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27 sept 2020

BIRD




CHARLIE PARKER                         "AT STORYVILLE"
Con o sin razón decidí escribir sobre Bird el pasado 29 de Agosto, se cumplía en esa fecha el centenario de su nacimiento. Más que el hito conmemorativo me impulsó a ello el ambiente jazzístico generado durante la prolongada duración de "The Regulator" (The Dream Syndicate ,"The Universe Inside", Anti, 2020), un tema de más de 20 minutos (algo inusual en la obra de la banda californiana) en el que el saxo de Marcus Tenney sobrevolaba una flora alucinada. Sentía como si alguien me empujara hacia una ruta desviada del camino, ¡hey!, allá en la esquina te espera el caliente poso hundido en la taza de té. Todo era perfecto porque ni siquiera estaba sucediendo. Misterios. Cruzar la frontera bordeando las cicatrices del altar, las modelos del mes de Agosto aun permanecían colgadas en el calendario del garaje. Saqué los discos de la balda, desempolvé los libros, mientras miraba al vacío buscando el influjo de la amoxicilina encontré un poema repleto de agujeros, hablaba de huir del rostro, apegadizo a mi oído más capaz (el izquierdo), pretendiendo así que entendiera mejor su mensaje. Escucha detenidamente las baquetas de Matt Chamberlain golpeando el tambor en "Crossing The Rubicon" (Bob Dylan, "Rough And Rowdy Ways", Columbia, 2020), me dijo, observa cómo levantan el vuelo los pájaros allá lejos, en las posadas del aire.

La tarea de contemplarse reflejado en las paredes todas las mañanas, la tarea de abrirse hueco entre la gelatina desordenada a la que llaman mundo, cada mañana enfrentarse con el hombre fingido, con la satisfacción del funcionario que se conforma con la perfección de los detalles inútiles, la misma mujer al lado, la insoportable nimiedad al abrocharse los botones de la camisa, las llamadas a deshora de las compañías telefónicas, utilizar las tenazas para apretar una tuerca que ya está cansada de girar sobre el mismo eje, correr una vez más las cortinas para evitar la abrumadora presencia de la luz, invocar la sal cegadora que alumbró la última república del ahogado.

Kerouac comentaba lo mucho que le satisfacía el modo en el que la gente hispana en la costa oeste pronunciaba la palabra "L.A."; hablaba entonces, cuando se dirigía desde Bakersfield (la concentración de una fuerte inmigración de braceros hizo de esa población una de las cunas del country-outlaw) hacia Los Ángeles de cómo "una pena infinita atenazó mi corazón , lo hace cada vez que veo a una mujer a la que amo instantáneamente y que viaja en dirección opuesta". Diez años antes  Parker y Dizzy Gillespie mostraron en esa ciudad de cangrejos dorados su revolucionaria concepción del jazz, pero ahora nos encontramos en la capital mejicana donde el escritor se ha refugiado para componer su "Mexico City Blues". Influenciado por Bird, al que considera profeta de la libertad budista expresada musicalmente, Kerouac se vale del intercambio entre líneas corales como estructura narrativa, la cadencia atormentada del blues inspira unos haikus poderosamente introvertidos, "Me levanté y me vestí / y salí fuera y yací / después morí y fui enterrado / en un ataúd en la tierra / Todo es aun perfecto / porque está vacío". Música, poesía y movimiento.

La grabación de este directo "Charlie Parker At Storyville" (Blue Note Rcds, 1988) se realiza en dos momentos muy concretos, el primero en Marzo de 1953, el segundo seis meses después. En Marzo Bird acude desde Nueva York a Boston en solitario y le acompañan en el escenario Bernie Griggs (contrabajo), Roy Haynes (veterano en otras grabaciones de Parker, a la batería) y el prometedor pianista tejano Red Garland (a tan solo dos años de convertirse en prestigioso miembro del Miles Davis Quintet). En Septiembre trae consigo al batería Kenny Clarke y se rodea de músicos de la escena local, Jimmy Woode al bajo, Herb Pomeroy a la trompeta y Sir Charles Thompson al piano. Ambos directos forman parte de una programación radiofónica emitida en las noches de los sábados por la cadena WHDH, la voz de su alma mater, John McLellan, realiza las elegantes presentaciones de rigor. 

Bajo a la ciudad, aquella que (parodiando a Quevedo) "está el lugar en tal condición que a él hemos de ir por fuerza y salir por voluntad" mientras voy escuchando los primeros temas correspondientes a la grabación de Marzo, "Moose The Mooche", "I´ll Walk Alone", "Ornithology" y "Out Of Nowhere". Siguiendo las recomendaciones de algunos críticos entendidos intento no fijarme tanto en las encrespadas notas del saxo de Bird y concentrarme más en el puro ritmo de las composiciones. Debo reconocer que apenas lo consigo. En "Moose The Mooche" (parece que era este el alias de su proveedor en los años de Los Ángeles junto a Dizzy) y "Ornithology" es prácticamente imposible no quedar de primeras subyugado por esa elevación tan brillante, las notas alcanzan cotas impredecibles de tan altas, planean a una endiablada velocidad. El inicio de "I´ll Walk Alone" busca la quietud rítmica para, al poco rato, desbocarse de nuevo, la digitalización de Bird deja instantáneamente atrás las hazañas de las falanges hoplitas. Algo semejante ocurre en "Out Of Nowhere", la base rítmica comienza con cierto sosiego para dar enseguida entrada a los sortilegios de Parker, el excelente piano de Garland aquieta de nuevo la composición facilitando, esta vez con algo más de éxito, el encuentro con el ritmo buscado.

Releo a Julio Cortázar en "La vuelta al piano de Thelonius Monk" ("La vuelta al día en ochenta mundos", Tomo II, Siglo XXI de España Editores, 1972) y subrayo aquel párrafo en el que comenta cómo Monk (otro de los campeones del bebop) se sentaba al piano en el Victoria Hall de Ginebra mientras toda la sala se sienta con él, y habla del oso rodeado de tres sombras como espigas, sus dedos van resbalando por el piano al igual que sucede ahora con los goznes de esa memoria de donde intento desempolvar las primeras influencias literarias que me descubrían el jazz, una música que consideraba entonces semejante a aquellas alas de poesía aun por escribir, ese poema lleno de agujeros que tenía que ir llenando con el paso del tiempo. "El jazz, esa música de mierda hecha para estudiantes" (Lennon dixit), se convirtió entonces en una permanente noche de estrellas, algo a lo que fácilmente podía recurrir un adolescente que comenzaba su andadura como monigote de la diosa fortuna. La obra de Pilar Peyrats Lasuén, "Jazzuela, Julio Cortázar y el jazz", un libreto con CD editado por la misma autora en 1999, resume la libertad creativa del escritor argentino a la hora de dar a conocer sus sentimientos sobre  el jazz.

Si en la sesión de Marzo es el piano de Red Garland el que destaca, en la grabación de Septiembre el quinteto de acompañamiento alcanza bastante  más protagonismo. La base rítmica de de Kenny Clarke y Jimmy Woode parece como si otorgara más esqueleto a los temas; además, tanto la trompeta de Herb Pomeroy (la gran estrella de esta segunda grabación) como el piano de Sir Charles Thompson, enriquecen las melodías sin recargarlas en exceso. En las dos composiciones propias de Parker, "Now´s The Time" y "Cool Blues" y en el resto del tracklist, "Don´t Blame Me", "Dancing On The Ceiling", "Cool Blues" y "Groovin´High" (esta última compuesta por Dizzy Gillespie), la atmósfera es más sosegada, Charlie adopta una postura más cómoda, dejando que sus acompañantes destaquen en sus intervenciones. Quizás es en la parte final del "Cool Blues", cuando Bird cierra el puente, y en la primera y última parte de "Groovin´High", en los instantes en los que marca la pauta a seguir por sus acompañantes y concluye su intervención, cuando encontramos al artista más dispuesto a estampar su sello de inigualable calidad y genio interpretativo.


La contribución de Charlie Parker en el nacimiento oficial del bebop en 1945 fue fundamental, el jazz pasó de centrarse en las grandes bandas para pasar el testigo a los intérpretes individuales; intento aun recuperarme de la impresión causada cuando leí en un artículo sobre una poetisa una frase que disertaba sobre la "ucronía eglógica del paisaje" (sic); rememoro a San Juan de la Cruz en su "En el vuelo quedé falto / Más el amor fue tan alto / Que le di a la caza alcance" cada vez que admiro la velocidad dc sus improvisaciones; suena ahora el "Lament 1 ´Birds Lament´", homenaje que el artista hobo Moondog hizo a Bird ("The Viking Of The Sixth Avenue", Honest Jones Rcds, 2004), una pieza que se eleva en mil pedazos según transcurre en sus apenas dos minutos; Bird le otorgó al blues otra lírica, creando para ello innumerables nuevas melodías; esta entrada iba a comenzar con un plano en picado de Bird encaramado en los tejados del Reno Club de Kansas City escuchando a la banda de Count Basie con Lester Young como figura invitada; también contribuyó a crear un idioma propio para los músicos y artistas afroamericanos; el camarero blanco, retratado detrás de la barra en la portada del "We Insist!, Max Roach´s Freedom Now Suit", sabe bien de lo que hablo; la aguja cae sobre el "Birdland" del "Heavy Weather" (Weather Report, CBS,Rcds, 1977), blanco y negro resultante del feliz matrimonio entre el jazz moderno y lo que en los años 50 se definía como música pop, (esclarecedor texto de Phil Schaap en "Charlie Parker With Strings: Alternate Takes", RE Mercury Rcds, 2019).


A Adriana.

10 sept 2020

EL ROCK Y LAS CIUDADES XIV: NASHVILLE, 2ª PARTE.



JUSTIN TOWNES EARLE. "THE SAINT OF LOST CAUSES"
Estaba hecho un auténtico adefesio, así que decidí aprovechar la tarde y pasar a limpio algunas notas arrinconadas en mi teléfono móvil, mientras lo hago suena "Time Is Never On Our Side" de Steve Earle & The Dukes ("Ghosts of West Virginia", New*West Rcds, 2020). Queda suspendida en el ambiente una sensación de tierras baldías, de tiempo perdido, waste lands, wasted times, una suerte del "April is the Cruelest Month..." de T. E. Eliot revisitado, pero no, no funciona del todo así, declaro llanamente que buscaba a tientas la botella de verdejo de Ramón Bilbao. "The mornin´ that the world began / God reached out and closed His hand / And when it opened up again / A moment vanished in the wind". Amanecí poco después de que pasara el camión de la basura, era aun noche cerrada cuando abrí el libro por la página 176, hablaba allí de las enormes pérdidas al naipe del rey Felipe III. La decisión de regresar a Nashville se presentó inesperadamente frente al espejo del cuarto de baño, ¿ocurrió antes de quedarme colgado frente a un tubo de pasta dentrífica?. La fotografía del inset del "No More Heroes" de The Stranglers (United Artists, 1979) muestra a la banda sobre un escenario de cloroformo mentolado, Hugh Cornwell y Jean-Jacques Burnell señalan con el compás de sus piernas abiertas el extraño significado de la masonería inglesa, la base rítmica (tan celebrada en este grupo) galopa en "I Feel Like A Wog", así es como observo el mundo hoy: "I feel like a wog / Got all the dirt shitty jobs".

Viajo a Nashville desde Chicago por 41 dólares, "hey Joe, a dead ringer!", los aun pocos transeúntes me contemplan bostezar desde las ventanas del Greyhound. Voy con la intención de organizar un Second Line en homenaje a JTE. Si, ahora lo puedo decir sin rubor, aun me emociona recordar aquellas galopadas de mi hija Marta por las suaves colinas de Hampstead Heath, volaba como la cometa de cien colores que todavía resguardo entre los pliegues rojizos de la vena disecada. Mientras me recreo en ese pensamiento, la Interestatal 65-S extendía su leve manto sobre un cuerpo dispuesto a dormitar las 9 horas del trayecto.

Hablaba antes de las notas medio olvidadas en mi teléfono móvil, un confuso maremagnum de ideas dispersas que igual mencionan frases sueltas de lecturas recientes, datos estadísticos de los playoffs de la NBA o bosquejos sobre futuras entradas en el blog. Cualquier comentario podría valer, desde los apuntes tomados sobre un libro de fotografías de Dennis Hopper ("Photographs, 1961-1967", Taschen 2018) hasta las hojas cuidadosamente dobladas del número de septiembre de Mojo, una nueva vuelta de tuerca sobre un Bowie ya eterno. El disco del mes en esa publicación inglesa lo dedican a Fontaines D.C., un combo al que estoy seguro me unen innumerables pintas de Guinness; en su última obra "A Hero´s Death" (Partisan Rcds, 2020), Carlos O´Connell, uno de sus miembros, se presenta voluntario, lo hace como el músico que pretendió unir Madrid (donde nació) con el Dublín del escritor irlandés Brendan Behan, un hobo que trabajaba disciplinadamente desde las 7 de la mañana hasta las 12 en punto, hora en que abrían los pubs de la ciudad.

Estaba diciembre de 2007 casi vencido cuando celebré los 50 años de la publicación del "On The Road" (Penguin Books, 1973) de Jack Kerouac; conduje por la N-IV camino de Cádiz, sin apenas dinero, son aquellas últimas luces de un motel de carretera en Manzanares las que aun brillan esta noche, mientras bordeábamos Indianápolis, en el cuarto de baño del motel aun se reconocía el fuerte olor de lejía, las huellas de mosquitos aplastados contra las paredes de la habitación aun mantenían sus cicatrices. Confieso que se trataba entonces de una huida con billete de ida y vuelta. Aquel viaje fue totalmente opuesto al de hoy, me muevo por una América en la que el supuesto mensaje anti-patriótico del "Monster" de Steppenwolf (Stateside Rcds, 1969): "the police force is watching the people / and the people just can´t understand", sigue teniendo vigencia.

Mientras la banda de John Kay se diluye entre un magma de teclados y latidos del añorado be-bop, a mitad de camino entre Louisville y Nashville, el Greyhound entra en la Rest Area de Munfordville; pago con tarjeta en el Woody´s Lounge para comer unos tacos de pollo al curry, las casas y edificios de los alrededores muestran profusión de banderas americanas. Peer Gynt afirmaba que cantar es entrar en nosotros mismos, así que el ro-ro-ro de los auriculares sigue hablando por mí. Entran en escena The Gun Club ("Miami", Sympathy for the Record Industry, 1982) y el pasillo del autobús se queda repentinamente estrecho. A golpe de run through the jungle, Jeffrey Lee Pierce aúlla emulando a un Elvis Presley remezclado en la hormigonera de los Million Dollar Quartet. Alguien parecido a Johnny Cash lanza al aire una cáscara de plátano, intento esquivarlo con cuidado, evitando el doloroso click de la nuca girando hacia la izquierda. Ya entramos en Nashville, me apeo en el 706 de Church Street, justo enfrente del conocido Highway 65 Records, un pitbull blanco me mira amenazador desde el zaguán del local.

Nashville apenas ha cambiado desde nuestro último viaje en marzo de 2018, cuando homenajeábamos a The Byrds y su "Sweet Heart of The Rodeo". Visitamos entonces los Columbia Studios, el Ryman Auditorium y el Country Music Hall of Fame, así que decido no acercarme de nuevo por esos lugares. Pido habitación en el mismo hotel de entonces, el Indigo Nashville de Union St., desde mi habitación en el piso 13 saludo a la vieja serpiente verdosa del Cumberland River. Decido volver a Church St. para dirigirme al meollo musical de la ciudad, el famoso Music Row. Atraído por el nombre entro en un local cercano, el Barcelona Wine Bar, pido unos champiñones a la plancha y unas patatas bravas, las copas de vino están por las nubes de modo que me conformo con una sangría bien fría. Por 25 dólares diría que he comido bastante bien, felicito a la camarera que me atendió, una estudiante nicaragüense con ojos de gata a la que intento impresionar con mi acento claramente castellano. Bajo después caminando por la 17th Avenue South y bordeo la Belmont Mansion para llegar al 3100 del Belmont Blvd., en tal lugar, en los famosos Sound Emporium Studios, grabó JTE en abril de 2019 su última obra, este "The Saint Of Lost Causes".

Si el "Harlem River Blues" es un disco que tiene a Nueva York como escenario principal, es la ciudad natal de JTE la que representa el protagonismo urbano en esta ocasión. Pero es un protagonismo compartido, Nashville se refleja en los textos del "The Saint Of Lost Causes" para extenderse hacia otras latitudes, Los Ángeles, Memphis, Flint City, Alameda, Cincinnati, Morgantown, Nueva York, Nueva Orleans, Wilmington. Los paisajes de la América metropolitana y rural, las autopistas, las vías férreas, los ríos navegables, las áreas de servicio, los caminos polvorientos se ofrecen a la visión del espectador enmarcados en una naturaleza exterior, a veces rica y variada, inmensas planicies, bellas tormentas en dirección suroeste, otras envenenada por la contaminación ambiental y la crudeza humana del entorno observado por el propio autor. Y entre toda esta escenografía cambiante, la música de "The Saint Of Lost Causes" propicia su escucha desde dentro, como si un poderoso pálpito arrullara al oyente, meciéndole en una visión cosmogónica de ojos rasgados. Es en ese ambiente donde la lírica, algunas veces pareciera autobiográfica, muestra al oyente los fantasmas del autor, sus frustadas relaciones familiares, sus adicciones, la innata soledad del ser humano, la codicia de la clase política, la maldad implícita de los hombres de negocios, la injusticia. El mismo título del disco, en definitiva, no deja de ser una apuesta por la redención, un envite que quedó definitivamente malogrado el pasado 20 de agosto.

No hablaré de "The Saint Of Lost Causes" sin mencionar antes a Chris Isaak (una clara referencia de estilo en buena parte del disco), el inicio de este primer tema homónimo cautivará a los seguidores del autor de "Silvertone" (Warner Bros. Rcds, 1985); en "Ain´t Got No Money" predomina un crudo stomper de barrelhouse amenizado por una armónica que ensancha su cadencia. "Mornings In Memphis" sigue por el sendero de Chris Isaak, bien entendido que la voz de JTE es claramente inferior en alcance melódico. Cierra la primera cara "Don´t Drink The Water", un corrido bluesero de impecable ejecución rítmica. Abre la segunda cara "Frightened By The Sound", la herencia isaakiana permanece aquí de nuevo, aderezada con un toque a lo Orbison, para dar entrada a uno de los momentos álgidos del disco, "Flint City Shake It", un blues saltarín amenizado por un endiablado estallido rockabilly, los coros consiguen que la estructura llamada-respuesta alcance magníficas cotas melódicas. "Over Alameda" marca el ecuador de la obra. El pedal-steel adquiere si cabe mayor protagonismo, los teclados refuerzan su tonalidad melancólica.

"Pacific Northwestern Blues" es otro de los momentos estelares, un swing definitivo, escuela Commander Cody, trota entre carriles de espuma hawaiana. En "Appalachian Nightmare" JTE renueva el country-folk de Woody Guthrie y Merle Haggard, el desarrollo de la canción se acomoda perfectamente con la secuencia cinematográfica de un texto claramente outlaw. En "Say Baby" (otro de los ochomiles de este disco) el blues primario de Son House brilla con luz propia, la armónica recoge el legado del "King Biscuit Time" de Sonny Boy Willianson, oro en polvo del mejor paisaje de Arkansas. Mr. Isaak vuelve a la palestra en "Ahi Esta Mi Nina" (sin acentos ni tilde que valga) y en el tema que cierra el disco, "Talking To Myself". En ambos el artista de Nashville se desliza por una pendiente de spoken-word (en realidad su voz, a veces demasiado plana, circunda esta atmósfera durante buena parte de la obra), orillada por luminosos efectos de pedal-steel, el americana-sound vuelve a reconvertirse en futuro de celeste bóveda.

Del anteriormente comentado "Harlem River Blues" repiten Adam Bednarik (producción y bajo eléctrico) y Paul Niehaus a la guitarra y pedal-steel. Joe V. McMahan, un guitarrista de Louisiana educado en la escuela de Dr. John, Professor Longhair y B.B. King (es además productor del último trabajo de una leyenda del Nashville-Dylan-Sound, Charlie McCoy, miembro destacado también de Area Code 615), participa llevando la batuta guitarrera durante toda la grabación. Le siguen Cory Younts, armonicista y teclados (procedente, al igual que Paul Niehaus, de los siempre recomendables Old Crow Medicine Show) y Jon Radford, a la batería y percusión (escuela Kenny Buttrey, Hal Blaine, Jim Gordon, Charlie Watts). Jon es un oriundo del estado de Tennessee, reconocido por su estilo conciso, en esta grabación sus baquetas revolotean en los platos como las avispas alrededor de las flores de lavanda. Con él he quedado en el Tootsie´s Orchid Lounge del Lower Broadway, una zona donde predominan los mejores garitos de música en directo de Nashville. Esta noche actuará con su grupo Steelism, una formación instrumental que representa lo más atrevido de la escena actual en la ciudad (la multipropuesta artística de Brian Eno, las composiciones de Ennio Morricone, la fuerza de Booker T & The MGs y The Ventures). La banda cuenta además con John Estes, antiguo bajista de unos Deer Tick de los que, poco a poco, me voy convirtiendo en ferviente seguidor.