RORY GALLAGHER "TATTOO"
Acabo de salir de un pub irlandés cercano a mi domicilio (apenas 5 minutos conduciendo mi Citroën C3), donde he podido ver en directo (?) el partido entre Inglaterra y Gales correspondiente al "Torneo de las 6 Naciones de Rugby" de este año 2014. Varias pintas de "Guinness" (mezcladas con café y pacharán) aun intentaban hacerse paso entre los recovecos de mis cañerías internas cuando, al llegar a casa todavía bajo los efectos malévolos del resultado del encuentro (a todas luces injusto, como no podía ser de otro modo), me preguntaba a mí mismo de qué manera podría compensar musicalmente los nocivos humores de la derrota. ¿Algún "crooner" galés de encumbrado nombre..., John Cale, Tom Jones, quizá?, no, definitivamente necesito algo más contundente para limar mi amargura. ¿Gorky´s Zygotic Mynci..., Super Furry Animals, Man (hummmmm, ¡cómo me apetecen éstos últimos!, prometida próxima entrega), tampoco. Héte aquí que me planto y decido que siendo mi segundo equipo favorito el de Irlanda, y a todas luces la verde tierra del trébol cuenta aparentemente con muchos mejores protagonistas musicales, debería elegir al más insigne de sus hijos, Rory Gallagher, para dar cumplido alivio a mi lastimosa situación anímica.
Lejos de hacer apología sobre las seguramente extrañas características de mi poco común grupo sanguíneo (B-), debo reconocer que algo tuvo que ver en mi destete musical la invocación que realizaron (sin tener yo conocimiento entonces) aquellos selectos druidas íberos, reunidos todos ellos bajo las sombras de alcornoques y encinas milenarias que, allá a mediados de los años 60, me guiaban por las inmensas dehesas de Salamanca, camino de Portugal. Cabalgaba yo entonces en mi flamante bicicleta "Gal", azul cielo de vacaciones interminables y, aunque en algunas cercanas esquinas se podían escuchar entonces las primeras tonadillas de los Beatles, ellos, los magos propietarios de aquellas inmensas praderas imaginarias de "Winnetou" (*) y compañía, ya se encargaban de dirigirme por otras derrotas mucho más acordes con mis gustos musicales posteriores, aquellos en los que Rory Gallagher encontraría tiempo después holgado pesebre.
Años después, a la vuelta de un viaje de negocios de mis padres por Italia, nos vimos sorprendidos (soy hermano mellizo y, como tal, me encuentro en la obligación de hablar muchas veces en plural) con un regalo inesperado, el "Tattoo" de Rory Gallagher, edición original inglesa del sello Polydor de 1973. Un año después, poco antes del verano de 1974, asistíamos en el Teatro Monumental al primer y mítico concierto que el artista de Ballyshannon diera en Madrid. Para aquellos lectores interesados reseñar que el ambiente que reinaba en el recinto de la calle de Atocha era indescriptible. Al amparo de la oscuridad, una vez las luces apagadas dieron entrada al guitarrista y su banda, una muchedumbre en tránsito hacia lo que se preveía como excelsa comunión eléctrica, sudorosa y reivindicativa (los conciertos de entonces tenían su contestatario punto anti régimen), se hizo dueña de la noche. Nos llevamos al artista irlandés en volandas hacia las llanuras del Manzanares, destilando él en sus punteos de guitarra el blues que aquí hasta entonces no se nos permitía escuchar, retornándole después a unas imaginarias marismas verdes hacia la que todos quisimos entonces viajar, tan necesitados estábamos de cambiar de paisaje, si quiera fuese mentalmente. Alguien, desde el anfiteatro, gritó ¡"In Your Town"!, su voz se escuchó fuerte y diáfana y aquello parecía un encierro de San Fermín, tal la locura.
Transcurre el tiempo, lamentablemente tan corto en su literalidad semántica, tan prolongado en su espacio contable, y se sucede otro concierto de gratísimo recuerdo, allá a principios de 1980 en el antiguo Pabellón de Deportes del Real Madrid (con perdón). Rory Gallagher llevaba, estoy casi seguro, la misma camisa a cuadros que su concierto de quince años atrás. La reseña periodística del día posterior, en el diario "Informaciones", firmada por el añorado Alfonso Sánchez (ínclito crítico cinematográfico ya setentón que moriría un año después), reflejaba el malestar de una audiencia mayoritariamente joven que se quejaba del precio de las entradas entonces, 400 pesetas. Rory, con su banda más recordada, Gerry McAvoy al bajo y Ted McKenna a la batería, luchó denodadamente por no perderse entre los ecos tramposos de un inmenso local que no brillaba, precisamente, por disponer de la mejor acústica. Aun así, lo rememoro con meridiana imagen fotográfica; bailé como un poseso, contorneándome parejo con los contundentes riffs guitarreros de Rory, saltando desinhibidamente (pequeños brincos de un organismo lastrado por la considerable ingesta de cerveza), y emulando con mis brazos el ajeno rasgueo de los instrumentos de la banda sobre el escenario, ya fueran las cuerdas de las guitarras, ya el tambor de la percusión.
En 1995, coincidiendo con unas vacaciones en Londres, me enteré del fallecimiento del guitarrista irlandés en la misma capital inglesa. Fuera de lo que hubiera sido un obligado homenaje a Rory no hice nada especial en ese día, lo reconozco. Opté (obligaciones familiares) por seguir el curso de la agenda turística prevista para esa fecha, algún museo con exposición programada y comida en aquel cercano parque que más a mano nos quedaba.. No me lo perdonaré nunca, ni una miserable pinta en su honor, a tamaña traición nos lleva sin quererlo a veces el destino. Aun así, lo que ha quedado, y de ello pretendo dar fe con estos trasnochados párrafos, es la admiración y gran cariño por la obra de este santón celta, irredimible bardo de las doce cuerdas, patrón al que se acude, como ahora, cuando me anega la pena por la miserable derrota deportiva. Consuelo de tipos solitarios que, como el que suscribe, creen en el bálsamo de los mitos para curar el estrago causado por algo más agudo que un desamor. Otros lo llamarán romanticismo.
Oggy, oggy, oggy,
oi, oi, oi,
as long as we beat the british
C´mon dragons!!
Gran recuerdo a un músicazo como la copa de un pino. las nuevas generaciones no deberían tenerlo relegado a ese injusto olvido. No se que ocurre pero el equipo de la rosa no suele ser muy querido . una lastima lo de Galés que esta de capa caida
ResponderEliminarQue no quede olvidado Rory depende también un poco de nosotros, los mayores. Hay que reivindicarlo con frecuencia. Siempre de Gales, desde aquella mítica formación de comienzos de los 70 con Edwards como medio meleé y Williams de zaguero. Este año están fuertes en las líneas de 3/4 pero lentos, muy lentos, en aperturas y delanteros.
EliminarGracias y saludos,
Javier
Bueno, en 1995 "fallaste" al no homenajear al gran Rory aunque fuese con esa pinta de cerveza pero este texto te redime.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias Agente,. ese reconocimiento sabe a "ego te absolvo pecatus tuus".
EliminarGracias y saludos,
Javier.
Ese perdón sabe a algo más que "ego te absolvo pecatus tuus".
EliminarGracias y saludos,
Javier.
Pues envidia es poco. Lo has relatado de tal forma que casi he podido oler el ambiente que reinaba en el primer show. Te odio por haber podido asistir estos concierto pero no te lo tomes como algo personal jaja.
ResponderEliminarMagnífico post, como siempre.
Un saludo.
De los mejores conciertos a los que he asistido, sin duda. También cuenta que fue uno de mis primeros y, claro, me impresionó totalmente. Acepto ese odio musical, faltaría más.
EliminarGracias y saludos,
Javier.
Qué bueno eso de "entre los recovecos de mis cañerías internas". Gallagher son palabras mayores y el "Tattoo" quizás su mejor disco aunque a mí me gusta más el "Deuce". Abrazo.
ResponderEliminarGran músico Rory Gallagher si señor, buen recordatorio y gran texto.
ResponderEliminarUn abrazo.