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25 ago 2016

LECTURAS DE VERANO II





JUAN MARSÉ                             "ESA PUTA TAN DISTINGUIDA"
Tenía pensado escribir sobre un libro, literatura en definitiva, aparentemente labor tan sencilla, un arte el de la crítica literaria de los que muy pocos alcanzan previo conocimiento o aprovechan experiencia, si otro cantar fuera porque la cosa se tuerce.., [y es que Keith Moon acaba de desprender la bola del mundo con su solo de batería en "The Rock" ("Quadrophenia", Track Records, 1973) mientras Roger Daltrey aúlla un "Love Reign O´er Me" que sabe a todo lo bueno que queda por venir del verano del 16, y así ya me dirán ustedes quien es el valiente que se pueda centrar]. El cumpleaños de un amigo me sirve de lanzadera para una segunda salida andante del blog en este terrorífico mes de Agosto, mal le haya allá donde hubo incendio, peor en Galicia, no tanto afortunadamente en Cantabria y Asturias por donde este aficionado anduvo semanas atrás. [Intento desempolvar un disco en el que voy pensando los últimos días, "Songs Of Love And Hate" de Leonard Cohen y no puedo, no me dejo, hay algo que me lo impide, una ausencia inhóspita en el estómago, falta de riego medular y presencia de piedras negras. Quiero en este momento dedicar el "Come Get To This", (Marvin Gaye. "Let´s Get It On", Tamla, 1973) a todas las mujeres con las que he cruzado en mi vida algún pensamiento lascivo] No, como ven no hay manera de enfocar la atención hacia lo que originariamente querría expresar a ustedes.


Juan Marsé es un tipo de Barcelona que archiva en su memoria gran parte de la historia reciente de la ciudad y que además escribe en castellano, y también por eso arrostra un merecido reconocimiento al otro lado del río Ebro. Para situarnos, una Barcelona durante los últimos años de la década de los 40, aquella urbe subyugada tan ignominiosamente durante la postguerra y que daba pena verla, con lo que fue. Una Barcelona de incipientes nois callejeros, adictos a las aceras de los cines de sesión contínua ya en los primeros años 50, ávidos observadores ellos de unas carteleras que eran el único asomo a un mundo tan distinto al suyo, alejados de una realidad mezquina y grisácea, aunque las sardanas, menos mal, se siguieran bailando en la Plaza de Cataluña..Además de las calles y de las aceras, también las terrazas de la ciudad como protagonistas de la novela. Muchas de las escenas de la novela-película (trampantojo, así la define el autor) se desarrollan en la terraza del domicilio del escritor-guionista. Retrata entonces (con la brevedad de apenas 235 páginas) una ciudad a fuerza descorchada por la derrota pero tampoco plenamente rendida, da la impresión que aún queda un asomo de dignidad en su propia geografía urbana, en sus calles, en sus barrios y en sus meublés (Taller de Arte y Confección Madame Petit, maravillosa representación de la lucha por la vida elevada a la supervivencia erótica), en sus esquinas mojadas y en sus habitantes en definitiva.

Siguiendo un antiguo sortilegio, convencido que alguna pista me dará sobre la novela, abro el libro por la página 69 al momento de comprarlo y leo:  ..."-Es que allí estaba Encarnita, una puta ciega que vivía en mi calle...-¿Ha dicho ciega?". Al cabo del poco tiempo, cuando recién ya había terminado de leerla, descubrí que en ese brevísimo diálogo se encontraba la verdadera esencia de la novela, aunque para mi mayor encomio de lector avezado (no me duelen prendas al reconocerlo) ya lo venía venir, templado, como estaba, por los soplos de las tardes norteñas. Ni tan siquiera las ensoñaciones montañesas de un Jose Mª Pereda (al que debía homenaje por mi estancia santanderina) ni de Don Miguel de Cervantes (del que seguía disfrutando en mi tercera lectura del "Quijote"), me confundieron sobre una trama de la que cualquier lector atento desconfiaría. No señor Marsé, "leoncitos a mí, no" (1), su protagonista no podía hacerme creer que escribía un guión cinematográfico mientras que usted, el verdadero autor-personaje del lenguaje del libro, se desvivía por escribir una auténtica novela. Ya nos lo advirtió en una de sus páginas, "no es lo mismo ser un excelente escritor que un buen novelista".

El nivel pretendidamente bajo de guión cinematográfico que intenta adueñarse del texto, a salvo la inteligente y lograda balanza que la voz de Felisa otorga a la estructura narrativa, el ama y cocinera del piso que comparte durante el verano con el autor, la esposa con los niños fuera de vacaciones (en la Costa Brava seguramente, imposible de todas todas en algún pueblo del Alto Aragón acompañando a otro barcelonés ilustre) (2), los güisquis y las entrevistas con el asesino confeso (el guión va sobre un crimen) pueden quedar bien como pegamento de la novela. No. Sea en definitiva que un escritor que no parece inicialmente muy convencido de aceptar el encargo que recibe (escribir treinta y cinco años después de ocurrido el guión de una película sin poder elegir libremente el modus operandi)  finalmente entre en el juego.." 13).- "Si, por dinero", pero si aceptamos entonces esta minusvaloración narrativa ¿dónde queda aquél escalofrío medular del que Nabokov hablaba?..., ¿dónde el testimonio final, dónde Dickens

Este "13).- Si, por dinero" viene ahora a colación porque forma parte de las cuarenta y ocho respuestas que recoge una encuesta inicial contenida en las primeras seis páginas de la novela, verdadera guía de la personalidad del autor y del secreto de la misma, también valiente prólogo estilístico. El texto restante es pura ingeniería de novelista, aquel oficiante que de un pretendido esqueleto de cartón piedra (el propio guión de encargo), del que no se libran la simplicidad discursiva de los sucesivos interrogatorios con el asesino, tampoco las dudas del autor en las estrategias a seguir a la hora de escribir el texto (el irónico final aceptando la manipulación de la capital del Reino, una derrota más) crea una obra que mezcla un atrevido, por poco usual, andamiaje donde lo fílmico se da la mano con lo intrínsicamente literario. La imagen de la escena final recurre fácilmente a la despedida de "Casablanca".

No leo a Marsé desde unos lejanísimos días universitarios en los que en mis manos cayó su novela "Si Te Dicen Que Caí" (editada en México en 1973 al estar entonces prohibida por la censura franquista). A pesar de lo poquísimo leído del autor catalán le considero una de las grandes figuras de la literatura en castellano actual. Hay en la novela multitud de palabras sueltas, frases y acepciones literarias (y alguna licencia poética...) de un exquisito gusto, y que denotan una riqueza y manejo de vocabulario que en pocos escritores españoles he encontrado...(ya me perdonarán el atrevimiento, pero desde Eduardo Mendoza, Luis Martín-Santos, Ignacio Aldecoa, Rafael Schez. Ferlosio o Juan Benet no voy al paso que marca la literatura nacional, salvo la Almudena Grandes de ahora mismo, y esto últimamente como amor de pensionista). Y he de admitir que no es solamente el oficio lo que admiro en el Marsé escritor, percibo también en su método una querencia por la aventura estilística, por la puja contra lo clásico, desechando la concepción convencional de la trama y la tipología más manida de los personajes. Se escucha nítida en "En esa puta tan distinguida" el teclear de la máquina de escribir (estamos en el año 1982, cuando todavía los ordenadores no habían asomado por la puerta), el olor de tabaco y el soplar del güisqui en cantidades apropiadas, los diálogos acertados de tan sencillos, expresiones de la calle, la química de los celuloides, los informes policiales que huelen a Falange Española, pitos y broncas en el patio de butacas, silencios, miradas y gestos faciales, incluso una ausencia de acción muy bien llevada entre capítulo y capítulo.

No dejen de leer esta novela si tienen oportunidad de hacerlo. La edición de Lumen es cuidada a pesar de la mejorable calidad del papel. Terminé de leerla en Santander el pasado día 12 mientras observaba entre línea y línea a mi mujer durmiendo la siesta. Al lado de su cama un espejo reflejaba mi figura desde una lejanía que me parecía simpática. Flotaba en el cuarto una luz espectral, aquella que solo aparece a la mitad de las tardes en Agosto. Pensaba hacer una mera referencia a esta última novela de Juan Marsé en una entrada que la incluyera con otras tantas obras leídas en lo que va de verano (las más queridas del año literario, las que más perduran en la memoria). No la haría justicia si así lo hiciera. La paz que expresaba la cara dormida de mi esposa- niña bien se merecía este intento.


(1) "Don Quijote de la Mancha", 2ª parte, cap XVII.
(2) Joan Manuel Serrat





10 ago 2016

DON QUIJOTE EN DETROIT



SRC                                 "SRC"
Tengo a los cuatro miembros de Television instalados desde hace algún tiempo en el salva pantallas de mi ordenador, mirándome de forma acusadora, me atrevería a decir, desde una calle del Village neoyorquino, como si increparan la falta de acción en este blog de mis penares. La pose urbana y medio relajada de la banda, enfrentándose desde una sucia esquina cualquiera a un observador que no deja de estar enamorado por su imagen en blanco y negro, es de tal quietud que pareciera sinónimo de la inmovilidad propia del autor, aquella que atenaza supuestamente su mente creativa. Y parece suceder que en estas últimas semanas de julio y primeras de agosto gran parte de la pereza del escritor se haya concentrado entre sus extremidades superiores, aunque para no acrecentar más su mayor escarnio debo decir que su actividad lectora, de intensa y fructífera escucha musical e incluso, ¡quién lo iba a decir de una persona de secano!, las largas jornadas pasadas junto al césped de la piscina han ocupado una buena parte de su actividad diurna. No todo han sido siestas ni ver las Olimpiadas por televisión, de hecho, y así de paso elevo honradamente la calidad de ocio del autor, ningún trato ha habido a deshora con Morfeo, ni los anillos olímpicos han llamado tampoco en mínima medida la atención del dueño de la casa.

El caso es que hacia finales de Junio, cuando iluso programé las actividades del blog para el mes de Julio, planeé en la segunda semana de dicho mes una entrada dedicada al grupo SRC, una banda del área de Ann Arbor y, por lo tanto, devota del sonido y ambiente del mejor Detroit de los últimos años 60. Debo decir para mi descargo, y espero que ello sirva de ejemplo a la juventud que con tanta pasión sigue mis entradas, que la dejadez en la publicación del texto no se vio mermada por la falta de escucha continuada de su primer albúm homónimo, todo lo contrario, sus surcos han recorrido la aguja del plato un día y otro también desde aquellas fechas y, como consecuencia de ello, una especie de ansiosa necesidad de hacer públicas mis impresiones se iba apoderando de mí sin solución posible. Las jornadas iban pasando y el autor, algo avergonzado por el retraso, buscaba en algunos momentos un hilo argumental que diera pie a una entrada digna de la casa, ya saben, de esas incoherentes de las que me voy sirviendo últimamente.

Y la idea surgió mientras leía la última novela de Juan Marsé, "Esa Puta Tan Distinguida" (Edit. Lumen, Barcelona, 2016). En una de sus citas al comienzo de la obra aparece una frase de mi querido amigo G.K. Chesterton: que dice así: "Hemos descubierto la verdad, y la verdad no tiene sentido" ("El candor del padre Brown"), y sigue otra joyita encontrada casi por azar en la página 140: "...estás preparando al lector para algo que no le vas a dar, me dije, cuando te gustaría prepararle para darle algo que no espera..., aunque tú mismo ignoras qué podría ser"


¿A quién le importa por lo tanto la historia de SRC, acrónimo de la Scott Richard Case"? ¿Hay alguien por ahí interesado en los antecedentes musicales de los miembros de la banda?. Y si ligo estas preguntas con algo tan querido en esta casa como el sonido blanco del Detroit de 1967, ¿conseguiría el autor que algún aficionado a la música dejara de fruncir el ceño y siguiera leyendo la entrada? Y como dicen los abogados en las vistas orales de los juicios, ¿no es más cierto que el posible lector de blogs, imputado por  la comprensiva indolencia veraniega de estos días, haya buscado más la visión y el recreo de una tetas bruñidas al sol, fuera de un texto que le obligue en cierta manera a recorrer líneas y palabras que al final van a quedar vacías de contenido? ¿Y si les dijera que hasta The Rolling Stones, cuando se dejaban caer por el Grande Ballroom de Detroit en alguna de sus memorables giras americanas de la época, recalaban en el estudio casero de los hermanos Quackenbush, ambos miembros y alma mater de SRC, para probar, en interminables jams nocturnas, el mejor equipo de sonido disponible en todo el estado de Michigan?

Bueno, sea el caso por lo menos advertirles que SRC son conocidos como The Royalty of the Detroit Psychedelia, hasta algunos más entendidos les han llegado a calificar como la única y original banda mod de la american motor city. La mezcla del mejor r&b de The Yardbirds, Procol Harum, The Pretty Things y otras luminarias de la british invasion en la mitad de la década sesentera, junto al sonido fuerte y aristado de la mejor tradición de Detroit, hacen de SRC una banda única en una escena tan característica como la mencionada. He visto arder los colores en las ramas de los árboles durante el inicio de la mañana, sus movimientos ondulantes despertaban un cielo aprisionado en un color tan azul. Los textos de las canciones de SRC discurren por estos vericuetos psicodélicos. "Captura la montaña y embalsa el mar, llena en una jaula el viento que fluye libremente" ("Onesimpletask"). "Los carruajes del cielo se han mostrado como un arcoiris de fuego entorchado" ("Paragon Council". 

Las guitarras de Gary Quackenbush (un instrumentista innovador y de grandísimo talento) y de Steve Lyman, los teclados de Glenn Quackenbush, la batería de E. G. Clawson, el bajo de Robin Dale y la voz y convincente presencia de Scott Richardson, crean un sonido envolvente, ideal para exponer sus mensajes psicodélicos, armados con una instrumentación cuya estructura rítmica recuerda mucho a los grupos ingleses anteriormente mencionados. La suerte de ser parte importante de una escena irrepetible como la de Detroit de 1967, el mismo escenario también de los históricos disturbios raciales de aquel año memorable, y la novedad de su propuesta, frente a unos The Stooges, MC5, The Rationals o el Mitch Ryder & The Detroit Wheels, hace que su base de seguidores crezca y se extienda a lo largo de todo el estado. No ocurre así, lamentablemente, cuando pretenden darse a conocer en el área de San Francisco. Aunque su lírica podría encajar en el ideario hippie de la época su propuesta musical no lo hace. Las tribus de la California de entonces seguían encerradas en su aprisco pastoril, la oferta de SRC era más mundana sin ser convencional. Ofrecían los primeros signos de descomposición del sueño, la imagen de la ciudad paulatinamente arruinada frente a los gurus lectores de Alan Watts, colgados aun en su mal viaje de Cielo Drive.

Suenan una y otra vez "Black Sheep" (auténtico himno psicodélico de los Grandes Lagos), "Daystar", "Exile", "Marionette", "Onesimpletask", "Paragon Council", "Refugeve" e "Interval" en un Thorens TD 105 Mk II (si, también hay line-ups en los platos), la grabación original de este primer album de SRC editado por Capitol Records en 1968. Me sirvo una Judas Blond Bier Van Hoge Gisting, con sus preceptivos 8,5º alcohólicos, y el tiempo se detiene como una pajarita de papel de Unamuno. Las sombras a esta hora de la tarde se cuelan entre todas las habitaciones de la casa, las ventanas todas abiertas, y corre un aire bueno que anuncia caricias, visiones de terrazas vecinas donde las mujeres apalachianas cuelgan sus trajes de baño, el jardín desprende un vapor de paja quemada por unos rayos de sol que han desaparecido hace tan solo unos minutos. Son esos momentos en que el autor está dispuesto a llegar al disparate, maldiciendo el tiempo y el país en el que entonces le tocó vivir, tan solo algo peor que el de ahora.

No deja de tener también su interés para la rata de taberna, porque curiosamente es en ese entorno donde vengo recordando últimamente las escuchas de mis discos preferidos. Aquel roedor que, no es sorpresa que sea paralelo en lo de mamón al carácter del que suscribe este antojadizo discurso, rememora entre vino y vino los discos oídos durante la misma jornada (desde que canturrea la primera canción que le viene a la cabeza, cuando hace la primera micción ya muy de madrugada...) o, ya rebobinando en un increíble looping, los que ha saboreado durante la semana en curso. Y no paro de relamer mis canosos bigotes cuando, uno tras otro, vienen a mi memoria los tirabuzones de Gary en la guitarra, el Hammond de su hermano Glenn, creando un pesebre aromatizado con el cáñamo más potente, la base rítmica de Clawson & Dale sumergiéndome en un delicioso Motown blanco de autopista.  Los camareros, ya amigos porque conocen las debilidades y vicios del autor, llaman mi atención al verme cabecear ferozmente. Una niña con cara de avestruz se ríe sin piedad de mí.

SRC, una banda que después de su hoy comentado primer disco publicó, antes de romperse a tan temprana edad de 1973, otras dos grandes obras, "Milestones" y "Traveler´s Tale". Su estilo, gallardía e imagen (compraban su ropa en las mejores tiendas de Nueva York, ciudad que emulaba entonces al más celebrado Londres de Carnaby Street) ya les vale para que este autor enloquecido les otorgue el título figurado de Mejor Banda de Caballería Andante de América en 1967. No fue su destino el de desfacer entuertos encomendándose, de paso, a la más bella doncella del lugar. Existen, en este aspecto, pruebas fehacientes que acreditan el rodillo cipotil por el que pasaron multitud de groupies durante la corta vida del grupo, tan poco fieles fueron a sus musas. Su viaje fue un extravagante experimento en la ciudad más salvajemente rock de la America de entonces. Pocos años más tarde llegó Elvis y se hizo la foto con Nixon en el despacho oval de la Casa Blanca, y ya nada volvió a ser lo mismo.