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30 jul 2020

ABECEDARIO MUSICAL: LETRA B



THE BLUEBELLS. "SISTERS"
Hacia finales de Marzo de 1985 The Bluebells se estrenan en Madrid actuando en la sala Astoria del Paseo de Extremadura. Debido a la alta demanda de entradas los promotores se ven obligados a ampliar en una fecha más los conciertos previstos de la banda escocesa. Nuestro invitado es uno de los numerosos asistentes de la última convocatoria y se coloca con antelación en la primera fila de la azotea, buscando así la mejor vista posible sobre la platea principal del local. Lamentablemente manifiesta no tener un recuerdo especial del evento, ni siquiera el asomo de una melodía, tampoco le queda el regusto urinario de la cerveza bebida. Nada parecido a las imégenes de un Nick Lowe and The Cowboy Outfits que actuaron en el mismo escenario unos meses antes, aun retumban en sus oídos los aplausos y los vítores cuando Nick presenta a los miembros de la banda. Paul Carrack (Ace), teclados, Martin Belmont (Ducks Deluxe), guitarra solista, Bobby Irwin (ocasional músico de sesión con Van Morrison), batería y el propio Nick al bajo y guitarra rítmica. Si algo recuerda bien son los acontecimientos posteriores al segundo concierto, cuando a la salida de la Sala Astoria se produjo el encuentro inesperado del que me han encargado dar seguidamente cuenta. The Bluebells arrastran desde entonces una suerte de memoria felizmente adulterada, una experiencia narrada al margen del propio acontecimiento del que los escoceses fueron parte fundamental.

Era pasada ya la medianoche y evoco con agrado la manera en que nuestro invitado caminaba, tan satisfecho de poder gobernar un cuerpo joven, aun sin defectos. Desde el Paseo de Extremadura el pavimento se desenrollaba como una alfombra, caía suavemente en dirección al Puente de Segovia. Fue allí, poco antes de llegar al primer vértice de la piedra roqueña, cuando se encontró con la pareja menos utópica de la noche. Desconozco si llegó a sentir una sensación parecida a la que yo tengo ahora cuando he observado a una mujer mayor cruzando la calle; me invadió entonces ese agradable olor de bondad envuelto en un pañuelo de encaje (los surcos de perfume se deslizaban entre las puntillas de su vestido violeta), desde sus hombros brillaba la intimidad de la madre de familia numerosa, de viuda honesta, su soledad parecía amplificada por décadas de espejos. Cerca ya de cuarenta años y los personajes siguen empeñados en situarse en ángulo recto con respecto al suelo, la dimensión visual de la vida apenas ha cambiado, tan solo en los momentos de simulación los planos parecen torcerse, propiciando de esa manera algún efecto más sugerente, más atractivo.

The Bluebells forma parte de la generación indie - new wave escocesa de la primera mitad de la década de los 80. Sus coetáneos en estilo fueron bandas como Aztec Camera u Orange Juice, aquellas formaciones que, siguiendo la estela de The Byrds, utilizaban el jangle-guitar sound de las Rickenbackers de 12 cuerdas como una variante aun más electrizada del power pop. Si a esta estructura básica le añadimos una querencia natural por la tonalidad bluegrass en muchos de sus arreglos, tendremos unas credenciales suficientemente claras para saber en qué atmósfera musical se movía la banda de Glasgow. Sus miembros, Robert "Bobby Bluebell" Hodgens (guitarra rítmica y principal compositor), los hermanos McCluskey, Dave (batería) y Ken (voz y armónica), Neil Baldwin (bajo) y Craig Gannon (guitarra solista) graban este "Sisters" (London Recordings) en diferentes estudios de Inverness y Londres en ese mismo año anticipado por George Orwell.

El domicilio de la pareja menos utópica de la noche estaba situado en la Plaza de Cascorro número 3, piso 3º letra C. Se accedía desde la calle por un viejo y enorme cuarterón de madera y, si acaso ascensor, seguramente estaría formado por unas puertas de gruesa malla negra alrededor de los rellanos, cabina de imitación de caoba crujiente, taburete extendido de terciopelo desgastado y espejo de lágrimas somnolientas. La casa consistía en un gran salón abierto a las demás estancias, hall de entrada con ánforas iluminadas, comedor rústico, pequeña sala de estar con mesa camilla, brasero antiguo de cobre macizo, cocina retranqueada más cuatro balcones repletos de hortensias y jacintos. Dos columnas de relieve industrial pintadas de blanco dividían la sala, al fondo un piano de pared y en el lado opuesto un murallón de ladrillo visto con grandes posters enmarcados en cristal apoyados desde el suelo. Instalado en un cómodo sofá de tapicería gris el invitado me comenta cómo el tiempo empezó a girar en espiral, los anfitriones ofrecen sus mejores combinados, surtidos de snacks (por el que andaban enfurruñados una pareja de gatos siameses) y postura marroquí. A intervalos suena The Doors y su "Riders On The Storm" o un bolero interpretado por uno de ellos al piano. Aunque las palabras eran lentas se hablaba mucho de pintura (eran buenos aficionados y avispados coleccionistas), de viejos recuerdos de la pandilla en los veranos de Santander, de viajes recientes. Como presente le ofrecen, además, dos primorosos magazines en exclusiva mundial. Me indica añada que el ambiente de la velada nocturna era plenamente metasensual (cualesquiera que sea este su significado).

"Sisters" es un disco logrado, cabal, a pesar de ser fiel hijo de su época ochentera, el paso del tiempo en absoluto lo traiciona. La cara A es más pop, la B un poco más roquera. Entre las de la primera cara destacan todos los temas en general, desde los mayores hits "Young At Heart" (compuesta por Bobby Bluebell junto a su novia Siobhan Fahey, entonces en Banararama, y el violinista Bobby Valentino) y "I´m Falling", canciones de inspiradora gracia e indudable potencia melódica, hasta "Everybody´s Somebody´s Fool", "Will She Always Be Waiting" y "Cath", los riffs se suceden naturales, sin artificios, los coros añaden chispa juvenil, los arreglos de viento y cuerdas adulta profundidad. La banda suena perfectamente conjuntada, la voz de Ken McCluskey resulta convincente, modulada al espíritu de cada tema, el galope de la instrumentación crea un efecto de celebración compartida.

En la cara B las aristas adquieren mayor presencia. "Red Guitars", "Syracuse University" y "Learn To Love" son temas donde se ejemplariza el mejor jangle-pop con regusto de puentes roqueros, sigue primando allí la melodía, como en sus hermanas de la cara A, pero hay mayor espacio para las guitarras ácidas. "South Athlantic Way" y "Patriot´s Game" entran en la liga de las baladas, la primera posee mucha mayor galopada rítmica, la segunda (arreglo lírico obra del escritor dublinés Dominic Behan sobre una composición tradicional irlandesa, "The Merry Month Of May") adquiere más contenido épico, mayor emoción interpretativa. Ambas canciones otorgan a este "Sisters" un trasfondo de cierta reivindicación política (guerra de las Malvinas, controversia sobre las actividades del IRA, crítica a los nacionalismos violentos...) y se ensamblan en un todo lírico que, a pesar del indudable tono festivo del álbum, no deja de otorgarle su esquina levemente oscura.

La carrera de The Bluebells apenas dura dos años más desde la publicación de "Sisters" en Julio de 1984. Vendrían después una serie de reunificaciones que, auspiciadas principalmente por el empleo de su exitoso "Young At Heart" en un anuncio publicitario de la marca Volkswagen, les pondría de nuevo en el candelero a principios de la siguiente década. Nada que ver con la frescura y empuje de su primera época. Competían entonces en la (tan típica) apreciación de "gran esperanza blanca" de la prensa especializada británica, y lo hacían con toda la razón a su favor. Sus principales composiciones, recogidas todas ellas en su primer EP ("The Bluebells", Sire, 1983) y en este "Sisters" (de hecho, este trabajo puede considerarse como un álbum de singles), atestiguan su paso por los más variados escalones de las listas de éxito; sus actuaciones a lo largo de toda la geografía inglesa y europea certificaban el favor y la preferencia de un publico entregado. Aquel Marzo de 1985, en su actuación de Madrid, se encontraban en plena forma, en la cresta de la última ola new-wave; su pop-rock se enriquecía con ese toque especial de malta escocesa que Lloyd Cole and The Commotions elevaron al rango de atemporal obra de arte ese mismo año ("Rattlesnakes", Polydor, 1984)

Aun manteniendo ese marco típico del collage que tantas bandas británicas han utilizado, el diseño de la portada se aleja (afortunadamente) de la iconografía pseudo-patriótica de bandas como The Who Y The Jam. Aparecen mezcladas imágenes del paisanaje escocés (incluidas fotografías de los miembros de la banda) con alegorías y símbolos de variado tipo, desde personajes como Picasso, Stalin, Eddie Cochran armado con su Gretsch 6120 (el solista Craig Gannon muestra el mismo modelo de guitarra en muchos de los vídeos revisados de actuaciones del grupo), más los ídolos futbolistas Bobby Charlton y Billy McNeill, hasta figuras de moteros americanos, motivos religiosos y homónimos productos de limpieza de mobiliario doméstico. Todo ello inmerso en un gran globo multicolor que parece querer representar las distintas influencias anejas a la banda.

A menos que se me haya olvidado algún detalle (cosa demasiado corriente en un hombre de mi edad) creo recordar que nuestro invitado volvió a ver a la pareja menos utópica de la noche algunos años después. Curiosamente fue cuando coincidimos en los funerales de varios miembros de la familia de uno de ellos, el de su hermano menor (yo le vi con vida poco antes, sin saber que era la última vez que lo hacía, en un concierto de Kaka de Luxe y Paraíso en el Teatro Martín), y en el de su padre. Por aquella época se habían trasladado a la calle Mesonero Romanos, casi esquina con la del Carmen, el piso, más moderno y confortable, aunque mantenía la parafernalia propia de dos bohemios ilustrados, no tenía ni de lejos el encanto del antiguo. El invitado me confesó que en ese triste y último encuentro tuvo la impresión de haber sido llevado hasta allí como un mero espectador, nada que ver con el papel de brillantes personajes jugando la partida de su primera reunión fortuita. Le comento que tal vez fuera así mejor, observar la vida desde el burladero, siempre cobijados, como simples testigos mudos, sin riesgo de equivocarse, subsistiendo sin atreverse a dar demasiados pasos adelante. No sin un leve atisbo de melancolía, me confirma que desde entonces no ha vuelto a saber nada de ellos. Tampoco lo he hecho yo.




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