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27 dic 2020

CUENTO DE NAVIDAD


Yo (un desilusionado malabarista de experiencias por aquella época) debía frisar los cuarenta y tantos y subsistía escribiendo anuncios para una editorial de catálogos comerciales… así que en los frecuentes momentos de bajón a los que me enfrentaba solía rememorar los argumentos que mi ex esgrimía cuando no encontraba ningún objeto contundente que lanzarme… no te queda otra que sobrevivir junto a los constantes altibajos púrpura de tu cuenta corriente. 

Si no me falla la memoria vivía en la parte más alta de un edificio ruinoso, lo deduje una noche en que soñé que escalaba la vertiente más abrupta del Gangdise Shan (aunque durante alguna secuencia del sueño el edificio aparecía lleno de flores), de tal manera que, dependiendo de la altura de la cima a la que me enfrentaba en el sueño, mi apartamento debería estar situado entre el cuarto y el quinto piso. En algunas de las pocas madrugadas sin niebla (cuando buscaba, como Jim Morrison, en la resaca algún motivo de inspiración), contemplaba las bandadas de aves migratorias volando hacia el sur, tan altas… las señalaba con mi tembloroso brazo derecho extendido y disparaba contra ellas… ¡pum, pum, plasshh!... mientras escupía los restos de un chicle de tres días por la ventana abierta… la boca me sabía entonces a sudor de espaldas mojadas. 

Fue en esos días cuando conocí a Frank…

Recuerdo también que él hablaba continuamente de música, estaba entonces obsesionado con el hard bop, con el saxo de Johnny Griffin… ¡tienes que escucharlo tío!... ¡realmente, hazte a la idea!... fue una noche en la que yo me cachondeaba abiertamente de él (¿de verdad lo dices? … ninguna propuesta que merezca tanto fervor me parece digna de suplantar un nuevo vaso de ginebra)… ¿no has escuchado su “Main Spring” con Paul Chambers al contrabajo?... ¿o el espaldarazo (empleó esa palabra, contundente, como si ya la tuviera expresamente preparada) de “It´s You Or None”?, … ahí, en ese preciso momento, cuando el contrabajo de Chambers se estira como un arco y Griffin intercambia con la banda los acordes finales… ¡es ahí precisamente, ahí! donde el hard-bob se expande hacia las fronteras de ningún sitio conocido… nada preciso… tan solo un espacio a llenar por las hambrientas nuevas bocas de América... (es posible, comenté mientras observaba el culo de la botella)…,  es como si te zarandearan y fueran cayendo trozos de ti mismo al suelo… y esos trozos fueran germinando, creando algo distinto… en algún lugar de la tierra.

Yo cerraba los ojos y tan solo imaginaba el gigantesco brazo articulado de la grúa Liebherr… ¡zchiiss, zchaas!... cortando el frío aire de la noche desde sus manguitos rebotando contra el mástil… observa las penúltimas hojas del otoño cubriendo el suelo empapado… (¡otra vez Frank!)…  el riff de la guitarra de  Stephen Stills en “Leave” las recoge para colocarlas en el plato de porcelana de Cleopatra… (¡no!)… las expande después de calentarlas con su voz para lanzarlas rodando por una acera repleta de american dreams… hasta que llegaba el redoble de batería de Dewey Martin en “Broken Arrow”… (y yo aprovechaba ese momento para ir a la cocina en busca de otra botella).

Y así, una noche tras otra, Frank me anunciaba la buena nueva de una religión en la que el ritmo de cualquier canción de la que hablara quedaba reflejado en la cúspide de los cubitos de hielo, balanceada por las burbujas del agua tónica, elevada al top-hit de la poesía gracias a las cortezas de limón.

La verdad es que no sonaba nada, tan solo lo hacían las palabras de Frank, pero la noche anterior apareció por el apartamento con un viejo portátil Dual, extendió a ambos lados los pequeños altavoces y sacó de la funda un disco de Tom Waits, “Franks Wild Years”… ¡vaya, este tipo se llama igual que tú!, comenté haciéndome el sorprendido… Si, pero quiero que escuches sus canciones y… bien… sonaba ese primer tema, “Hang On St. Christopher” y la ronca voz de Tom se parecía a la mía, la de aquellas tardes, cuando holgazaneaba con los colegas en los bares del muelle este, desplazándome en zigzag, desmadejado como un fósforo que sin viento en contra se resiste a prender… en la siguiente “Straight To The Top”, la misma voz cazallosa… ¿suena su voz igual de mal en las demás canciones?... Frank no contestó, me miraba por primera vez entre disgustado y ausente.

Su voz es un instrumento más… ¡date cuenta!... puede ser a veces arisca, casi irreconocible en su expresión, en otras canciones mejor modulada, casi tierna… ya empiezo a comprender, quieres decir que según quiera expresar mayor o menor emoción… ¡no, no me toques los cojones!... la emoción no depende del tono de voz... todas sus voces trascienden porque representan las distintas almas de Tom Waits, todas verdaderas, en su diferencia radica la genialidad de la obra… el cacareo de una gallina durante buena parte del transcurso de “I´ll Be Gone” sirvió para aliviar lo que llevaba camino de convertirse en enfrentamiento. 

Por complacerle (solo por complacerle) escuché el disco de un tirón, en completo silencio (ni siquiera me atrevía a posar el vaso en la sucia mesa de cristal)… Lo tomé entre mis manos… “Un Opperachi Romantico In Two Acts”, así decía en la parte inferior de la portada, yo intentaba sacar alguna conclusión de esa música como de feria, de representación bufa, guiñol, carnaval, vodevil, opereta, una mascarada… buscaba la expresión más correcta para contentar a Frank con mi opinión. Si, de eso se trata, de lo que estás pensando… bueno… hay un tema,  “Way Down In The Hole” con el saxo de Ralph Carney sonando como cláxones intermitentes y la guitarra de Marc Ribot… ¿bien?... no supe cómo continuar… y las siguientes “Straight To The Top” y “I´ll Take New York”… me suenan (dudé antes de decirlo) a Sinatra… ¿no contemplas en su voz también sus gestos?... los gestos, esas esculturas en sus brazos en movimiento, o en sus pausas la quietud en el cuello desnudo de cualquier virgen del Frattorino? Desde aquella noche no volví a verlo.

Frank apareció muerto una mañana en el tránsito grisáceo de Noviembre. Según publicó al día siguiente el cronista de sucesos del Newport Herald –su inesperada presencia coincidió con el tuitt- tuitt de la gabarra de la Policía Marítima acercándose al lugar de los hechos- los primeros paseantes de la mañana contemplaron su cadáver cubierto de sargazos, la ropa empapada y tiesa como de palo de estopa (algunos aseguraban haber visto las cuencas de sus ojos vacías) mientras su cuerpo se mecía dulcemente contra la basura acumulada en la orilla de la dársena. 





6 comentarios:

  1. Qué buen relato, Javier, que acaba siendo un acercamiento al gran disco de Tom Waits.

    Un abrazo.

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  2. Si, de eso se trataba, de acercarme libremente a esta obra, marcando el paso más hacia una interpretación básicamente subjetiva. Celebro que te gustara.
    Aprovechar para darte las gracias por tu participación en el blog y desear que muy pronto podamos volver a vernos en los conciertos.
    Abrazos,
    Javier.

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  3. Conocí a Tom Waits cuando teníamos un bar musical (solo durante un año). Lo mismo servíamos té con menta que tinto con croquetas. Un amigo y cliente me regaló el “The Heart Of Saturday Night” del 74. Me encantó. Estoy oyendo “Franks Wild Years” mientras te leo. Marc Ribot, Larry Taylor, David Hidalgo…
    Describes la música de Waits como “…esa música como de feria, de representación bufa, guiñol, carnaval, vodevil, opereta, una mascarada…” Y me parece muy acertada la descripción.
    Un placer leerte (mientras sonaba “Franks Wild Years”).
    Saludos.

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  4. Ese bar de música, arquetipo de muchos otros que frecuentábamos entonces, me trae muchos y grandes recuerdos. En Aravaca había uno con terraza que mientras te tomabas un pincho de tortilla y una caña sonaba Jethro Tull o Ten Years After, según le diera al dueño...
    Waits es, por lo menos en esta obra, la quintaesencia de la música hecha representación. Un artista transformista, una especie de brujo de la tablas, imprescindible.
    Gracias y abrazos,
    Javier.

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  5. Frank's Wild Years era uno de mis temas favoritos compartidos con mi hermano. Sobre todo la parte del chihuahua:

    Su esposa era un pedazo gastado de basura usada de la jet,
    Hacía buenos bloody marys.
    Mantuvo la boca cerrada la mayor parte del tiempo.
    Tenía un pequeño chihuahua llamado Carlos
    Que tenía algún tipo de enfermedad de la piel
    Y estaba totalmente ciego.
    Tenían una cocina totalmente moderna
    Horno autolimpiante (completo).
    Frank conducía un pequeño sedán.
    Eran tan felices

    Lo curioso es que es una canción del Swordfishtrombones (en plural el disco, en singular la canción) y no está en Franks Wild Years (sin genitivo sajón). En fin, las cosas de Tom.
    Un saludo
    kk

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  6. Ademñas Waits es un poeta del tiempo instantáneo..., ¡qué gran cambio de un verso a otro, de hablar del horno autolimpiante al pequeño sedán que conducían!, ahí se encuentran también muchos reflejos de la lírica de la beat generation.
    Tengo buena parte de su obra y este "Franks Wild Years" me resulta de lo más conmovedor.
    Gracias y saludos,
    Javier.

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