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14 mar 2018

EL ROCK Y LAS CIUDADES V: NASHVILLE



THE BYRDS                  "SWEETHEART OF THE RODEO"
Acontece al observador enorme curiosidad cuando extiende su mirada por el mapa de los EEUU de América y contempla cuantos de sus estados están delineados por la traza más simple de la escuadra y cartabón. Aquí principio la recta y la culmino por acá , porqué si, porque me da la real gana (parece decirse el imaginario topógrafo); me hago con el cateto mayor y, en un arrebato de libertad sin límites, prosigo con la misma línea hasta un punto que me parezca simpático; allí me paro para tomar resuello y, evitando el atajo de la hipotenusa, me descuelgo desde el cateto menor hasta bajar a un recodo que se me antoje quede a la misma altura que la de la señal originaria. De Océano a Océano raro es el estado de la Unión que se libre del tiralíneas, unos más sujetos a la tiranía de las rectas, otros afortunadamente más circunscritos a algún accidente geográfico que haga de sus fronteras aparentes marcas naturales. Entre estos segundos se encuentra el estado de Tennessee, dos trazados paralelos de desigual longitud, recortados al oeste por los grandes meandros del río Misisipí y al este por las estribaciones meridionales de los Montes Apalaches.

Recordarán los lectores la cita que recientemente les propuse para, una vez concluida la visita a la ciudad de Memphis -y atender así la amable invitación de Isaac Hayes y de los fundadores del sello Stax (protagonistas de aquella memorable jornada)-, acompañar al narrador en su camino hacia Nashville, la capital del estado de Tennessee. Ya puestos en marcha, el itinerario desde Memphis no debería guardar complicación ninguna. Veamos, se toma la interestatal 40 y, en ligera línea ascendente, recorreremos los 340 kilómetros que separan la capital del rock y del soul sureño del epicentro sagrado de la música country americana. Lo que viene a ocurrir no deja de ser evidente, y es que, en apenas 3 horas de recorrido, el viajero se siente inapelablemente succionado hacia Nashville por el efecto de un gigantesco desatascador de tuberías, tal es la atracción que bulle en la mente de cualquier aficionado a la música. Y en esa seducción cobran además interés tanto la geografía como el aspecto sentimental del viaje; desde una tierra plana con fondo de ciénagas fluviales y antiguas plantaciones, el peregrino asciende hasta las elevadas mesetas de Cumberland y las estribaciones meridionales de los Montes Apalaches; del verde brillante de las planicies continuamente humedecidas hasta las grandes extensiones arcoiris de elevados parques naturales, de la mezcla racial con olor a especias a la preponderancia del pastel de manzana blanco, anglosajón y puritano. Nashville se encuentra en la justa mitad del camino, participa, por lo tanto, de ambas sensibilidades.

Apuesto que aquel 9 de marzo de 1968, cuando The Byrds llegaron a los estudios de Columbia en Nashville para grabar los temas de su sexto disco, "Sweetheart Of The Rodeo" (CBS/Sony, 1968) sus sensaciones eran contrapuestas, cobijaban grandes expectativas, temor también. La ciudad era, en esa época, el centro neurálgico del country más conservador, el foco indiscutido del canon y el dogma de dicho estilo musical. Ellos, entonces, Roger McGuinn, Chris Hillman, Gram Parsons y Kevin Kelley, eran vistos allí como gente despreciable, unos hippies melenudos de la Costa Oeste, contrarios a la participación de su país en la guerra de Vietnam, consumidores de drogas, además de ateos sumergidos en el exceso del amor libre, tópicos comunes en un tiempo en el que Robert Altman, en su clara visión del antagonismo siempre latente entre los dos tipos de sociedad americana, plasmaría sagazmente en su película "Nashville" (1975) algunos años más tarde.

La salidas de la banda de Gene Clark, primero, después las de David CrosbyMichael Clarke durante la grabación de su "The Notorious Byrds Brothers" (Columbia,1968), -aunque éste último, sustituido en varias de las tomas definitivas de la batería por Jim Gordon, aun tendría el consuelo de ver su nombre en los créditos-, condujo a The Byrds hacia su primera gran encrucijada, la incógnita de saber el camino a seguir en su próximo trabajo. La estrecha colaboración de McGuinn e Hillman durante el "Notorius" y, sobre todo, el afianzamiento compositivo e instrumental de un Hillman, que desde "Younger Than Yesterday" (Columbia, 1967) va adquiriendo mayor peso en la formación, nos reafirma en la idea de que todavía quedaba una base compacta dentro del grupo. El plan de McGuinn era entonces el de embarcarse en una aventura que recorriera los hitos más significativos de la historia musical de su país, grabar un disco donde cupieran desde los estilos de los primeros colonos (mayoritariamente de aquellos que se desplazaron hacia el Oeste) hasta un rock más "espacial", más conectado con la nueva aparición de los sintetizadores. Encarga a Hillman buscar un pianista acostumbrado a líneas melódicas más abiertas, más jazzísticas, imaginando entonces que su nueva obra requeriría de instrumentistas con una visión más expansiva.

Hemos culminado el recorrido desde Memphis y nuestro Ford Edsel Corvair del 58 ha entrado a Nashville por la Charlotte Avenue, vía paralela a una interestatal I-40 que actualmente penetra y circunda, junto a otras autopistas, gran parte del perímetro de la ciudad. La nuestra era la ruta tradicional, la que llegaba al mismo centro de la capital del estado, para así introducirse sin pérdida posible en el barrio conocido como Music Row. El itinerario clásico bordearía por el norte la sorprendente réplica del Partenón ateniense del West End Park para, bajando desde la 17th Avenue North hasta la 16th South, encontrarse allí cara a cara con el edificio que albergaba los famosos Columbia Studios, unos antiguos almacenes de material desechado por el Ejército americano. Creado por los hermanos Owen y Harold Bradley en 1953, en sus salas A y B han grabado artistas como Patsi Cline, Loretta Lynn, Buddy Holly, Gene Vincent, Johnny Cash o Simon & Garfunkel. Bob Dylan lo hizo allí en su totalidad con el "Blonde On Blonde" (C, 1966), "John Wesley Harding" (C,1967), "Nashville Skyline" (C,1969) y parcialmente con su (entonces denostado) "Self Portrait" (C,1970). Bautizado por los profesionales del sector como "The Quonset Hut", los estudios son adquiridos por el sello Columbia en 1962 y forman parte del inmenso patrimonio musical conocido como "Nashville Sound". Mientras llega la limusina que transporta a los miembros de The Byrds desde el aeropuerto hasta el estudio, hacemos un alto en el cercano callejón Chet Atkins Place, en cuya parte trasera se encuentra uno de los numerosos garitos musicales de la ciudad, el Losers Bar & Grill. Pedimos a la camarera un par de Hot Chikens Shacks, acompañadas de dos Coronitas Modelo y sendos chupitos de tequila Silver Patron. Son poco más de las 9 de la noche del viernes 8 de marzo de 1968. Llueve.

Chris Hillman y Gram Parsons son dos almas gemelas que, según suele acontecer por capricho del destino, se vuelven a encontrar por entonces (Enero de 1968) en el lugar menos adecuado, en la cola de un banco. Es posible que una de las razones por la cual congeniaron antaño es que ambos se reconocen como hijos de padres suicidas, además de tener una base musical concordante en no pocos aspectos, la variante bluegrass en el caso de Chris y el country, tirando a escuela Bakersfield (sin rechazar a priori la doctrina tradicional), por parte de Gram. Hillman comenta a Parsons las nuevas ideas en las que andan metidos The Byrds; éste ya conoce a la banda desde que su International Submarine Band se trasladara a Los Ángeles (siguiendo el impulso del propio Parsons y el consejo de su mánager Lee Hazelwood), para grabar el que está considerado como primer álbum country-rock de la historia, el "Safe At Home" (LHI Records, 1968). También Gram ha estado presente en varias de las sesiones del "Notorious" y es él el que persuade a Hillman primero, y a McGuinn después, para que dejen a un lado esa idea inicial de un álbum-río-de-la-música-americana y trabajen sobre la base de un disco encaminado hacia un country más alternativo, más modernizado, en la senda del "outlaw" apadrinado por artistas como Buck Owens y Merle Haggard. Algo parecido (pero no exactamente semejante) a lo que ya anticipaba Dylan con su "John Wesley Harding" de un año antes, o a lo que preludiaban los Rising Sons de Taj Mahal y Ry Cooder, esto es, una vuelta a la música de raíces americana aderezada con toques soul, rock temprano (Elvis Presley, Everly Brothers...) y r&b, la conocida posteriormente como "Cosmic American Music".

Señalan algunas crónicas al llegar a este punto (Francis J. McPie, "The Unknown Story Of Underground Nashville", FakePress, 2018) lo siguiente. Estábamos alojados en el último piso del Hotel Indigo Nashville de Union St., y no para de llover. Nos sentimos acorralados en el mismo corazón de la ciudad; el spagetti elevado que recorría la I-40 se extendía de norte a sur hasta llegar a la gran anaconda verdinegra del río Cumberland. Al igual que en muchas ciudades medias americanas, el urbanismo de las calles se dispersa de forma bastante ordenada, invitándonos a explorar sus límites. Los edificios apenas superan los tres pisos de altura y, salvo en las zonas verdes y nuevos centros de negocio, llama nuestra atención observar cómo los cables telefónicos, los semáforos, las lámparas callejeras y las señales aéreas de tráfico parecen colgar debílmente de sus basamentos, balanceándose peligrosamente sobre nuestras cabezas. Esperamos la inminente llegada de un huracán que se llevará todo al traste. Saliendo del hotel, a nuestra izquierda y apenas cinco minutos subiendo por la 4th Avenue N, se encuentra el Musicians Hall of Fame and Museum; no mucho más al norte, el barrio de Germantown con sus innumerables restaurantes (saturados del mejor colesterol americano); a nuestra derecha, bajando en paralelo indistintamente por la 4th ó 5th Avenue N., y antes de cruzar por Broadway para toparnos con sus abundantes honky-tonks, aparece el famoso Ryman Auditorium. Un poco más alejado, hacia el este, cuando el Cumberland va tomando la forma de un caprichoso dragón de papel, se entrevé el nuevo edificio del Grand Ole Opry. Nuestro guía en el Ryman Auditorium es un joven mejicano llamado Sandalio, y en un aparte nos comenta que cobrará un plus de $10,- por responder en español a nuestras preguntas. Todo está plagado de banderas.

El sábado 15 de marzo de 1968 The Byrds se presentan en el Ryman Auditorium para realizar la grabación radiofónica del Grand Ole Opry March Sessions. Conocedores de encontrarse ante un ambiente hostil, han tenido la precaución de arreglarse previamente las melenas y así ofrecer una imagen más aceptable. Otra cosa es la visión del público sobre su sincero acercamiento al country, no tan franco como a una audiencia tan conservadora le gustaría presenciar, porque los temas elegidos son los de un tal Merle Haggard. Un ex-convicto, padrino del Bakersfield Sound, que, a pesar de grabar un año más tarde su "Okie From Muskogee" (Country Music Association Award a la Canción del año 1969), recordemos la letra: "We don´t smoke marijuana in Muskogee / We don´t take our trips on LSD / We don´t burn our draft cards down on Main Street / We don´t let our hair grow long and shaggy / Like the hippies out in San Francisco do / I´m proud to be an Okie from Muskogee...", no las tenía entonces todas consigo. Gram Parsons inicia la actuación con el "Sing Me Back Home" de Haggard y se salta el protocolo acordado interpretando a continuación (previa dedicación a su abuela y a las escuchas conjuntas que con ella hacía de los programas del Grand Ole Opry), su "Hickory Wind". A la sesión del Ryman le sigue la aparición del grupo en el programa nocturno de la WSM, donde un encolerizado Ralph Emery, dj oficial de la emisora, despotrica sin cortarse un pelo contra la banda, negándose incluso a pinchar su reciente single "You Ain´t Going Nowhere". Como posterior venganza contra la borde conducta de Emery, McGuinn y Parsons compondrán su célebre "Drug Store Drivin´ Man", aparecido en su siguiente álbum "Dr. Byrds & Mr. Hyde" (Columbia, 1969). Desde entonces, no volvieron The Byrds a acercarse por la capital del estado de Tennessee.

De vuelta a Los Ángeles, la idea inicial es publicar un doble álbum de 22 temas en total. Varias de las canciones grabadas en los estudios Columbia de Nashville formarían el primer paquete del disco, entre ellas, versiones de Woody Guthrie, "Pretty Boy Foyd", de Dylan, "You Ain´t Going Nowhere" y "Nothing Was Delivered", dos composiciones tradicionales, "I´m a Pilgrim" y "Pretty Polly", una de Tim Hardin, "Reputation", y dos del propio Parsons, "Hickory Wind" y "Lazy Days". La segunda parte quedaría compuesta por una serie de temas que abarcarían desde los estilos bluegrass-hillbilly-appalachian hasta lo que McGuinn llamaba "pura música electrónica" (ya hemos hablado de eso antes). En definitiva, Parsons y McGuinn se repartían sus propias parcelas de poder, sin dejar de lado el segundo, por lo tanto, su anteriormente mencionada idea globalizadora. Columbia, aplicando un estricto criterio comercial, desecha esta doble opción y opta por un álbum convencional, dos caras con un total de 11 temas. Se mantienen las versiones de Dylan y Guthrie, cayendo la versión de Hardin y el tradicional "Pretty Polly". Pierde Parsons el "Lazy Days" (un divertido tema muy en la onda de Chuck Berry) pero recupera su "One Hundred Years From Now" (ganancia indudable para el disco) y se incorporan hasta un total de... ¡cinco!... nuevas versiones. "The Christian Life" de los hermanos Louvin, "You Don´t Miss Your Water", una deliciosa balada soul de William Bell, "You´re Still On My Mind" de Luke McDaniel, "Blue Canadian Rockies" de Cindy Walker (interpretada, todo hay que decirlo, sin mucho brío por Hillman) y "Life In Prison" de Merle Haggard y J. Sanders. Inicialmente, se edita un single de apoyo, conteniendo el "You Ain´t Going Nowhere" y "Artificial Energy" (un tema que ya había aparecido en el "Notorius"), y a verlas venir. Resumiendo, Parsons gana fuerza como compositor y voz principal en 6 de los 11 temas, repartiéndose el dueto McGuinn-Hillman las voces principales en las 5 restantes. La pugna por el control de la banda está servida.

Los dos estilos musicales, el clásico y el nuevo The Byrds, se mezclan a la perfección en el "Sweetheart Of The Rodeo". Hay una anticipación mágica en el "You Ain´t Going Nowhere" inaugural, su eco continuará inspirando el resto de las canciones. Se mantiene la "vieja" vibración byrdsiana pero sin necesidad de utilizar el sonido de la guitarra de 12 cuerdas de McGuinn. Va a primar lo que será la base instrumental en los arreglos posteriores, el empleo destacado de la guitarra acústica y de la pedal steel, la entrada del banjo y la mandolina para reforzar el esqueleto campestre (fortaleciendo, de paso, la aportación de Hillman), el uso del piano para prolongar el aliento de las canciones. Kevin Kelley (primo de Hillman y anterior batería de Rising Sons) toca las baquetas con calculada austeridad. La elección de músicos de acompañamiento, además de la guitarra de un Clarence  J. White que muy pronto será marca y sonido oficial de la banda, incluye a varios elementos que ya acompañaron a Gram en su "Safe At Home". Earl P. Ball al piano, Jon Corneal como batería de apoyo y Jaydee Maness a la segunda pedal steel,  porque la primera es para el indiscutible Lloyd Green, el más reputado músico de estudio de Nashville entonces, el único que acompañó a la banda al subirse al escenario en el Ryman Auditorium aquel 15 de Marzo. John Hartford, el campeón del fiddle y del banjo, hombre muy ligado a Glen Campbell en ese año 1968 y Roy M. Huskey, un portentoso bajista, músico de sesión de Chet Atkins y Johnny Cash, mas consagrado posteriormente por su participación con The Nash Ramblers junto a Emmylou Harris ("At The Ryman", Reprise 1992), completan el elenco.


Pero..., detengámonos un momento, ¿no es aquel joven sentado en el hall principal del Hotel Indigo, el viajero, el supuesto narrador de este recorrido por el Nashville de hace 50 años? Eso parece, conque,... ¡ánimo!, acerquémonos lo suficiente para observarle mejor. Si, se encuentra terminando la lectura del libro de F. J. McPie (la mayor cantidad de hojas en su mano izquierda así lo demuestra). Démosle de nuevo el protagonismo. Bueno, lo de siempre, dos egos enfrentados, estoy esperando a que este holgazán termine de pagar su cuenta en el hotel para irnos juntos al Country Music Hall of Fame. La verdad, aunque me atrae la idea de admirar los trajes Nudie que Gram y Chris llevaban puestos con los Burritos ("The Gilded Palace Of Sin", A&M Records, 1969), el hecho de que Parsons no esté todavía "inducido" como miembro en el más selecto club de músicos de toda la historia country me llena de indignación. Lo que sí haré será escribir una nota recriminatoria en el Libro de Visitas y largarme acto seguido. ¡Ah! si, lo de los egos, Gram cabreado por haber sido sustituida su voz, sin su aprobación, en tres de las canciones del "Sweetheart", culpando a un Roger McGuinn, con la connivencia del productor Gary Usher, celoso por haber perdido gran protagonismo en la obra; éste último hablando de problemas legales entre los sellos de Hazlewood (LHI) y Columbia, Hillman nadando entre dos aguas. La publicación del álbum a inicios del verano, sus escasas ventas, la inmediata gira por Inglaterra, Gram se enrolla con Keith Richards, ahíto éste de profundizar en el conocimiento del country americano, mientras se niega a continuar la gira por Sudáfrica, aduciendo lo del apartheid como excusa. Su salida de The Byrds y la posterior formación de los Flying Burrito Brothers, a la que arrastra a un Hillman mucho más cómodo con ese nuevo estilo.

Mientras mi acompañante goza de su visita en el Country Music Hall of Fame (le he ordenado que no vuelva sin el "The Byrds Box Set" del 90, allí aparecen todas las voces originales de Parsons en las sesiones de los estudios Columbia), me he acercado al Opry Mills, un enorme centro comercial situado en la misma Opryland Drive, afortunadamente medio vacío de turistas. Nunca me han gustado esos nuevos altares al consumo masivo, así que opto por caminar hasta los cercanos muelles del Cumberland y tomar una cerveza en el GenJackson Showboat. El coqueto barco de madera, pintado de blanco y azul, sigue atracado y no hará su primera excursión fluvial hasta dentro de un par de horas, así que extiendo en una mesa cercana mi arrugado mapa de los EEUU, saco de la mochila la escuadra y el cartabón, e intento hacerme una idea de la dirección a seguir. Frente a mí, el río se contornea semejante a un dulce seno materno, pleno el cielo de nubes negras que amenazan lluvia en cualquier momento. Quizás saliendo hacia el este..., me atrae la idea de dejar la I-40 y subir por la estatal 70 hasta Old Hickory, contemplar allí los grandes meandros del Cumberland y decidir entonces nuestro próximo destino. A mi espalda, aparcado en el Opry Mills Drive, nuestro Ford Edsel Corvair del 58 sigue a la espera, sucio e impaciente.





Nota: Esta entrada está dedicada a Gonzalo Aróstegui Lasarte, campeón de la Cosmic American Music, celebrando su décimo aniversario como autor del blog Ragged Glory.












28 feb 2018

YO Y EL DOLOR




GOG Y LAS HIENAS TELEPÁTICAS                 "TRIAD"
Esta mañana el doctor me ha dado el alta, 14 meses después del episodio, según se lee al comienzo del parte hospitalario. "En estos momentos los dedos están sin inflamaciónMínimo actitud en ojal de botón, levísima y con muy correcta función de flexores y extensores, falta 1mm para contacto pulpejos  III y IV en palma". Dieciséis meses en los que he de confesar que el dolor de las sesiones de rehabilitación se hizo en muchas ocasiones casi insoportable, sus ondulaciones llegaban hasta mi cerebro semejantes al ris-ras de una sierra mecánica hambrienta de homicidios, un oleaje desolador, angustioso, iba y venía con meticulosa saña, un frío punzón que atravesaba lentamente la quilla de mi cuerpo y hacía en muchas ocasiones que levitara de pura desesperación. Decidí entonces hacer al dolor un hueco en mi experiencia mamífera, le presenté como amigo ya íntimo, porque al poco me dijo que tarde o temprano volvería a visitarme, así que recién le he alquilado un pequeño rincón en la zona de más paso de mi propia casa. Allí sigue, de momento, con cara de circunstancias, en figura de cobra aletargada.

La música de Gog y Las Hienas Telepáticas me produce sensaciones parecidas a las expuestas, evocaciones de penar y de sacrificio, de grande agonía y muerte pequeña, también de gozo por la nueva buena de la redención. ¿Dijo alguien acaso aquello del dolor cómo arma de liberación?, si así no fuera, yo lo reivindico aquí y ahora. El rock de Gog es una suerte de gori-gori rock, canto lúgubre bien recubierto de melamina, una resina adhesiva que impide que sus canciones caminen por deleitosos huertos, al pairo del aire bueno de la mañana, donde siempre hay un benéfico plan burgués por llevar a cabo. El color de su nuevo trabajo "Triad" (Gog Artifacts 05, 2017) es de tono negruzco, y si acaso cupiera alguna otra gama sería la de la uralita oxidada, un gris perlado por urinarios improvisados, meadas a destiempo, de madrugada muy entrada en estado de cerebro plano. No es fácil llegar a representar musicalmente esa situación de desecho mental, buscar la creatividad dentro de un aburrimiento extremo, hay que experimentar la inconsciencia del tiempo fatalmente perdido para alcanzar sus cimas más inesperadas, y para hacerlo con el arte propio de Gog es necesario, además de haberse hocicado en sus oscuridades, haber fumado sus cenizas para crear desde los arabescos del humo nuevas murallas de piedra. Ciertamente, no todos los grupos son capaces de hacerlo.

Releo en estos momentos el texto que publiqué cuando descubrí a Gog y Las Hienas Telepáticas, en aquel Junio de 2016 su "Choke/Drown" me evocaba posibles terapias de inspiración anarquista contra el insomnio, además de reivindicación de algunos poetas mayores (Dámaso Alonso y Gabriel Celaya). A día de hoy, en una estación invernal de trenes más viejos, la banda se me figura felizmente consolidada de forma muy semejante, como un rico manantial de alusiones literarias, también geográficas. Entre estas últimas me veo hace muchos años conduciendo desde San Sadurniño hasta As Pontes después de una jornada de trabajo, mientras voy zigzagueando por carreteras secundarias en la radio suena el "(Ballad of the) Hip Death Goddess" de Ultimate Spinach. Galicia tiene eso. Luis Boullosa, como Cowboy Iscariot, bajista del grupo, y uno de sus principales compositores junto a Joao Avalanche, comentaba en una entrevista que Galicia es una tierra romantizada en exceso. El tema de Ultimate Spinach, un desolador canto a la diosa madre del tálamo, alcanzaba en aquel paisaje gallego de helechos y bosques de eucaliptos un significado más puro, más auténtico, un sentimiento de morriña más profundo. De forma parecida ocurre si invoco, como lo hace Boullosa en esa misma entrevista, a Álvaro Cunqueiro, uno de los escritores a los que hay que acudir cuando uno quiere encontrarse con el auténtico humus gallego, repleto de mares perdidos, de piedras vivas, de animales fabulosos. Gog es una banda que para su bien -o para su mal- es profundamente gallega.

Puede que caiga en el descrédito de los que me consideren demasiado repetitivo pero, muy a su pesar, hablaré de otras referencias literarias que con mayor fuerza revierten a mi memoria cuando profundizo en la escucha de este "Triad". Es esta la de los mineros del "Germinal" de Emile Zola. Comentaba anteriormente el color negro del álbum, su tonalidad de uralita oxidada, y ahora añado que el polvillo venenoso del carbón recién extraído, aun en suspensión, también serviría como telón de fondo determinante del ambiente del "Triad". Ya desde los primeros capítulos de la novela del escritor francés, los protagonistas quedan emplazados en un paisaje de hondísima inmersión subterránea, sus labores se suceden a través de una maraña de galerías a cual más lúgubre y amenazadora, la salvaje oscuridad, la sensación de claustrofobia extenuante, la humedad extrema, la amenaza innegable de explosión o de derrumbamiento, todas esas imágenes están perfectamente enmarcadas dentro de la representación, y hay aquí una simbiosis efectiva entre el oficio de los mineros y las láminas físicas que nos muestran los músicos. Las guitarras de Joao Avalanche suenan entonces a apertura de pozos, a taladro de rocas, el bajo de Cowboy Iscariot apuntala los túneles con soportes de madera resistente, la batería de Noli "Big Papi" González alcanza con sus baquetas la veta deseada, y Eddy "Thunder" Ponce, con un saxo estratégicamente situado entre pico y pala, crea espacios de necesaria ventilación.

Las secuelas físicas y mentales también aparecen extensamente en los textos de las canciones de este "Triad". La huida y el refugio en "Needles", los lugares por los que pocos se atreverían a transitar en "Prowler", el ángel mercader de peligro y humo en "Angel", en "Crackpipe" se encomia el provecho de la herramienta más juguetona y menos sofisticada, "Sunbathing" presenta a un protagonista hundido en su propia miseria, mientras que en "Sepeliopolis" ese mismo personaje no encuentra escapatoria posible, "Jerusalem" es el escenario urbano (muy a propósito el nombre de la ciudad) donde el sistema se muestra en toda su brutalidad, hasta llegar al epílogo de "Scream" en el que en una breve línea:  "y entonces caes, caes profundamente dentro de la mina", se descubre al oyente el decorado final de la representación, los mineros y los músicos contemplan sin sorpresa la definitiva pérdida, la culminación para mal del juego. Dos temas de más, la versión del "When I Came First To Town" de Nick Cave y el "Lago De Ceniceros" (favorito por su conseguido tono épico-castellano) arquean la balanza hacia terrenos menos caníbales. Por si no te hubieras enterado (¡chaval!), en el último párrafo explicativo del disco, Gog apuntala una serie de ideas que confluyen todas en una común imagen de desolación, de ausencia total de salvación, de liberación final; en todo caso, la redención vendrá dada por la rabia y el aburrimiento, hay una belleza explícita en la derrota, y los transmisores de esa cruel realidad (ya anticipada muchos años atrás por los popes del romanticismo), "the purest northwest shitholes", llegarán a tu ciudad para mostrarte la buena nueva.

Ese feliz advenimiento tuvo lugar en la sala Wurlitzer Ballroom el pasado 18 de enero y algunos nos dejamos caer por el local para asistir al concierto de presentación de este "Triad" en Madrid. En el escenario Joao Avalanche a la guitarra, Cowboy Iscariot al bajo y Noli "Big Papy" González a las baquetas. Macky Chuca (me fascina como mueve las manos en el escenario esta mujer-actriz), conocida poetisa en su reciente proyecto Erráticas y voz en las últimas grabaciones de Broke Lord, interviene en algunos de los temas en directo del "Triad". Iván, miembro de Medio Grumo, una banda en la que participan también varios de los carroñeros, ocupó la guitarra rítmica en la segunda parte del concierto. El ambiente es un tanto frío al principio y propicia el introito de Cowboy Iscariot alentando al personal a que se acerque hacia el altar de las Hienas, conocidas alimañas que no gustan todavía de comer carne viva. Salvo el "Needles" y el "Scream" se suceden todas y cada una de las canciones del nuevo disco, acompañadas de varios de los temas del trabajo anterior "Choke/Drown". No es capricho que conforme se acrecienta el trasiego de cervezas la peña se vuelque más hacia el escenario, suceso que alcanza su cénit cuando la banda entona el "Mierda De Cara" (sospecho que este tema forma parte del catálogo de Medio Grumo), el contorsionismo pogo de los más cercanos asistentes otorga entonces al concierto una representación reivindicativa, una suerte de coreografía de nuevos niños cabreados con el mundo.

El sonido en directo de Gog, potenciado en una sala como la Wurlitzer en la que los comentarios de los asistentes al concierto apenas se oyen, se mueve dentro de los parámetros del hardcore melódico de (por ejemplo, sin que sea excluyente de otras bandas...) Gallon Drunk y los Hüsker Dü más civilizados. Pero Gog y sus Hienas Telepáticas suenan a ellos mismos, su propuesta no deja de tener el mejor poso de la resaca eléctrica post-ochentera, para entendernos, las de unos noventa que pretenden volver a la fiesta después de unos años de cuelgue shoegazing. Sortilegio de aceleraciones y medios tiempos en los que el movimiento rítmico del cuello del oyente lanza su cabellera hacia marcas de récord olímpico, y allí es precisamente donde Gog y sus Hienas destacan. Una marejada-muelle, cuyo comienzo en tropel en el "Triad", "Needles", "Prowler", "Angel" y "Crackpipe", arrojan al espectador contra los acantilados para, en un posterior ejercicio de rescate marítimo, "Sunbathing", "Sepeliopolis" y "Scream", recoger sus pedazos ensangrentados. "Jerusalem" quedaría como un arrecife abandonado en medio de la playa, su perfil, siluetas de templos religiosos en ruinas.

Restaría en Gog la percepción de la banda que, seguramente sin pretenderlo, sirviera de vehículo para la reivindicación de la acción directa, aquel concepto revolucionario -ya desgraciadamente obsoleto- que fue sustancia y meollo de nuestra mejor historia libertaria. En un momento -como no podía ser menos- en el que tantos males afligen a la patria, propuestas como las de Gog son necesarias porque ahondan en el camino hacia la renovación del paisaje y del abismo. Perdidas ya las colonias, vivo aun el fantasma de la última guerra civil, recién pasada ya la vileza de la cuarentena de la Transición, sea servido nuestro último consuelo en los brazos del más profundo sueño interior y, como quien sí quiere la cosa, hablémonos después de los efectos de nuestra narcolepsia, demos también publicidad a nuestras mejores pesadillas. El cataclismo cósmico que muestra la cubierta del "Triad", siempre la imagen de una mujer, sus cabellos en erupción de repollo nuclear, sus ojeras de raíces y espinas, sus ojos drogados, sean el más fidedigno espejo de nuestra realidad actual.










13 feb 2018

RELATOS IV: EL HOMBRE DEL TRAJE NEGRO



Era un sonido que iba de más a menos, parecido al deslizamiento de las escobillas sobre el parche de la batería, y aun medio dormido podía escuchar el zig-zag de las ramas del gigantesco sauce blanco golpeando suavemente los cristales. Tenía la sensación de que según se alejaba ese agradable chasquido flexible también desaparecería de mi mente el recuerdo de aquel día de perros pasado con el hombre del traje negro. Me contaron que todo comenzó en la misma habitación donde ahora me encontraba, una amplia estancia completamente diáfana que tenía como frontera natural la escollera del puerto. La disposición de los grandes ventanales, curvados según giraba el perímetro norte del jardín, le daban a la casa el aspecto de un observatorio elevado a no demasiada altura del suelo. Su arreglo me evocaba un abanico totalmente desplegado, más compacto en los dos extremos de la habitación, los más alejados del punto cenital de luz, con mayor claridad allí donde las grandes cristaleras coincidían con el mayor volumen de la fachada. Ella pasó sin hacer notar su presencia y el hombre del traje negro le comentó algo en un tono de voz apenas perceptible. El gigantesco sauce ocupaba, como ahora lo hace, la parte central del terreno ajardinado y su sombra se alargaba a través de toda la habitación.

Advierto cómo el hombre del traje negro se dirigía hacia donde yo me encontraba instalado. ¿Conoces a ese que ha hablado con tu hermana? ¿Quién? Ese hombre que viene hacia acá, hacia nosotros, yo permanecía de pie y giré la cabeza pero no demasiado, como si fingiera buscar sin encontrar a nadie. Detrás tuyo, idiota, repitió molesto. En el extremo opuesto de la mesa que ocupábamos ya se había sentado el hombre del traje negro, los dedos de su mano derecha estaban inmersos en un plato lleno de aceitunas, jugaba con ellas pero sin llevárselas aun a la boca. Me giré hacia él y le pregunté qué es lo que la había dicho. ¿A quién? A ella, a mi hermana. El hombre del traje negro esbozó una sonrisa indolente, como si adivinara mi disgusto. ¿Acaso me está recriminando algo? Su cara me recordó repentinamente a la del Johnny Cash de "American Recordings", un enorme garbanzo con redecilla eléctrica y esa mirada vidriosa proyectaba algo desconcertante, quizás una futura amenaza. No, no le estoy recriminando nada, solo le digo que no vuelva a hablar con ella mientras elevaba mi índice como signo de advertencia.

Otros dos hombres se acercaban mientras tanto desde la escollera manejando una pequeña embarcación fuera-borda. Cuando entraron en la casa observé que iban elegantemente vestidos y uno de ellos portaba un maletín. Resultó una verdadera sorpresa que alguien me los presentara más tarde como ejecutivos expatriados de mi misma empresa, la Caleña Exportadora. En cuanto ella volvió a aparecer la hice una señal con la mano para que se acercara. ¿De qué conoces a ese hombre?. ¡Hola!, se acercó a mí y me besó con ese calor que ellas tienen guardado en su secretaire para su único hermano. ¿A quién, a quién dices?, a ese hombre del traje negro que se acercó a ti hace un momento, bueno, y miró a su alrededor, aquí hay muchos hombres que llevan un traje negro, ¿a cual de ellos te refieres en concreto? Ese en concreto me pareció fingido e innecesario, estaba seguro que ella sabía a quien aludía. ¿Me puedes decir qué fue lo que te dijo? Antes de retenerla un momento más ya se había alejado y la veía sonriendo entre los grupos de lo que parecía ser una fiesta improvisada.

A partir de ese instante la narración de lo ocurrido es aun más vaga, ¿qué significa esa caja de metacrilato transparente conteniendo un sobre que han dejado a mi lado los expatriados de la Caleña Exportadora?, ¿cual fue el verdadero alcance de lo que me comentaron sobre el hombre del traje negro? Si, ese tipo, dijo uno de ellos señalándole con un movimiento de barbilla, es un impostor, se hace pasar por un acaudalado hombre de negocios, exportación de pescado o algo semejante, y mientras tanto mi hermana flotaba entre los invitados congregados en torno a ella, aleteando como una mariposa aturdida entre blusas de gasas. ¿Es hora ya de despertarse?, preguntaron las rendijas entreabiertas de la ventana, contesto que sí y me levanté para escribir las primeras notas sobre el hombre del traje negro, un informe que debía presentar a la Dirección de la compañía antes del fin de semana. Mientras lo hacía me asalta un repentino monólogo interior, hay que extender la duración de las cosas, hay que tirar de ellas, hay que forzarlas porque son perezosas por naturaleza. ¿Quién me hablaba así?, el locutor de la radio tan solo comentaba el estado de la circulación a esa hora temprana de la mañana.

Noté una gotera en el techo de la habitación de las sombras del sauce blanco y observo cómo por una de sus esquinas chorreaba un hilo de agua azulada. Los sonidos, semejantes a notas de piano, salpicaban el suelo, tecla a tecla, y el movimiento de las ramas reflejadas en los ventanales creaba un efecto semejante a los canales de algunos cuadros de Mark Rothko. Las cristaleras parecían transformarse en un acordeón ondulante, abriéndose y plegándose desde un resorte que no estaba al alcance de mi mano. Prefiero que la visión continúe así, me dije, anfitrión inesperado de una fiesta que se encuentra en su mejor momento; el color de ceniceros repletos de colillas aun mantiene el carmín de sus labios, los invitados todavía reconocen sus primeros vasos, permanece incluso un agradable olor salado proveniente del mar y algunas mujeres han empezado a quitarse las medias. ¿De quién es esa risa escondida en el ángulo más alejado? Me acerco y contemplo al hombre del traje negro girar sobre sí mismo como un derviche turco mientras mira absorto una enorme bola de espejos. Los rayos de luz se expanden en múltiples puntos y al percutir contra los objetos de la habitación van creando un diagrama de pequeñas hogueras. Hola, detiene su danza un instante, ¡vaya! nos volvemos a encontrar, parece como si usted y yo tuviéramos una deuda pendiente, ¿no cree?

¿Cuanto le debo?, el chófer manipula el taxímetro, son cuatro cincuenta, tome, está bien así, siempre me aseguro de cerrar bien las puertas, sin necesidad de dar un golpe estruendoso, pero con suficiente firmeza. Pase señor, le esperaban hace rato. Siento el retraso, una gotera, ¿sabe? El almacén huele a aros de cebollas recién fritas. Inesperadamente el hombre del traje negro se acerca a mi y extiende uno de mis brazos y utilizando un gran cuchillo empieza a rebanarme el dedo índice de la mano derecha, los trozos caen al suelo en orden parecido al lineal de un bombardero B-52. ¿Le duele?, no recuerdo haberle contestado, me limité a admirar lo rápido y limpio de la operación, se asemejaba a la de un experto maestro carnicero; lo que sentía era una percepción del corte pero sin llegar a padecer ningún daño, tampoco observaba la reducción de la longitud del dedo, curiosamente seguía estando entero. Conozco al mejor ortopedista de la ciudad, puede que aun se encuentre despierto, podemos ir a visitarle si lo desea, le puede tomar ya las medidas. Estuve de acuerdo. Cogimos el mismo taxi que me condujo hasta la nave donde nos encontrábamos, reconocí el olor de curry del chófer, ¿al muelle 4, como siempre señor?, si, y no coja la radial, no me gusta nada ese camino tan largo, vaya bordeando por el parque, hasta que lleguemos al puerto.

Esa fue la única ocasión en la que me vi más próximo al hombre del traje negro, no sé porqué me fijé en sus manos, estaban recubiertas desde las muñecas por un caparazón calcificado de color rosado y padecían de un ligero tic nervioso, un extraño temblor rítmico que hacía que sus dedos se elevaran compulsivamente, apenas unos centímetros, como antenas que transmitieran y esperaran algún tipo de señal externa. Él notó mi asombro pero no pareció importarle, ¿le apetece a usted fumar?, Hristoff, ofrézcale al caballero un cigarrillo, intenté levantar la mano derecha para afianzar mi negativa pero sentí un enorme peso que impedía cualquier movimiento de mi cuerpo. Inesperadamente el cielo se convertía en una gran pantalla de arenas movedizas, advertí también unos reflejos intensos y extraños en los contornos del cristal delantero del taxi, como si en sus bordes metálicos se estuviera produciendo algún tipo de fusión desconocida, además la temperatura interior se elevó por encima de lo soportable. Miré bruscamente hacia mi ventana, no, no podrá usted abrirla, es inútil, quiero que sepa que desde este momento se encuentra usted totalmente paralizado, solo su mente funciona, pero muy parcialmente, apenas será capaz de formular algún pensamiento deslavazado, desde ese instante reinó un silencio penoso, cargado de las cosas que no se dicen. El taxi paró ante un control instalado en la entrada del puerto. ¿Ha estado usted alguna vez en la ciudad de Ecbátana?, preguntó el guarda de seguridad.

Es posible que los más crédulos se atrevan a decir que el guión de la extraña aventura que estaba viviendo debería cuadrar ahora mejor con la aparición de un escenario enigmático, por ejemplo, una embarcación amarrada al muelle más alejado del puerto, donde no hubiera testigos ni señales de tráfico marítimo, tan solo las ruinas de un almacén abandonado y acaso un par de grúas, aquellas que mantendrían el esqueleto oxidado de los camarotes y los tensores colgantes, extendidos como brazos exangües. Mientras el hombre del traje negro embarcaba yo notaría sus lentos movimientos, un torpe balanceo que empujaba un cuerpo que antes había observado más ligero, cuando me habló por primera vez en la fiesta de mi hermana, y que allí, sentada en una de las aletas de la popa, se encontraría ella, manteniendo aun su vestido de gasa blanca adherido a una piel de nácar brillante, su cara casi invisible, la mirada pálida y perdida frente al muro de la escollera. Pero he de decirles que no ocurrió así. Hristoff apagó las luces y aceleró repentinamente, el taxi se lanzó a gran velocidad hacia las oscuras aguas del puerto y cuando se produjo la violenta colisión contra el agua lo primero que experimenté fue una agradable sensación de eructo de champán, las burbujas subían impetuosas por mi fosa nasal y empecé a sentir un paulatino y reconfortante latigazo que recuperaba a la vida mis antes paralizados miembros.

Dormí como un tronco en aquella inmensa cama de agua, la terapia que me produjo ese sueño tan profundo y prolongado fue lo suficientemente reconfortante para sentirme a la mañana siguiente en un estado exultante. No quedaban recuerdos cercanos de malestar, ni siquiera sucesos de desvelos nocturnos o de pesadillas en mi mente, tampoco memoria alguna de la supuesta fiesta del día anterior, la habitación de las sombras del sauce blanco se encontraba limpia, sin atisbo alguno de platos con restos de la cena, ni vasos aun malolientes de alcohol o ceniceros abarrotados de colillas, todo se encontraba en un orden que me pareció más meticuloso de lo habitual, huele a acetona, me gusta, a quitaesmalte. La gotera había desaparecido del techo, las ramas del sauce seguían golpeando los cristales con la misma puntualidad de los días anteriores, olisqueaba incluso un tenue sabor a café recién hecho, ¡buenos díassss, grandullón!, ¿qué tal te encuentras?, te he preparado un café y un zumo de pomelo, como a ti te gusta, tesoro. Sabía que le agradaba y por ello sonreí a mi hermana. Me incorporé en la cama para así apoyar la espalda contra uno de los almohadones y contemplarla mejor, giro mecánicamente la cabeza y allí, en la parte baja de la mesilla de noche, seguía la misma caja de metacrilato transparente con el sobre en su interior. ¿Acaso no lo había visto antes en algún otro momento?. Abro la caja de metacrilato transparente y extraigo el sobre.


Ella ha dejado el desayuno colocado en una mesa cerca de la cristalera y me llama para que me acerque, llevo en mi mano el sobre y palpo un objeto algo abultado en su interior, !ábrelo!, me extraña que me lo ordene con tanta firmeza, antes de hacerlo me distraigo con el vuelo de un avión, miré hacia arriba, su preciosa línea de algodón cruza por un cielo de estelas fulgurantes. El hombre del traje negro responde en su interior a un mensaje que acaba de recibir en su teléfono móvil, los gallos siguen cantando al amanecer. Bajo la mirada y abro el sobre, mis manos tienen un cálido temblor de nalgas. Extraigo lo que me parece una taba pero mejor examinado es el cóxis pulido de algún animal pequeño; un súbito resplandor me ciega y para protegerme desvío mi cara hacia el interior de la habitación de las sombras del sauce blanco. Inesperadamente el viento atiza con fuerza sus brazos sobre los ventanales y escucho sobrecogido un fuerte impacto detrás de mi cabeza. Observo cómo una de las ramas que ha roto el cristal se anuda alrededor de mi cuello, una lengua de hierro candente me asfixia, solamente mis ojos desorbitados miran a mi hermana suplicando un auxilio que sé imposible. Lo último que contemplo antes de caer es un gato pelirrojo que cruza la valla hacia un jardín que se ha oscurecido incomprensiblemente. Me dijeron que en esa mañana había un sol de septiembre sobre las charcas.





30 ene 2018

PLEAMAR





FABIANI                            "EL NUEVO LANZALLAMAS"
Conocí a Fabiani una tarde de niebla blanca que amenazaba con nevada, fue en la falda noroeste de la sierra de Madrid y antes de hacerlo había tenido alguna referencia suya a través de Hubert, un buen amigo que abandonó el cortejo del rey José I cuando dejó definitivamente la Corte española. Debo decir que Hubert es un personaje único, él dice que es francés aunque yo no he conocido en mi vida tipo más vaquero y más serrano, siempre tan generoso a la hora de compartir sus extensísimos conocimientos musicales. Total que Hubert me regala unos meses antes de conocer a Fabiani la última publicación del artista, "El nuevo lanzallamas" (PromoSapiens, 2017) mientras me recomienda vivamente su escucha. El evento tuvo lugar en el Castilla de la Plaza de los Cuatro Caños de Collado Villalba, un café-bar que representa mucho más que punto de encuentro para las siempre sedientas almas de la zona. Simboliza, quizás sin saberlo ni dueño ni asiduos parroquianos, uno de los más auténticos garitos de intercambio de información musical subterránea de la provincia de Madrid. Una vez allí dentro el tiempo se descuelga de las manillas, la prisa es un concepto ignorado, si acompaña la climatología se sale un momentito a la calle a tomar un buchito de aire, lo justo para volver al habitat natural del local, el ruido de los bares que no son de música pero en los que casi exclusivamente se habla de ella.

Bueno, pues allí fue, en ese sorprendente paisaje pueblerino donde conocí a Fabiani y mientras hablaba con él quise recordar a qué sonaba su música, cuestión a todas luces insensata porque Fabiani entró en fase de bajamar a las dos o tres escuchas de su "El nuevo lanzallamas", lo debo reconocer. Vestigios de un pop bien trabajado, unas melodías más de amigos alrededor del fuego de una chimenea que de una fiesta "rave" en cualquier polígono de la periferia, después de unas breves, y ya casi olvidadas audiciones, el bagaje se hacía tan liviano que la memoria se negaba a dar más señales de vida inteligente. Una pena, porque es en esos momentos, cuando uno quiere quedar bien con el artista y sus pensamientos se diluyen como el sonido de unas escobillas sobre el parche de la batería, zig, zag, se acabó, hablemos de otra gente.

Para aliviar mi descuido Fabiani amablemente me habló de su proyecto DWOMO, también de LE GRAND MIÉRCOLES, una suerte de pasarela donde tiene cabida su obra como hombre de música,  como artista multidisciplinar. Ingente y hermosa actividad en la que me introduje, indagando en la variada y profusa información disponible en las Mallas del Pescador, con el objeto de conocer más de cerca el alcance de su creación. Fue allí, en el presente indicativo de los verbos regulares, donde Fabiani entró en fase de pleamar, el nivel del agua alcanzó su plenitud, coincidiendo, eso si lo recuerdo bien, con el mayor trasiego de botellines de Mahou. Tanto me gustó lo que encontré que a los pocos días compartí en las redes sociales el enlace de DWOMO, me puse también en contacto con su sello discográfico www.halloffame.es  y a los pocos días tenía en mi casa la última publicación de Fabiani como DWOMO, la fascinante TRILOGÍA FANTASMA.

La secuencia que les relato a continuación es cabalmente cierta, ignoro si el haber padecido últimamente sueños un tanto extraños tuvo algo que ver con la fatalidad ocurrida. Recibí la TRILOGÍA FANTASMA, un coqueto cuaderno conteniendo tres de la últimas grabaciones de DWOMO ("Electroshock Taronger", 2013, "Por el aire", 2014 y "El eslabón perdido", 2015), además de un MANUAL DE ANTIETIQUETAS ILUSTRADAS, una serie de divertidos y sorprendentes dibujos obra del artista gráfico Carlos Maiques. Un golpe fortuito de mi mano dio en el suelo con el conjunto del libreto, con tan mala suerte que el "Electroshock Taronger" (subtitulado como "DWOMO canta a Valencia") desapareció de mi vista. "¡Pardiez, cómo es esto posible!", me pregunté incrédulo. Pues sí, después de pasar un buen rato eliminando probabilidades, deduje que el celofán que cubría el CD se había deslizado por el suelo para terminar científicamente introducido debajo de un armario cercano. Sin posibilidad alguna de recuperación, a menos de desmontar las puertas del mueble, opté por aceptar un destino que entonces me pareció demasiado cruel. Conclusión, el "Electroshock Taronger", la revisión de canciones de artistas valencianos que DWOMO grabó como homenaje a una ciudad muy querida por mí, duerme el eterno sueño junto al polvo oscuro, las perdidas monedas de veinte céntimos y algún que otro clip oxidado. Buena compañía.

Introducirme entonces en la audición de los dos CDs restantes me hizo recuperar de nuevo "El nuevo lanzallamas" y decidí volver a escucharlo, una y otra vez, junto al "El eslabón perdido", una recopilación de caras B e inéditos que recoge grabaciones de la primera época del grupo (2001-2005, autoeditadas o publicadas por el sello DRO), y que representan para mí lo más brillante del paquete, ya manco de por vida, como el de Lepanto. Decirles que estas dos obras me sirven más y mejor que la Tarjeta de Transporte Público sería quedarme corto, me trasladan sin mover un solo dedo por paisajes que, además, vienen ya definidos por la propia banda. Porque DWOMO son un dúo, el formado por Jorge Lorán Martín-Fabiani y Antonio J. Iglesias, con ideología propia, unas Tablas de la Ley perfectamente desarrolladas en los textos que les sirven de Sagradas Escrituras, las ANTIETIQUETAS, una suerte de Manual Ilustrado para el Perfecto Boy Scout del siglo XXI.

Puede que "El nuevo lanzallamas" entre dentro de la antietiqueta "MINI HARD FOLK" y, si así fuera, las descripciones incluidas en la página informativa nos hablarían de "folk nervioso", "pop vecinal", "chançon for stay awake", "galactic pop", "eclectic surf", "melodías resistencialistas" o "juego precoital". Si "El eslabón perdido" lo hiciera dentro de la llamada "RETROFUTURISTA", lo describiríamos como "space folk", "himno de avance", "afterpunk de entretiempo", "astro performance", "robótica menor" o "ciber defensa". Elijan ustedes la antietiqueta que elijan, esos trece calificativos, entre otros muchos más, propuestos por el dúo de artistas se cerrarían en uno solo, el llamado "COSMIC COCKTAIL", una especie de resumen de "amarás a Dios sobre todas las cosas" (de hecho dentro de la obra de DWOMO hay una grabación conocida como "Disco Dios", PIAS, 2009, que digo yo que algo tendrá que ver el paisano...) y que podría acercarse, con mucha certeza etimológica, a lo que la banda en definitiva pretende, mostrar al oyente, un combinado metálico-gominoso-ortopédico donde quepan todos los estilos y géneros que les hayan podido servir de influencia.

En muy pocas ocasiones me ha ocurrido necesitar hablar de dos discos simultáneamente, como es el caso. "El nuevo lanzallamas" y "El eslabón perdido" se suceden en los platos sin descanso posible; no quiero, no me da la gana dejar de escucharlos y departir con quien me quiera atender, es tal su poder de seducción, en su conjunto de raíz cuadrada, canción a canción, en aisladas señales que buscan a un cómplice, alguien que tenga una sola razón para acercarse a la música de Fabiani-DWOMO. No tengo hoy ninguna obligación de adorar la geografía de las cenizas, mi razón es una reflexión que tiene más que ver con la necesidad de conservar la flora vaginal, de contemplar aros de cerezas en las bocas de los niños, de ver diminutos globos aerostáticos en peceras de 40x40. La ondulación de los temas brinca caprichosamente desde "No le intentes detener" hasta "Charles, el guardabosques", despega en "Monkey Man" para aterrizar en "Samba triste", se despeña en "Plantas carnívoras" para estallar en "Destino Memphis", y así hasta 31 temas en total. No importan tanto los títulos, la gran mayoría de ellos inspirados en una acertada sucesión de visiones interiores, importa un sonido que haga del oyente un muñeco de peluche, arrullado en los brazos de una matrona romana, sin querer despertarse. Mucha culpa de este cúmulo de sensaciones la tiene el tercer miembro de DWOMO (y también colaborador del Fabiani en solitario), Fernando Polaino. Su labor de producción en ambos discos es un prodigio de ingenuidad eléctrica, sus arreglos son portentosos; además de revelar un profundo conocimiento de lo que se trae entre manos, ocupa los espacios sin saturarlos, deja vías abiertas para que la ensoñación del oyente vuele por territorios llenos de algoritmos, de álgebra antigua.

No voy a desertar este año de mis obligaciones. Una de ellas es hacer de la obra de Fabiani-DWOMO cabecera de mis mejores momentos, los de pan de trigo y lecturas al sol. Otra va a ser pedir a Jorge Lorán Martín-Fabiani que siga, que no pare de hacer música. Ignoro cuales son sus planes presentes, qué le tendrá deparado el futuro a DWOMO, un proyecto que emula la grandeza de la catedral milanesa, el genio latino contaminado por tantos años de oleajes. Le suplico que no deje de hacerme tan feliz. A Carlos Maiques que de alguna manera avise cuando tenga pensado hacer alguna exposición de sus obras en Madrid. ¡Ah!, y a Hubert le exijo que no se retire de la puerta del Castilla, aunque yo llegue tarde y sin avisar, como es mi inveterada costumbre.

18 ene 2018

ELOGIO DE LA FIEBRE




ISAAC HAYES                          "HOT BUTTERED SOUL"
En los días de gripe el tiempo aprieta con mano de hierro, empuja fuerte porque quiere curvarse aun más, reclama girar con mayor vorágine. Como magnitud física con la que podemos medir la duración o separación de acontecimientos, el paso del tiempo me interesa más por las consecuencias que produce, por los efectos inesperados a que da lugar, sobre todo cuando el malestar general se adueña de mi cuerpo. En esos días de fiebre, los recuerdos del pasado alcanzan mayor intensidad porque entran en escena con potencia incontrolada. Ocurre como si otro ayer lejano, muy diferente al vivido, tomara carta de naturaleza, borrara con su presencia los sucesos realmente acontecidos. Un torbellino de nuevas imágenes entra entonces en la pantalla de mi cinta transportadora, se adueñan de mi pensamiento y crean una nueva memoria. Son representaciones sin perfiles totalmente definidos, muy cercanas a la copia exacta, pero también con aristas muy diferenciadas. Maldición de monstruos marinos en movimiento, toros escapados de toriles que suben hasta mi cama, hombres sin labios con tambores sordos que portan estandartes. Tiendo a pensar que el tiempo pasado es mejor porque tapa errores del presente.

Así sucede cuando camino por la calle Hilarión Eslava de Madrid, más concretamente, por una pequeña porción de su recorrido que comienza en la esquina de Rodríguez San Pedro y culmina en la de Fernando el Católico, apenas unos 300 ó 400 metros de aceras que siempre tienen que estar mojadas. En esa primera esquina se encuentra la Casa de las Flores, obra preeminente del racionalismo arquitectónico (Secundino Zuazo, 1931), en cuyo número 6 vivía mi bisabuela Matilde. Tras pasar por sus salones, decorados con tapices de motivos cervantinos, animado por el ajetreo de las partidas familiares de julepe, tute o brisca (también hipnotizado por sus queridos aromas cafeteros), me asomo a la ventana para observar la placa que, en el número 7 de esa misma calle, evoca la última estancia y muerte de Don Benito Pérez Galdós. Una esquina más adelante, ya cruzada la calle Menéndez Valdés, en el número 19 de la misma acera, tenía su sede la Librería Tragaluz, uno de los principales focos de mis compras literarias, hasta que sus propietarios no tuvieron más remedio que cerrarla por jubilación forzosa. Un par de números impares más y me encuentro, finalizando el verano del 72, enfrente de Tympanum, una de las no pocas tiendas de discos que proliferaban por el barrio de Argüelles, zona universitaria por excelencia de Madrid. Mientras yo me quedo esperando en doble fila en el 600, mi hermano sale con una nueva adquisición, el "Hot Buttered Soul" de Isaac Hayes.

A Isaac Hayes le habíamos conocido un año antes con "Shaft" (Stax Rcds, 1971) y, como no podía ser de otra manera, esa obra suya nos dejó gratamente conmocionados. El tiempo se medía entonces por la cantidad de veces que giraban los discos en los platos, por las interminables rondas de cañas en bares de toda condición y paisanaje, por las salidas nocturnas cuyos más sonados acontecimientos consistían en saber quien imitaba mejor el redoble de Ginger Baker en "White Room", el riff final de John Fogerty en "Born On The Bayou" o el soniquete nasal de Bob Dylan en "The Ballad Of Frankie Lee And Judas Priest". La dura vida del estudiante universitario comenzaba a la mañana siguiente, no antes de las diez y media ni más tarde del mediodía. Inmejorable presión de cerveza marca Mahou, en su justa medida de anillos de espuma brillante, mejillones y/o anchoas cabalgando sobre crujientes patatas fritas, partidas a los chinos, vuelta a casa para la comida de las dos, alguna que otra siesta y teléfono para quedar por la tarde con los amigos de siempre. El 61 llegaba a la parada del autobús y entonabas el "Here Comes The Sun" de George Harrison, eso ocurría solamente cuando decidíamos dejar la fiesta e ir a clase.

Isaac Hayes se había instalado pues en una buena guarida, una casa donde la música se había hecho dueña y señora. Vendimos la colección de música clásica (salvamos a Sinatra) de nuestros padres y nos buscamos un escondrijo para guardar la nuestra, a la espera de la temida contraofensiva (sirvió también de resguardo para desviar algunas botellas de buen güisqui y otras de ginebra "Made in Gibraltar"). Desde los singles iniciales de mitad de los 60, The Bee Gees, The Guess Who, Troggs, Nilsson, Herman Hermits, hasta los primeros Lps de finales de esa década, The Spectrum, Creedence, Simon & Garfunkel, Leonard Cohen, Johnny Rivers, la radio generalista ("Los 40 Principales", sin ir más lejos) emitía constantemente Beatles, Rolling Stones, Animals, Kinks, Who. El soul de la Tamla Motown era dueño absoluto de las ondas. Había espacio suficiente para todos, desde los grandes intérpretes anglosajones hasta la cosecha propia. Serrat, Pablo Guerrero, Els Sapastres o Joaquín Díaz y Agapito Marazuela. El mundo se descubría a golpe de Nina Simone, Nicola di Bari y Paco Ibáñez. Algunos locutores de radio hablaban gráficamente del "ambiente marihuanero" de Woodstock y lo entendíamos porque lo habíamos hecho ya nuestro, desde luego no en la práctica, impensable entonces, sino en el significado de imperiosa necesidad de liberación. El pasado, del "Riccordate Marcellino" de Renato Carosone, del "Camino Verde" de Los Panchos. El presente, del "Somethin´ Comin´ On" de Blood, Sweat & Tears, del "Maybe I´m Amazed" de McCartney.

La continuada audición estos días del "Hot Buttered Soul" (Stax Rcds, 1969) ha sido realmente fantástica, ha acabado con la gripe. Además, apenas he necesitado dejar caer la aguja sobre uno de los platos para convencerme que el futuro del soul era cosa de Isaac Hayes, lo fue entonces, cuando era pasado, y lo es ahora, cuando es presente. El tiempo va y viene y vuelve, la música también. Es una representación circular que ya el pintor Miquel Barceló expresó acertadamente cuando reconoció públicamente la grandeza plástica de la faena taurina. Lo manifestó además Santiago Auserón de Radio Futura, un profundo conocedor de los oleajes, en "Enamorado de la Moda Juvenil"..."En un momento comprendí / Que el futuro ya está aquí"; es cuestión entonces de convencimiento personal (espero también que sea una creencia transferible), de seguridad en una reflexión que acontece en exclusiva al pasar sin rumbo por la Puerta del Sol, cuando caminas sin prisa por la Barceloneta o te pierdes por las Siete Calles, también cuando tapeas por el barrio de Triana, claro, y debería coincidir además en el momento justo en que Jesús de la Rosa entona esa maravillosa línea de..."Donde brotan las flores / Para tí / Donde el río y el monte / Se aman... ("Se De Un Lugar", "El Patio"), y pides un solomillo en La Blanca Paloma. En algunos sitios de Sevilla también tiran muy bien la cerveza, mucho mejor que en cualquier garito de Memphis, en algo tenemos que ser claramente superiores.

Memphis, si. A 110 kilómetros, Misisipi arriba desde Clarksdale, el famoso cruce de caminos de Robert Johnson y el hogar de grandes músicos de blues. Los estados sureños de Georgia, Alabama, Misisipi, Luisiana, Arkansas y Tennessee, el perímetro del "Bible Belt", es curiosamente el contorno de la más genuina patria del rock´n´roll. La lucha del Almighty God contra la música del Demonio. Johnny Cash, B.B. King, Jimmy Reed, Elvis Presley, Muddy Waters, Bo Diddley, Otis Redding, Sony Boy Williamson, Levon Helm, nacieron allí. Muy cerca, en el vecino estado de Texas, empezaron a quemar los discos de los Beatles cuando a John Lennon se le ocurrió decir aquello de que eran más famosos que Jesucristo. También allí se encuentra el paraíso de la cocina genuinamente americana; berza con jamón ahumado, pan de maíz, frijoles, pollo frito y panecillos con salsa. El Memphis de Beale Street, sus locales de música en vivo, y la Gibson Factory, con sus estanterías llenas de guitarras, el de los estudios Sun en la Union Avenue, aquella grabación del legendario "Million Dollar Quartet" de Presley, Cash, Jerry Lee Lewis y Carl Perkins, el de la terraza del Lorraine Motel (hoy reconvertido en el National Civil Rights Museum), desde donde James Earl Ray disparó contra Marthin Luther King, el del Graceland de Elvis, la plenitud del exceso asentada sobre una antigua residencia colonial.

Comienza el "Walk On By", un tema de Burt Bacharach y Hal David que Dionne Warwick catapultó al número 1 en Abril de 1964, y se abren los cielos para el soul del futuro. Un marcapasos de base rítmica, a los mandos de la segunda formación de The Bar-Keys (la primera, aquella del fantástico "Soul Finger", desapareció en el accidente de aviación de Otis Redding), brilla en el monitor, sus líneas se van acompasando con la pulsación de un corazón que suspira por una nueva vida, por una nueva oportunidad de 12 minutos exactos de gloria. Nada que ver con la versión clásica y conocida de una  de las campeonas mundiales del pop-soul junto a Diana Ross (mi favorita, ojos de pantera). Los arreglos orquestales, obra conjunta de Hayes con los ingenieros Terry Manning y Ed Wolfrum, extienden la canción por el subsuelo pantanoso de la ciudad, recogen la tundra de desechos del Misisipi para empaquetarlo en puro soul de mantequilla de cacahuete. Los coros femeninos endulzan la merienda interminable y entonces aparecen los globos. El mismo Isaac con su Hammond B3 de doble teclado, marca con los pedales aun más la base rítmica, la ralentiza, la abre en canal. Su tono de voz, profundo y sin florituras, recita una historia de alejamiento buscado por un protagonista que, lejos de ser creíble, implora en sus lamentos una nueva oportunidad a su amada. Los solos finales conjuntan toda la potencia de una instrumentación que funde los cables del monitor. Es peligroso seguir con este grado de pasión.

"Hot Buttered Soul" fue publicado por el sello Stax de Memphis en 1969. Grabado en los míticos estudios del mismo sello (con las sesiones de mezclas relizadas en los también famosos Ardent Recording Studios); en la esquina de East McLemore Avenue y College St., allí donde los miembros de su legendaria sección rítmica Booker T & The MG´S fueron fotografiados cruzando ambas calles, emulando la portada del "Abbey Road". Frente a los establos de la Tamla Motown de Detroit y la Atlantic de Nueva York, Stax ofrece un soul profundamente unido con la marca r&b de Memphis. Berry Gordy decía que solo buscaba canciones que sonaran bien en la radio de los coches. Ahmet Ertegün ampliaba su base de negocios haciendo de Stax su plataforma de operaciones en el Sur para sus estrellas, Pickett y Aretha, ésta última ampliaba además su registro en los Muscle Shoals de Florence (Alabama), otra gran escuela de soul, como si no tuviera suficiente. Después de la muerte de Redding, Atlantic se haría con el catálogo completo de Stax, un inventario que incluía, entre otras proezas, el "Soul Man" y el "Hold On I´m Coming" de Sam & Dave, el "B-A-B-Y" de Carla Thomas ("The Queen of Memphis Soul"), el "Knock On Wood" de Eddie Floyd y el póstumo "(Sittin´On) The Dock Of The Bay" de Otis. Los tres primeros compuestos por Isaac Hayes y David Porter, la mayor fuerza creativa al oeste del Brill Building de Broadway junto a Holland-Dozier-Holland; los dos últimos temas por Steve Cropper, guitarrista de los MG´S, auténtico huracán de las seis cuerdas con sabor popcorn. Al Bell, el nuevo hombre fuerte de Stax, urge a todos los artistas del sello para grabar en tiempo récord un total de 27 nuevos álbumes. El "Hot Buttered Soul" es el último en llegar, y el que anuncia el comienzo de la segunda edad de oro de Stax, un sello y una marca que The Beatles habían elegido como lugar de grabación de su "Revolver" de 1966.

"Hyperboliscsyllabicsesquedalymistic" es la única composición de Hayes, compartida con Alvertis Isbell (el verdadero y completo nombre de Al Bell), en "Hot Buttered Soul", mi favorita. Me transporta bailando descalzo en la discoteca del Hotel Madrid de la playa de Gandía el "Me And Mrs. Jones" de Billy Paul, o aquellas gozosas compulsiones corporales, siguiendo el maravilloso ritmo del "Memphis Soul Stew" de King Curtis, en la pista de baile del "Keeper" en El Escorial. Un ejercicio de liberación física y mental de casi 10 minutos de duración. El bajo de James Alexander confirma el futuro sonido del soul-funk, sus líneas apenas hacen necesaria la aportación de la batería de Willie "Too Big" Hall, un bigardo de 17 años que años más tarde se convertiría en una de las piezas angulares de The Blues Brothers. Los elegantes bucles de Michael Toles a la guitarra me hechizaron entonces (y lo continúan haciendo ahora mismo). Pensaba en cómo era posible que estos tipos, negros hasta la coccigodinia, podían hacer una música tan enrollada, esas guitarras tan wah-wah pedal, el piano marcando el galope de un ritmo endiabladamente adictivo, el sonido del bajo, insisto, de otro planeta. El color negro que entonces formaba parte de mi archivo musical era el del sudor de James Brown, la marcha alocada de Sly and The Family Stone, el punto de cruz de Temptations, o los grandes divos y divas de los establos soul, pero este "Hyperbolis...", esto era otra cosa, una bomba de pezones calientes a punto de explotar.

Isaac Hayes es un auténtico titán. Un hombre hecho a sí mismo a base de pobreza extrema, abandono familiar y último refugio en el hogar de sus abuelos, verdaderos herederos de la esclavitud y de la segregación, también de las excelencias de la granja autosuficiente y de la vida campestre. Si a Hayes le salva algo, le socorre el destino, es que es un hombre de música, y eso en Memphis es un seguro de vida. Su formación es autodidáctica, no sabe leer una partitura, pero logra hacerse un nombre en la escena musical de la ciudad. Su virtuosismo con los instrumentos de viento y teclados, su voz severa y sensual, le ayuda a abrirse paso en una ciudad tan sumamente competitiva. The Teen Tones, The Morning Stars, The Ambassadors o Sir Isaac and The Doo-Dads son grupos en los que refleja su aprendizaje y sus estilos, desde el gospel hasta el propio rock, influencia de las emisiones del "The Big Beat" radiofónico de Alan Freed, desde el blues de las plantaciones de su Covington natal hasta el fraseo del jazz. Su primer saxo fue regalo del mismo David "Fathead" Newman, uno de los genuinos impulsores del soul-jazz, granero favorito de gente como Sam Cooke y Ray Charles. En 1964 logra un contrato como músico de sesión de Stax. Los mencionados singles de éxito de Sam & Dave, Carla Thomas y Eddie Floyd se suceden uno tras otros. Su primer álbum, "Presenting Isaac Hayes" (Enterprise, subsidiaria de Stax, 1967) no pasa del aprobado. "Hot Buttered Soul" le catapulta al éxito masivo. Dos años después, "Shaft" (Enterprise, 1971), banda sonora de la película de Gordon Parks y obra cumbre de la Blaxploitation, corona a Isaac Hayes como la nueva divinidad de la última tendencia soul, aquella que también anticipa la aparición de Barry White y la lamentable deriva del sonido disco.

En la cara B del "Hot Buttered Soul" las aguas del Jordán vuelven a su cauce, el bautismo de los fieles que se acercaron a sus orillas ya se produjo en la cara anterior, y ahora reina una calma de barrizal dorado, una tarde de libélulas que planean entre grifos oxidados. "One Woman", versión del original de Charles Chalmers, otro auténtico campeón de los pesos pesados del soul. Compositor y músico de sesión en innumerables grabaciones de Al Green, Aretha, Pickett o Dusty Springfield, hombre de confianza de los capos de Atlantic en Muscle Shoals, su relación con Hayes se prolongará con otras participaciones en obras posteriores suyas ("One Big Unhappy Family", "The Isaac Hayes Movement", Enterprise, 1970). Esta pieza, la más corta del álbum, es la nana que mece la cuna, o, en su versión adulta, el sutil vuelo de la falda cuando el columpio va perdiendo su impulso. El piano de Isaac marca el compás, la base rítmica y la voz adormecen al oyente, los coros femeninos y la orquestación, levísimos muros de sonido en las fiestas del Playboy Club del Sunset Boulevard. "One woman is making my home / While the other woman making me do wrong...", la eterna disputa en la mente del hombre sigue abierta.

"By The Time I Get To Phoenix", el clásico inmortal de Jim Webb, cuya versión del recientemente fallecido Glen Campbell es quizás la más conocida (¡Dios, cómo me gusta esa maravilla de "Wichita Lineman"!...) es sin duda la pieza más asombrosa del lote. En ocho, de sus casi 19 minutos de duración, el amigo Isaac anuncia su propia interpretación de la canción, ..."it´s a deep tune / There´s a deep meaning to this tune / I shall atempt to do it my way / My own interpretation of it", una larga parrafada que no tiene ni un solo segundo de desperdicio. Cuando comienza a cantar..."By the time I get to Phoenix she´ll be raising...", el texto me recuerda, debe ser el ambiente de road movie el que da pie a sus imágenes, al "The Last Trip To Tulsa" del primer álbum de Neil Young. Phoenix, Alburquerque, Oklahoma, el camino de vuelta a Tennessee. El único, apenas perceptible, latido del bajo ha dado paso a una suave orquestación de metales que va creciendo, reforzada por una brillante sección de batería y el pulso impasible del órgano, siempre presente. Parece una admonición, el protagonista deja a su chica en Los Ángeles y vuelve de nuevo al Sur, a su raíz, regresa a su casa, al origen de su auténtica música.


"Hot Buttered Soul", publicado en septiembre de 1969, llegó hasta el número 8 de las listas de aquel año y se mantuvo en lo más alto durante una buena cantidad de semanas. El sorprendente éxito inicial que tuvo en la ciudad de Detroit convenció a Al Bell para publicar el single ("Walk On By" / "By The Time I Get To Phoenix", esta vez con minutaje reducido) que sirvió para aupar aun más las ventas, hasta llegar al premio de disco de oro en ese mismo año. La figura del artista, un bigardo de más de 1,90 metros de estatura, con la cabeza totalmente rapada, gafas de sol, cadenas doradas alrededor del torso, se convirtió en una de las imágenes más icónicas del comienzo de la década de los 70. Su nueva visión del soul, con fuerte influencia del r&b y del rock crudo, sus interpretaciones, de composiciones propias o versiones ajenas, muchas veces con largos desarrollos instrumentales, daban pie a progresiones rítmicas que muy pocos, con la excepción del honorable Solomon Burke ("Rock´N Soul", Atlantic, 1964), se habían atrevido hasta entonces a explorar. Aquello era soul, sin duda, pero tenía la contundencia del rock y el swing del jazz, el calor del blues y la potencia del funk. Una nueva visión que el mismo Isaac intentaría extender en sus siguientes obras, quizás sin tanto genio musical aunque con igual o superior éxito comercial, "...To Be Continued", "The Isaac Hayes Movement", "Black Moses", hasta la llegada de "Shaft" en 1971. El mundo cayó rendido a sus pies. Compró la franquicia de baloncesto de la ciudad, a la que denominó, no podía ser de otra manera, The Memphis Sounds, y su Cadillac Fleetwood Brougham, ribeteado con terminaciones de oro macizo, se veía habitualmente aparcado en la entrada de los estudios de McLemore Avenue. En 1976, apenas, 5 años después de ascender a la cima, estaba por primera vez arruinado. Mientras asimilamos tanto y tan bueno de tan extraordinario artista, les propongo subir a nuestro Edsel Corsair del 58 y tomar la interestatal 40 hasta Nashville, nuestra próxima parada.




Dedicado a mi soul brother Crosby.


11 ene 2018

ÁLBUM FOTOGRÁFICO 2017 II


Sírvanse vuesas mercedes para mayor contento de la suya vista que, por la derrota del más bello de los sentidos, se les presentan estas fotografías como postrera recopilación del pasado año. Quede otrosí constancia de tratarse de tomas propias todas, unas fruto de la inspiración del autor, otras resumidas de ajenos artistas que, sin saberlo, contribuyeron gozosamente a momentos de discreta y recogida felicidad. Vaya mi agradecimiento a todos ellos, fueren quienes fueren y que en buenahora se admiraren por serlo.

1.- CRESTA DE GALLO


2.- DIAMANTE AÑIL


3.- DESPIERTO ES UN HURACÁN


4.-APARICIÓN DE NUEVA SOR TERESA


5.- PASEANDO POR MALASAÑA


6.- "STAIRWAY TO HEAVEN"


7.- ESTANQUE DE ABRIL


8.- ¡PASAJEROS A BORDO!


9.- ESQUINA DE TOLEDO


4 ene 2018

ÁLBUM FOTOGRÁFICO 2017 I



Que, al igual que se fizo por estas mismas fechas del pasado año, dase cuenta de la traza del autor porque grandes y pequeños conozcan de la obra del susodicho. Igualmente haya noticia que muchas o varias dellas son tomas sobre lienzos u otras reproducciones artísticas ajenas a la industria del propio autor y, ansí sabiéndolo, sirvanse los circunstantes de apreciar lo expuesto no como añagaza mas como objetos de feliz miramiento y regocijo.

1.- INTESTINO DELGADO


2.- HUEVOS FRITOS


3.- PÓNGALE UD. TÍTULO


4.- ESTANCIA CON MULETAS


5.- THE KILLERS ARE COMING


6.- DULCES SUEÑOS ROSE


7.- TELÓN DE LUZ


8.- PEINE DE HIERRO


9.- ANTES DEL "IN ROCK"