas y águilas primigenias; nieblas y fuegos redentores, aves incendiadas, orquídeas de perfil invencible, espejos paralizadores, jeroglíficos en las grietas, pieles humanas sin vida, de cera transparente. Sueño y espíritu como antítesis a la violencia descarnada; parálisis e inmovilidad ante el máximo fragor de la batalla, todo sumido en una niebla que anega las tierras bajas y sube, como remolinos premonitorios, hasta las cumbres de los acantilados, último altar donde un sacerdote moribundo oficiara la salvación redentora.
Ernst Jünger (1895-1998), paradigma de la Kultur germánica del siglo XX, quiso con esta obra, escrita a finales de 1939, oponerse al despótico régimen político que Hitler y sus secuaces nazis instauraron en su país. Sus premoniciones, en cuanto a las consecuencias que su totalitarismo ideológico y su militarismo genocida supusieron para el resto del mundo, se encuentran como símbolos patentes a lo largo de la novela. Los primeros y más sagaces lectores de la obra presintieron que las escenas narradas iban mucho más allá de un mero relato y, cuando ya finalizada la conflagración mundial en 1945, contemplaron la inmensa plenitud de la destrucción, las devastadoras consecuencias de la derrota de todos, constataron cómo sus temores y sospechas se habían hecho lamentablemente realidad.
Jamás imaginé, antes de enfrentarme al libro, a Jünger como un escritor de ciencia ficción. La lectura de esta obra bien podría alinearle en la corriente del "1984" de George Orwell, en cuanto a la denuncia y premonición de la barbarie que la ideología tiránica puede imponer a los hombres. Pero ahora, todavía al ascua del calor de sus páginas, me atrevo a considerar al autor alemán, por lo menos en este colosal trabajo, como arquetipo de la mejor novela del género, aunque solo haya sido una la que le pueda encumbrar a ese privilegiado tabernáculo.