Lo despertó el trajín del camión de la basura que, con previo frenazo en seco, anticipó un choque de ataúdes metálicos basculantes. Tres Dedos Rotos separó con sus rodillas hidráulicas la manta que lo cobijaba, sentó sus posaderas aglutinadoras en el borde de la cama y acto seguido se levantó. Subió suavemente las persianas pensando con indiferencia en una nueva jornada de cielos encapotados para observar, con la evidente alegría de quien por fin lo consigue, un día pleno junto a la canalla espulgadora del sol. Las ventanas son el teatro y el cine en los pequeños pueblos de provincia, se dijo, una urraca defendía en el jardín recién segado su territorio frente al mismo de siempre gato gris grisísimo. Otro “de hoy no pasa…”, TDR carraspea y traga la primera saliva de ceniza de la mañana mientras dibuja con la palma de la mano la curva de la barriga, ya casi indecente, “de hoy no pasa, las zapatillas deportivas, una camiseta y un pantalón corto cómodos, y a andar un poco, una hora u hora y media como mucho, una duchita y después a desayunar, algo de fruta y un yogur”. Conforme. Escucha sus propios pasos por la tarima del pasillo y, antes de entrar en el cuarto de baño, el ruido rebotante de una de las planchas abombada por la humedad le da los buenos días (no ocurre lo mismo cuando realiza la primera micción de madrugada, y es que la oscuridad le asusta y mira hacia atrás por si alguien le sigue). Se sienta en el retrete mientras tararea el “I´m Waiting For The Man”. Un pedo, dos pedos, el segundo más cabreado con un mundo que se circunscribe a estas horas a la nauseabunda situación política del país, "no tenemos remedio", mientras termina la meada, se sube el calzón e imita a Bruce Willis (acompañado de esa actriz portuguesa, "nunca me acuerdo de su nombre, de Madeiros, o algo así") dándole un buen toque masajeante al saco escrotal. Todo en su sitio.
Ya en la cocina, ¿se decide a abrir la nevera?, no, “antes tengo que
recoger el coñazo este del lavaplatos, siempre me toca a mí, y después irá mi mujer", porque ha de saberse que TDR tiene compañera crisálida, "eso, irá
diciendo por ahí, a sus amigas, que me pego la vida padre, que no hago nada, lo imprescindible (¿quienes sino ellas miden la imprescindibilidad de los actos
domésticos?...) y además, siempre que hace algo, encima quejándose, nada hija, garrote, que están muy mal acostumbrados, a ver, ¿dime tú cuando tenemos nosotras
vacaciones?…, si es que se pasa el día
con sus cosas, leyendo, con su música, a su bola". En ello, en tan extremado ejercicio, le gusta el sonido de
compulsión cerámica ya horadada en algunas de sus orillas, “There She Goes Again”, "there she goes, there she goes,
pumpumpumpum, pumpumpum, pumpumpum", cuando va distribuyendo los distintos
platos en las estanterías, suenan también a protesta si los dejas caer a saco
en vez de colocarlos amorosamente, "tienen su vida las cosas, su corazoncito a veces cabrón", y
qué decir de esas altas copas de vino sublimes en su altura (“a mí, que me den
una buena ensalada ilustrada y un Rioja”) cuando engatilla el dedo índice contra
su levísimo borde de cristal y escucha ese sonido a catedrales derruidas, "maravilloso". Bueno, “¿qué vas a desayunar por fin? Dulce divinidad de la mañana
¿no me recomendarías un buen trago de ginebra para comenzar así colocado la
jornada?”. Las cariátides, impasibles ante la propuesta de TDR, no contestan
porque ya se sabe que las musas de la conspiración semítica-alcohólica son a menudo más proclives a dejar con dos palmos de narices al bebedor que (por prescripción médica de una galena de la que está como los poetas
udríes platónicamente enamorado) carece de bebidas espirituosas en su casa.
Desde ese momento, y hasta las doce una hora menos en Canarias en que se mete en la
ducha, TDR se ha preparado el nido acurrucante del lector matutino, antes ha estado escuchado las noticias en la radio, abjurando de la cantidad de anuncios
publicitarios infames, palabreros de mareo y jingles para parvularios. No hay
mujer a la redonda, se ha ido a gimnasia y a comprar al mercadillo, “tengo que
ir algún día por ahí, para observar tipos y escuchar las conversaciones de la
gente”, otra actividad que quedará en el baúl de los planes inconclusos, lo
apuntará de todas formas en su cuadernito de un euro con cincuenta comprado en un
colmado chino, “venga, hazlo, moléstate un poco, hay que andar siempre con las
antenas del bolígrafo a mano para tomar notas”. Relee acto seguido las que ha apuntado en
los últimos días, un sumatorio correspondiente a los resultados de las
inversiones en planes de pensiones (ya llevan unas jornadas de pérdidas, seguro
que suben, como todo el yin y el yan de la economía mundial,
“el idiota este de Trump”…), una ruta literaria por el Madrid del “Tiempo de
silencio”. Unos extraños dibujos arabescos casi de anillos circulares, porque
su pulso es cada vez más caótico, marcan “una idea a desarrollar” y significan apuntes sacados de libros, borradores ininteligibles, planes de comidas con compañeros del colegio e itinerarios de futuros raids fotográficos.
Ya en el cuarto de baño el
ladrillo blanco metro de Londres lo acoge entre alguna de sus estaciones
(probablemente la de Earls Court, porque por allí pasó muchas veces). En la
ducha otra repetición de gestos corporales, por estricto mandamiento restregatorio,
cabeza, axilas, pecho, órganos genitales, nalgas, culo, piernas, pies, cuello,
espaldar (hasta donde buenamente alcancen sus brazos). Repetición de la que hablaba, lo
recuerda ahora, pensamientos-imprevistos-que-cruzan-caprichosos-su-mente-a-la-velocidad-del-pulso-lumínico-más-rápido, Alejo Carpentier en su (“creo que es ese, pero tampoco estoy muy seguro”)
librito “El Acoso”, nos pasamos la vida cambiándonos de traje, esa simpleza tan de profundis, subrayada la
frase en ese mismo libro que prestó a su vecino de calle, universitario entonces como él, al que vio por
última vez en un concierto de Los Sirex en Rockola, una de sus hermanas
gemelas, maravillosa orondez de rebullentes carnes, le miraba fijamente mientras
jugaban de pareja al mus en la mesa camilla de su casa, y él
aguantando su mirada de ágata ojos de gato asistiendo, quizá por primera
vez de forma consciente, a la dulcísima marrullería femenina.
Estrictos protocolos, pues en ese jaez se transforman los actos que
siguen al ejercicio duchil (han muerto unas 440 millones de sus células desde el último lavatorio de ayer), y que se enumeran en este riguroso orden. Secado,
limpieza de la cabina, peinado, perfumado y cuidado corporal (incluye crema
protectora hidratante), vestimenta de traje de baño ("a la mierda el mañanero paseo previo") camiseta de verano, calzado
de zapatillas de esparto (este año se lleva el color pistacho, muy elegante).
Hay, existe, se da y queda apabullante constancia (día a día) de esa benigna
sensación cuando se mira al espejo después de la colada anatómica, y compara su imagen con ese momento anterior a la acción del aseo personal, mejor que sea perentorio (porque también puede ser peligroso), en el que el actuante se contempla como
un ser aberrante, apenas puede soportar el peso anímico de su cuerpo, y así piensa mejor en
abandonarse descuidando su aspecto externo, porque no deja de ser la pulida máscara de
cada jornada, antípoda de una vida interior mezquina, vulgar y ahorrativa, el
más fiel reflejo de su propia realidad.
La estancia del acurrucado lector es medianamente grande, o
sea, que ni el espacio del que ahora habla (Pico della Clavicola) inclinaría a pensar en los horizontes
infinitos de La Ponderosa de la familia Cartwright ni, tampoco, la dimensión de
la estancia nos emplazaría en un lugar angosto, confinante y de
eco vozmediano. Dos sofás lo cruzan en diagonal (como en la lejana Avenida),
desde una entrada con arco de medio punto hasta un ventanal estratégicamente
situado para que pueda cubrirse todo el recorrido del huso horario solar. De la
decoración paredil de la habitación a PDC le gustaría hablar de lo que le
gustaría que estuviera pero no está, evitar mencionar lo que está pero le
gustaría que no estuviera. Una plumilla de un pavo real disfrazado de arlequín,
la figura sentada de un oficiante de espartería (hecho ya liñuelo), dibujos del
ayuntamiento de Brujas, copias numeradas
de grabados goyescos (aportadas por la mujer crisálida a la sociedad de gananciales), el Tiépolo con un paspartú añil desteñido,
estampas campestres inglesas by His Grace´s Most Obedient Servants Thomas Earne
& William-Byrne, London, 1784. Cuanta mejor industria si en la hacienda hubiera un enorme panel con el
mapa del metro de Madrid (Madrid le debe tirar mucho), al fondo, en la pared frontera a
la entrada principal, un papel decorado con motivos de robots infantiles y encima del arco,
siguiendo su curvatura de pladur, unos sarmientos iluminados con bombillitas de colores navideños.
En esa visión fantasmagórica nos encontrábamos cuando,
acurrucado en su asiento nidal (un minima pulvinus, hábilmente situado entre los
riñones y el respaldo del sofá cubre su retaguardia), TDR nos saluda mientras sus dedos pasean entre las letras, página tras página.
Con las piernas cruzadas, cuya colocación cambia una vez y otra, va creando una
innecesaria carga sobre la pelvis para formar, sin él ser consciente de ello ("hay que ver qué poca educación postural recibimos en esta vida") un espacio apenas visible entre
la cabeza de la rótula de la rodilla y el acetábulo. Pero inmerso en una lectura que es tantas
veces ilustrativa como interrumpida por pájaros y pájaras pasajeras, él no percibe más que
una sensación de trabajo no remunerado, una actividad extraescolar que le
mantendrá felizmente ocupado.
"It´s one o´clock and time for lunch"..., las ya poquísimas banderas que acompañarán a TDR en su camino hasta el recinto alambricado de la piscina estarán ya bastante desteñidas. El agua (mucha, por San Blas sacaron al Santo), la luz del sol, el aire bueno de los últimos meses (que siempre extrae de los colores sus tonalidades más insospechadas) las han pasado factura de restaurante de cuatro estrellas. A la postre, el amarillo antes fuerte gualda limón es ahora barro y el rojo delirio mancha de vino peleón. “He llegado pronto, (se dirá, porque en este momento aun está por ocurrir lo que todavía no ha sucedido), escogeré aquella sombrilla, a sentarse tranquilito, un par de chapuzones y observar al personal”. Ante la ausencia de imágenes reales, su primer papel en la representación es la de hacer como que abre una publicación musical, en la portada puede que aparezcan The Ronettes con sus espléndidos peinados beehive, y en la primera página, en la editorial, podría leer algo parecido a: “Los asistentes reciben nociones básicas pero fundamentales de ciudadanía y conciencia social, y acaban bailando con clásicos del soul y del funk. ¿La sorpresa?"..., pues que inesperadamente han llegado unas nubes y se restriegan entre ellas sin ninguna pudicia. Comienza a llover, levemente al principio, torrencialmente después. “Cag´en mi puta vida. ¡Pues si que empezamos bien la temporada de baños!”
TDR dejándose llevar por la vida. Estupendo relato "no remunerado".
ResponderEliminarAbrazos, Javier.
Como todo lo auténtico en la vida, ¡no tiene precio!, lo asumo.
EliminarAbrazos,
Javier.
Y al final no ha salido a pasear, me ha caido bien TDR.
ResponderEliminarAbrazos.
TDR es el típico seta. Sofá por la mañana, por la tarde y noche. A la calle se sale solo si merece mucho la pena.
EliminarAbrazos,
Javier.
El bueno de TDR cumple con casi todas las convenciones que se le atribuyen a los escritores de raza... o a los escritores de antes, tal vez. Esa visión tan urbana como decadente al mismo tiempo era muy yanki, muy literaria. Me temo que el escritor joven actual es más "tecnológico",por decirlo así. En conjunto te ha quedado un pasaje con el encanto de lo que probablemente ya se ha perdido.
ResponderEliminarNo sigo prácticamente a los escritores jóvenes, lo mío son más los clásicos. Este texto está muy influenciado por Martín-Santos, ergo, Joyce light.
EliminarSaludos,
Javier.
Me suena a mí eso del mercadillo, los raids fotográficos y la libreta comprada en el chino, entre otras cosas. He pasado un buen rato leyendo las aventuras de TDR. No es por dar envidia, pero por aquí no llueve y la temporada de baño ya ha comenzado. Nos vamos a la playa dentro de un rato.
ResponderEliminarSaludossssssss
¡Benditos los meses atrás llenos de agua, viento y algún ratito de sol! Carmena nos ha dicho que nos va a poner playa en la Pza de Colón. Ya te contaré.
EliminarSaludos,
Javier.
Estupendísimo relato. Me ha venido de perlas, querido Javier, ahora que acabo de venir de un baño. Abrazos.
ResponderEliminarPues esa era precisamente la intención del relato Johnny, refrescar la mente ante la inminente entrada del calor veraniego.
ResponderEliminarFuerte abrazo,
Javier.