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30 jul 2020

ABECEDARIO MUSICAL: LETRA B



THE BLUEBELLS. "SISTERS"
Hacia finales de Marzo de 1985 The Bluebells se estrenan en Madrid actuando en la sala Astoria del Paseo de Extremadura. Debido a la alta demanda de entradas los promotores se ven obligados a ampliar en una fecha más los conciertos previstos de la banda escocesa. Nuestro invitado es uno de los numerosos asistentes de la última convocatoria y se coloca con antelación en la primera fila de la azotea, buscando así la mejor vista posible sobre la platea principal del local. Lamentablemente manifiesta no tener un recuerdo especial del evento, ni siquiera el asomo de una melodía, tampoco le queda el regusto urinario de la cerveza bebida. Nada parecido a las imégenes de un Nick Lowe and The Cowboy Outfits que actuaron en el mismo escenario unos meses antes, aun retumban en sus oídos los aplausos y los vítores cuando Nick presenta a los miembros de la banda. Paul Carrack (Ace), teclados, Martin Belmont (Ducks Deluxe), guitarra solista, Bobby Irwin (ocasional músico de sesión con Van Morrison), batería y el propio Nick al bajo y guitarra rítmica. Si algo recuerda bien son los acontecimientos posteriores al segundo concierto, cuando a la salida de la Sala Astoria se produjo el encuentro inesperado del que me han encargado dar seguidamente cuenta. The Bluebells arrastran desde entonces una suerte de memoria felizmente adulterada, una experiencia narrada al margen del propio acontecimiento del que los escoceses fueron parte fundamental.

Era pasada ya la medianoche y evoco con agrado la manera en que nuestro invitado caminaba, tan satisfecho de poder gobernar un cuerpo joven, aun sin defectos. Desde el Paseo de Extremadura el pavimento se desenrollaba como una alfombra, caía suavemente en dirección al Puente de Segovia. Fue allí, poco antes de llegar al primer vértice de la piedra roqueña, cuando se encontró con la pareja menos utópica de la noche. Desconozco si llegó a sentir una sensación parecida a la que yo tengo ahora cuando he observado a una mujer mayor cruzando la calle; me invadió entonces ese agradable olor de bondad envuelto en un pañuelo de encaje (los surcos de perfume se deslizaban entre las puntillas de su vestido violeta), desde sus hombros brillaba la intimidad de la madre de familia numerosa, de viuda honesta, su soledad parecía amplificada por décadas de espejos. Cerca ya de cuarenta años y los personajes siguen empeñados en situarse en ángulo recto con respecto al suelo, la dimensión visual de la vida apenas ha cambiado, tan solo en los momentos de simulación los planos parecen torcerse, propiciando de esa manera algún efecto más sugerente, más atractivo.

The Bluebells forma parte de la generación indie - new wave escocesa de la primera mitad de la década de los 80. Sus coetáneos en estilo fueron bandas como Aztec Camera u Orange Juice, aquellas formaciones que, siguiendo la estela de The Byrds, utilizaban el jangle-guitar sound de las Rickenbackers de 12 cuerdas como una variante aun más electrizada del power pop. Si a esta estructura básica le añadimos una querencia natural por la tonalidad bluegrass en muchos de sus arreglos, tendremos unas credenciales suficientemente claras para saber en qué atmósfera musical se movía la banda de Glasgow. Sus miembros, Robert "Bobby Bluebell" Hodgens (guitarra rítmica y principal compositor), los hermanos McCluskey, Dave (batería) y Ken (voz y armónica), Neil Baldwin (bajo) y Craig Gannon (guitarra solista) graban este "Sisters" (London Recordings) en diferentes estudios de Inverness y Londres en ese mismo año anticipado por George Orwell.

El domicilio de la pareja menos utópica de la noche estaba situado en la Plaza de Cascorro número 3, piso 3º letra C. Se accedía desde la calle por un viejo y enorme cuarterón de madera y, si acaso ascensor, seguramente estaría formado por unas puertas de gruesa malla negra alrededor de los rellanos, cabina de imitación de caoba crujiente, taburete extendido de terciopelo desgastado y espejo de lágrimas somnolientas. La casa consistía en un gran salón abierto a las demás estancias, hall de entrada con ánforas iluminadas, comedor rústico, pequeña sala de estar con mesa camilla, brasero antiguo de cobre macizo, cocina retranqueada más cuatro balcones repletos de hortensias y jacintos. Dos columnas de relieve industrial pintadas de blanco dividían la sala, al fondo un piano de pared y en el lado opuesto un murallón de ladrillo visto con grandes posters enmarcados en cristal apoyados desde el suelo. Instalado en un cómodo sofá de tapicería gris el invitado me comenta cómo el tiempo empezó a girar en espiral, los anfitriones ofrecen sus mejores combinados, surtidos de snacks (por el que andaban enfurruñados una pareja de gatos siameses) y postura marroquí. A intervalos suena The Doors y su "Riders On The Storm" o un bolero interpretado por uno de ellos al piano. Aunque las palabras eran lentas se hablaba mucho de pintura (eran buenos aficionados y avispados coleccionistas), de viejos recuerdos de la pandilla en los veranos de Santander, de viajes recientes. Como presente le ofrecen, además, dos primorosos magazines en exclusiva mundial. Me indica añada que el ambiente de la velada nocturna era plenamente metasensual (cualesquiera que sea este su significado).

"Sisters" es un disco logrado, cabal, a pesar de ser fiel hijo de su época ochentera, el paso del tiempo en absoluto lo traiciona. La cara A es más pop, la B un poco más roquera. Entre las de la primera cara destacan todos los temas en general, desde los mayores hits "Young At Heart" (compuesta por Bobby Bluebell junto a su novia Siobhan Fahey, entonces en Banararama, y el violinista Bobby Valentino) y "I´m Falling", canciones de inspiradora gracia e indudable potencia melódica, hasta "Everybody´s Somebody´s Fool", "Will She Always Be Waiting" y "Cath", los riffs se suceden naturales, sin artificios, los coros añaden chispa juvenil, los arreglos de viento y cuerdas adulta profundidad. La banda suena perfectamente conjuntada, la voz de Ken McCluskey resulta convincente, modulada al espíritu de cada tema, el galope de la instrumentación crea un efecto de celebración compartida.

En la cara B las aristas adquieren mayor presencia. "Red Guitars", "Syracuse University" y "Learn To Love" son temas donde se ejemplariza el mejor jangle-pop con regusto de puentes roqueros, sigue primando allí la melodía, como en sus hermanas de la cara A, pero hay mayor espacio para las guitarras ácidas. "South Athlantic Way" y "Patriot´s Game" entran en la liga de las baladas, la primera posee mucha mayor galopada rítmica, la segunda (arreglo lírico obra del escritor dublinés Dominic Behan sobre una composición tradicional irlandesa, "The Merry Month Of May") adquiere más contenido épico, mayor emoción interpretativa. Ambas canciones otorgan a este "Sisters" un trasfondo de cierta reivindicación política (guerra de las Malvinas, controversia sobre las actividades del IRA, crítica a los nacionalismos violentos...) y se ensamblan en un todo lírico que, a pesar del indudable tono festivo del álbum, no deja de otorgarle su esquina levemente oscura.

La carrera de The Bluebells apenas dura dos años más desde la publicación de "Sisters" en Julio de 1984. Vendrían después una serie de reunificaciones que, auspiciadas principalmente por el empleo de su exitoso "Young At Heart" en un anuncio publicitario de la marca Volkswagen, les pondría de nuevo en el candelero a principios de la siguiente década. Nada que ver con la frescura y empuje de su primera época. Competían entonces en la (tan típica) apreciación de "gran esperanza blanca" de la prensa especializada británica, y lo hacían con toda la razón a su favor. Sus principales composiciones, recogidas todas ellas en su primer EP ("The Bluebells", Sire, 1983) y en este "Sisters" (de hecho, este trabajo puede considerarse como un álbum de singles), atestiguan su paso por los más variados escalones de las listas de éxito; sus actuaciones a lo largo de toda la geografía inglesa y europea certificaban el favor y la preferencia de un publico entregado. Aquel Marzo de 1985, en su actuación de Madrid, se encontraban en plena forma, en la cresta de la última ola new-wave; su pop-rock se enriquecía con ese toque especial de malta escocesa que Lloyd Cole and The Commotions elevaron al rango de atemporal obra de arte ese mismo año ("Rattlesnakes", Polydor, 1984)

Aun manteniendo ese marco típico del collage que tantas bandas británicas han utilizado, el diseño de la portada se aleja (afortunadamente) de la iconografía pseudo-patriótica de bandas como The Who Y The Jam. Aparecen mezcladas imágenes del paisanaje escocés (incluidas fotografías de los miembros de la banda) con alegorías y símbolos de variado tipo, desde personajes como Picasso, Stalin, Eddie Cochran armado con su Gretsch 6120 (el solista Craig Gannon muestra el mismo modelo de guitarra en muchos de los vídeos revisados de actuaciones del grupo), más los ídolos futbolistas Bobby Charlton y Billy McNeill, hasta figuras de moteros americanos, motivos religiosos y homónimos productos de limpieza de mobiliario doméstico. Todo ello inmerso en un gran globo multicolor que parece querer representar las distintas influencias anejas a la banda.

A menos que se me haya olvidado algún detalle (cosa demasiado corriente en un hombre de mi edad) creo recordar que nuestro invitado volvió a ver a la pareja menos utópica de la noche algunos años después. Curiosamente fue cuando coincidimos en los funerales de varios miembros de la familia de uno de ellos, el de su hermano menor (yo le vi con vida poco antes, sin saber que era la última vez que lo hacía, en un concierto de Kaka de Luxe y Paraíso en el Teatro Martín), y en el de su padre. Por aquella época se habían trasladado a la calle Mesonero Romanos, casi esquina con la del Carmen, el piso, más moderno y confortable, aunque mantenía la parafernalia propia de dos bohemios ilustrados, no tenía ni de lejos el encanto del antiguo. El invitado me confesó que en ese triste y último encuentro tuvo la impresión de haber sido llevado hasta allí como un mero espectador, nada que ver con el papel de brillantes personajes jugando la partida de su primera reunión fortuita. Le comento que tal vez fuera así mejor, observar la vida desde el burladero, siempre cobijados, como simples testigos mudos, sin riesgo de equivocarse, subsistiendo sin atreverse a dar demasiados pasos adelante. No sin un leve atisbo de melancolía, me confirma que desde entonces no ha vuelto a saber nada de ellos. Tampoco lo he hecho yo.




20 jul 2020

VIDA PRIVADA



Espero al vuelo de la bella mariposa de tres colores para conciliar el sueño. Suena "The Live Adventures of Mike Bloomfield and Al Kooper" ( Edsel Rcds, RE 1988) y el guitarrista de Chicago permanece internado en un hospital de San Francisco después de sufrir un colapso en la tarde del 27 de septiembre de 1968. Como un autómata, sigo las líneas blancas de los pasillos para encontrarme con el equipo médico, con las enfermeras encargadas de las curas; desde las pantallas colocadas en las paredes de las salas de espera reverberan los códigos de los pacientes citados a consulta. Llega mi turno, me doy una palmada de ánimo en la nalga izquierda. Mike Bloomfield, aquejado de insomnio crónico, lleva cuatro largas noches sin dormir. Con el peso de la adicción jugando en su contra, cinco años después, pega la espantada a mitad de la primera semana de grabación del "Triumvirate" (Edsel Rcds, RE 1987) junto a Dr. John y John Hammond; me voy a ver a Flip Wilson, dijo a sus compañeros (aparentemente harto del insoportable ambiente de lucha de egos), ¿quien demonios es ese tipo?

Originalmente publicada en 1932, la novela "Vida privada" de Josep María de Sagarra relata la decadencia de la aristocracia barcelonesa. Rica en escenografía de interiores, se exhibe (sin tapujos) la podredumbre moral de la alta sociedad urbana. No caben aquí bufones ni tampoco tipos esperpénticos (aunque las embadurnadas cortesanas catalanas del dictador Primo de Rivera también tengan su sitial), los personajes desfilan por una platea repleta de chantaje, dolor y crimen, los supremos cínicos se mueven como peces en esta ciénaga repleta de imperfección. Esta edición (ad maiorem gloriam del propio autor), se completa con los interesantes comentarios de Félix de Azúa, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán. Del ambiente sórdido de la gran urbe catalana pasamos a la escena rural gallega de Emilia Pardo Bazán en "La madre Naturaleza" (Cátedra, 2019). Si en la obra de Segarra prima el Zola original, en su naturalismo determinista, doña Emilia se acoge a la versión espiritualista y cristiana. La Naturaleza, gran protagonista de la novela, justifica el destino inapelable del amor adolescente, haciéndole triunfar frente a un mundo de adultos, donde priman las tradiciones, los intereses económicos y las convenciones sociales. La novela, siguiendo el canon del género, culmina su trama de forma abierta, el alejamiento final de los jóvenes personajes supone el sospechado epílogo ante la futura relación matrimonial, obviamente sacramentada. Sin rebajar para nada la calidad de esta obra, me gustó más la Pardo Bazán en "Los pazos de Ulloa", su inmediato antecedente.

Paseo por el nuevo jardín tras pernoctar sobre un tálamo de acero. Fotografío su exuberancia a primera hora de la mañana, cuando la brisa aun permanece virgen entre sus senderos. Los colores son los del verano del antebrazo, su tiempo no ha llegado aun al cenit acelerado del canto del grillo. El contraste entre el edificio y la fronda que lo rodea se asemeja al del albero desleído entre las hojas del puerro. Bajo al pueblo para recordar sus esquinas de granito, las avenidas arboladas y las curvas arqueadas del agua de sus fuentes. Los transeúntes se desplazan en silencio, ocupan el espacio arrastrados por el destino del carrito de la compra. De vuelta al porche, la casa permanece sumida en la quietud de sus vigas maestras, la órbita de los árboles que la rodean se asemeja a una gigantesca claraboya transparente. En esos momentos no hay más banda sonora que la del recuerdo; mientras fijo la mirada en los altos setos que separan el jardín de la carretera suena "Europe" de Blondie ("Autoamerican", Chrysalis Rcds, 1980), también lo hace el "Variations on a Theme by Erik Satie (1st and 2nd Movements") de Blood, Sweat & Tears (disco homónimo, Columbia Rcds, 1969).

De Cormac McCarthy tengo pendiente su primera novela "The Orchard Keeper". Recuerdo que mi hermano me comentó que leyendo a McCarthy le parecía estar escuchando a Creedence Clearwater Revival. Empecé su lectura y al poco la dejé inconclusa, su inglés me pareció demasiado americanizado, un punto más allá de la mera resonancia de las palabras, una suerte de habla de germanía a la que por entonces no estaba dispuesto a enfrentarme. Leyendo estos días atrás "Meridiano de Sangre" (Debolsillo, 2007) he conseguido una cierta reconciliación con la obra del autor de Rhode Island. Me ha arrebatado la descripción de su geografía, las fronteras del desierto de Sonora entre Arizona, Nuevo México y Texas. También lo ha hecho la exposición de su trama y la fuerza de los personajes; la atmósfera de la novela se detalla con una crudeza casi insoportable, la tensión se mantiene hasta un final que no dudo en calificar de colosal. Raymond Carr y su "España, 1808-1975" (Ariel Historia, 1984) es de obligada lectura para todo aquel interesado en conocer los orígenes y causas de nuestro presente. Me han parecido mucho más interesantes los capítulos dedicados al siglo XIX (incluyendo los prolegómenos de la época de la Ilustración del siglo anterior), hasta el momento de la debacle de 1898. El resto del libro transcurre amenamente, la precisión sintáctica de la prosa del hispanista inglés mantiene el interés de su lectura, evitando en todo momento que la multiplicidad de datos históricos, referencias y notas aclaratorias, se conviertan en asunto farragoso para el lector.

Al término del segundo día acabé por acostumbrarme al tálamo de acero. El hábito de la mañana siguiente continuó su curso. Lo hace más atractivo el plan de una comida fuera de casa, así que ese mismo instante se prolonga feliz ante un seductor evento gastronómico. Ese ahora imaginado comienza a propagarse gracias a sus primeras ondulaciones, ensancha su contenido sin darse cuenta del itinerario al que se dirige. La espiral se destensa y apenas traspasa la superficie completa de la piscina. Los zancudos surfean entre la rompiente de la pequeña marea, intento comprender sin éxito la parsimonia de su deslizamiento. Una avispa ha caído al agua y lucha por subsistir más allá de las cuatro semanas de vida, las abejas se posan en las flores de la lavanda, atraídas por el penetrante olor que ayuda a las parturientas. En este decorado el fondo musical queda lamentablemente indefinido, no surge de la memoria ninguna melodía; salvo el sonido de los vehículos circundantes, el motor de una avioneta lejana o la percusión sorda del aire caliente, transcurre un silencio estruendoso.

Enfrentarse por primera vez a todo un clásico como Juan Valera supone un reto, también una incógnita para el lector primerizo. Un autor tan celebrado, tan encumbrado por la crítica y la historiografía literaria, puede que cause, de entrada, un exceso de respeto. Ese superavit de reconocimiento ajeno creo que molesta al novelista cordobés, le hace parecer demasiado ostensible y, por lo tanto, sin aparente necesidad de nuestra atención y probable afecto. La lectura de su obra más reconocida, "Pepita Jiménez", me ha producido, debo reconocerlo, un gratísimo placer. La estructura de la novela, voz epistolar en la primera parte ("Cartas de mi sobrino"), palabra de un protagonista aparentemente indefinido en la segunda ("Paralipómenos"), y conclusión del círculo con mezcla de las dos anteriores ("Epílogo. Cartas de mi hermano") en la tercera y última parte, mantiene intacta la atención de la mariposa sobre la adelfa. Personajes, narrador, sacerdote, viuda, se expresan cultamente (Azorín se quejaba de la ausencia de auténtica habla popular en los diálogos de no pocos autores del XIX), y a mí personalmente esa forma narrativa me gusta cuando me enfrento a la novela de época. El carácter costumbrista de la Andalucía rural de entonces queda especialmente bien reflejado. Valera, escritor naturalista pese a él mismo (como lo definía su amigo Menéndez Pelayo), conoce de primerísima mano el ambiente en el que se mueve y, lo que es más importante, transmite al lector el gusto por la multiplicidad de colores e impresiones de los pequeños pueblos campesinos. Verdadero paliativo compensatorio ante la crudeza de tantos otros novelistas especialistas en el relato del paisaje urbano, dicho sea de paso.

Concluir con Francisco de Quevedo, personaje irrepetible y fascinante (Jorge Luis Borges le considera como el mejor poeta español de todos los tiempos), viene a ser la guinda del pastel en esta última hornada de lecturas comentadas. Para no empalagar, seré por tanto breve. Prefiero de esta antología sus poesías metafísicas, líricas y satíricas, antes que las amatorias (sin desmerecer de estas últimas). En cualquier caso, la riqueza del lenguaje de Quevedo es portentosa, a tan alto nivel llega su deslumbrante talento que es capaz de crear numerosas palabras antes desconocidas o, en la pirueta del trapecista sin red, desarrollar su convencional significado hasta límites anteriormente ignorados. Magnífica la edición de Fernando Gómez Redondo en esta "Antología Poética Comentada". Tanto los apuntes del extenso prólogo, como las sucesivas notas de pie de página, ayudan al lector a profundizar en el verdadero y controvertido carácter del escritor madrileño, ahondar en la convulsa época que le tocó vivir, sirviéndole, además, como necesaria orientación para conocer los distintos y prolijos estilos y corrientes literarias en los que Francisco de Quevedo vino a desarrollar su obra.


Al maestro Juan Marsé.


8 jul 2020

SESIÓN NOCTURNA 4



Buenas noches damas y caballeros, señoras y señores, niñas y niños, ¡eh Albert!, aquí no hay ninguna niña, ¡pervertido!, ¡cállate Peret y sigue tragándo tu butifarra!, abuelas y abuelos, invitados, prensa. Aquí me pasa nuestra amable secretaria Nuria, ¡un aplauso para la bella Nuria!, una notita con el listado de obras que van a formar parte de la cuarta sesión de nuestro programa favorito, ¡¡SESIÓN... NOCTURNAAA..!!. Patufet y sus Ferrers de L´Ritme redoblan la percusión de la banda, la audiencia clama. Bien, bien, calma amable público..., los elegidos entonces han sido los siguientes: Jonathan Wilson y su "Dixie Blur" (Bella Union Rcds, 2020), frialdad general, Other Lives con "For Their Love" (PIAS Rcds, 2020), sigue el tono anterior, Bardo Pond con su aclamado "Volume 8" (Fire Rcds, 2018), murmullos de desaprobación in crescendo, Damien Jurado con su última obra, "What´s New, Tomboy?" (Loose Music, 2020), primeros abucheos, el grandísimo Prince, con la reedición de su maravilloso "1999" (Warner Rcds, RE 2019), tímidos aplausos, y para finalizar, el sin par Tito Ramírez, con su "The Kink Of Mambo" (Antifaz Rcds, 2019), atronadores aplausos de aprobación.

El reencuentro con Jonathan Wilson se ha hecho esperar, desde su poderoso "Fanfare" (Bella Union Rcds, 2013) no quise (o no pude) tener noticias suyas. Este "Dixie Blur", además de su bellísima presentación en formato de álbum doble, me retrotrae a un artista que hizo de la revitalización de la música de Pink Floyd (vertiente Laurel Canyon) su mejor alabanza. Siguen habiendo aquí retazos de ese folk progresivo con aromas pop, también ondas del más elegante country moderno (de hecho el disco se grabó en los Sound Emporium Studios de Nashville), su alma se extiende hasta los aromas fronterizos del más celebrado Doug Sahm. Un disco esencial. Lo mismo ocurre con el último trabajo de Other Lives, "For Their Love", descubierto gracias al numen de mi sobrino Isidro. Esta obra representa la vuelta a la Arcadia feliz, es un disco pastoril donde los personajes de la mitología clásica se dan la mano con los miembros de la banda liderada por Jesse Tabish. Su potencia melódica es impecable, corrosivamente dichosa, un pop épico, coral, corre a lo largo de sus surcos. Los textos, "Ah, the grass was greener, man, you seemed like you were someone new", poseen la inocencia del descubrimiento, también hacen poesía de la imposibilidad, "Dead language, dead language, tied up in strings"

Antes de bajar definitivamente del escenario Albert se acerca de nuevo al micrófono, saben aquel chiste que dice..., ¿en que se diferencian las gallinas de las mujeres?..., en que las primeras ponen y las segundas quitan. Erupciona un sordo murmullo gutural cuando el gordo Peret se vuelve a levantar de su mesa y exclama, ¡aquí viene El Patilles!, mientras le lanza los restos de un muslo de pollo. El Patilles entra al local acompañado de dos damas muy emperifolladas, una es trasgo de hiena, al abrir la boca muestra una dentadura de sonrisa de sierra, la otra aparece indeterminada, la fuerza expresiva de la primera la condena al ostracismo. El club "Costa de Medes" está situado en Pals, a unos cinco o seis kilómetros de la playa del mismo nombre, en pleno corazón costero de la Costa Brava catalana. Su actual dueño, Joan Escuraplats trabajó algunos años en la vendimia francesa hasta que desertó por motivos inciertos. Su carácter reservado y poco sociable no nos servirá de ayuda cuando queramos pergeñar una mínima biografía sobre tal personaje. Solo se sabe que de su estancia en París le vino la afición por el jazz, la cocina de autor y los caracoles.


Soy converso de la religión de Bardo Pond desde que la banda de Filadelfia inició su andadura en los primeros años de la década de los 90. Su música, desarrollada por multitud de capas de guitarras envueltas en una expansiva placenta sónica, supone un mantra espiritual para el oyente. Este "Volume 8" corrobora una vez más la necesidad del camino de perfección que proponen. Suenan lentos, suenan a ecos lejanos, desde una pequeña comunidad de iniciados se expande la buena nueva de la necesidad de la introspección mental. Esa calma, ese sosiego, propicia que la percusión alcance su mejor tono jazzístico, me recuerda mucho al Ginger Baker Trio de Bill Frisell y Charlie Haden de "Falling Off The Roof" (Atlantic Rcds, 1996). Es quizás el nuevo álbum de Damien Jurado "What´s New, Tomboy?", el que me tiene más ocupado, aparentemente no consigo desleerlo del todo. Su sencillez, solo Josh Gordon le acompaña como multi-instrumentalista, constituye sin ninguna duda su mejor carta de presentación. Esa simplicidad debería llevar al oyente hacia zonas de calma y ensimismamiento, pero a mi sin embargo tiende a distraerme. Necesito que su música no suene tanto a Nick Drake y que suene más a Damien Jurado. Quizá solo se trate de eso.

En los camerinos del "Costa de Medes" Enric, solista contratado para el pase nocturno, habla con el que parece ser empleado del local. Ocurrió en la noche de San Juan, estábamos en la playa grande, agazapados entre las dunas, pasada ya la marisma que protege los pequeños campos de arroz circundantes. Había un montón de gente alrededor de la hogueras, un bullicio tremendo de voces, risas y gritos. ¿Había luna llena? Si, enorme, y era un problema porque así quedábamos más expuestos a la vigilancia de la Guardia Civil. Los fardos fueron llegando uno tras otro, parecían gigantescas tortugas desplazándose lentamente por la orilla del mar. Mientras Marc y yo corríamos hacia ellos para transportarlos hasta el refugio de las dunas, Toni, ¿el de Can Vila?, si, el mismo, el hermano de la Mercé, subió a las ruinas de la casa Baldovina para vigilar el acceso desde la carretera. ¿Fue entonces cuando sonaron los disparos? Si, un par de golpes secos, pac, pac, como cuando atizas el matamoscas contra la mesa. ¿Y el Toni? No volvimos a verle. Después de dejar los fardos sumergidos con piedras en la marisma, yo mismo subí hasta las ruinas y vi las manchas de sangre, pero nada más, no había rastro de su cuerpo.

Prince es la continuación del "Black Music Matters". Desde el blues de Robert Johnson, pasando por los grandes intérpretes del jazz, soul, funk, rock e hip-hop negros (extraño que no le haya mencionado Dylan en sus últimas elucubraciones), pocos artistas han habido que representen tanto y de manera tan contundente el genio contemporáneo afro-americano. Esta magnífica reedición de su clásico "1999" muestra al compositor de Minneapolis en mágico estado de forma. En toda su extensión, el doble álbum fluye con unicidad absoluta. Cada una de sus 11 composiciones, ensambladas por un mismo patrón rítmico (soul, pop, funk-disco-electrónico), alcanzan (y es más fácil verlo ahora, con el paso del tiempo) el nivel del corpus académico. Sus arreglos, geniales; cuesta pensar en una mente tan preparada como la de Prince para expresar toda su riqueza musical. Tito Ramírez y su "The Kink of Mambo" es el gran preferido del club. Elegido "Mejor Disco 2019" por la revista Enlace Funk, esta obra arrasa en estos momentos entre los hipsters y dj´s de Malasaña. Bugalú de barrio, hortera elegante con un toque drácula ye-yé, personaje enigmático (suele aparecer con antifaz en sus actuaciones, del cuello le cuelga una imagen de la virgen de Guadalupe), su música bebe de todo tipo de influencias latinas, mambo, popcorn, soul, salsa, rock de Elvis, Little Richard, Palito Ortega, Pérez Prado, Xavier Cugat. Entre sus colaboraciones destacan las realizadas con Guadalupe Plata, Pelo Mono, Limboos o The Swingin´ Neckbreakers. Un genuino valor en alza. No se pierdan esta tembladera.


Enric, te dije que no quería verte actuar sin pajarita, lo se señor Joanet, pero con el sueldo de miseria que me paga no me llega. Ya te arreglaré yo a ti las cuentas y sube al escenario de una vez. Patufet i Els Ferrers de L´Ritme ya están preparados cuando Enric presenta al público el primer tema de la velada, "La Balada de la Trompeta" de Rudy Ventura. La sala entonces es un maremagnum de despieces de matadero. Peret hociquea el escote del trasgo de la hiena dejando en su piel los surcos de los caracoles a la llauna, esta intenta meter la mano en la billetera de Peret mientras su boca adquiere la mueca de Robert De Niro cuando quiere hablar y no dice nada. El que parece ser empleado del local ejerce de camarero y resbala en el suelo grasiento. Vierte una exquisita crema de rovellons con arándanos sobre el recién estrenado traje beige de un buen cliente sentado en primera fila. La gente ríe y grita desaforadamente mientras Enric anuncia la segunda canción. Esa misma noche, ya de madrugada, encontraron el cuerpo de Toni en una torrentera, cerca de la entrada de Cala d´Aiguafreda. Cuando recogieron el cadáver presentaba dos orificios de bala en el pecho y portaba una especie de collar de plástico rosado anudado al cuello. En él aparecía un mensaje que aun podía leerse con cierta nitidez. "Qui La Fa La Paga". El sargento Corrochano, adscrito al Departamento de Homicidios de la Comandancia de la Guardia Civil de Girona, lleva el caso.