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22 may 2015

TIERRAS DE ESTELLA II





IV RUTA CARLISTA                  "TIERRAS DE ESTELLA II"
Observo la fotografía de las campas cercanas a Mendaza y me conforto con el frio húmedo de la proxima batalla, aquella que libraron Zumalacárregui y los generales liberales (¿era ese su grado...?) Fernández de Córdoba y Oráa. Es un frío dulce que recuerda al continuado sorbo del clarete, nada que ver con aquel chorreo acartonado de agua y barro que se colaba entre las costuras de las botas de los soldados. Son mieses de un verde brillante que convence de cielo a la misma tierra, pareciera que se ha tornado el soporte del firmamento del revés. Teclea la baja temperatura un viento corredizo de ventanas abiertas, parecido a aquel del que hablara Dámaso Alonso, cuando alababa el aire bueno de Mayo entre las flores, y la lluvia nos empapaba los pantalones hasta parecer que nuestra vanguardia fuera semejante al sudor pegajoso del delta del Mekong.

Pero no, no estamos en Vietnam. Circulamos por la N-111 en un Range Rover Evoque V8 desde las coordenadas de Los Arcos hasta Puente de la Reina, rememorando las viejas batallas de los románticos del siglo XIX, aquellos que empezaron a tomar como norma de lamentable conducta el dirimir sus diferencias a golpe de sable y fogonazos de pólvora. Las guerras civiles que asolaron las tierras del norte, las que se hicieron grandes por su geografía y por la estatura de las gentes que en ellas lucharon; pequeñas y miserables hazañas porque acunaron odios y diferencias que todavía persisten, más de ciento cincuenta años después. Hacia allá nos dirigimos, peregrinos de un recuerdo más que olvidado, fosilizado entre las brumas diarias de nubes y montes, un paisaje plano de leves collados y puntos en el horizonte, que son pueblos.

Las honduras de los valles que atravesamos son enormes bocas de ballenas y pareciera que en su cilindro semirrígido regurgitara el beso oculto de las amatxus navarras. Nos escupen de un lado a otro, de planicie a planicie, desde la tostada candeal del pan hasta la mermelada ácida de la sidra. Como bien podemos, siguiendo el rastro de gente que ya casi nadie recuerda, así nos movemos entre espectros de borrascas líquidas, ajenos aun a una suerte de sortilegio que nos perseguirá durante toda la ruta, intentando rememorar gestas de otros hombres, el color de sus alpargatas, sus txapelas, sus ros, sus uniformes, el lánguido vivac de las hogueras en los campamentos. Vamos buscando fantasmas.

No hay nada de música durante el trayecto, ni un miserable silbido de ascensores, salvo cuando subimos por una de las laderas de  Montejurra y rememoramos a continuación alguna tonada carlista, poca cosa comparada con la magnificencia del paisaje. Nuestros pasos adquieren entonces el tono marcial de las esplanadas del Krenlim, se asemejan a la agudeza atómica de las trompetas revolucionarias de La Marsellesa en los Campos Elíseos, cuanto menos, una especie de subida al Olimpo- De- Los- No-Reconocidos, de los Perdedores-De-Tantas-Veces.  Estella, la ciudad, que curiosamente adquiere más potencia visual desde la nebulosa visión de unos ojos viejos, brilla con un tono de motores de mantequilla. Iratxe, en el pesebre de la montaña, funciona como una pequeña diáspora de pasos perdidos.

Todos los campos que vemos en Estella son de un inmenso caleidoscopio de colores. Enero, Febrero, Marzo y Abril han hecho abundante depósito de folclore agrícola y la tierra se muestra como la palma de Dios (es esta tierra religiosa); abierta, firme y fecunda, espléndida. Hasta donde se estira la mirada hay canciones de barro, sonetos y huertas que aspiran el aire tibio, tan lento como la perfección sonora del vuelo. Las cumbres de los montes son muelles que respiran por sí mismos. El movimiento está quieto. Aparece una oración que se atreven a transportar las águilas, hasta Santa María de Eunate y más lejos, hacia la ermita de Arnótegui. Las moles del castillo de la Infanta Isabel han empezado a rodar hasta Mendigorría y el campo se ha llenado de un mar de piedra.

Los arcos de Puente de la Reina abrazan un río que ya no existe, de tan bonito. Circunvala una ciudad ajena a su belleza, anclada en siglos de bronces y puertas y amuletos religiosos, también de aspilleras de cloroformo alcohólico. Iglesias que marcan su presencia como grandes canciones de Led Zeppelin, sus esquinas aguzadas en calles sucias e interminables, contundentes escudos nobiliarios y un aroma de adobe árabe. Los peregrinos del camino de Santiago, abundantes en la ciudad, se atusan la barba y (ellas) echan de menos a sus gatos en Chelsea o en Huixquilucan. Navarra, en ese momento de las flores de jabón, está maravillosamente aletargada. Un poderoso narcótico ha hecho mella en los bolsillos de los comerciantes y el polen saca a bailar a las moscas más perezosas.


Niego ahora la posibilidad de regresar. Deseo quedarme aquí por más tiempo, como el eco de una canción, adormecido bajo un coro de las Ronettes. El doo-woop de los campos de Estella es tan poderoso como el del delta del Bayou. Hay pájaros que palmean, hay nubes que olvidaron el confesionario, en los últimos días de la ruta ha aparecido un sol lleno de clamores, el campo centellea como si fuera el campeón del mundo de bolos y el vapor de la carretera sube tan alto como las escalas de Abbey Road. Saco a bailar a Zuma y su poderoso brazo se convierte en una cureña que marca siempre el camino hacia Castilla, nunca hacia Bilbao, ... ¡maldito Don Carlos y sus consejeros cortesanos!. Los viacrucis, tantos en las tierras de Estella, terminan paseando con los espantapájaros, también muchos.

Hay siempre un volver, nunca un irse en las tierras de Estella. Incluso cuando el recorrido es de poca distancia, de Murugarren a Abárzuza, por ejemplo, apenas 4 kilómetros, jalonados a mitad de camino por el hito monumental en memoria del Marqués del Duero, muerto en la batalla de Monte Muru. La sensación es de parada de autobús, aquella que aun guarda la cornisa de cemento y el respaldo troquelado por Iberdrola, y caminos a derecha o izquierda, que invitan al viajero a que se introduzca entre los extremos más autóctonos de la zona. Le aprisiona atemorizado quizás sin pretenderlo, pensando que su supuesta falta de atención le cobre peaje de ausencia, tanto que a la vuelta a su tierra sienta haberse perdido algo de verdadera importancia. Tierra de singulares detalles orográficos, sorprendentes como las tornasoladas pinceladas celestes que abruman su bóveda, extrañas al máximo ante la ausencia muchas veces de árboles en sus campiñas, casi todo llano, casi todo planicie.

Una excepción a esa uniformidad, y que me permite tomar pie para intentar cerrar esta breve crónica de la ruta, es la famosa encina de Erául, una suerte de desgarrado clamor arbóreo al cielo. El tronco milenario de la flora mediterránea que, paralizado en su inmensidad temporal, clama a los hombres de bien paz y descanso, a ello estimulan las piedras bancales que circunvalan su perímetro, también las ramas adustas que parecen implorar permanentemente la tregua que nunca se dio en las famosas batallas del mismo nombre. Coronando la campa, entre las peñas de San Fausto y Zubite, escalones dentales que se divisan desde el mismo centro de Estella, su figura aparece como epígono de este relato; trueca de ese ejemplo anteriormente comentado, regreso a la raíz de una tierra, la de Estella, que nunca dejará de sorprender al viajero encelado.





Nota: Quisiera dedicar esta entrada a mi hijo Javier y a Manuel Molina.










4 comentarios:

  1. Joder Javier...y yo que he tenido la suerte de patear alguno de esos parajes ignorante de su historia y sin saber que tan bien se podían relatar sus bondades, casí mola mas leerte que pasear por Puente de la Reina, y mira que es chulo...como un tema rockoso de los Zep.
    Tremendo post maestro, igual me doy una escapada por allí un finde este verano, un amigo mio es oriundo de la zona.
    Un abrazo.

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  2. Las tierras de Estella dan mucho juego, histórico, gastronómico y de pura fantasía. Estaré por Ituren y Donetzebe a finales de Junio y de nuevo en una nueva Ruta Carlista (itinerario a decidir) en Mayo del año que viene. Si vas por Estella este verano, ya brindarás por mí con un sorbito. Yo lo haré por tí esta noche en El Sol viendo al Profeta.
    Saludos maestro,
    Javier.

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  3. Fantástico artículo del que fijo se sentirán orgulosos tu hijo y Manuel. Me encantan tus menciones musicales. Estuve en Estella hace muchísimos años, unos 25 y, como te puedes suponer, no valoré en su justa medida como lo haría después de leerte. Un gran abrazo.

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  4. Ante tantas horas dedicadas al vicio musical al final algo tenía que colarse. Estella es una tierra muy unida al camino de Santiago y a las Guerras Carlistas, estas últimas muchísimo menos recordadas. Por cualquiera de los casos merece mucho la pena darse un paseo de vez en cuando por allí.
    Gracias por tus palabras. Un abrazo,
    Javier.

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