GOG Y LAS HIENAS TELEPÁTICAS "TRIAD"
Esta mañana el doctor me ha dado el alta, 14 meses después del episodio, según se lee al comienzo del parte hospitalario. "En estos momentos los dedos están sin inflamación. Mínimo actitud en ojal de botón, levísima y con muy correcta función de flexores y extensores, falta 1mm para contacto pulpejos III y IV en palma". Dieciséis meses en los que he de confesar que el dolor de las sesiones de rehabilitación se hizo en muchas ocasiones casi insoportable, sus ondulaciones llegaban hasta mi cerebro semejantes al ris-ras de una sierra mecánica hambrienta de homicidios, un oleaje desolador, angustioso, iba y venía con meticulosa saña, un frío punzón que atravesaba lentamente la quilla de mi cuerpo y hacía en muchas ocasiones que levitara de pura desesperación. Decidí entonces hacer al dolor un hueco en mi experiencia mamífera, le presenté como amigo ya íntimo, porque al poco me dijo que tarde o temprano volvería a visitarme, así que recién le he alquilado un pequeño rincón en la zona de más paso de mi propia casa. Allí sigue, de momento, con cara de circunstancias, en figura de cobra aletargada.
La música de Gog y Las Hienas Telepáticas me produce sensaciones parecidas a las expuestas, evocaciones de penar y de sacrificio, de grande agonía y muerte pequeña, también de gozo por la nueva buena de la redención. ¿Dijo alguien acaso aquello del dolor cómo arma de liberación?, si así no fuera, yo lo reivindico aquí y ahora. El rock de Gog es una suerte de gori-gori rock, canto lúgubre bien recubierto de melamina, una resina adhesiva que impide que sus canciones caminen por deleitosos huertos, al pairo del aire bueno de la mañana, donde siempre hay un benéfico plan burgués por llevar a cabo. El color de su nuevo trabajo "Triad" (Gog Artifacts 05, 2017) es de tono negruzco, y si acaso cupiera alguna otra gama sería la de la uralita oxidada, un gris perlado por urinarios improvisados, meadas a destiempo, de madrugada muy entrada en estado de cerebro plano. No es fácil llegar a representar musicalmente esa situación de desecho mental, buscar la creatividad dentro de un aburrimiento extremo, hay que experimentar la inconsciencia del tiempo fatalmente perdido para alcanzar sus cimas más inesperadas, y para hacerlo con el arte propio de Gog es necesario, además de haberse hocicado en sus oscuridades, haber fumado sus cenizas para crear desde los arabescos del humo nuevas murallas de piedra. Ciertamente, no todos los grupos son capaces de hacerlo.
Releo en estos momentos el texto que publiqué cuando descubrí a Gog y Las Hienas Telepáticas, en aquel Junio de 2016 su "Choke/Drown" me evocaba posibles terapias de inspiración anarquista contra el insomnio, además de reivindicación de algunos poetas mayores (Dámaso Alonso y Gabriel Celaya). A día de hoy, en una estación invernal de trenes más viejos, la banda se me figura felizmente consolidada de forma muy semejante, como un rico manantial de alusiones literarias, también geográficas. Entre estas últimas me veo hace muchos años conduciendo desde San Sadurniño hasta As Pontes después de una jornada de trabajo, mientras voy zigzagueando por carreteras secundarias en la radio suena el "(Ballad of the) Hip Death Goddess" de Ultimate Spinach. Galicia tiene eso. Luis Boullosa, como Cowboy Iscariot, bajista del grupo, y uno de sus principales compositores junto a Joao Avalanche, comentaba en una entrevista que Galicia es una tierra romantizada en exceso. El tema de Ultimate Spinach, un desolador canto a la diosa madre del tálamo, alcanzaba en aquel paisaje gallego de helechos y bosques de eucaliptos un significado más puro, más auténtico, un sentimiento de morriña más profundo. De forma parecida ocurre si invoco, como lo hace Boullosa en esa misma entrevista, a Álvaro Cunqueiro, uno de los escritores a los que hay que acudir cuando uno quiere encontrarse con el auténtico humus gallego, repleto de mares perdidos, de piedras vivas, de animales fabulosos. Gog es una banda que para su bien -o para su mal- es profundamente gallega.
Puede que caiga en el descrédito de los que me consideren demasiado repetitivo pero, muy a su pesar, hablaré de otras referencias literarias que con mayor fuerza revierten a mi memoria cuando profundizo en la escucha de este "Triad". Es esta la de los mineros del "Germinal" de Emile Zola. Comentaba anteriormente el color negro del álbum, su tonalidad de uralita oxidada, y ahora añado que el polvillo venenoso del carbón recién extraído, aun en suspensión, también serviría como telón de fondo determinante del ambiente del "Triad". Ya desde los primeros capítulos de la novela del escritor francés, los protagonistas quedan emplazados en un paisaje de hondísima inmersión subterránea, sus labores se suceden a través de una maraña de galerías a cual más lúgubre y amenazadora, la salvaje oscuridad, la sensación de claustrofobia extenuante, la humedad extrema, la amenaza innegable de explosión o de derrumbamiento, todas esas imágenes están perfectamente enmarcadas dentro de la representación, y hay aquí una simbiosis efectiva entre el oficio de los mineros y las láminas físicas que nos muestran los músicos. Las guitarras de Joao Avalanche suenan entonces a apertura de pozos, a taladro de rocas, el bajo de Cowboy Iscariot apuntala los túneles con soportes de madera resistente, la batería de Noli "Big Papi" González alcanza con sus baquetas la veta deseada, y Eddy "Thunder" Ponce, con un saxo estratégicamente situado entre pico y pala, crea espacios de necesaria ventilación.
Las secuelas físicas y mentales también aparecen extensamente en los textos de las canciones de este "Triad". La huida y el refugio en "Needles", los lugares por los que pocos se atreverían a transitar en "Prowler", el ángel mercader de peligro y humo en "Angel", en "Crackpipe" se encomia el provecho de la herramienta más juguetona y menos sofisticada, "Sunbathing" presenta a un protagonista hundido en su propia miseria, mientras que en "Sepeliopolis" ese mismo personaje no encuentra escapatoria posible, "Jerusalem" es el escenario urbano (muy a propósito el nombre de la ciudad) donde el sistema se muestra en toda su brutalidad, hasta llegar al epílogo de "Scream" en el que en una breve línea: "y entonces caes, caes profundamente dentro de la mina", se descubre al oyente el decorado final de la representación, los mineros y los músicos contemplan sin sorpresa la definitiva pérdida, la culminación para mal del juego. Dos temas de más, la versión del "When I Came First To Town" de Nick Cave y el "Lago De Ceniceros" (favorito por su conseguido tono épico-castellano) arquean la balanza hacia terrenos menos caníbales. Por si no te hubieras enterado (¡chaval!), en el último párrafo explicativo del disco, Gog apuntala una serie de ideas que confluyen todas en una común imagen de desolación, de ausencia total de salvación, de liberación final; en todo caso, la redención vendrá dada por la rabia y el aburrimiento, hay una belleza explícita en la derrota, y los transmisores de esa cruel realidad (ya anticipada muchos años atrás por los popes del romanticismo), "the purest northwest shitholes", llegarán a tu ciudad para mostrarte la buena nueva.
Ese feliz advenimiento tuvo lugar en la sala Wurlitzer Ballroom el pasado 18 de enero y algunos nos dejamos caer por el local para asistir al concierto de presentación de este "Triad" en Madrid. En el escenario Joao Avalanche a la guitarra, Cowboy Iscariot al bajo y Noli "Big Papy" González a las baquetas. Macky Chuca (me fascina como mueve las manos en el escenario esta mujer-actriz), conocida poetisa en su reciente proyecto Erráticas y voz en las últimas grabaciones de Broke Lord, interviene en algunos de los temas en directo del "Triad". Iván, miembro de Medio Grumo, una banda en la que participan también varios de los carroñeros, ocupó la guitarra rítmica en la segunda parte del concierto. El ambiente es un tanto frío al principio y propicia el introito de Cowboy Iscariot alentando al personal a que se acerque hacia el altar de las Hienas, conocidas alimañas que no gustan todavía de comer carne viva. Salvo el "Needles" y el "Scream" se suceden todas y cada una de las canciones del nuevo disco, acompañadas de varios de los temas del trabajo anterior "Choke/Drown". No es capricho que conforme se acrecienta el trasiego de cervezas la peña se vuelque más hacia el escenario, suceso que alcanza su cénit cuando la banda entona el "Mierda De Cara" (sospecho que este tema forma parte del catálogo de Medio Grumo), el contorsionismo pogo de los más cercanos asistentes otorga entonces al concierto una representación reivindicativa, una suerte de coreografía de nuevos niños cabreados con el mundo.
El sonido en directo de Gog, potenciado en una sala como la Wurlitzer en la que los comentarios de los asistentes al concierto apenas se oyen, se mueve dentro de los parámetros del hardcore melódico de (por ejemplo, sin que sea excluyente de otras bandas...) Gallon Drunk y los Hüsker Dü más civilizados. Pero Gog y sus Hienas Telepáticas suenan a ellos mismos, su propuesta no deja de tener el mejor poso de la resaca eléctrica post-ochentera, para entendernos, las de unos noventa que pretenden volver a la fiesta después de unos años de cuelgue shoegazing. Sortilegio de aceleraciones y medios tiempos en los que el movimiento rítmico del cuello del oyente lanza su cabellera hacia marcas de récord olímpico, y allí es precisamente donde Gog y sus Hienas destacan. Una marejada-muelle, cuyo comienzo en tropel en el "Triad", "Needles", "Prowler", "Angel" y "Crackpipe", arrojan al espectador contra los acantilados para, en un posterior ejercicio de rescate marítimo, "Sunbathing", "Sepeliopolis" y "Scream", recoger sus pedazos ensangrentados. "Jerusalem" quedaría como un arrecife abandonado en medio de la playa, su perfil, siluetas de templos religiosos en ruinas.
Restaría en Gog la percepción de la banda que, seguramente sin pretenderlo, sirviera de vehículo para la reivindicación de la acción directa, aquel concepto revolucionario -ya desgraciadamente obsoleto- que fue sustancia y meollo de nuestra mejor historia libertaria. En un momento -como no podía ser menos- en el que tantos males afligen a la patria, propuestas como las de Gog son necesarias porque ahondan en el camino hacia la renovación del paisaje y del abismo. Perdidas ya las colonias, vivo aun el fantasma de la última guerra civil, recién pasada ya la vileza de la cuarentena de la Transición, sea servido nuestro último consuelo en los brazos del más profundo sueño interior y, como quien sí quiere la cosa, hablémonos después de los efectos de nuestra narcolepsia, demos también publicidad a nuestras mejores pesadillas. El cataclismo cósmico que muestra la cubierta del "Triad", siempre la imagen de una mujer, sus cabellos en erupción de repollo nuclear, sus ojeras de raíces y espinas, sus ojos drogados, sean el más fidedigno espejo de nuestra realidad actual.
Qué suerte que queden bandas así tras pasar los cuarenta peores años de nuestra historia (sin contar los del fascismo), ya que hablas de la maléfica y anestésica Transición. Magnífico texto, Javier, resonará varios días en mi cabeza.
ResponderEliminarAbrazos.
Yo creo que esta gente de Gog cuadra bastante bien con la situación actual del país. La grandeza (y la belleza) de la derrota frente a la impostura hortera de la realidad, tocando también la vertiente política. Un romanticismo de nuevo cuño, la imagen del abismo sigue atrayendo pero el paisaje es diferente, más de ruinas carbonizadas.
ResponderEliminarAbrazos,
Javier.