LA BUSCA PÍO BAROJA
Existen círculos en la historia de lo visible y también existen en la historia de lo olvidado que, a fuerza de ausencia de recuerdo, lamentablemente se tornan en invisibles. No deja de estar, no deja de existir ahora lo que no se ve, lo que hace mucho tiempo pasó y, demasiado alejado en la memoria, parece como muerto, como inexistente. Es cuando confluyen ambos círculos, el del presente y el del pasado, y vemos reflejada en una misma historia aquellos acontecimientos que son y que fueron un mismo hálito, un mismo tiempo para todo, cuando podemos entonces entender esa perenne filosofía del "eterno retorno", la vuelta a un origen que marcará, eternamente, un camino semejante al ya andado y que, de igual modo, nos conducirá a un final similar. La balanza de la vida plena, rica, ahíta de presentes frente a la existencia ausente de regalo, condenada a la interminable búsqueda de lo mínimo.
En el Madrid finisecular que retrata Pío Baroja en 1904 en su novela "La Busca" hay pobreza, y en el Madrid de la segunda década de este siglo XXI también la hay, y al salir a la calle cualquier día, en las aceras, en los esquinazos, en las escaleras de las estaciones, en los soportales de las plazas, entre los semáforos, (en las alambradas de las fronteras, muy lejos de la ciudad), ocurre lo mismo que sucedía hace poco más de un siglo. No es quizá una miseria similar a la de antaño, es aun peor, es la propiciada por la abundancia venida a menos, aquella que anega de egoísmo a toda una clase media, ingente en su número y proporción, que une la displicencia de su status, mucho menos empobrecido, con el rechazo hacia el sujeto pobre, diferente, rumano, negro, subsahariano, moro. Han cambiado los protagonistas, los del aluvión andaluz y castellano de finales del XIX , por aquellos que han venido de mucho más lejos, paisajes de una tierra sin esperanza que se vislumbra claramente en sus pupilas blancas.
Si, "La Busca" es un círculo, una gran circunferencia humana por la que transitan personajes y situaciones que convergen en un mismo punto inicial y desembocan en un idéntico final. Llegada a la ciudad y difícil tránsito para un protagonista principal, Manuel Alcázar, que es fiel trasunto de aquellos otros personajes que en la novela viven y padecen su misma situación, la lucha permanente por subsistir en un ambiente cruel y hostil, trabajando honradamente las menos, las más de las veces cruzada ya la línea de la delincuencia. También existe similitud circular en la propia trama histórica del protagonista principal con sus acólitos, aquellos jóvenes "randas" y golfos que, sujetos unísonos de las pasiones más perentorias, caen en el rechazo furioso contra la sociedad que les condena, cuando no en la violencia, pretendida cura del "honor" ultrajado, otras, las más ocurrentes, dando buena cuenta de la mejor picaresca urbana y del más acrisolado lenguaje de la nueva germanía.
La novela de Baroja, primera de las que compusieron, junto a "Mala Hierba" y "Aurora Roja", su afamada trilogía "La lucha por la vida", no es solo un gran documento social del Madrid de los primeros años del siglo XX, es también un claro ejemplo de la mejor práctica literaria puesta al servicio de la narrativa, de la claridad en la expresión y de la concisión de vocablos y diálogos al último fin de la sencillez lectora. Su sentido más profundo se recoge en la visión de un imaginario potentísimo, reflejo de múltiples acciones que le deben mucho a una estructura semejante a la representación teatral, y que marcan indeleblemente el curso de una novela que galopa desbocada hacia un final presentido, aunque no falto de drama.
Teatro y también pintura, y poesía en breves frases de acertadísimos adjetivos, ecuánimes epítetos que enriquecen la prosa hasta cotas de breve belleza. Pinceladas, ya que hablamos de pintura, de una ciudad vista y observada desde la próxima lontananza de los arrabales y suburbios, geografía por la que transcurre gran parte de la acción de la novela. Un Madrid de tenues trazos horizontales, alargados esbozos pálidos, blanquecinos, húmedos, cobrizos a veces, otros plateados, en superposición de escalas cromáticas, hasta la cumbre de un pigmento azulado que corona la cresta del Guadarrama. Baroja pinta escribiendo, escenifica la acción, transcribe la realidad en su más pura e inocente verdad. Le queda al lector el placer, y la osadía, de soñarlo.
(Próxima convocatoria II Ruta Barojiana)
http://alazardelasletras.blogspot.com
Amén, Javier. Nadie como tú para escribir del maestro y "La busca". Lo que dices es tal cual, simplemente animo a todo el mundo a que haga caso al maestro De Gregorio y lea la novela glosada, así como "El árbol de la ciencia", "Las inquietudes de Shanti Andía", "Zalacaín el aventurero" y muchas más que seguro pasan por este magnífico blog.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un auténtico placer leer tus textos sobre Baroja. Lo malo -no, bien pensado, lo bueno- es que me quedan aún muchas novelas suyas por descubrir.
ResponderEliminarSaludos.
Algun politico deberia leerlo y sacra conclusiones además de ver como se escribe en castellano
ResponderEliminarMe uno a los elogios sobre tus textos de Baroja. Hace muchos años, demasiados leía con frecuencia y Baroja estaba entre mis predlilectos. Ahora leo todos los días pero son escasos los libros. Un abrazo, crack.
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