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14 mar 2014

2025, A UN SOLO PASO




DANNY & THE CHAMPIONS OF THE WORLD            "STAY TRUE"
Estamos en el año 2025 y España domina el mundo. No, no crean que lo hace por su potencia económica o tecnológica (olvídense de su grandeza estética y turística, reminiscencias románticas ya pasadas de moda), sino más bien por haberse sabido aupar, por mérito propio y con la admiración y consentimiento de las grandes potencias, al más alto escalón de la corrupción política y social. Una ligazón entre fuertes intereses partidistas y la codicia ilimitada de la alta clase financiera han conseguido formar un régimen picaresco inexpugnable, con su correspondiente escudo de impunidad frente cualquier control civil. Esta situación, tan del agrado de las grandes multinacionales, ha permitido al país ibérico el ser reconocido (e incluso recomendado al más alto nivel) por las más importantes "think-tanks" internacionales como titular del "Major International Exhausted Rotten Dustbin Ally" (MIERDA en sus siglas en castellano), una especie de triple A en los mercados de valores democráticos del nuevo capitalismo global.


Facundo Cabrales (cualquier conexión con el mundo real es pura coincidencia) trabaja a la sazón como funcionario en el servicio español de inteligencia de la época , el temido y eficiente "Consorcio Operativo Jamando Ostras Navarras" (COJON en sus mismas siglas, sus tres últimas palabras inscritas para despistar a los servicios de espionaje de países enemigos). Ha recibido días atrás de su supervisor el encargo de revisar una serie de entradas de blogs musicales, sospechosos algunos de ellos de dar cobijo a personajes que, amparados en el tibio mundo del arte y la cultura, no dejan de manifestar sus opiniones contrarias al régimen.  Entre ellos, cogido al azar, aparece un post dedicado a un tal Danny and The Champions of the World fechado a primeros de 2014, con un título aparentemente atractivo,  "Cómo perdí la gran oportunidad de mi vida" y que viene firmado por un tal "HP Providence". Se transcriben a continuación algunos de los pasajes más significativos de la entrada auscultada.


"¡Dorothy, oh Dorothy!, ¿porqué fui tan patoso?..., lo tenía todo preparado para hacer de lo nuestro una celebración inolvidable. Mis padres se habían largado fuera el fin de semana y teníamos el apartamento de la calle Claudio Coello para los dos solos. Había encargado en la pastelería de enfrente el "apple pie" que sabía que a ti más te gustaba y tenía,  además,  un par de botellas de jugo de granadina para dar más color a la celebración. En mi plato estaba preparado un único disco que me habían recomendado unos amigos y , después de escucharlo en repetidas ocasiones, quedé totalmente convencido que sería el más apropiado para nuestra velada. "Stay True" de Danny & The Champions of The World, una auténtica revitalización del soul de Stax y Motown, algo así como "country periférico" añadido a "baladas negras urbanas angloamericanas", algo que yo no entendía muy bien que significaba pero que, según esos amigos aficionados que compraban discos y me los pasaban de vez en cuando, era lo más apropiado para llevarte al huerto, Dorothy, mi Dorothy." En ese momento de la inspección, Facundo Cabrales empezó a sentir, además de la curiosidad innata del espía, una cierta aversión por el autor de la entrada.


"...(sic) Justo llamaste a la puerta cuando el primer tema del disco "(Never Stop Building) That Old Space Rocket" sonaba por enésima vez. El caso es que, como si se tratara de un ensayo antes de tu llegada, yo tenía en mis manos el cojín de la única butaca de mi apartamento y, abrazándolo con fuerza, lo estrechaba contra mi pecho, también contra mi pelvis, Dorothy. Pero fue verte enfrente, lanzar el cojín de vuelta contra el sofá, y ofrecerte una pequeña sonrisa estúpida de colegial. Me pareció que estabas increíblemente atractiva , aunque también como yo un poco nerviosa, y decidí que lo mejor era no hacerme el interesante, esto es, comportarme como un tipo educado, controlado y formal. ¡Idiota, mil veces imbécil!. Según entrabas en el salón sonaban los primeros compases del "Cold Cold World" en mi plato Thorens tD 209, ese tono country-pop tan estilizado, esa voz susurrante, los riffs de guitarra acaramelados, y la ocasión llamaba ineludible al inicio de la acción. El haberte despojado,  por ejemplo,  de tu abrigo de "moiré" marrón mientras forzaba bailando el giro de tu cuerpo, terminando en un elegante besamanos que me permitiera  apreciar mejor ese maravilloso olor del "Eau de Rochas", hubiera sido un comienzo ideal. Y haberte dicho algo como: ["Esta mano me la reservo de postre, mojaré sus dedos de miel en mis labios..."],... ¡yo qué se!, algo así, romántico, seductor, atrevido. Mas no, siempre he sido una ruina jovial." El supervisor observa a Facundo Cabrales a través de un ventanal opaco. Desde que inició la lectura no ha cambiado la posición en la silla, signo de que aun mantiene un cierto interés.


"...(sic) He servido a Dorothy la primera porción del pastel de manzana, previamente agujerado para rociar sobre el un poco de granadina. Está sentada en el sofá y yo en el suelo, a su lado. Me gustaría en ese momento ser una serpiente y enroscarme entre sus piernas, tan cerca las tengo. ¿Y por qué no se lo digo..., por qué callo..., qué tengo que perder, acaso no desea ella que algo ocurra? ¡Gilipollas!, ¡Capullo! La tienes ahí, enfrente tuyo, una auténtica belleza americana del Medio-Oeste (creo recordar que era de Oklahoma) y yo simplemente moviendo la cabecita para seguir el ritmo del "Stop Thief!", un soul de estantería que derretiría al mismísimo cardenal Rouco. Quiero llegar hasta los dos últimos temas de la cara A del disco, lamentablemente solo tengo controlado el espacio fingido de la acción, "Darlin´ Won´t You Come In From Cold" y "Other Days", como si fueran una especie de ultimatum que me concedo antes de pasar al ataque (¡ya te creo, fantasma!). La secciones de viento de ambas canciones invitan al ciego a ver, al sordo a oír, al mudo a hablar, y a mí, ¡tonto laba!, solo parecen producirme un mero convencimiento de lo bueno que es el disco. Y ocurre, en esos momentos mágicos en que Danny George Wilson canta como si Ronnie Lane se estuviera despidiéndo de la vida, que me decido a pedirle a Dorothy que me traduzca esas dos últimas canciones, convencido que sus letras, seguramente tan románticas como el tono ensoñador que emplea al interpretarlas el mismo Danny, puedan por fin favorecer mi estrategia. Con lo que no contaba es que Dorothy, ya un poco amoscada por la falta de arrojo de su anfitrión, se levantara en ese preciso momento para ir al baño". En este interim de la lectura, Facundo Cabrales saca una bolsa de su zamarra y extrae de ella una petaca de cuero y cristal. La aúpa hacia su boca y sorbe de ella con la grandeza de un hombre rutinario. El supervisor, sin hacer mueca alguna, apunta algo en su libro de notas.


 El sonido ondulante del "Breaking Out" comienza a hacer el efecto de una marea invisible. El dobro da pié a la entrada de escalas rítmicas ascendentes, el "pedal-steel" remarca los brillantes colores de la alfombra del apartamento, todo parece a punto de caramelo y el mismísimo Facundo Cabrales, que a pesar de su restringido papel en la acción también podía escuchar la música, empieza a deducir que el protagonista principal, el tal HP Providence, es sin más un cretino. Opinión que queda reafirmada cuando sigue leyendo el extracto que sigue,..." (sic). Empezaba el tema que daba título al album, el "Stay True", cuando Dorothy salió del baño. La vi pero casi de reojo ya que en ese mismo momento mi idea era abrir la ventana y asomarme al balcón. Corría una brisa encantadora y pensé que, atraída quizá por sus ecos, me acompañaría  a la balaustrada.  Nada de eso pasó. Dorothy volvió al sofá, se sentó y tomó entre sus manos el disco de Danny & The Champions of The World y yo me decidí por fin a mirarla. Parecía distraída, pero en seguida percibí que estaba fingiendo. Esperaba algo y a cada minuto que pasaba era patente que no era yo el que sería capaz de dárselo. Empezó a tararear el "Been There Before", bueno más bien esos coros celestiales, mientras que en el resto del tema se limitaba a colocar su boca en posición de piñón. Me dieron ganas de gritar, de quitarme los zapatos y lanzarlos contra la pared, de decir siquiera alguna frase, aunque fuera incoherente. No hice entonces nada y me sentía como si estuviera solo, como si Dorothy no estuviera allí en mi apartamento, su figura un mero fantasma intocable. Sonó un trueno lejano, las ventanas seguían abiertas, y Danny empezó a hablar del tiempo, "Talkin´About The Weather".


El texto que sigue a continuación, apuntó en su propio cuaderno de notas el funcionario Facundo Cabrales, viene a constatar, salvo corrección propiciada por inesperado giro final (cosa altamente improbable), que el susodicho autor de la entrada examinada, HP Providence,  carece de cualquier impulso y ritmo vital aparente, por lo que no siendo causa de fuerza mayor (su léxico siempre dentro de las coordenadas burocráticas), recomendaríamos la posibilidad de reclutamiento del citado autor en cualquiera de los servicios de inteligencia del país..."(sic) Dorothy me llamó a su lado e inesperadamente cogió mi mano para llevarla hacia uno de sus zapatos. Su mano con la mía manipularon la hebilla para desatarlo, lo recuerdo porque en ese momento sonaba el "Let´s Grab This With Both Hands", y su sección de suaves vientos invitaba a dejarse llevar, a volatilizarse. Levantó su pierna al mismo ritmo de la balada y colocó su pie en mi boca. Tuve la repentina tentación de mordérselo pero me reprimí pensando que la podía disgustar. Mi libido entonces había disminuido hasta extremos que rayaban con la mortecina insensibilidad de un voto en una urna de cristal. Preferí preguntarle cual era el número que calzaba y dónde había comprado los zapatos, aunque tampoco me importaba mucho. Ella, en lo que consideré como un inadmisible acto de agresión externa, me abofeteó primero en una mejilla, después con más fuerza me golpeó en el mentón. ["¡Ah!, pensé, "Time Again", el último corte del disco que me sonaba a algunas canciones de Travelling Willburies, ese grupo que mis amigos me habían hecho conocer no hacía mucho tiempo, qué bien sonaba, qué línea de bajos, que recuerdo al Wilson Pickett de mis guateques de antaño"]. Cuando caí de mi embeleso, Dorothy, descalza y con el zapato aun en la mano, cogía su abrigo de "moiré" marrón y se dirigía hacia la puerta de mi apartamento. No le di mayor importancia al portazo que antecedió a su repentina desaparición, quizá deduje que haría lo mismo en su casa lejana de Oklahoma.". Aquí terminaban los pasajes reseñados para el análisis de Facundo Cabrales. Se levanta y sale de la escena.




El supervisor de Facundo Cabrales admitió en principio la recomendación de su subordinado para incorporar a HP Providence al servicio de inteligencia. No obstante, no le quedó del todo claro el cambio de actitud que el protagonista iba relatando a lo largo de la entrada. Del lamento inicial por la ocasión perdida al nihilismo más absoluto. Allí había algo que no cuadraba del todo, algún misterio inconcluso. Dictó un memorandum en el que proponía llevar a cabo un examen exhaustivo del contenido de los pasteles y dulces elaborados por la pastelería mencionada, así como de los antecedentes y registros sanitarios del fabricante del jugo de granadina. También recabó datos sobre la pureza del aire de aquella tarde, no fuera a ser que los índices de contaminación fueran más altos de los inicialmente publicados por la Alcaldesa Chochona (no se atrevió a llevar a cabo esta última iniciativa) Para mayor tranquilidad sugirió en nota aparte al corresponsal de Seur en Oklahoma que vigilara en lo posible a la familia de Dorothy, de apellido Flinstones, vecinos de Tulsa.

(Aparentemente, y esto lo se porque no soy español, la culpa de este cambio de actitud en HP Providence la tuvo el mismo Danny & The Champions of The World, posiblemente agente, o doble agente infiltrado)








9 mar 2014

OGGY, OGGY, OGGY!!




RORY GALLAGHER                 "TATTOO"
Acabo de salir de un pub irlandés cercano a mi domicilio (apenas 5 minutos conduciendo mi Citroën C3), donde he podido ver en directo (?) el partido entre Inglaterra y Gales correspondiente al "Torneo de las 6 Naciones de Rugby" de este año 2014. Varias pintas de "Guinness" (mezcladas con café y pacharán) aun intentaban hacerse paso entre los recovecos de mis cañerías internas cuando, al llegar a casa todavía bajo los efectos malévolos del resultado del encuentro (a todas luces injusto, como no podía ser de otro modo), me preguntaba a mí mismo de qué manera podría compensar musicalmente los nocivos humores de la derrota. ¿Algún  "crooner" galés de encumbrado nombre..., John Cale, Tom Jones, quizá?, no, definitivamente necesito algo más contundente para limar mi amargura. ¿Gorky´s Zygotic Mynci..., Super Furry Animals, Man (hummmmm, ¡cómo me apetecen éstos últimos!, prometida próxima entrega), tampoco. Héte aquí que me planto y decido que siendo mi segundo equipo favorito el de Irlanda, y a todas luces la verde tierra del trébol cuenta aparentemente con muchos mejores protagonistas musicales, debería elegir al más insigne de sus hijos, Rory Gallagher, para dar cumplido alivio a mi lastimosa situación anímica.

Lejos de hacer apología sobre las seguramente extrañas características de mi poco común grupo sanguíneo (B-), debo reconocer que algo tuvo que ver en mi destete musical la invocación que realizaron (sin tener yo conocimiento entonces) aquellos selectos druidas íberos, reunidos todos ellos bajo las sombras de alcornoques y encinas milenarias que, allá a mediados de los años 60, me guiaban por las inmensas dehesas de Salamanca, camino de Portugal. Cabalgaba yo entonces en mi flamante bicicleta "Gal", azul cielo de vacaciones interminables y, aunque en algunas cercanas esquinas se podían escuchar entonces las primeras tonadillas de los Beatles, ellos, los magos propietarios de aquellas inmensas praderas imaginarias de "Winnetou" (*) y compañía, ya se encargaban  de dirigirme por otras derrotas mucho más acordes con mis gustos musicales posteriores, aquellos en los que Rory Gallagher encontraría tiempo después holgado pesebre.

Años después, a la vuelta de un viaje de negocios de mis padres por Italia, nos vimos sorprendidos (soy hermano mellizo y, como tal, me encuentro en la obligación de hablar muchas veces en plural) con un regalo inesperado, el "Tattoo" de Rory Gallagher, edición original inglesa del sello Polydor de 1973. Un año después, poco antes del verano de 1974, asistíamos en el Teatro Monumental al primer y mítico concierto que el artista de Ballyshannon diera en Madrid. Para aquellos lectores interesados reseñar que el ambiente que reinaba en el recinto de la calle de Atocha era indescriptible. Al amparo de la oscuridad, una vez las luces apagadas dieron entrada al guitarrista y su banda,  una muchedumbre en tránsito hacia lo que se preveía como excelsa comunión eléctrica, sudorosa y reivindicativa (los conciertos de entonces tenían su contestatario punto anti régimen), se hizo dueña de la noche. Nos llevamos al artista irlandés en volandas hacia las llanuras del Manzanares, destilando él en sus punteos de guitarra el blues que aquí hasta entonces no se nos permitía escuchar, retornándole después a unas imaginarias marismas verdes hacia la que todos quisimos entonces viajar, tan necesitados estábamos de cambiar de paisaje, si quiera fuese mentalmente. Alguien, desde el anfiteatro, gritó ¡"In Your Town"!, su voz se escuchó fuerte y diáfana y aquello parecía un encierro de San Fermín, tal la locura.

 Transcurre el tiempo, lamentablemente tan corto en su literalidad semántica, tan prolongado en su espacio contable, y se sucede otro concierto de gratísimo recuerdo, allá a principios de 1980 en el antiguo Pabellón de Deportes del Real Madrid (con perdón). Rory Gallagher llevaba, estoy casi seguro, la misma camisa a cuadros que su concierto de quince años atrás. La reseña periodística del día posterior, en el diario "Informaciones", firmada por el añorado Alfonso Sánchez (ínclito crítico cinematográfico ya setentón que moriría un año después), reflejaba el malestar de una audiencia mayoritariamente joven que se quejaba del precio de las entradas entonces, 400 pesetas. Rory, con su banda más recordada, Gerry McAvoy al bajo y Ted McKenna a la batería, luchó denodadamente por no perderse entre los ecos tramposos de un inmenso local que no brillaba, precisamente, por disponer de la mejor acústica. Aun así, lo rememoro con meridiana imagen fotográfica; bailé como un poseso, contorneándome parejo con los contundentes riffs guitarreros de Rory, saltando desinhibidamente (pequeños brincos de un organismo lastrado por la considerable ingesta de cerveza), y emulando con mis brazos el ajeno rasgueo de los instrumentos de la banda sobre el escenario, ya fueran las cuerdas de las guitarras, ya el tambor de la percusión.



En 1995, coincidiendo con unas vacaciones en Londres, me enteré del fallecimiento del guitarrista irlandés en la misma capital inglesa. Fuera de lo que hubiera sido un obligado homenaje a Rory no hice nada especial en ese día, lo reconozco. Opté (obligaciones familiares) por seguir el curso de la agenda turística prevista para esa fecha, algún museo con exposición programada y comida en aquel cercano parque que más a mano nos quedaba.. No me lo perdonaré nunca, ni una miserable pinta en su honor, a tamaña traición nos lleva sin quererlo a veces el destino. Aun así, lo que ha quedado, y de ello pretendo dar fe con estos trasnochados párrafos, es la admiración y gran cariño por la obra de este santón celta, irredimible bardo de las doce cuerdas, patrón al que se acude, como ahora, cuando me anega la pena por la miserable derrota deportiva. Consuelo de tipos solitarios que, como el que suscribe, creen en el bálsamo de los mitos para curar el estrago causado por algo más agudo que un desamor. Otros lo llamarán romanticismo.


Oggy, oggy, oggy,
oi, oi, oi,
as long as we beat the british
C´mon dragons!!















6 mar 2014

ESTA VEZ LA CULPA NO FUE DE YOKO





 IGNACIO JULIÁ              "ESTRAGOS DE UNA JUVENTUD SÓNICA"
No nos hace ningún favor Ignacio Juliá al prometer en la solapa de éste su último libro, "Estragos de una juventud sónica" (primera biografía en castellano del grupo Sonic Youth), que será su "última hagiografía" (sic) y, si aplicamos etimológicamente la palabra empleada por el autor, entendemos que quizás se deba al vaciamiento extremo que haya podido padecer en el transcurso de su escritura, tan extenuado se sentiría después de haber desmenuzado la vida y obra del último santoral "sonicyouthero", interpretando sus constantes vitales, artísticas, urbanas e internacionales, como si el autor se hubiera autoinmolado creando una nueva revisión de las Sagradas Escrituras del Rock Neoyorquino. Tamaño empeño por fuerza ha tenido que dejar a Ignacio Juliá en la más pertinaz sequía (esperemos que momentánea).

Y sí, sería una lástima que el crítico musical, periodista, escritor en definitiva, catalán abandone un ejercicio que domina a todas luces. Dominio que, lejos de agobiar al lector con datos exhaustivos y citas académicas (si, ya hay Academia en el mundo del rock), se convierte en un flujo de información que recorre el libro con la agilidad necesaria para no hacer pesada su lectura, manteniendo constantemente la atención del aficionado que ilusionado, o simplemente curioso, se asoma a sus páginas.


La mejor crítica que pudiera hacerse a esta obra de Ignacio Juliá es precisamente reconocer la apuesta que él mismo autor ha hecho al escribirla. Queda así reflejada una conexión con la banda neoyorquina que afortunadamente no se ha limitado a la mera transcripción de su vida y milagros y que, ahí radica la acertada elección del autor, se torna en una imbricación personal con los miembros del grupo, en el relato de una convivencia que, pasando ya de los veinte años en común, le otorga los visos suficientes para (re)crear una historia vista "desde el otro lado". Visión ésta en que sale a relucir lo íntimo, el pensamiento más sutil, el silencio que precede a la respuesta y, también, la forma de actuar, la gestación y desarrollo de la propia filosofía del grupo, su carácter igualitario, autocrítico y claramente focalizado hacia una forma común y vanguardista de entender el ARTE en su globalidad, de comprender su "compromiso" vital con la ciudad de Nueva York, de recoger el testigo de una visión particular de la música y de avanzar siempre hacia una meta, muchas veces desconocida, en ningún momento adulterada.

Muchos de los lectores de este "Estragos de una juventud sónica" conocerán de sobra al grupo, serán propietarios de su extensa producción discográfica, habrán a asistido a algunos de los muchos conciertos que ha dado la banda en nuestro país y, con una seguridad casi palmaria, sabrán de su historia, de su trayectoria y de su lamentable final. Aún así, y a pesar (sin que esto se traduzca en acritud alguna) de ese conocimiento "a priori" que pueda tener el lector interesado, no está nunca de más volver a repasar los datos que puedan identificar de una forma más patente a la banda neoyorquina y aquí, vuelvo a lo apuntado anteriormente, Ignacio Juliá se mueve como anguila entre el charcal levantino. La trama que urde entre ese pálpito urbano del Nueva York musical de décadas muy anteriores, su conexión con movimientos o estilos más cercanos en el tiempo, el recalcar debidamente el compromiso experimental y vanguardista de la banda, sus influencias y apoyos a grupos jóvenes y de propuestas arriesgadas (no, no me estoy refiriendo ahora a la famosa recomendación pro Nirvana en su primera etapa con el sello Geffen), colocan al lector en el entorno adecuado en cada momento de la narración. Igualmente, el repaso a cada uno de sus discos sirve para consolidar también la estructura temporal de la trama y además, y esto es algo que se agradece sobremanera, hay líneas suficientes para tratar aquellos trabajos paralelos de la banda, quizás desconocidos para una gran parte de los aficionados y "seguidores menudos", que se publicaron bien en su propio sello SYR o en otras colaboraciones y que, en definitiva, conforman un corpus total sin el cual el trabajo de Sonic Youth no sería del todo entendido.


Terminar solamente diciendo que su lectura es recomendable sería de una simplicidad impropia de esta casa. Hay que ir más lejos, llegar hasta una suerte de compromiso donde cupiera la (re)escucha de la obra del grupo neoyorquino mientras se lee el libro de Ignacio Juliá pausadamente, capítulo a capítulo, disco a disco, sorbo a sorbo. Yo así lo he hecho y, confieso agradecido, que hoy conozco mejor y aprecio aun más a la banda. También desde aquí hago un llamamiento al Sr. Juliá para que recapacite sobre su ya comentada decisión  y, caso que no le apeteciera sumergirse en historias de santorales y escrituras sacras o profanas, que por lo menos nos deleite de vez en vez con otro nuevo libro, motivo y contenido quedan lógicamente a su total arbitrio. Sus muchos seguidores se lo agradecerán.