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20 jul 2020

VIDA PRIVADA



Espero al vuelo de la bella mariposa de tres colores para conciliar el sueño. Suena "The Live Adventures of Mike Bloomfield and Al Kooper" ( Edsel Rcds, RE 1988) y el guitarrista de Chicago permanece internado en un hospital de San Francisco después de sufrir un colapso en la tarde del 27 de septiembre de 1968. Como un autómata, sigo las líneas blancas de los pasillos para encontrarme con el equipo médico, con las enfermeras encargadas de las curas; desde las pantallas colocadas en las paredes de las salas de espera reverberan los códigos de los pacientes citados a consulta. Llega mi turno, me doy una palmada de ánimo en la nalga izquierda. Mike Bloomfield, aquejado de insomnio crónico, lleva cuatro largas noches sin dormir. Con el peso de la adicción jugando en su contra, cinco años después, pega la espantada a mitad de la primera semana de grabación del "Triumvirate" (Edsel Rcds, RE 1987) junto a Dr. John y John Hammond; me voy a ver a Flip Wilson, dijo a sus compañeros (aparentemente harto del insoportable ambiente de lucha de egos), ¿quien demonios es ese tipo?

Originalmente publicada en 1932, la novela "Vida privada" de Josep María de Sagarra relata la decadencia de la aristocracia barcelonesa. Rica en escenografía de interiores, se exhibe (sin tapujos) la podredumbre moral de la alta sociedad urbana. No caben aquí bufones ni tampoco tipos esperpénticos (aunque las embadurnadas cortesanas catalanas del dictador Primo de Rivera también tengan su sitial), los personajes desfilan por una platea repleta de chantaje, dolor y crimen, los supremos cínicos se mueven como peces en esta ciénaga repleta de imperfección. Esta edición (ad maiorem gloriam del propio autor), se completa con los interesantes comentarios de Félix de Azúa, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán. Del ambiente sórdido de la gran urbe catalana pasamos a la escena rural gallega de Emilia Pardo Bazán en "La madre Naturaleza" (Cátedra, 2019). Si en la obra de Segarra prima el Zola original, en su naturalismo determinista, doña Emilia se acoge a la versión espiritualista y cristiana. La Naturaleza, gran protagonista de la novela, justifica el destino inapelable del amor adolescente, haciéndole triunfar frente a un mundo de adultos, donde priman las tradiciones, los intereses económicos y las convenciones sociales. La novela, siguiendo el canon del género, culmina su trama de forma abierta, el alejamiento final de los jóvenes personajes supone el sospechado epílogo ante la futura relación matrimonial, obviamente sacramentada. Sin rebajar para nada la calidad de esta obra, me gustó más la Pardo Bazán en "Los pazos de Ulloa", su inmediato antecedente.

Paseo por el nuevo jardín tras pernoctar sobre un tálamo de acero. Fotografío su exuberancia a primera hora de la mañana, cuando la brisa aun permanece virgen entre sus senderos. Los colores son los del verano del antebrazo, su tiempo no ha llegado aun al cenit acelerado del canto del grillo. El contraste entre el edificio y la fronda que lo rodea se asemeja al del albero desleído entre las hojas del puerro. Bajo al pueblo para recordar sus esquinas de granito, las avenidas arboladas y las curvas arqueadas del agua de sus fuentes. Los transeúntes se desplazan en silencio, ocupan el espacio arrastrados por el destino del carrito de la compra. De vuelta al porche, la casa permanece sumida en la quietud de sus vigas maestras, la órbita de los árboles que la rodean se asemeja a una gigantesca claraboya transparente. En esos momentos no hay más banda sonora que la del recuerdo; mientras fijo la mirada en los altos setos que separan el jardín de la carretera suena "Europe" de Blondie ("Autoamerican", Chrysalis Rcds, 1980), también lo hace el "Variations on a Theme by Erik Satie (1st and 2nd Movements") de Blood, Sweat & Tears (disco homónimo, Columbia Rcds, 1969).

De Cormac McCarthy tengo pendiente su primera novela "The Orchard Keeper". Recuerdo que mi hermano me comentó que leyendo a McCarthy le parecía estar escuchando a Creedence Clearwater Revival. Empecé su lectura y al poco la dejé inconclusa, su inglés me pareció demasiado americanizado, un punto más allá de la mera resonancia de las palabras, una suerte de habla de germanía a la que por entonces no estaba dispuesto a enfrentarme. Leyendo estos días atrás "Meridiano de Sangre" (Debolsillo, 2007) he conseguido una cierta reconciliación con la obra del autor de Rhode Island. Me ha arrebatado la descripción de su geografía, las fronteras del desierto de Sonora entre Arizona, Nuevo México y Texas. También lo ha hecho la exposición de su trama y la fuerza de los personajes; la atmósfera de la novela se detalla con una crudeza casi insoportable, la tensión se mantiene hasta un final que no dudo en calificar de colosal. Raymond Carr y su "España, 1808-1975" (Ariel Historia, 1984) es de obligada lectura para todo aquel interesado en conocer los orígenes y causas de nuestro presente. Me han parecido mucho más interesantes los capítulos dedicados al siglo XIX (incluyendo los prolegómenos de la época de la Ilustración del siglo anterior), hasta el momento de la debacle de 1898. El resto del libro transcurre amenamente, la precisión sintáctica de la prosa del hispanista inglés mantiene el interés de su lectura, evitando en todo momento que la multiplicidad de datos históricos, referencias y notas aclaratorias, se conviertan en asunto farragoso para el lector.

Al término del segundo día acabé por acostumbrarme al tálamo de acero. El hábito de la mañana siguiente continuó su curso. Lo hace más atractivo el plan de una comida fuera de casa, así que ese mismo instante se prolonga feliz ante un seductor evento gastronómico. Ese ahora imaginado comienza a propagarse gracias a sus primeras ondulaciones, ensancha su contenido sin darse cuenta del itinerario al que se dirige. La espiral se destensa y apenas traspasa la superficie completa de la piscina. Los zancudos surfean entre la rompiente de la pequeña marea, intento comprender sin éxito la parsimonia de su deslizamiento. Una avispa ha caído al agua y lucha por subsistir más allá de las cuatro semanas de vida, las abejas se posan en las flores de la lavanda, atraídas por el penetrante olor que ayuda a las parturientas. En este decorado el fondo musical queda lamentablemente indefinido, no surge de la memoria ninguna melodía; salvo el sonido de los vehículos circundantes, el motor de una avioneta lejana o la percusión sorda del aire caliente, transcurre un silencio estruendoso.

Enfrentarse por primera vez a todo un clásico como Juan Valera supone un reto, también una incógnita para el lector primerizo. Un autor tan celebrado, tan encumbrado por la crítica y la historiografía literaria, puede que cause, de entrada, un exceso de respeto. Ese superavit de reconocimiento ajeno creo que molesta al novelista cordobés, le hace parecer demasiado ostensible y, por lo tanto, sin aparente necesidad de nuestra atención y probable afecto. La lectura de su obra más reconocida, "Pepita Jiménez", me ha producido, debo reconocerlo, un gratísimo placer. La estructura de la novela, voz epistolar en la primera parte ("Cartas de mi sobrino"), palabra de un protagonista aparentemente indefinido en la segunda ("Paralipómenos"), y conclusión del círculo con mezcla de las dos anteriores ("Epílogo. Cartas de mi hermano") en la tercera y última parte, mantiene intacta la atención de la mariposa sobre la adelfa. Personajes, narrador, sacerdote, viuda, se expresan cultamente (Azorín se quejaba de la ausencia de auténtica habla popular en los diálogos de no pocos autores del XIX), y a mí personalmente esa forma narrativa me gusta cuando me enfrento a la novela de época. El carácter costumbrista de la Andalucía rural de entonces queda especialmente bien reflejado. Valera, escritor naturalista pese a él mismo (como lo definía su amigo Menéndez Pelayo), conoce de primerísima mano el ambiente en el que se mueve y, lo que es más importante, transmite al lector el gusto por la multiplicidad de colores e impresiones de los pequeños pueblos campesinos. Verdadero paliativo compensatorio ante la crudeza de tantos otros novelistas especialistas en el relato del paisaje urbano, dicho sea de paso.

Concluir con Francisco de Quevedo, personaje irrepetible y fascinante (Jorge Luis Borges le considera como el mejor poeta español de todos los tiempos), viene a ser la guinda del pastel en esta última hornada de lecturas comentadas. Para no empalagar, seré por tanto breve. Prefiero de esta antología sus poesías metafísicas, líricas y satíricas, antes que las amatorias (sin desmerecer de estas últimas). En cualquier caso, la riqueza del lenguaje de Quevedo es portentosa, a tan alto nivel llega su deslumbrante talento que es capaz de crear numerosas palabras antes desconocidas o, en la pirueta del trapecista sin red, desarrollar su convencional significado hasta límites anteriormente ignorados. Magnífica la edición de Fernando Gómez Redondo en esta "Antología Poética Comentada". Tanto los apuntes del extenso prólogo, como las sucesivas notas de pie de página, ayudan al lector a profundizar en el verdadero y controvertido carácter del escritor madrileño, ahondar en la convulsa época que le tocó vivir, sirviéndole, además, como necesaria orientación para conocer los distintos y prolijos estilos y corrientes literarias en los que Francisco de Quevedo vino a desarrollar su obra.


Al maestro Juan Marsé.


3 comentarios:

  1. Además del “The Live Adventures Of Mike Bloomfield & Al Kooper” que citas, tengo:
    “Al Kooper and Mike Bloomfield: The Lost Concert Tapes (1968)”
    y “Bloomfield, Kooper, Stills - Super Session - (US 1968 Blues)
    por si te interesan.
    En tu recorrido hablas de los Azua, Marsé, Mendoza, Terenci Moix y Vázquez Montalbán. Pregunta: ¿Conoces a Francisco Ferrer Lerín? Empezó en esa época y luego desapareció del mapa para dedicarse a la ornitología. Para mí fue un descubrimiento leer algunas de sus cosas por primera vez en la revista El Estado Mental. Se lo enseñé a Paco Cumpián y lo invitó a una presentación en Málaga. Allí lo conocimos personalmente. Un caso curioso el de Ferrer Lerín. Si te interesa, investiga. Me he hecho con casi toda su obra.
    Aún no me he “enfrentado a Juan Valera”, supongo que caerá algún día, si tiene que caer. Tomo nota.
    Y acabas con Quevedo. ¡Qué valor tienes, Javier! Me lo he pasado muy bien leyéndote este domingo con viento Terral. Nos vamos a la playa.
    Saludossssssssssssss

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  2. El "Super Session" de BK&S es una grabación muy favorita de esta casa y, si, me interesaría de "The Lost Concert Tapes". Muchas gracias. En cuanto termine estas líneas me pongo con Ferrer Larín.
    Y lo de Quevedo..., no creo que se lea hoy mucho a este grandísimo poeta, una lástima. Igual que Valera, los grandes clásicos son un pozo sin fondo de cultura literaria y excelente aprendizaje.
    Suerte de playa.
    Saludos y gracias,
    Javier.

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  3. Fascinante este Ferrer Lerín. Ya voy a hacerme con alguna de sus obras. Muy agradecido por la recomendación.
    Javier.

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