WILLIAM FAULKNER "¡ABSALÓN, ABSALÓN!"
En el momento de escribir estas líneas han pasado tan solo un par de semanas desde que finalicé la lectura del "¡Absalón, Absalón!" de William Faulkner, y debo reconocer que mis primeras impresiones sobre esta obra del autor americano se van extendiendo (y enriqueciendo) de vez en vez. A fuerza de establecer un brevísimo guión, que pueda resultar medianamente interesante para aquellos que deseen conocer sus causas , me permitiré echar una breve vista atrás. Hace ya bastante tiempo leí (fue mi primera incursión en Faulkner), "La escapada", libro que, además de postrero en su producción literaria, fue considerado por la crítica general como obra menor en el conjunto de su corpus artístico. Me enfrenté posteriormente con una de las cumbres de Faulkner, "Santuario", sin duda alguna paradigma de la mejor literatura americana de la segunda mitad del siglo XX. Y a partir de entonces me ocurrió que, ante la impresionante belleza y magnitud de la obra anteriormente mencionada, la expectativa de emoción e impacto que pudiera presentir como futuro lector del autor americano se multiplicó de manera formidable. Los espléndidos ecos que entonces me produjera "Santuario", las imágenes surgidas de la para mí entonces casi inicial literatura "faulkiana" (el descubrimiento de su magia ambiental, de su rica ambivalencia lírica y de su atmósfera extremadamente sutil y nebulosa) se almacenaron de tal forma en mi subconsciente que no cesaron, como si ese acto no dependiera de mí totalmente, en propiciar fecundas oleadas de enorme dimensión anímica. Pensaba que la siguiente obra de Faulkner a la que me enfrentara afianzaría la extraordinaria huella que el autor sureño ya había plasmado en mí y, efectivamente, la lectura de "¡Absalón, Absalón!" así lo ha confirmado.
"Hay cosas que, dichas en tres palabras, tienen tres palabras de más y en tres mil, tres mil palabras de menos...", se dice en boca de uno de los protagonistas en el transcurso del libro. Qué gran verdad y de qué forma tan auténtica se acomoda tal aseveración en esta novela. Novela que, a falta de encontrar una calificación más meritoria y original, nos conformaríamos en caracterizarla con el moderno ditirambo de "novela-río", tanto porque nos presenta la historia temporal y la saga maldita de una familia sureña (la de los Sutpen), como porque su entorno paisajístico se desarrolla en el imaginado condado de Yoknapatawpha (conocida producción propia de Faulkner), bañado en sus contornos por el río Mississippi. Y ya se sabe que del extremo de engendrar palabras (muchas veces seductoras, esas tres mil tres, ejemplo de una suerte de mantra numérico y recitación oracular), y colocarlas ilimitadamente junto a las ondas acuosas de otras palabras deviene una de las causas productoras de las mejores iluminaciones literarias.
Si, tantas palabras, tantísimas letras seguidas unas tras de otras pero que, de forma separada, apenas alcanzan un ordenamiento mínimamente coherente y son entonces islotes que navegan a la deriva. "¡Absalón, Absalón!" cuando conjura las palabras y nos muestra su doble significado, su simbolismo como cadenas de transmisión de hechos (externos) y pensamientos (internos), se convierte en una novela caudalosa que (muchas veces de forma intencionada) no parece tener significado más que en el entorno de la atención del lector. Otras veces, cuanto éste agudiza su protagonismo como receptor vigilante de las imágenes que representan, se eleva la novela, se incrementa su magnitud hasta espacios donde la teoría fílmica del mejor western americano toma sentido. Se yergue, entonces, entre esas palabras un leve polvo de libélulas, las cortezas de los árboles funcionan como los altavoces de la tarde (que va muriendo dorada) y en los charcos de la tormenta reciente todavía queda espacio para un arcoiris fugaz. La novela entonces corre alborotada, respira por sí misma, vive en su propia velocidad de sudor y espuma.
Y, bien pensado el asunto (tanto que posiblemente cree polémica mi siguiente reflexión), !¡Absalón, Absalón!" , además de conformarse como esa comentada "novela-río" no deja de ser, tampoco, trasunto de la "novela pastoril" en pleno siglo XX. El entramado del guión (y su exposición narrativa) no dejan lugar a dudas y, si acaso cupiera alguna, repasen los lectores más avezados en las lides literarias a autores como Jacopo Sannazaro ("Arcadia"), Garcilaso de la Vega ("Églogas"), Jorge de Montemayor ("Siete libros de Diana"), Miguel de Cervantes ("La Galatea") o Lope de Vega ("La Arcadia"). Un joven de buena planta, hombre de fortuna por su padre, hace amistad con otro gallardo compañero universitario y, al retornar ambos al hogar del primero, la hermana de nuestro protagonista, solamente sobre el papel gentil dama del Sur, caerá rendida de amor ante la presencia del invitado. La Guerra de Secesión americana (1861-1865) parece malograr un romance que promete terminar en boda y obliga, temporalmente, a la separación de los novios y futuros esposos.
Esta trama, que aparentemente podría quedar atrapada en la cursilería edulcorada de un "Lo Que El Viento Se Llevó", cobra bajo la mente enfangada del mejor Faulkner visos de epopeya y de maldición. Surge entonces (sin un tiempo necesariamente definido en la novela, su presencia se produce constantemente) la figura del anti-héroe, un padre que, al margen de los convencionalismos (pero, según convenga, amparado en ellos) arrasa con todo lo que se le ponga por delante. Pobreza, sexo, promiscuidad, incesto, ambición, violencia, riqueza, esclavitud, sacrificio, muerte y redención son, todos ellos por separado y en el conjunto global de la novela, conceptos por los que se van sucediendo las acciones más significativas (también las más nimias) de la obra. Y ese anti-héroe va marcando la pauta de los demás convidados, sin aparente bondad posible, hacia una coherencia de aniquilación privada, pública e incluso de la que pudiera afectar a la arquitectura del paisaje (a ello también contribuyen las secuencias que narran la destrucción propia de la guerra).
Y todo ello utilizando el lenguaje propio del mejor Faulkner, ese autor que vino a renovar con su estilo la mejor literatura americana contemporánea. Idioma, el suyo, que emplea un torrente de palabras que mezclan hábilmente lo vivido y lo sentido, lo mirado y lo percibido, la belleza formal de la figura del sauce empujado por el viento y su apariencia más telúrica, las sombras posiblemente diabólicas que puedan desordenar la mente frágil de un niño. Si a este humanismo del espanto le añadimos un relato narrado a dos y cuatro voces, separadas ellas inicialmente por el paso del tiempo (este elemento pasajero que se va superando conforme avanza la novela), y que concluye en unos pasajes finales donde queda diáfana la realidad que se relata y la ficción que ya imaginábamos (se lee a veces mejor el libro entre líneas...), el resultado no deja de trasladar al lector una riqueza épica que, pensemos, solo sobre ese Sur profundo americano podría desarrollarse.
Una novela, como la gran mayoría del autor americano (y ahora hablo como aficionado a su obra, más que como profuso lector de la misma, todo se andará...), que precisa de una traducción lo más cercana y fiel posible al estilo tumultuoso, y a la vez tan preciso en sus intrincadas y extensas líneas argumentales, de este escritor. Hay que estar dispuesto a embarcarse en esa torrentera de palabras sin final aparente, dejarse llevar por un hilo que pespuntea a la vez academia y anarquía, para ser capaz de llegar a un puerto donde puede que nos espere el olor arcilloso del lodo, la suave lumbre de la miel en los labios también. La edición de este "¡Absalón, Absalón!" es del año pasado y la obra publicada por Alianza Editorial. Su traductora, Beatriz Florencia Nelson, merece una mención especial en su indudable esfuerzo por llegar a ese paroxismo que Faulkner tantas veces pretende en su literatura. La literatura debe ser exacerbada, al igual que la vida lo es.
Nada errada tu conjetura sobre las novelas pastoriles, Javier. Faulkner, si no me equivoco, leía todos los años el "Quijote". Ahora a por "Mientras agonizo", escrita durante seis semanas mientras trabajaba en una planta eléctrica. Tan hiperbólica y radical como "Absalón".
ResponderEliminarUn abrazo.
Bien, vamos a por "Mientras agonizo" y a mantener viva la llama de tan extraordinario escritor.
EliminarGracias y abrazos,
Javier.
Lecturas obligatorias, sin duda. A pesar de eso sólo he podido leer "Los Invictos", puede que una obra menos conocida sobre el ocaso de los héroes sureños posguerra civil. Saludos
ResponderEliminarNo conozco "Los invictos" y me imagino que, dada la temática que apuntas, será bien interesante. Faulkner no defrauda al lector exigente.
EliminarGracias y saludos,
Javier.