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28 ago 2020

NUNCA SUCEDE NADA




JUSTIN TOWNES EARLE "HARLEM RIVER BLUES"
Déjenme que les confiese un secreto, soy de las personas que desea que no ocurra nada trascendente durante lo más entrañable del verano, repelo ser testigo de cualquier noticia que merezca un solo titular de prensa, (entre nosotros) tampoco me interesa que suceda algo que sacuda el letargo de la víbora. Abro la puerta y el cartero no llama dos veces, riego las plantas y ellas siguen comportándose de la misma manera, antipáticas, sedientas, me ducho a diario y el cuerpo me acosa como cada mañana, reclamando su estúpida dosis de vanidad. Las persianas continúan sonando a carraca digital (apenas han cumplido cuatro años), son mis pasos arrastrados los que se sientan en las sillas volátiles de la cocina, noto en mi boca a menudo un sabor de frutos de pizarra, las manchas en las manos persisten en extenderse como un archipiélago de Hölderlin, etcétera. Como verán, nada de lo que les pueda comentar es digno de filosófico debacle, aun menos de ardua controversia ecuménica, ni siquiera el corrillo concentrado en el (ya no tan) concurrido césped de la piscina trastocaría la insulsa alabanza de la rutina. Pero insisto, a mí me gusta que nunca suceda nada, tengo esa manía, hostia, la de intentar que la jornada transcurra sin apenas sobresaltos, a la espera que cualquier acontecimiento, por chico que sea, se atreva a mandar todo a la mierda.

Lo hizo hace unos pocos días la noticia de la muerte de Justin Townes Earle, un artista al que sigo desde hace una década, hijo de un ciclópeo, apadrinado por la larga sombra de otro gigante de la desolación tejana; admirado, además de por su prometedora (y ahora lamentablemente truncada) carrera musical, por tener el insospechado detalle de palmarla en un día cualquiera de mi entrañable verano.

Mientras repaso el cuaderno de notas (realmente aprovecho para atusarme ahora los pelos de cerda de mi barba) observo las cubiertas de los dos únicos álbumes que dispongo de Justin Townes Earle, "Harlem River Blues" (Bloodshot Rcds, 2010) y "The Saint Of Lost Causes" (New*West Rcds, 2020). La imagen del primero siempre me impresionó; él (su figura anticipa un tanto el vómito final de Hank Williams), empapado en sudor a punto de larvas, los tatuajes de su cuerpo se revelan entre la tela de su camisa blanca; ella, pretendiendo esconderse tras la columna del hombro derecho de Justin (allí donde parece ser que luce tatuados la hoz y el martillo), ambos escurridos en un paisaje pegajoso de nubes bajas. El río Harlem a sus espaldas, un lineal de orilla baja entrecortada por el esqueleto de un puente de hierro completa el decorado. Todo rezuma humedad en "Harlem River Blues". Del "The Saint Of Lost Causes" hablaremos próximamente.

La grabación del "Harlem River Blues" se realiza en el House of David, mítico estudio localizado en el distrito Music Row de Nashville, epicentro de la industria de la música country americana. Allí, en uno de sus viejos edificios de la 16th Avenue South, se alojó durante una larga temporada el legendario David Briggs, mano derecha de Neil Young durante muchos años. De la mano de Skylar Wilson como productor y Adam Bednarik como ingeniero de sonido, Justin convoca a un buen elenco de distinguidos músicos, intérpretes acostumbrados a exprimir los mejores frutos del country, del blues, del soul, del gospel y del rock de raíces. Jason Isbell, ex-Drive-by-Truckers (por abreviar...), Ketch Secor, miembro de la prestigiosa Old Crow Medicine Show, Bryn Davies, bajista itinerante, regular en las bandas de Guy Clark, Steve Earle, Jim Lauderdale, actualmente girando con Jack White, Joshua Hedley, gran luminaria del sonido fiddle, Paul Niehaus, steel-guitar con Lambchop, Calexico y Yo La Tengo o Caitlin Rose, una de las voces femeninas más sugestivas y dotadas del Nashville contemporáneo, haciendo coros.

Desde el mismo inicio del nuevo siglo la ciudad de Nashville comienza una etapa que la lleva, apenas un lustro después, al puesto en el que hoy se encuentra, esto es, la incuestionable sede de la capital musical de los Estados Unidos. Muy pocos años antes, concretamente en 1999, Justin Townes se habia mudado a Chicago para intentar así educarse en su escuela de blues y del ambiente de la música callejera de la ciudad. Afortunadamente no todo lo que allí consigue es acrecentar sus adicciones, trabajar a destajo como pintor de brocha gorda y escribir un puñado de canciones (algunas de ellas aparecerían en su primera obra, el EP "Yuma" publicado en 2007); también se ve capaz de, además de actuar esporádicamente en varios garitos locales, moverse entre bambalinas y vincularse con los sellos independientes de la ciudad, aquellos que como Bloodshot Records le publicarán sus posteriores obras, "The Good Life" (2008), "Midnight At The Movies" (2009) y este "Harlem River Blues" en 2010.


En ese mismo año Justin ya lleva una temporada residiendo en Nueva York, aparentemente limpio desde 2004, aunque recaerá después de un accidentado final de gira en Indianapolis. Brooklyn se convierte en su nuevo hogar, en el año 2013 contrae matrimonio con Jenn Marie Maynard, a su hija la llaman Etta St. James, renovado ligamen con la aristocracia femenina del blues (hay que continuar con las viejas y buenas tradiciones). En una entrevista de la época, el artista confiesa que si su segundo nombre Townes fue imposición de un padre (...ya saben, Steve Earle), que tenía a Townes Van Zandt como una de sus mayores fuentes de inspiración, el de Justin fue consecuencia del capricho inesperado de una madre que adoraba al Justin Hayward de The Moody Blues.

La atmósfera rural country y blues impregna todo el metraje del "Harlem River Blues" y, teniendo en cuenta el escenario de un Nueva York mega-urbano ("Empire City") que amalgama, además, una parte no menor de la lírica del disco, esta dicotomía no deja de suponer una arriesgada apuesta por parte del artista. Sorprende gratamente que de la fortísima dinámica de una ciudad apabullante, excesiva, casi siempre inabarcable, surja un sonido que remite al oyente a los paisajes de Los Apalaches, "...it´s one more night in Brooklyn, / it´ll never match the beauty of a Tennessee spring", ("One More Night In Brooklyn"). Justin Townes Earle no deja entonces de utilizar todos los elementos a su alcance para conseguir este objetivo, transportar al oyente urbanita al mismo cruce de caminos en el que se conjuga la auténtica música de raíces americana. Desde el inequívoco galope sureño del título homónimo, hasta el trote rockabilly de "Move Over Mama" y "Slippin´And Slidin´", la influencia de las viejas composiciones de cuerda de Lead Belly y el espíritu itinerante de intérpretes legendarios como Woody Guthrie y Cisco Houston se manifiestan en los brillantes fingerpicking de "Workin´For The MTA" y "Wanderin´".

Ese ambiente de inmersión estilística, donde los distintos palos del americana no dejan de mezclarse (para de ese modo modernizarse), se sucede en el resto de los temas de este "Harlem River Blues". El blues melódico de "Christchurch Woman", aquí enriquecido por unos vientos que le otorgan un dulce sabor de soul de Memphis, retorno al steel-guitar y al fiddle sound en "Learning To Cry", los acordes de cuerda más parecen emitir lamentos; en "Ain´t Waiting", otro blues pleno de rockabilly, las líneas de bajo de Bryn Davies profundizan en el tempo de la canción, le otorgan un añejo sabor de claqué percusivo, el clásico stompin´sound de los barrelhouse sureños. "Roger´s Park" posee el hechizo del mejor Bruce Springsteen (el de la primera etapa), la guitarra de Jason Isbell se traslada a la mecedora del porche, el teclado de Skylar Wilson propicia que el tema consiga un apropiado carácter épico, un moderno himno a la desolación urbana, "This town´s dead tonight / I got no place to be / Moon is hung just right". El álbum, como todo trabajo que pretenda poseer cierto alcance, un significado que vaya más allá del mero entretenimiento, cierra el círculo con un reprise del tema principal, "Harlem River Blues". Si en la primera toma de la cara A, el ambiente de cierta celebración religiosa queda levemente matizado por los breves coros gospel de los puentes, en este segundo reprise esta atmósfera mortuoria (el tema habla de un plan de suicidio como solución final) queda reforzada por su contundente protagonismo. Como homenaje póstumo a Justin Townes Earle suena ahora la versión del "Will The Circle Be Unbroken" interpretada por la Nitty Gritty Dirt Band.

"Harlem River Blues" es un álbum que destaca además por una lírica profundamente romántica, un compendio de melancolía urbana y nostalgia rural (tan consustanciales a un género que considera el tiempo pasado como una de sus señas de identidad), que expone abiertas las numerosas e hirientes experiencias del protagonista, la profundidad de unas derrotas aun no completamente asimiladas, la búsqueda de una salida que permita vislumbrar el merecido reposo de un autor aun perseguido por sus fantasmas. "Lord, I´m goin´uptown to the Harlem River to drown / Dirty water gonna cover me over / And I´m not gonna make a sound". Según transcurre la audición del álbum el oyente tiene la sensación de que Justin Townes Earle encontró, por fin, ese ansiado descanso en su ciudad, en Nashville, un 20 de Agosto cualquiera cuando, en el mismo núcleo entrañable del verano, precisamente nunca sucede nada.

11 ago 2020

HALL OF FAME XII: NICK LOWE


NICK LOWE "THE IMPOSSIBLE BIRD"
Confieso que intenté evitarlo pero ese recuerdo se fue convirtiendo poco a poco en una obsesión, parecía como si nada fuera lo suficientemente importante, como si ninguna otra cosa tuviera bastante entidad para centrar mi atención. El caso es que aquella imagen se adueñó de mi de tal manera que barrió instantáneamente cualquier otra alternativa. Me encontraba en la terraza de un restaurante con mi madre, desde mitad del mes de mayo no la veía, mi hermana me había acercado hasta Madrid para vernos los tres, comer juntos y pasar después la tarde en su casa. Casi finalizando la comida entró en el recinto del local un hombre joven, ni su presencia ni su vestimenta chocaban con el ambiente de un barrio burgués y acomodado, se acercó a nuestra mesa y, antes de mostrarnos un surtido de calcetines nuevos con sus etiquetas, nos pidió disculpas por el atrevimiento de interrumpir nuestra conversación. Le miré con toda la mansedumbre capaz del "Sad Eyed Lady of the Lowlands" pero él ya adivinaba nuestra respuesta, en su semblante creí descifrar una innegable sensación de desesperanza, aquí no hay nada que hacer, esta negativa será multiplicada cada vez que me acerque al resto de las mesas ocupadas. Acto seguido salió de la terraza, comenzó a caminar sin rumbo por una calle levemente en ascenso. El Rey de Oros llevaba ya un par de días huido y el vecino más cercano ha izado una reluciente bandera nacional en su terraza por valor de un euro.

Debo decir que a veces las obsesiones, cuando vienen acompañadas de ese poso de belleza crepuscular que Dwight Twilley sabe impregnar a sus canciones ("Twilley", Arista 1979), pueden alcanzar pastos de confortable esplendor en la hierba. Necesitaba una reacción fulgurante después de reclamar a varios proveedores las entregas de compras hechas meses atrás, así que aparqué mi ira momentánea y decidí hacer justamente lo contrario, acogerme a la terapia de la lectura ininterrumpida. Al rato me concentré en la elección del siguiente protagonista de la sección HALL OF FAME, Steve Cropper, pero el vendedor de turno me confirmó no disponer del disco que andaba buscando, lo he debido vender y no lo he dado de baja en el catálogo, pero ya está pagado, inicio la queja, si lo prefieres te devuelvo el importe o lo cambias por otro del mismo valor. Para evitar más problemas elijo esta segunda opción y lo sustituyo por uno de Fats Domino (más un single de The Bluebells). Desechado forzosamente el guitarrista oficial del sello Stax decido otorgar este privilegio a otro músico; los americanos llevan ventaja, así que habrá que escoger entre algún autor inglés. Dave Edmunds es mi primera opción, estaría bien desempolvar su "Rockpile" (Regal Zonophone, 1971), pero al final resuelvo la cuestión en favor de Nick Lowe, la reciente mención en el blog de su concierto en Madrid con The Cowboy Outfit seguía estando muy presente en mi cabeza.

Aun siendo seguidor de Nick Lowe desde sus inicios discográficos en 1978, quiero decir como tal, con nombre y apellidos, ("Jesus Of Cool", Radar Rcds), ignoraba por entonces sus muy interesantes antecedentes de finales de la década anterior, desde su participación en formaciones como Kippington Lodge y Brinsley Schwarz hasta, ya iniciados los años 70, la de bajista del Rockpile original de Dave Edmunds. La noticia inicial de esas referencias colaterales, en esta ocasión en la labor de productor, creo haberla descubierto leyendo los créditos del primer trabajo de Elvis Costello ("My Aim Is True", Stiff Records, 1977). La lectura de innumerables revistas musicales sirvieron poco después para conocer un buen puñado de anécdotas, como el estrafalario viaje de la banda Brinsley Schwarz a Nueva York con motivo de su caótica presentación en el Fillmore East (anunciados como teloneros de Van Morrison y Quicksilver Messenger Service), o la generosidad del Lee Brilleaux de Dr. Feelgood para financiar de su bolsillo la creación del sello Stiff, conjuntamente con la grabación del primer single a su nombre de un Nick Lowe que ya destacaba, por entonces, como compositor y productor oficial del mítico sello inglés. En definitiva, la historia de la transición del pub-rock a la new wave, incluyendo el punk de Damned (él fue el productor del tema "New Rose", considerada la primera grabación de este estilo musical), pasa por las manos y la inspiración del londinense. Su curriculum, confirmo, no debería dejar indiferente a nadie medianamente interesado en este negocio.

Llegué hasta este "The Impossible Bird" a través de la caja que Proper Records editó en 2009 con el título de "The Brentford Trilogy". Acompañaban a este trabajo, inicialmente publicado en 1994 por Upstart Records, otras dos obras, "Dig My Mood" de 1997 (mismo sello) y "The Convincer" de 2001, también con Proper, compañía discográfica que, a partir del nuevo milenio, se repartirá junto a Yep Records las más recientes obras del músico inglés. Desde su gran éxito "Labour of Lust" (Radar Rcds, 1979), tan solo su recopilación "Nicks Knack" y "Pinker And Prouder Than Previous" (ambos en Demon Rcds, 1986 y 1988) estaban acumulando polvo en mis estanterías. Una lástima, porque parece ser que dejé pasar el inicio de lo que iba a significar un inesperado empuje en la carrera del artista británico, un salto cualitativo que marcaría la nueva dirección que Nick Lowe había ido fraguando desde años atrás.

Mírate al espejo Nick, vas a cumplir 41 años y las cosas no te van precisamente bien. Tu último disco "Party Of One" (Reprise Rcds, 1990) ha sido un fracaso de ventas, tanto que el propio sello ha decidido romper el contrato. Tu matrimonio con Carlene Carter está llegando a su final, de nada ha servido mudarnos desde Shepherd Bush hasta Brentford, un barrio más tranquilo pero con suficientes pubs como para seguir jugando al ratón y al gato. Lo sé, de hecho este "Party Of One" (con el valor añadido de Dave Edmunds a la producción), debería haber funcionado mejor, esa era mi idea, salir de una vez del viejo estereotipo de chico-para-todo, antiguo compositor-productor de éxito, juerguista y borrachuzo indómito (lo reconozco), y centrarme en crear un estilo más auténtico. Algo así como retomar de nuevo las semillas americanas (country, soul, rythm & blues) para labrar mi propio surco. Es una apuesta a largo plazo, quiero llegar a los 60 no de cualquier manera (ese viejo dinosaurio rememorando las viejas canciones del catálogo), sino como lo están haciendo gente como Bob Dylan, Paul Simon o Neil Young. Dos años después, el inesperado éxito de "(What´s So Funny´Bout) Peace, Love And Understanding", interpretado por Curtis Stiggers en la banda sonora del film "El Guardaespaldas", te ha proporcionado los royalties necesarios para dejar a un lado los ya acuciantes problemas económicos. El posterior encuentro en tu casa de Brentford (una remodelada mansión victoriana del año 1805) con tu viejo camarada Bobby Irwin (su prolongada estancia en Texas, participando en numerosas grabaciones con músicos de la escena de San Antonio), aporta las ideas necesarias para poner los cimientos. El siguiente disco a grabar, este "The Impossible Bird", será el momento adecuado para dar vida al proyecto.

Del triplete "The Brentford Trilogy" (todas son obras ganadoras) es "The Impossible Bird" el álbum que tiene mayor regusto country. Entendámonos, no alcanza la intensidad estilística del "Almost Blue" (FBeat Rcds, 1981) de Elvis Costello (exclusivamente referenciado como paradigma de lo que supondría la aportación de un artista inglés-new-wave al genuino estilo americano), se trata aquí de otra apuesta. En realidad "tan solo" hay un par de temas que suenan auténticamente americanos, "Trail Of Tears" y "I´ll Be There", el primero posee el inequívoco trote del genuino Memphis mestizo (Isaac Hayes más Jimmy Webb), el segundo el ritmo característico del Texas de Rodney Crowell. El resto, sin abandonar esas raíces, navega entre distintas influencias. La más clara, y la que otorga al disco su mayor encanto, es la que aporta la propia experiencia musical de Lowe. Si en varias de ellas, "Soulful Winds", "True Love Travels On A Gravel Road" (la versión de referencia es la de Elvis Presley), "Where´s My Everything", "Drive-Thru Man" y "14 Days", suena el antecedente rythm & blues de Brinsley Schwarz, en otras como "12-Step Program (To Quit You Babe)" y "I Live On A Battlefield" es el rock melódico del Rockpile de Dave Edmunds el que lleva la batuta.

Mención a parte para las baladas en este "The Impossible Bird". "The Beast In Me" requiere, no hay otra, su equiparación con la versión que Johnny Cash hizo en su "American Recordings" del mismo año. Ambas desnudas de instrumentación, apenas una guitarra acústica y un teclado, la voz de Johnny más profunda, con mayor carga emotiva, la de Nick ligeramente más suelta, más cristalina. Creo que aquí Lowe piensa en Cash cuando canta, mientras ambos se confabulan para dejar atrás sus demonios personales. "Shelley My Love" posee ese tono de himno épico, la voz de Nick está iluminada por el eco de una lírica de melancólica belleza. En "Lover Don´t Go" y "Withered On The Vine" viene a ocurrir prácticamente lo mismo. Instrumentación apagada, la voz de Nick protagonista, su emotiva entonación recoge el testigo de los grandes baladistas del soul americano, Sam Cooke, Al Green, Ray Charles.

Otro apunte digno de mención es la colaboración de Neil Brockbank (antiguo bajista de The Hitmen, una banda de corta vida y cierto impacto) en las labores conjuntas de producción. Siguiendo las pautas de las tradicionales grabaciones de los intérpretes de jazz, las tomas se recogen en exclusivo directo, los micrófonos quedan colocados junto a los instrumentos, nada de overdubs ni filtros posteriores en el estudio. Los locales donde tiene lugar este experimento son distintos centros de actividades situados en la misma comunidad de Brentford, ocasionales salas de reuniones de boy-scouts y salones de juego, cines clausurados, viviendas anexas al mítico pub The Turk´s Head (superviviente al Blitz de la Luftwaffe), todos ellos pretenden remarcar, además del inmarcesible carácter británico de los protagonistas (en muchas de las canciones Nick da preferencia al acento puramente inglés), su apuesta por la cercanía de un espacio que posibilite la mejor colaboración entre los músicos. Ellos, Bobby Irwin (aquí aparece como Robert Treheme) a la batería, Bill Kirchen, guitarra, Paul "Bassman" Riley, bajo, el gran Geraint Watkins (¡que gran sustituto de Paul Carrack!), teclados y guitarras, y Gary Grainger, fuzz en "I Live On A Battlefield" están considerados, desde entonces, como una de las mejores bandas de acompañamiento de Nick.

El envite funcionó Nick, mírate ahora con tus 71 años, en forma, esbelto, sobrio, elegante, (ignoro si la dentadura es la original), tu matrimonio con Peta Waddington dura ya dos felices décadas, dejaste el tabaco cuando nació tu hijo. Desde este "The Impossible Bird" estás mucho más centrado, el éxito ocupa para ti el lugar que tú mismo has decidido otorgarle (refrendado además por tus numerosos e incondicionales seguidores), el del artista que corrigió a tiempo su rumbo, que supo retomar su brillante historia para impulsarse hacia una etapa más auténtica, más comprometida con el altísimo nivel (para bien y para mal) en el que siempre te has movido. Tus nuevas grabaciones con Los Straitjackets, una formación instrumental americana que reivindica el rock´n´roll como puro espectáculo, te ha colocado en otra esfera, más placentera, más lúdica si cabe, aquella en la que el jubilado decide no jubilarse, tan solo cambiar su tiempo pasado por tiempo presente, real, productivo. Enhorabuena Nick y, de verdad, muy agradecidos por lo que nos toca.