Subió la clara del huevo hacia el cielo y dejó, inesperadamente, un esbozo de relámpago casi cobrizo. Se adivina desde su base un tenue fragor amarillo, una llama que no quema y que soporta el vuelo místico del fuego. Entran los mares, y las rías, entre los perfiles de la isla y son las huellas de la marea, que queda peremne, el reflejo instantáneo de lo que una nube puede decir.
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