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13 nov 2012

PAUL GAUGIN





PAUL GAUGIN, NOA NOA.

Acabé hace pocos días de releer a Paul Gaugin en su magnífico libro "Noa Noa". El libro lo compré en la librería Tragaluz, en la calle Hilarión Eslava número 19 de Madrid, y lleva la anotación "Octubre 1978" (todos mis libros llevan una referencia a la fecha de adquisición).Su relectura "me fue impuesta" después de asistir a la exposición "Gaugin y el Viaje a lo exótico" que se celebra en estos días en el Museo Thyssen- Bornemisza.
 
El libro, auténtica obra de arte en sí, está editado por Premia Editora, S.A., en su colección "La Nave de los Locos" de 1977, y tenía su sede en la calle Tonalá número 146-2 de la ciudad de Méjico, destino que ignoro si actualmente existe.
 
"Noa Noa" es algo más que el diario del pintor después de su primera estancia en Tahití el año 1893. Narra el francés sus emociones y experiencias humanas durante su transcurso en la isla, su comunión de arte y vida como una misma cosa, y el reflejo que tales vivencias tienen en su pintura, en contacto permanente con una naturaleza exorbitante que plasma su propia esencialidad y simplicidad en los colores, armonías atrevidas y alegres reflejadas en un paraíso vívido y salvaje. Y de todo ello crea su filosofía, una nueva espiritualidad que claramente afianza los dos únicos y universales principios de la vida; el alma e inteligencia reunidas en una suprema unidad con el cuerpo y la materia.
 
Buscaba Gaugin convertirse en otro hombre, distinto, puro y fuerte; otro hombre, un buen salvaje un buen maorí. Al establecerse en Papeeté, alejado de la capital infectada por funcionarios y cortesanas, encuentra su choza (la que posteriormente llamará "La Casa de la Felicidad"). En uno de sus viajes por la isla encuentra a su vahiné (mujer), Téhura que hará de él su mané (hombre); y le hablará de Téfatou, rey de la tierra, de Hina, diosa de la Luna, de sus hijos dioses los Tiis, tercer rango de la jerarquía celeste; se ha mostrado ella, sin embargo,  temerosa al darle a conocer la historia de los Tupapaüs, los demonios isleños, al hablarle de los dioses Aérois, ilustre y legendaria Sociedad Secreta que, en el origen de los tiempos, habría llevado a cabo la revitalización de la raza aborigen, condenada a desaparecer sin posible resurrección. Y Gaugin, totalmente fascinado, como todo artista sincero, es el alumno aventajado del modelo cosmogónico que su vahiné le traslada. "Yo sostenía el pincel, los Dioses Maoris dirigían mi mano"
 
El libro es un auténtico pozo de descubrimientos sensitivos, de gozosa comunión con un exotismo esencial que el autor se esfuerza constantemente en comunicarlo, semejante a un paraíso de sencillez y pureza; y así, en no pocas de sus páginas, queda volcada su visión feliz en varios poemas que descubren al lector su alma más íntima.
 
"Hasta la flor de sus cabellos languidece e
incendia el mediodía...
...Todo duerme. Salvo el sol y sus canes de
llamas, todo duerme...
...y Téhura duerme, abandonada, con voluptuosidad.
A menudo tiembla, se estremece toda ella:
¡El espíritu de los muertos vela! Sobre sus
pupilas, Téhura, la bella"

 

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