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8 sept 2018

EL ROCK Y LAS CIUDADES VII: LOS ÁNGELES (2ª PARTE)




CODE BLUE                      "CODE BLUE"
Volvemos a la ciudad de Los Ángeles cuatro años después de nuestra primera visita en 1972. Lo hicimos entonces para rememorar la grabación del "Sail Away" (Reprise) de Randy Newman y el entorno urbano apenas ha cambiado en Agosto de 1976. Parecida extensión eléctrica se desliza desde las Montañas de San Gabriel, Santa Ana y Santa Mónica hasta las costas del Pacífico. Los gigantescos ojos del valle de San Joaquín y el desierto de Mojave vigilan el escenario. En un lustro el gran condado de Los Ángeles ha visto incrementada su población en cerca de 240.000 habitantes. La Inmigration Act de 1965 ha atraído hasta California a una nueva hornada de emigrantes asiáticos y latinos. Éstos últimos, mejicanos en su gran mayoría, ya instalados desde décadas atrás alrededor de las fructíferas plantaciones y granjas agrícolas de Bakersfield y Fresno, camino de San Francisco, retornarán ahora en gran número hasta Los Ángeles para confluir, junto a sus nuevos compatriotas emigrados, en la amplísima zona este de la ciudad, desde Long Beach en el sur hasta los límites de Riverside y Santa Ana. Los asiáticos, taiwaneses, filipinos y coreanos (después vendrán los vietnamitas que logran salir de su país tras la debacle de la guerra), se asientan en el mismo centro de la ciudad, desplazan a la comunidad judía hacia el oeste y consolidan sus propios barrios, los más poblados de Los Ángeles según los últimos censos que dispongo (2010).

Esther Wong, la conocida posteriormente como "Abuela del Punk de Los Ángeles", ha emigrado desde su Shangai natal en 1949 para afincarse en la misma almendra del original Chinatown angelino. En el 949 de Sun Mun Way (lo que a día de hoy aparece en las guías turísticas como el "Chinatown Central Plaza"), Esther regenta el Madame Wong´s, un ya por entonces arraigado restaurante familiar que pretende seducir a una nueva clientela ofreciendo danzas balinesas en su terraza cubierta. La atracción no dura mucho tiempo porque ya en el otoño de 1978 el negocio está de capa caída y la dueña busca otras alternativas. Aparece en escena entonces Paul Greenstein, amigo de su primer marido, promotor de espectáculos musicales y conocido bon vivant de la época, que la convence para cambiar el rumbo del local. El espectacular éxito de asistencia conseguido por Greenstein en el cercano Atomic Cafe del 422 del East First Street (¿recuerda alguien ahora la canción homónima de The Motels en su primer Lp de 1979?), establecimiento localizado algo más al sur, a medio camino entre Chinatown y el barrio de Skid Row, un restaurante reconvertido desde 1977 en uno de los santuarios de los seguidores del efervescente punk inglés de entonces, indudablemente refuerza su argumento.

Dos años antes, precisamente en ese Agosto de 1976 en donde pretendemos ubicarnos, la escena musical alternativa de Los Ángeles se mueve entre Kim Fowley, ese descarado arribista cuyo único y exclusivo interés es pillar cuanta- más- pasta- mejor de los sellos discográficos, y el dj Rodney Bingenheimer, quien, desde un ático del Pasadena Hilton Hotel, emite para la emisora KROQ sus programas radiofónicos. Rodney es una figura de enorme importancia ya que, además de ser el primer dj en radiar punk en Los Ángeles, también difunde las maquetas de las bandas locales y les organiza conciertos (agrupados bajo el título "KROQ Cabaret") en locales normalmente pequeños y atestados de sudorosos espectadores, nada que ver con el circuito oficial del Whisky-A-Go-Go, Roxy o Starwood. En ese mismo mes de 1976, Martha Davis y Dean Chamberlain de The Motels, junto a músicos de otras bandas, se reunen con Rodney para que apoye un concierto que pretenden organizar en el Trouper´s Hall, un club de actores retirados de Hollywood. Rodney se hace el sordo porque tiene otros planes en ese momento, montar un macro evento con las bandas de Kim Fowley, las punteras The Runaways, y los menos conocidos Venus, The Razorblades y The Quick en el Bel Air Sands Hotel del exclusivo barrio de Westwood.

El concierto que marca el verdadero resurgir de la escena alternativa angelina es, no obstante, el del Trouper´s Hall del 24 de Agosto de 1976. En el actúan, además de The Motels, las bandas Pop y The Dogs, dos formaciones locales cuyos miembros también contribuyen, junto a Davis, Chamberlain y su círculo íntimo de amistades, a la financiación del mismo, con un coste estimado entre los 800 y los 900 dólares (de los que casi recuperan la totalidad de la inversión). Aunque lo más significativo, lo realmente importante, es que el "Radio Free Hollywood", tal y como fue conocido el evento, supone un auténtico desplante a la escena oficial de la ciudad. El público joven ya lleva cierto tiempo harto del pastoreo hippie, de escuchar en la mayoría de las emisoras a los de siempre, Eagles, la Steve Miller Band o Elvin Bishop, quieren ver reflejada la realidad de las calles del Eastside. A partir de 1978, locales como el Madame Wong´s y su rival, el Hong Kong Cafe de la cercana Gin Lin Way, compiten por atraer a una cada vez mayor masa de aficionados. Ha comenzado la llamada "Chinatown Punk Wars", mientras en Wong´s la new wave alcanza carta de naturaleza (Knack, Police, Blondie, Motels...), en el Hong Kong el punk más crudo se apodera del escenario (X, Black Flag, Catholic Discipline...)

Dean Chamberlain, guitarrista original de The Motels, es, como Martha Davis, oriundo de la gran Bahía de San Francisco, pero ha abandonado al grupo y la ciudad (ya le duele, siendo un habitual en los conciertos del Fillmore West), realmente decepcionado por la falta de ambiente alternativo. Se traslada a Los Ángeles en la primavera de 1975 para asistir a un concierto de Iggy Pop en el Whisky-A-Go-Go y allí consigue trabajo como chico de la limpieza en los Paramount Studios (por sus pasillos correteaba entonces un chiquillo de apenas 5 años,... ¿les suena un tal Beck Hansen?), posteriormente como asistente del A&R en el sello Warner Brothers. En L.A. forma la banda Skin junto a Randall Marsh (batería en la primera formación de Mudcrutch) y  Michael Ostendorf al bajo. Su idea es dar rienda suelta a su creatividad como compositor y, sobre todo, como guitarrista, instrumento que ya domina desde los 14 años de edad. Cuando The Motels se mudan a Los Ángeles, a finales de ese mismo año, Martha Davis recurre a Dean para intentar abrirse paso en una escena que se les presenta a priori cuesta arriba, las salas conocidas solo promocionan a bandas que disponen ya de contrato discográfico, las emisoras de radio pinchan en exclusiva el soft pop-rock estilo californiano de Jackson Browne (en el mejor de los casos), Carpenters o Captain & Tennille. Hasta que no consiguen el apoyo de la KROQ y, sobre todo, el impacto del concierto del Trouper´s Hall, el stablishment oficial les daba la espalda. Poco después Kim Fowley intenta seducir a Martha asegurándola, gracias a la generosidad de sus contactos, una exitosa carrera en solitario, pero la Davis es mucha mujer para personaje tan oportunista y acertadamente se niega.

Por su parte, Skin y Dean Chamberlain siguen su propio curso prodigando, durante los últimos meses del año 1978, sus conciertos en la escena alternativa angelina hasta que son fichados por el sello de Warner Brothers, precisamente en un concierto en el Club 88 de Pico Boulevard, un antiguo garito de strip-tease que se ha apuntado a la onda de los locales reconvertidos de Chinatown, en el que comparten cartel con The Motels. A principios de 1979 son anunciados en el Blackie´s de La Brea Boulevard y un impresionado asistente, el Nigel Gray productor de los dos primeros Lps de The Police, les convence en el backstage para cambiar el nombre (Skin le parecía demasiado rudo) y grabar su primer trabajo en Londres. Nace entonces Code Blue. Poco antes de volar hacia la capital inglesa Michael Ostendorf deja su puesto como bajista y contratan a uno de los más prestigiosos instrumentistas del momento, Gary Tibbs (The Vibrators, Roxy Music ["Manifesto"] y Adam & The Ants). Les espera el Olympic Studios de Barnes en Church Road, cuna de la legendaria grabación televisada del "All You Need Is Love" de los Beatles y a un par de pintas de distancia del accidente mortal de Marc Bolan dos años antes.

Los seguidores curtidos del blog (también los actualmente atentos) habrán observado, en la parte izquierda del anagrama y texto que le da título, una pequeña fotografía reproduciendo la cubierta del disco de Code Blue. He de decir que es éste álbum homónimo de la banda angelina (Warner Brothers, 1980) uno de mis grandes favoritos de siempre, un disco-isla. Cada vez que lo pincho tengo asegurado un momento de auténtica y feliz creencia en la Sagrada Religión del Rock, se renueva en mí la verdadera fe del piadoso practicante de ejercicios físicos locamente compulsivos, se me van las manos en punteos prodigiosos (nada que ver con viajes mentales), la cabeza y el estómago se funden con un único pegamento untuoso. Himnos puramente roqueros como "Whisper/Touch", "Modern Times", "Hurt", "Somebody Knows" y "Other End Of Town" suenan a victoria trabajada desde el primer acorde, imposible mejorarlos. Las baladas "Face To Face", "Where I Am", "Settle For Less" y "Burning Bridges", la primera dulce como un beso de adrenalina, las siguientes más embaladas, con más arreo instrumental, la última un white reggae en la onda de The Police, abren la puerta a un medio tiempo prodigioso, el de "The Need", una marejada digna de los mejores Pretenders. El "Paint By Numbers", tema que cierra el disco, me recuerda al más sublime Chris Spedding de "Hurt" (RAK, 1977)

A la vuelta de Londres Dean Chamberlain no queda muy satisfecho con la producción de Nigel Gray, básicamente le recrimina el haber acelerado excesivamente el tempo del disco. Se regraba y mezcla de nuevo todo el material en los Sound Studios de Van Nuys, se llama a Benmont Tench de los Heartbreakers de Tom Petty para que incorpore algunas partes de teclado, los mismos Dean y Randall, junto a Mike Stone (productor de Queen, Joe Walsh, Kiss...), acuerdan la utilización de faders para manipular los niveles de sonido. Por supuesto se mantiene el nombre de Nigel Grey como productor principal, sin que en los propios créditos del disco deje de mencionarse la participación de otros tantos técnicos en el resultado final. A pesar de (o gracias a...) esta nueva regrabación debemos decir que el desenlace es excelente. Crece en el oyente una sensación de asistir a un ejercicio de la mejor y más contundente new wave británica salpicada de ingenuidad y frescura californiana; las guitarras de Dean suenan punzantes y limpias, su voz perfectamente acoplada al sonido general del disco, la base rítmica de Randall y Gary resulta palpitante, irrebatible.

La posterior gira de promoción del álbum que, para mayor sorpresa de la banda, consigue el platino transcurrido no demasiado tiempo, comienza con una mala noticia, Gary Tibbs decide repentinamente no secundarles y prefiere quedarse en Londres. Sin apenas tiempo para ensayar reclutan a Joe Read como nuevo bajista. La decisión de su mánager de actuar como teloneros en la gira americana de Thin Lizzy no parece ser precisamente la más acertada, y aunque en la primera cita de Columbus (Ohio) la respuesta de la gran parte de los asistentes universitarios es buena, las sucesivas actuaciones se van sucediendo ante una audiencia más tradicional que prefiere claramente la apuesta de la banda irlandesa. Desencantado, Dean Chamberlain decide disolver la banda a finales de ese mismo 1980 y comienza sus colaboraciones, sin mayor pena ni gloria, en varios proyectos paralelos, hasta que resuelve a abandonar definitivamente el negocio musical a mitad de la década de los 90. Leo casualmente, en el Ruta 66 de este mes de Septiembre, que el guitarrista se está planteando seriamente volver a la música y girar en breve tiempo. Voto porque así sea, pocas noticias me podrían satisfacer tanto.


23 ago 2018

RAREZAS XVI: DECEPCIÓN.




FOREVER AMBER                           "THE LOVE CYCLE"
"The Love Cycle" (Tenth Planet, reedición 2007) de Forever Amber forma, junto al "Complex" (Guerssen, reedición 2012), obra del grupo homónimo, y al "Round The Edges" de Dark (Kissing Spell, reedición 2003), la Santísima Trinidad de las grabaciones estrictamente privadas que alumbraron la escena psicodélica británica durante la transición de la década de los últimos 60 hasta los primeros años 70 del siglo pasado. A la espera (ármense de paciencia...) de un futuro relato sobre la última banda mencionada, ya hablamos de Complex en noviembre de 2012, en una entrada titulada "INOCENCIA", inicial impresión que podría repetirse perfectamente para encuadrar el significado y alcance de la música de Forever Amber. Inocencia, como sinónimo de limpieza, candor y sencillez, "The Love Cycle" es una obra conceptual, a la que no estaría de más añadir otra idea, la de decepción, en cuanto que, además de reflejar la exaltación de la primera experiencia amorosa, sus surcos nos revelan también la tristeza del desenlace fatal.

En el Cambridge de la década de los 60, al igual que en el resto del país, dentro de las normas de comportamiento entre los miembros de una misma familia, que se sepa que primaba más la educación convencional del apretón de manos que la del beso o el abrazo, los signos externos de amor filial no podían exceder los límites marcados por una estricta costumbre victoriana; la mera manifestación de cualquier emoción interna, el ímpetu, el pronto, se consideraban de mal gusto. Los hombres y mujeres adultos, curtidos en los avatares de las dos anteriores Guerras Mundiales, aunque no dejaban de concebir un mundo mejor para sus hijos, entendían que éstos debían seguir su mismo ejemplo, el camino ya trillado por sus mayores, el del trabajo, el sacrificio, la austeridad (las cartillas de racionamiento se prolongaron hasta 1954); el respeto por las tradiciones seculares no admitía discusión, parecía signo de distinción racial. En las escuelas, públicas y privadas, además de la práctica obligatoria del deporte, los estudiantes estaban obligados a realizar ejercicios militares. Cualquier desviación en las rigurosas normas disciplinarias facultaba a los profesores para aplicar sobre los alumnos el castigo corporal (abolido oficialmente por el Parlamento británico en 1998).

Cortesía de Cambridge Newspaper Ltd
Afortunadamente la generación inglesa de la posguerra tenía otras alternativas, otras influencias a las que agarrarse. Las bases militares americanas establecidas en los alrededores de Cambridge desde 1950, Alconbury, Barford St John, y muy especialmente las inmensas guarniciones de Molesworth y Croughton, aportan a la población autóctona los gustos y formas de diversión (peleas incluidas) propias de los G.I. Joes allí acuartelados. Las emisoras de radio afianzan el rock´n´roll como nuevo estilo musical, el blues negro de Muddy Waters y Jimmy Reed adquiere carta de naturaleza, el jazz de Miles, Coltrane y Mingus se abre hueco entre la masa estudiantil más proclive a la vanguardia. Desde el nuevo continente llega la literatura de los beatnicks, incluido el poetry-reading, tan querido por los estudiantes americanos de origen irlandés; desde el europeo, emerge la corriente existencialista de Sartre y Camus (introducido por la primera remesa de jóvenes franceses que acuden a los colleges de la Universidad de Cambridge en los últimos años 50); los relatos de los viajes de los freaks de la época por el París de la rive-gauche, por la costa mediterránea francesa, hasta la Ibiza de San Antonio (emulando aquí la épica figura del viajero inglés del siglo XIX, culto y excéntrico), completan el escenario. Antes de la eclosión del movimiento hippy, en la segunda mitad de la década de los 60, los jóvenes de Cambridge tienen algo más que hacer que el tirarse al agua desde el Mill Pond para recoger sus pintas de cerveza vacías.

Rememoro "The Love Cycle" mientras buceo en la piscina desplazándome hacia la zona de máxima profundidad, son 2,15 metros largos los que me permiten una inmersión a medida y jugar con bucles subacuáticos. Abro los ojos justo antes de alcanzar la superficie permitiendo que los rayos del sol se trasluzcan en placas de plata azul. No hace falta escuchar la música, tan solo reconstruir sus ondas. Un súbito ahogo, una pequeña muerte antes de llegar hasta las escaleras, procura la coincidencia de los últimos latidos del corazón con los golpes de la batería, los oídos tapados buscan su módulo grave, ascender hasta que las gotas que se escurren desde el torso marquen los riffs de la guitarra. Mi voz se confunde con la de ella, sin hablarle, muda. El agua de los teclados cae desde la ducha, el césped que piso me invita a bailar, busco la toalla para situarme en el escenario, las miradas me suenan ya como aplausos.

Bailando en el Dorothy Ballroom
El Cambridge de la primera mitad de los 60 es inevitablemente unos de los principales focos de animación juvenil de Inglaterra. Su paisaje urbano y sus gentes mantienen todavía cierto aspecto campestre, algo provinciano todavía (aunque cultivado), más cercano a una Austen que a Dickens. En el mismo Guildhall, el verdadero centro histórico de la ciudad, la Market Square mantiene el paisaje tardo-medieval, también conserva la tradición de las ferias populares y la aparición repentina de los hombres de fuego tatuados; en las calles circundantes las bombas de la Luftwaffe no acertaron a demoler completamente los muchos pubs locales, los city halls, los viejos cines y los ballrooms; algo más lejanos los colleges de Trinity, Jesus, Emmanuel o Pembroke siguen manteniendo muy alto el listón del Quadrivium, también sus Union Cellars. Alrededor de los campus universitarios las chicas comenzaron hace poco a descalzarse, enseñan las piernas, sus ligas, dejan ver sus hombros desnudos, no se pintan los labios, fuman Gauloises, aceptan las invitaciones de los soldados yankees, con más medios económicos, con razón consideran a sus paisanos sosos y aburridos. Tan solo en las Art Schools existen algunos tipos como Syd Barrett que se atreven a circular por otros "Grantchester Meadows", el ambiente pretende ser de continua convulsión pero, aunque el te ya es libanés, hay división de opiniones entre los remeros de la Universidad de Oxford.

Resulta lamentable como en el árbol genealógico de Graeme Mackenzie, considerado como el más documentado y representativo súmmum de la historia de la música moderna en la ciudad de Cambridge, no aparezca el nombre de una de sus más singulares bandas, Forever Amber (y puede que se trate de una represalia ante nombre tan cursi, aunque, curiosamente, ni de su referencia anterior como The Country Cousins se da noticia). Nombre este de Forever Amber del que algunos especialistas en la banda apuestan, como antecedente más inmediato, al de  una novela homónima de Kathleen Winsor; otros entendidos, sin embargo, afirman sin dudar que el término amber es un acrónimo de la palabra ambulance (vehículo sanitario, decorado con motivos psicodélicos por Chris Parren, uno de los miembros de la banda, que utilizaban para moverse a lo largo del país). En cualquier caso, Forever Amber no dejan de ser, además de una de tantas formaciones inglesas de la época que conjugan los estilos pop y la psicodelia, un cúmulo de brillantes peculiaridades. La más importante, eran vocalistas (con claras influencias The Beach Boys y The Beatles) e instrumentistas de talento, la segunda, no disponían de un repertorio propio, limitándose a versionear en sus numerosas actuaciones los Top 40s de la época, la tercera (que vino a paliar significativamente los efectos negativos de la segunda), su mánager Derek Buxton acertó de lleno al ponerles en contacto con un auténtico portento, John Michael Hudson, un estudiante de Economía de 17 años, introvertido, brillante compositor, que elevó el entonces convencional status de la banda hasta cimas del más alto reconocimiento artístico, tardío, eso si.

Presentemos a continuación a los miembros de la banda. Mick Richardson (voz), Tony Mumford (bajo y voz), Dick Lane (guitarra y voz), Chris Parren (teclados de todo tipo y voz) y Chris Jones (guitarra rítmica, voz y efectos de luz). Cuando en Septiembre de 1968 entran en los Studio Sound de Hitchin, a medio camino de Londres, para grabar con el sello Advance este "The Love Cycle" (en una única sesión maratoniana de 19 horas seguidas), John M Hudson -que permanecerá al margen del grupo, limitándose a tocar el piano en algunas canciones, además de supervisar todos los arreglos vocales e instrumentales de la grabación-, no tiene aun compuesta la totalidad de los 16 temas del álbum. Si tiene, sin embargo, desarrollada la idea principal de la obra, un ciclo expansivo que recoja la experiencia amorosa de dos jóvenes amantes, desde la ilusión de la primera visión y encuentro hasta el triste final de la ruptura definitiva. Según transcurre la grabación, John va ultimando los temas pendientes, intentando desarrollar una idea todavía novedosa, anticipada en el "Days Of Future Passed" de The Moody Blues de un año antes, esto es, la creación de un bucle sonoro relacionado entre sus distintas partes, un eje sinfín (valga la acepción de ingeniería mecánica) que conectara conceptualmente los distintos movimientos musicales de la obra.

Los ocho temas que componen la cara A de "The Love Cycle" están agrupados en tres movimientos, "The Meeting", "The Talking" y "The Walk Home", mientras que los ocho restantes de la cara B lo hacen en otros cinco, "The Joy", "The Doubt", "The Sorrow", "The Scorn" y "The Grief". Se ha comparado profusamente "The Love Cycle" con el "Odessey And Miracle" de The Zombies, no seré yo quien lleve la contraria. Debo comentar, sin embargo, que, independientemente de los similares estilos pop y psicodélico característicos de ambas obras, así como del uso de muy semejantes armonías vocales y tonalidades melódicas, el conjunto del "The Love Cycle" supera en mucho las partes más anodinas (que las hay) del "Odessey And Oracle". Sin llegar a las cumbres compositivas de algunos de los temas (los más célebres) de la obra magna de The Zombies, cualquiera de las canciones del "The Love Cycle" mantienen bien alto el listón del mejor pop británico, sumado a los rizos psicodélicos más audaces del momento, entendiendo además, como punto a su favor, que los medios puestos por el estudio de grabación al servicio de Forever Amber (con un presupuesto total de 200 libras esterlinas) no fueron, ni de lejos, equiparables a los de cualquier otra banda consagrada.

La exposición pública de este "The Love Cycle" fue ciertamente escasa, por no decir miserable. El sello Advance, al objeto de evitar el pago de impuestos (gravamen aplicable a partir del número 100 de cada edición), sacó al mercado tan solo 99 copias del álbum a principios de 1969. Después del reparto de algunos ejemplares entre los miembros de la banda, estudio de grabación y amistades cercanas, tan solo quedaron disponibles unas decenas de copias. La idea era venderlas en los futuros conciertos de la banda. Ni modo, el precio medio del vinilo vendido no superó la libra esterlina, algunos fueron finalmente regalados entre un público todavía escéptico. Forever Amber siguieron girando con cierta regularidad durante la primera mitad de ese año 69, hasta un último concierto frustrado en la Universidad de Sheffield, en el que se produce la defunción definitiva del grupo. En ninguno de estos eventos fueron capaces de dar a conocer su obra reciente, de hecho siguieron basando su set en las archiconocidas versiones de los Top 40s de la época, apenas dos o tres canciones de su reciente "The Love Cycle" y poco más. El álbum quedó relegado, desde su génesis, a la más oscura de las suertes, justo hasta que en los primeros años de la década de los 90 distintos medios especializados empezaron a reivindicar la importancia y singularidad de esta obra, una de las joyas ocultas del pop británico y la última psicodelia.





7 ago 2018

RELATOS VI: ELOGIO DE LA RATA GRIS.




Basta una hora en la sombra de las hasta ahora 569.400 vividas para encontrar el verdadero significado de las ciénagas, tan solo basta una hora. Los paisajes interiores tienden a asemejarse, tozudos unos tras otros, en su interminable cadena de oscuridad. Existe una equivocada creencia en virtud de la cual mientras la salud no contenga sombras negras todo va bien, pero debo decir que no es así, no es cierto, porque lo importante ocurre en el transcurso de un baile de salón, donde los pocos rayos de luz que se cuelan entre las ramas de las palmeras dejaron hace tiempo de vibrar. Las salamandras robaron el escaso aire existente en el local, antes lleno de humo, de noche, las paredes y las lámparas cayeron, el motor del barco no dio más de sí, se gripó, nos quedamos varados en los bajos de un estuario azul cobalto. Sucedió algo así como si de las manos cuarteadas de un leproso empezarán a brotar de nuevo las cicatrices. Aparecieron en un callejón medallas conmemorativas, comprensibles solamente para los rentistas de aduanas jubilados, llegaron a publicarse en la prensa del día extraños artículos homenajeando a las cobayas, antiguas huéspedes de los laboratorios clausurados. También para ellas quedó un sabor amargo de desinfección gaseosa, de guerra perdida.

Andaba esa misma tarde ocupado leyendo manuales de ingeniería, sin ningún interés, solo por el hecho de pasar el rato, cuando cayó una breve tormenta seca. Abrí la ventana para poder oler esas ráfagas de ceniza mojada que me recordaban (ahora, una vez más) a las viñetas en blanco y negro de Jacques Tardi. Predije entonces mi futuro más cercano y decidí, cuando la lluvia hubo cesado y el cielo quedó metálicamente plano, coger la cámara fotográfica y acercarme hacia los suburbios de la ciudad. Una vez allí, y antes de comenzar a disparar -les evitaré la crónica de un desplazamiento en donde, como era de esperar, no ocurrió nada excitante-, necesité un tiempo para empaparme de la sordidez del lugar. Vuelve de nuevo a caer esa agua sucia que parece acompañar desde siempre los decorados más desfavorecidos, creando pequeños charcos debajo de los coches abandonados, llenándolos de grasa coagulada. Desde los tejados de una casucha una pareja de lagartos corrieron a refugiarse del aguacero. En un cercado próximo se oyó un repentino cacareo de gallinas. Del suelo mojado se levantó un tufo de coliflor podrida, una hilera de mosquitos me ataca en formación de columnas cerradas, comienzo a dar manotazos al aire, desordenadamente, como es mi costumbre.

Después de la tormenta, el cielo se va abriendo paulatinamente en manchones de color violeta, las pocas nubes que quedan convocadas lo hacen sin saber aun qué papel jugar, parecen desplazadas en un escenario que vaticina próximas catástrofes. El horizonte, entrecortado por ruinas de paredes desvencijadas, de escombros, de árboles quemados, conforma a ras del suelo la imagen de una ciudad desbastada. Sobre sus perfiles se dibujan lineales de tinta china, corrida. Luces de neón en cortocircuito -y destellos brillantes de envoltorios de plástico caducados-, resplandecen al alcance de cientos de insectos que revolotean desordenadamente.

Fue entonces, mientras estaba buscando en el bolsillo de mi pantalón la última onza de chocolate con almendras, cuando apareció ella. Supe que se trataba de una enorme rata gris porque -lo aprendí cuando trabajaba limpiando las letrinas del parque zoológico-, ninguna alimaña se mueve en semejante escenario como ella, con el sigilo propio de una depredadora hambrienta. Estaba acuclillada en el suelo, esforzándose en desmenuzar alguna presa reciente que, en principio, no acerté a describir. De su garganta salía un murmullo parecido al motor de un avioncito lejano. Sin dudarlo un instante, me acerqué y extendí hacia ella mi brazo izquierdo, ofreciéndole la onza de chocolate. Sorprendida, reculó rápidamente hacia un cercano zaguán hundido, levantó sus patas delanteras (antes me miró con una cara que temblaba como la gelatina) y realizó con el morro un completo giro circular. Yo temblaba también, no me importa confesarlo, cuando cogí la cámara y me dispuse a disparar. Creo que el fogonazo del flash me asustó más que a ella, caí hacia atrás, tuve en ese momento una sensación parecida a la de haber apretado el botón rojo del holocausto final.

Recuerdo haber despertado dos o tres días después en la cama de un hospital de 15 pisos de altura, en el mismo centro de la ciudad. Los médicos que me atendieron de diversas quemaduras en los ojos, manos y antebrazos me comentaron haber pasado algo más de 48 horas inconsciente, aletargado en una especie de estado de parálisis que, según confirmaron más tarde, favoreció la cura de mis heridas. Tampoco dejaron de sorprenderse al comprobar que apenas hizo falta el aplicarme anestesia ya que toleraba, sin ninguna queja, la extracción de decenas de pequeñas esquirlas incrustadas en las zonas afectadas de mi cuerpo. Las enfermeras que me atendían -por su fuerte olor a cerveza deduje que debían ser sajonas-, también hablaban de una cámara fotográfica por la que yo insistentemente preguntaba. A las 72 horas me dieron el alta en el hospital. Salí esa misma mañana, muy temprano, caminando por mi propio pie. Me despedí del guardia de la puerta. Nadie me esperaba fuera, así que paré el primer taxi y pedí al conductor que me llevara al cine más cercano, allí donde pusieran la primera sesión doble de la mañana.






30 jul 2018

PEQUEÑAS VACACIONES II

Que viene a tratar de cómo cualquier excusa es válida para seguir asosegando el ánimo y dejar que la pereza campe por sus reales (maguer alguna industria estese ya fraguando para dar fin a tan plácida costumbre)

1.- CAMINO A LE MANS



2.- EN ITUREN



3.- PAISAJE DE RIAZA



4 jul 2018

PEQUEÑAS VACACIONES




Que viene a tratar del corto plazo en el que el presente cagatintas estará ausente del su escritorio, inmerso en el desorden propio de dos rutas que tendrán lugar desde el día 5 hasta el vigésimo de los presentes, a saber, Le Mans Classic 2018, al volante de un modelo MG TD de 1955 y, subsiguientes y más aledañas, en las muy nobles villas de Ituren y Riaza, esta última en dignidad de abuelo. Lo que se comunica al tropel de seguidores al objeto de no extrañarse por la falta de industria en el mismo. Seguirán algunas fotografías, publicadas según capricho y humor del autor, en próximas comparecencias.








23 jun 2018

HA SIDO NIÑA





VINEGAR JOE                         "SIX STAR GENERAL"
Goim nachez...¡Bonito espectáculo para tu pobre madre Marjorie Violet!, Elaine, Elkie no, ¡Elaine!, de ti tuvo que salir, albina contraria de ojos de hurón, de piel morena, de cascada de cabellera negra de miel y de ojos de luz de Gibraltar, de labios de almohadillas y de cuerpo de divas de Robert Crumb, de tus movimientos en el escenario, de antes, de las múltiples sesiones contra el espejo del pasillo de la casa de Broughton, de Fulham Road en Londres después, de ti tuvo que salir el caliente calor de aliento fatigado, el sudor de pitas saladas, el brillo de caderas que asentaban el mundo, de piernas de bronces de girasoles, de cintura de mimbres, de músculos de suspensión hidrogenésica, de gritos de partos, de mujeres antiguas de orillas sin mar, de tu voz salieron coces de yegüa en celo, ¿quién se atreve y habla ahora de ti, Elaine?, ¿quién te nombra?

Les reúno a todos ustedes para contarles que después de nueve largos meses, a finales de aquel Febrero plagado de lluvias, cohetes V2 y olor de carne quemada, nació mi hija Elaine. "¡Ha sido niña!", Doris salió corriendo por el pasillo hacia el salón contiguo donde yo me encontraba presa de una indescriptible emoción. "¡Ha sido niña, Charlie, ha sido niña, una niña preciosa, ven a verla, corre, date prisa, hombre!". Recuerdo que mi hermana Doris era por entonces una ferviente apóstol de la preeminencia femenina sobre el género masculino. El que parecía inmediato final de la Segunda Guerra Mundial (todavía quedaban los últimos y más crueles meses de la contienda) había fortalecido su creencia en la necesidad de una creciente aportación de hembras a la población de las Islas, el futuro del país, tan castigado durante el conflicto, podría de esta manera tener más visos de eficaz y feliz recuperación. "¡Mira, mírala!..., ¿no es preciosa?". Pero he de confesar que yo no tenía en aquel momento ojos más que para mi mujer Marjorie Violet, mi querida Vi, su primer parto y..., ¡niña!, ¡ha sido niña!, ella que tanto suspiraba por darme un varón, un verdadero heredero de Abraham, para nada otra judía más de carne, émula de esos nuevos bastardos de la Sinagoga de Satanás de los que nuestro barrio de Broughton estaba lleno.

Mi primera hija (dos años más tarde llegaría Sandy), nacida como Elaine Bookbinder en Febrero de 1945, formó parte de la cuarta generación de una numerosa saga de inmigrantes ruso-polacos que llegaron a la industriosa ciudad de Manchester a mitad del siglo XIX, todos ellos menestrales, encuadernadores, tipógrafos, practicantes de los antiguos ritos hebraicos, algunos rabinos. Ocho días después del nacimiento celebramos en casa un kidush en honor del bebé, previa la lectura de la Torá, se recitó un emocionante Mi Sheberaj donde se pronunció por primera vez su nombre, Elaine, mi Dios me ha respondido para que esta nueva hija crezca para ser una mujer judía sabia y comprensiva, llena de bondad y grandeza. Mi hermana Doris, con su pequeña Maggie nacida unas semanas antes acurrucada entre sus brazos, parecía estar en trance, recitaba el Mi sheberaj avotenu Abraham, Yitzjak ve Yacob hu yevarej et Elaine ben Kalmon Charles, las últimas tres sílabas correspondientes a mi nombre salían desde su garganta en un extraño gorjeo de cigüeña atragantada, cerraba los ojos, elevaba la barbilla hacia el techo de la habitación, de su abundante cabellera negra emanaba una leve humarada de azufre.

Quisiera convencerme de lo contrario, ahora que llevo tantos años en el hoyo y miro la vida serenamente como un Rolex parado, pero pareciera como si el espíritu corrosivo de mi hermana Doris se hubiera apoderado de ella, de esa extraña Elkie Brooks, alias artístico de mi Elaine Bookbinder, de mi hija, la auténtica, de aquella en quien a falta de hijo varón yo llegué a considerar como continuadora de nuestra hermosa tradición. No fueron tiempos fáciles para nosotros, los judíos ingleses de la postguerra, ni el público conocimiento del drama del Holocausto, ni la creación del estado de Israel, fueron acontecimientos que cambiaran la percepción de la mayoría de los isleños hacia nuestro pueblo. Pensamos emigrar a Irlanda, total, un saltito hacia la costa de enfrente, el mismo idioma oficial, un paisaje urbano el de Dublin, algo parecido, ventajas aparentes. Recuerdo que abrí EL LIBRO PROHIBIDO por la página 40 y volví a leer, una vez más: "Irlanda se dice, tiene a honra ser el único país que nunca persiguió a los judíos. ¿Sabe usted eso? No. ¿Y sabe por qué? Puso mala cara severamente al aire brillante. ¿Por qué, señor? preguntó Stephen empezando a sonreír. Porque nunca los dejó entrar, dijo Mr. Deasy solemnemente". No quise esos chistes soeces para mi familia, sencillamente me opuse.

Ahora que ya nada importa, y el mundo del exterior se me antoja como una marejada interminable de ocasiones perdidas, debo reconocer que me fue relativamente fácil resignarme a mí suerte de padre sin suficiente autoridad doméstica. Sin embargo -entonces no me daba cuenta de que también era una lucha inútil-, no me rendí como observador feroz, inquisidor inmisericorde de la vida y conducta de mi hija Elaine, aun a sabiendas de que ello supondría una confrontación contínua con ella. Creo recordar que todo comenzó una tarde de verano, allá por el 55 ó 56. Nosotros vivíamos entonces en Prestwich, un poco más al norte de Salford. El río Irwell seguía transportando aromas de tartaletas bañadas con crema de limón Dickinson´s (since 1897), y esa misma tarde Doris nos invitó a su casa para escuchar en su nuevo pick-up unos singles que había comprado en el VHSmith de Market Street. Sonaban, me acuerdo como si fuera ayer mismo, el "Recontre a Paris" de Don Rendell y Bobby Jasper y algún tema del "A Jazz Concert" del trompetista Humphrey Lyttelton. Doris me hablaba entonces de algo para mí totalmente desconocido, cool jazz y hard bop, del dixie´n blues, mientras yo observaba como Elaine se movía a un ritmo impropio de una chica de su edad, bailaba buscando algo raro por el aire, una cosa suave, de un lado a otro, oscura, igual que Doris entonando aquel día el Mi Sheberaj. Vi, mi querida esposa Vi, sonreía lánguidamente, dando pie así a mi sospecha de que su conversión al judaismo, después de abjurar de su religión católica para casarse conmigo, no le había quitado todos esos pajaritos de su cabeza.

Tú pretendías a los 14 años (¿o fue cuando cumpliste los quince?..., creo que fue entonces cuando rechazamos tajantemente la idea de Doris de celebrar el ritual de Telpochcalli, ella siempre tan dispuesta a la extravagancia de otros ritos religiosos), quien lo dijera, convertirte en una incipiente estrella del pop. Ganaste el concurso del Manchester´s Theatre Palace en el año 60 y comenzaste una gira nacional, vestidos de cintura marcada y volados, peinados pin-up, no tuviste necesidad de pestañas postizas, zapatos de tacón de aguja Jayne Mansfield, todo entonces era muy americano. Tu inmediata y estrecha relación con Humph Lyttelton te abrió caminos insinuantes como vocalista de jazz, hizo que ganaras confianza después de unos años de zozobra en los escenarios del cabaret y de las variedades musicales, consolidó tu voluntad en llegar a ser una nueva figura en un mundo cada vez más dirigido hacia la intrascendencia del ocio juvenil. En 1964 grabaste para Decca tu primer single, "Something´s Got a Hold On Me / Hello Stranger", nada del otro mundo, sin querer herirte, así te lo dije, y tú, tan arrogante, sabiendo que cada vez te alejabas más de nuestras enseñanzas, yo me preguntaba, ¿cuando venga de nuevo el Mashiaj aprenderás por fin a diferenciar entre el bien material y el espiritual, el único al que te debes como Elaine ben Kalmon Charles Bookbinder?

Anoté en mi pamietnik el mes de Junio de 1970 como probable fecha en que Pete Gage entró en tu vida como un searah, un huracán de consecuencias entonces impredecibles. Él te convenció para entrar en su banda Dada y grabar ese mismo año su primer álbum oficial, un amasijo de fusión jazz y rock, influenciado, me llegaste a comentar, por vuestro mutuo amor por los artistas americanos del sello Stax. Tuve la sensación de perderte aun más, aunque nunca para siempre Elkie, mi yaldhah, mi pequeña. Fui testigo en la distancia de vuestras primeras giras por América, ni una sola visita a los horim de Nueva York, no teníais tiempo, me decías en aquellas cada vez más infrecuentes conferencias telefónicas. Por una nota de prensa me llegó la noticia del acuerdo entre los sellos ATCO e Island para reducir el número de integrantes de la banda y darles otra orientación musical, de allí nació, según creí entender, tu siguiente proyecto, Vinegar Joe, un grupo más encauzado hacia el blues negro. La llegada de un tal Robert Palmer, como nuevo vocalista de la formación, yo confieso que empezaba entonces a sentir cierta envidia porque alguien te quitara protagonismo, fue beneficioso para asentar la personalidad del grupo, según dijeron los periódicos de la época. El año 1972 grabasteis vuestros dos primeros discos, homónimo el primero, "Rock´n Roll Gypsies", el segundo, con una portada indecorosa, tu cuerpo abierto, a punto de un alumbramiento desconocido, impuro, detrás tu marido, ya entonces el mismo Pete Gage, guiándote con su mástil, un fondo de luces rojas, antesala del jata´ah jata´ah jata´t, ofrenda para la sanación del pecado. 


Desde mi tumba escucho ahora sonidos de rastrillos y las oraciones del tsivah niftar, un nuevo hermano creyente se aloja en el cementerio judío de Urmston en Manchester, los últimos vándalos no han respetado, estos mismos días atrás, otras treinta lápidas vecinas a la mía, todas salvajemente destrozadas, justo en este mismo momento cuando me avergüenzo, una vez más, de tus invocaciones, Elkie, en los textos de vuestro tercer álbum, el "Six Star General" de 1973. El "Proud To Be (A Honky Woman)", el "Lady Of The Rain", el "Black Smoke From The Calumet", todas ellas testimonios, así me lo hiciste saber, de imágenes que favorecían la comunión mística con el oyente joven, inclinado a nuevas experiencias sensoriales. Para tu alivio, contra mi insistencia en un camino equivocado, el tuyo, me hablabas de otros mensajes, más de acuerdo con una visión de la vida menos conflictiva, en "Giving Yourself Away", más espiritual en "Fine Thing", alineados algunos pensamientos con una conducta pretendidamente cívica en "Food For Thought", otros textos más en consonancia con la forma justa de proceder en "Stay True To Yourself".

No es que ahora quiera eludir mis responsabilidades como padre, Elkie, pero hay fragmentos en "Food For Thought", en "Talkin´bout My Baby" y, sobre todo en "Dream My Own Dreams", donde adivino mi fracaso, el triunfo también de Doris, su perniciosa y contínua influencia, roa hashpa´´ah, mi hermana incólume, sin heridas, que me sobrevivió como los caparazones de langosta hervida con patatas McCain, tu comida favorita cuando nos visitabas, cada vez más esporádicamente, aquí en tu hogar de Prestwich. En "Let Me Down Easy" ya presagiaba el fracaso de tu matrimonio con Pete Gage, una súplica en esas líneas: "si me vas a dejar, hazlo lo más fácil posible...", me anticipaba el final de vuestra relación, ya Elkie, por siempre, ignoro si llegaste a saber que tu madre imploraba muchas noches por que fueras la mujer de un Robert Palmer, apuesto, caballero, educado, con el que sabíamos que congeniabas como una verdadera amiga, futuro astro del firmamento pop, si tanto ansiabas ese final, ahí tuviste la llave a ese paraíso artificial que siempre perseguiste. Y todo ello envuelto en ese halo que los críticos llamaron raunchy blues, los instrumentos, las guitarras y los teclados, la percusión, creaban un ambiente que, recuerdo tus palabras exactas, daba aun más fuerza a tu voz y a tu presencia, Dios me perdone, una fuerza desatada de la naturaleza más atávica, menos ejemplar para una generación ya por entonces irrespetuosa con el esfuerzo de sus mayores.


A principios de 1978, con Vinegar Joe ya disuelto y reciente tu nuevo matrimonio con vuestro ingeniero de sonido Trevor Jordan, debo confesar que empecé a respirar con algo más de tranquilidad, me invadió el inesperado bienestar de los que sin saberlo van a morir pronto. Empezaste una nueva carrera solista que te impulsó hacia, decían, merecidas cotas de popularidad, mantuviste tu estilo vocal, tu ímpetu escénico se vio más contenido, menos provocativo, pero todavía intacto. Se acabaron las giras interminables por el circuito universitario, la dieta de autopistas, te centraste mucho más en apariciones selectivas, en grabaciones discográficas más ordenadas, dirigidas a un público más mayoritario, menos proclive a deambular por las cuevas del llamado movimiento underground. Mi vida, lamentablemente, no tendría mucho más recorrido desde entonces. Todavía siento el penetrante olor de caucho podrido en el eje trasero de aquel camión de Sainbury´s, en Basingstoke. Había viajado desde Manchester para asistir al Taanit Ester de los años bisiestos en casa de los Harris, nuestros mejores amigos entonces. Ocurrió como aquel lejano día de Febrero de 1945, una jornada plagada de lluvia, cohetes V2 y olor a carne quemada.





10 jun 2018

RELATOS V: COMIENZA LA TEMPORADA DE BAÑOS




Lo despertó el trajín del camión de la basura que, con previo frenazo en seco, anticipó un choque de ataúdes metálicos basculantes. Tres Dedos Rotos separó con sus rodillas hidráulicas la manta que lo cobijaba, sentó sus posaderas aglutinadoras en el borde de la cama y acto seguido se levantó. Subió suavemente las persianas pensando con indiferencia en una nueva jornada de cielos encapotados para observar, con la evidente alegría de quien por fin lo consigue, un día pleno junto a la canalla espulgadora del sol. Las ventanas son el teatro y el cine en los pequeños pueblos de provincia, se dijo, una urraca defendía en el jardín recién segado su territorio frente al mismo de siempre gato gris grisísimo. Otro “de hoy no pasa…”, TDR carraspea y traga la primera saliva de ceniza de la mañana mientras dibuja con la palma de la mano la curva de la barriga, ya casi indecente, “de hoy no pasa, las zapatillas deportivas, una camiseta y un pantalón corto cómodos, y a andar un poco, una hora u hora y media como mucho, una duchita y después a desayunar, algo de fruta y un yogur”. Conforme. Escucha sus propios pasos por la tarima del pasillo y, antes de entrar en el cuarto de baño, el ruido rebotante de una de las planchas abombada por la humedad le da los buenos días (no ocurre lo mismo cuando realiza la primera micción de madrugada, y es que la oscuridad le asusta y mira hacia atrás por si alguien le sigue). Se sienta en el retrete mientras tararea el “I´m Waiting For The Man”. Un pedo, dos pedos, el segundo más cabreado con un mundo que se circunscribe a estas horas a la nauseabunda situación política del país, "no tenemos remedio", mientras termina la meada, se sube el calzón e imita a Bruce Willis (acompañado de esa actriz portuguesa, "nunca me acuerdo de su nombre, de Madeiros, o algo así") dándole un buen toque masajeante al saco escrotal. Todo en su sitio.

Ya en la cocina, ¿se decide a abrir la nevera?, no, “antes tengo que recoger el coñazo este del lavaplatos, siempre me toca a mí, y después irá mi mujer", porque ha de saberse que TDR tiene compañera crisálida, "eso, irá diciendo por ahí, a sus amigas, que me pego la vida padre, que no hago nada, lo imprescindible (¿quienes sino ellas miden la imprescindibilidad de los actos domésticos?...) y además, siempre que hace algo, encima quejándose, nada hija, garrote, que están muy mal acostumbrados, a ver, ¿dime tú cuando tenemos nosotras vacaciones?…, si es que  se pasa el día con sus cosas, leyendo, con su música, a su bola". En ello, en tan extremado ejercicio, le gusta el sonido de compulsión cerámica ya horadada en algunas de sus orillas, “There She Goes Again”, "there she goes, there she goes, pumpumpumpum, pumpumpum, pumpumpum", cuando va distribuyendo los distintos platos en las estanterías, suenan también a protesta si los dejas caer a saco en vez de colocarlos amorosamente, "tienen su vida las cosas, su corazoncito a veces cabrón", y qué decir de esas altas copas de vino sublimes en su altura (“a mí, que me den una buena ensalada ilustrada y un Rioja”) cuando engatilla el dedo índice contra su levísimo borde de cristal y escucha ese sonido a catedrales derruidas, "maravilloso". Bueno, “¿qué vas a desayunar por fin? Dulce divinidad de la mañana ¿no me recomendarías un buen trago de ginebra para comenzar así colocado la jornada?”. Las cariátides, impasibles ante la propuesta de TDR, no contestan porque ya se sabe que las musas de la conspiración semítica-alcohólica son a menudo más proclives a dejar con dos palmos de narices al bebedor que (por prescripción médica de una galena de la que está como los poetas udríes platónicamente enamorado) carece de bebidas espirituosas en su casa.

Desde ese momento, y hasta las doce una hora menos en Canarias en que se mete en la ducha, TDR se ha preparado el nido acurrucante del lector matutino, antes ha estado escuchado las noticias en la radio, abjurando de la cantidad de anuncios publicitarios infames, palabreros de mareo y jingles para parvularios. No hay mujer a la redonda, se ha ido a gimnasia y a comprar al mercadillo, “tengo que ir algún día por ahí, para observar tipos y escuchar las conversaciones de la gente”, otra actividad que quedará en el baúl de los planes inconclusos, lo apuntará de todas formas en su cuadernito de un euro con cincuenta comprado en un colmado chino, “venga, hazlo, moléstate un poco, hay que andar siempre con las antenas del bolígrafo a mano para tomar notas”. Relee acto seguido las que ha apuntado en los últimos días, un sumatorio correspondiente a los resultados de las inversiones en planes de pensiones (ya llevan unas jornadas de pérdidas, seguro que suben, como todo el yin y el yan de la economía mundial, “el idiota este de Trump”…), una ruta literaria por el Madrid del “Tiempo de silencio”. Unos extraños dibujos arabescos casi de anillos circulares, porque su pulso es cada vez más caótico, marcan “una idea a desarrollar” y significan apuntes sacados de libros, borradores ininteligibles, planes de comidas con compañeros del colegio e itinerarios de futuros raids fotográficos.

Ya en el cuarto de baño el ladrillo blanco metro de Londres lo acoge entre alguna de sus estaciones (probablemente la de Earls Court, porque por allí pasó muchas veces). En la ducha otra repetición de gestos corporales, por estricto mandamiento restregatorio, cabeza, axilas, pecho, órganos genitales, nalgas, culo, piernas, pies, cuello, espaldar (hasta donde buenamente alcancen sus brazos). Repetición de la que hablaba, lo recuerda ahora, pensamientos-imprevistos-que-cruzan-caprichosos-su-mente-a-la-velocidad-del-pulso-lumínico-más-rápido, Alejo Carpentier en su (“creo que es ese, pero tampoco estoy muy seguro”) librito “El Acoso”, nos pasamos la vida cambiándonos de traje, esa simpleza tan de profundis, subrayada la frase en ese mismo libro que prestó a su vecino de calle, universitario entonces como él, al que vio por última vez en un concierto de Los Sirex en Rockola, una de sus hermanas gemelas, maravillosa orondez de rebullentes carnes, le miraba fijamente mientras jugaban de pareja al mus en la mesa camilla de su casa, y él aguantando su mirada de ágata ojos de gato asistiendo, quizá por primera vez de forma consciente, a la dulcísima marrullería femenina.

Estrictos protocolos, pues en ese jaez se transforman los actos que siguen al ejercicio duchil (han muerto unas 440 millones de sus células desde el último lavatorio de ayer), y que se enumeran en este riguroso orden. Secado, limpieza de la cabina, peinado, perfumado y cuidado corporal (incluye crema protectora hidratante), vestimenta de traje de baño ("a la mierda el mañanero paseo previo") camiseta de verano, calzado de zapatillas de esparto (este año se lleva el color pistacho, muy elegante). Hay, existe, se da y queda apabullante constancia (día a día) de esa benigna sensación cuando se mira al espejo después de la colada anatómica, y compara su imagen con ese momento anterior a la acción del aseo personal, mejor que sea perentorio (porque también puede ser peligroso), en el que el actuante se contempla como un ser aberrante, apenas puede soportar el peso anímico de su cuerpo, y así piensa mejor en abandonarse descuidando su aspecto externo, porque no deja de ser la pulida máscara de cada jornada, antípoda de una vida interior mezquina, vulgar y ahorrativa, el más fiel reflejo de su propia realidad.

La estancia del acurrucado lector es medianamente grande, o sea, que ni el espacio del que ahora habla (Pico della Clavicola) inclinaría a pensar en los horizontes infinitos de La Ponderosa de la familia Cartwright ni, tampoco, la dimensión de la estancia nos emplazaría en un lugar angosto, confinante y de eco vozmediano. Dos sofás lo cruzan en diagonal (como en la lejana Avenida), desde una entrada con arco de medio punto hasta un ventanal estratégicamente situado para que pueda cubrirse todo el recorrido del huso horario solar. De la decoración paredil de la habitación a PDC le gustaría hablar de lo que le gustaría que estuviera pero no está, evitar mencionar lo que está pero le gustaría que no estuviera. Una plumilla de un pavo real disfrazado de arlequín, la figura sentada de un oficiante de espartería (hecho ya liñuelo), dibujos del ayuntamiento de Brujas, copias numeradas  de grabados goyescos (aportadas por la mujer crisálida a la sociedad de gananciales), el Tiépolo con un paspartú añil desteñido, estampas campestres inglesas by His Grace´s Most Obedient Servants Thomas Earne & William-Byrne, London, 1784. Cuanta mejor industria si en la hacienda hubiera un enorme panel con el mapa del metro de Madrid (Madrid le debe tirar mucho), al fondo, en la pared frontera a la entrada principal, un papel decorado con motivos de robots infantiles y encima del arco, siguiendo su curvatura de pladur, unos sarmientos iluminados con bombillitas de colores navideños.

En esa visión fantasmagórica nos encontrábamos cuando, acurrucado en su asiento nidal (un minima pulvinus, hábilmente situado entre los riñones y el respaldo del sofá cubre su retaguardia), TDR nos saluda mientras sus dedos pasean entre las letras, página tras página. Con las piernas cruzadas, cuya colocación cambia una vez y otra, va creando una innecesaria carga sobre la pelvis para formar, sin él ser consciente de ello ("hay que ver qué poca educación postural recibimos en esta vida") un espacio apenas visible entre la cabeza de la rótula de la rodilla y el acetábulo. Pero inmerso en una lectura que es tantas veces ilustrativa como interrumpida por pájaros y pájaras pasajeras, él no percibe más que una sensación de trabajo no remunerado, una actividad extraescolar que le mantendrá felizmente ocupado.


"It´s one o´clock and time for lunch"..., las ya poquísimas banderas que acompañarán a TDR en su camino hasta el recinto alambricado de la piscina estarán ya bastante desteñidas. El agua (mucha, por San Blas sacaron al Santo), la luz del sol, el aire bueno de los últimos meses (que siempre extrae de los colores sus tonalidades más insospechadas) las han pasado factura de restaurante de cuatro estrellas. A la postre, el amarillo antes fuerte gualda limón es ahora barro y el rojo delirio mancha de vino peleón. “He llegado pronto, (se dirá, porque en este momento aun está por ocurrir lo que todavía no ha sucedido), escogeré aquella sombrilla, a sentarse tranquilito, un par de chapuzones y observar al personal”. Ante la ausencia de imágenes reales, su primer papel en la representación es la de hacer como que abre una publicación musical, en la portada puede que aparezcan The Ronettes con sus espléndidos peinados beehive, y en la primera página, en la editorial, podría leer algo parecido a: “Los asistentes reciben nociones básicas pero fundamentales de ciudadanía y conciencia social, y acaban bailando con clásicos del soul y del funk. ¿La sorpresa?"..., pues que inesperadamente han llegado unas nubes y se restriegan entre ellas sin ninguna pudicia. Comienza a llover, levemente al principio, torrencialmente después. “Cag´en mi puta vida. ¡Pues si que empezamos bien la temporada de baños!” 





31 may 2018

ELOGIO DE LA TEMPESTAD





TEMPEST                           "TEMPEST"
Sacar de su funda el álbum de Tempest supone un ejercicio de inusitado optimismo, observar la galleta con el célebre dibujo del sello Island, un retrotraerse a tiempos donde todo era nuevo, pasar la bayeta antiestática por el vinilo, una reverencia a los vuelos de la imaginación. Dejar caer la aguja por los primeros surcos del vinilo, percibir la levísima arenilla acumulada según van entrando los acordes iniciales, carraspear, cerrar los ojos o mantenerlos fijos en un paisaje de ladrillos, árboles y cielo, coincide con la sensación de plena y hermosa materialidad. El objeto es el verdadero protagonista, la posesión un regalo, compartir estos aparentemente humildes actos, un abrazo entre amigos. Hablamos de la antigua usanza, se trata de contar historias entre los viajeros al calor de la lumbre en un hogar.

Necesito escuchar ahora "My Funny Valentine" de Rachelle Ferrell para lanzarme a la piscina. Finalizado el año 1973, el mismo de la publicación de este primer álbum homónimo de Tempest, la industria discográfica estadounidense había superado por primera vez en ingresos brutos a la tradicionalmente potentísima industria cinematográfica norteamericana. Pareciera como si tres años después de la desaparición de The Beatles, como banda, la enorme influencia británica que había sacudido el mundo del pop se trasladara a los Estados Unidos. Esta nueva pujanza americana no estuvo basada tanto en la continuidad de un estilo propio al de los Fab Four, peculiaridad que permaneció inalterable en las Islas, sino en algo que comenzó a vislumbrarse como nueva orientación de la industria fonográfica, el revivalismo. El "rock revival" de artistas clásicos como Chuck Berry ("The London Chuck Berry Sessions"), Jerry Lee Lewis ("The Sessions Recorded in London with Great Guest Artists"), Little Richard ("Right Now!") o Elvis Presley ("Raised On Rock/For Ol´Times Sake"), cubrieron una buena parte de los tradicionales canales de venta.

Añadamos a este fenómeno revitalizador, expuesto mayoritariamente en los medios generalistas de la época, la entrada en el mercado de subgéneros que por aquellos años se presentaban al consumidor como "child power", The Jackson Five o The Osmonds, el "gay power" de Alice Cooper (por increíble que fuera, así fue conocido en un principio), o la todavía permanencia de musicales como "Hair", "Jesus Christ Superstar" o "Godspell", estas nuevas tendencias del marketing musical no hicieron mella en los criterios de compra de un personaje parecido al que les habla, ya asiduo visitante de tiendas de discos, además de consolidado lector de medios especializados ("Disco Express", por ejemplo). Protagonista afortunadamente nutrido por entonces en la mejor escuela del rock con base blues británico, Led Zeppelin,  Atomic Rooster, Ten Years After o Vinegar Joe, encontrarle en las estanterías al uso con un disco de Tempest (no creo recordar ahora que los antecedentes de Jon Hiseman y Colosseum le llegaran a servir como referencia) debió suponerle un auténtico hallazgo. La originalidad de la cubierta, con su apertura en modo de paquete de correos, el fulgurante dibujo circular de lo que parece una esmeralda acuosa, harían el resto.

Tempest es un producto típico de la época, un conglomerado de individualidades que vienen a conformar lo que entonces empezaba a considerarse como la imagen del "supergrupo", un vértice piramidal, la parte emergente de un iceberg, de mayor o menor calado, cuya base estaba compuesta por elementos que aseguraban su fortaleza. Ciñéndonos a la escena británica, bandas como Cream, Blind Faith, EL&P, Yes o Bad Company, por citar solo unas pocas, son ejemplos de una tendencia que, bien valiéndose del relieve igualitario de sus miembros, bien del liderazgo unilateral de uno de ellos, revitalizan el panorama musical hasta extremos entonces por dilucidar. No será raro que, a partir de esa primera mitad de la década de los 70, los aficionados empiecen a cambiar impresiones sobre la procedencia de los integrantes de una banda, más aun si sus componentes han destacado en una formación anterior. Las expectativas que tal fenómeno creó, supuso un evidente plus de emoción ante los primeros trabajos que tales grupos sacaron al mercado; se daba por supuesto un éxito anticipado, de crítica primero y de ventas después, aunque los resultados, según el apoyo de los medios especializados, en no pocos casos distaron de las esperanzas suscitadas.

Extraigo de la estantería el "Colosseum Live" (Island Records/Bronze, 1971) y observo a Jon Hiseman saltando sobre un corredor de ladrillo visto, tan blanco, tan inglés como alguno de los inolvidables decorados interiores del "Blow Up". Todavía no se ha dejado la barba y su perfil parece el de un carnicero del sur de Londres. Colosseum es su formación más conocida, su banda de referencia, aunque él mismo declare años más tarde que su mejor proyecto fue el de Tempest, un grupo, según él, plenamente desarrollado cuando se convierta en trío en 1974. Al sonido de su batería, muy cercano a la leyenda desde época temprana, pensaba añadir el de un guitarrista, con dotes también de vocalista, y el de un bajo. Para este último puesto tiene clara su opción, Mark Clarke, compañero en Colosseum. Se encuentra sin embargo con problemas para encontrar un cantante ya que Allan Holdsworth, el guitarrista seleccionado (no dejó escapar Jon Hiseman la oportunidad de contratar a un instrumentista del que todos empezaban a hablar maravillas) no encajaba como voz solista, por lo que no le queda más remedio que ampliar la formación a un cuarto miembro que domine esa faceta, entra entonces en escena Paul Williams.

Además de Jon Hiseman, es Allan Holdsworth el otro gran instrumentista de Tempest. Guitarrista de refinada educación clásica, su primera intención fue la de dedicarse al saxo, intentando emular a un John Coltrane al que siempre reconoció como su máxima influencia musical. He pasado un buen rato escuchando con atención el "Satellite" del "Coltrane´s Sound" (Atlantic, 1964), la principal vía de liberación musical que reconoce Allan deber al genial saxofonista americano, sus riffs de guitarra en el "Hector´s House" de Ian Carr ("Belladona", Vertigo, 1972), también los de "The Donkey" de ´Igginbottom ("´Igginbottom´s Wrench", Deram, 1969), la más conocida formación de Holdsworth antes de su entrada en Tempest, y he de reconocer que su estilo es realmente inigualable. El posterior reconocimiento como uno de los mejores guitarristas de fusión jazz-prog tiene sus antecedentes en esas grabaciones. El método que sigue, desarrollado de forma extensiva en su posterior carrera como virtuoso instrumentista, parte de la ruptura de acordes convencionales para crear escalas que posibiliten notas de un nuevo cromatismo, sus líneas melódicas consiguen un efecto liberador, la conexión obtenida es etérea, el resultado nunca antes experimentado por un oyente de la época.

Retomando de nuevo el "Colosseum Live", y ampliando el escenario a la participación que Mark Clarke realizó como bajista tanto en la primera formación de Colosseum como en su época de Uriah Heep y Ken Hensley ("The Wizard" del "Demons and Wizards" e "Eager to Please", ambos Bronze 1972 y 1975), nos encontramos con un instrumentista que se mueve sin dificultad tanto en los potentes tiempos medios, abundantes en el álbum de Tempest, como en las sedosas baladas, su habilidad radica en acomodarse perfectamente al movimiento melódico que cada tema pudiera precisar. Otro tanto ocurre con el vocalista, Paul Williams, y a tal efecto selecciono el "Lie Back And Enjoy It" de Juicy Lucy (Vertigo, 1970). Su voz, en cualquiera de los temas de este álbum, es potente, vibrante, su registro barítono ha sido además protagonista en numerosas grabaciones de la primera hornada de la Zoot Money´s Roll Band, de los Bluesbrakers de John Mayall, del Paul Williams Set (junto a Allan Price de The Animals), del Ainsley Dunbar´s Blue Whale. Dos músicos, Clarke y Williams, que completan la paleta buscada por un Jon Hiseman que quería hacer de su proyecto Tempest la piedra angular de un género, el hard-rock-progresivo que, desde hacía poco tiempo, ya había tomado carta de naturaleza en los escenarios ingleses del momento.

La cara A se abre con "Gorgon", la lírica se mantendrá a lo largo del resto de las canciones del álbum. Los mitos artúricos y de los argonautas, la piedra antigua, el paisaje húmedo y tenebroso, el papel de la mujer como anunciadora de los misterios. Un arpegio acústico modula la entrada, un gong final baja el telón, entre medias los riffs de Holdsworth y la batería, elegantemente percusiva, de Hiseman otorgan al tema una solemnidad incuestionable. En "Foyers Of Fun" las sucesivas capas de la percusión recuerdan al mejor Ginger Baker de Cream, los riffs de Holdsworth son más roqueros, en una onda new wave punk muy al comienzo del tema, la voz de Williams más profunda, el puente brillante. "Dark House", la suavidad de los versos se entremezcla con un hard-rock aplastante, el wah-wah de Holdsworth toma protagonismo, los coros finales de la voz de Williams elevan la coreografía final. Cierra esa cara "Brothers", una canción de acordes más complejos (seguramente debido a la influencia de Holdsworth), la percusión de Hiseman marca sin complejos la dirección rítmica, el riff final de Allan se apoya en el pedal del bajo para dotarlo de mayor profundidad.

La cara B comienza con "Up And On", la temática general es desoladora, princesas destronadas, seres imprecisos que deambulan en épocas confusas, amantes desterrados, vientos helados, vagas promesas de un futuro mejor. El riff inicial de Holdsworth remite al mencionado "Hector´s House" del "Belladona", el primer y el segundo puente prodigiosos, los acordes se abren en una explosión de pólvora comestible, el reprise intermedio, pleno de poderosos riffs y percusión, devuelven al oyente a su laberinto perdido. Sigue la balada de "Grey And Black", los teclados y la voz de Clarke, acompañados en los coros por Paul y Allan, representan un pequeño drama, el luto de la mañana, el retroceso de la marea. En "Strangeher" la banda recupera la contundencia, un hard-rock-boogie lleno de progresiones blues. Los riffs de guitarra gimen al principio, jadean con furia en el puente final, eclosión. El violín inicial de Holdsworth en "Upon Tomorrow", una textura de trémolo sobre una armonía creciente, alcanza las cimas más elevadas de este "Tempest". En apenas dos minutos se escucha mucho más de lo que suena, la celebración de la tostada con mermelada, pesadillas de arcoiris, el crescendo de la melodía eleva los brazos del oyente hasta un techo de crema. La percusión de Hiseman planea con su aguijón cargado, los riffs comedidos hasta el puente; entonces un silencio, eléctrico, ensordecedor, los acordes de Holdsworth escalan con la seguridad de un orfebre, el final existe solo porque termina el disco.

La vida de la banda duraría un año escaso más. A mediados de 1973 Paul Williams y Allan Holdsworth salen y entra Olie Halsall a la guitarra y voz. Quedaría todavía tiempo para algún que otro concierto; el más celebrado, el Golders Green Hippodrome al norte de Londres, Junio de ese año, en el que coincidirían, por invitación expresa de Hiseman, Halsall y Holdsworth. De la tan cortísima asociación de ambos, el estilo de Ollie más desordenado, más liberado en la onda hendrixiana, la técnica más jazzística, más vanguardista de Allan, hablaría este último maravillas. La participación protagonista del ex-miembro de Patto en el último disco oficial de Tempest, "Living In Fear" (Bronze, 1974), atestiguaría una vía tan brillante como la experimentada con la primera formación. La crítica de entonces elogia, sin más, la calidad de ambos álbumes. Las ventas, al igual que las del primer Colosseum, fueron escasas. Me inclino a pensar que el paso del tiempo pone a las bandas olvidadas en su justo y merecido lugar.




17 may 2018

EL ROCK Y LAS CIUDADES VI: HOUSTON




TOWNES VAN ZANDT           "LIVE AT THE OLD QUARTER, HOUSTON, TEXAS"
John Townes Van Zandt es junto a Sam Lightnin´Hopkins el segundo gran eslabón de la escena musical de Houston, una ciudad que evidencia, a partir de la tercera década del siglo pasado, uno de los más importantes crecimientos de población sureña en Estados Unidos. Si Hopkins refleja la raíz más auténtica del blues rural al oeste del Misisipí, Townes Van Zandt recoge tanto su legado temático como la técnica instrumental para, añadiéndole su primera cepa de cantante en la onda folk, conseguir uno de los más originales y fecundos mestizajes culturales entre dos razas condenadas a entenderse. No será esta la única simbiosis que se daría entre los artistas tejanos, su querencia por la vida nómada, de garito a motel, de carretera secundaria a autopista estatal, de cabaña abandonada a estaciones de ferrocarril, sus paisajes son ampliamente compartidos. Una única y fundamental diferencia, mientras Hopkins vive en el blues su propia experiencia vital, Townes Van Zandt tiene que inventársela, debe crearse una realidad paralela, sabe que no le queda otra que hacer creíble el mensaje de perdedor que todo intérprete del blues auténtico evoca.

Hemos llegado a Houston desde Nashville haciendo antes una parada obligatoria en Smyrna, una población de algo más de 40.000 habitantes al sudeste de la capital del country americano, allí murió Townes Van Zandt el primer día de enero de 1997. No queda nada de la destartalada cabaña de madera que le sirvió de vivienda durante los últimos años de vida, apenas un recuerdo emocionado del que solo unos pocos aficionados hablan hoy. Vuelta a Nashville para desde la circunvalación del Franklin Turnpike tomar la interestatal 840 y conducir hasta Tupelo por la 43. A unas 160 millas, ya traspasado el estado de Misisipí, nos desviamos a la izquierda hacia Muscle Shoals para visitar los FAME Studios. The Rolling Stones grabaron allí la mítica "You Better Move On" de Arthur Alexander, el primer gran compositor de la marca de Rick Hall, también aquí hicieron parada y fonda los ingleses en su viaje desde Nueva York hasta Altamont en California. Me hago en un deli cercano con media pinta de Old Redskin y, después de abrir la botella, coloco a propósito su boca bajo las narices de mi adormilado compañero de viaje. Son las 11 de la mañana y su reacción es instantánea, la agarra y se atiza un prolongado trago, después eructa largo y felizmente. El ambiente de la cabina en nuestro Ford Edsel Corsair del 58 se llena del "Brown Sugar".

La vida diseñada para John Townes Van Zandt es la propia de un miembro destacado de la original aristocracia tejana, aquella clase enriquecida con el negocio mayorista ganadero, con el minero y petrolífero posteriormente. El poder económico y social de los Van Zandt (no menor del de los Townes de su rama materna) planta sus reales, generación tras generación, en la ciudad de Fort Worth, localidad que les considera como una de las familias fundadoras y donde nace el mismo John en marzo de 1944. La obligada movilidad profesional del padre, abogado corporativo de numerosas empresas, les fuerza a instalarse temporalmente en Boulder, Colorado, a la sombra de las últimas estribaciones centrales de las Montañas Rocosas, paisaje que cautiva a un muy joven John y que será protagonista en alguna de sus mejores canciones. Los excelentes resultados académicos en la exclusiva Shattuck School de la lejana Minnesota le facilitan la entrada en la misma Universidad de Colorado. Todo parecía encajar para que John Townes Van Zandt continuara la prestigiosa senda que sus mayores tenían para él planificada. Seis años antes de su incorporación a la Universidad, el 9 de septiembre de 1956, John contempla atónito, junto a otros 60 millones de espectadores, la actuación de Elvis Presley en el Ed Sullivan Show.

Llegamos a Tupelo hacia las 2 de la tarde y nos dirigimos al Elvis Presley Birthplace & Museum en el 306 de la calle homónima. Es hora punta para un buen puñado de visitantes y turistas que se retratan en la entrada de la coqueta y pequeña vivienda de madera blanca. Desenvolvemos nuestros sandwiches de mantequilla de cacahuete y pepinillos mientras en la radio del coche suenan el "Love Me Tender" y el "Hound Dog", temas que abrieron y cerraron la actuación del Rey en el programa de Sullivan. Mi compañero de viaje, animado por la presencia de un grupo de chicas asiáticas que se agrupan alrededor de nuestro Ford Edsel, se apea del coche y comienza un estrambótico movimiento de caderas, sus cerca de 100 kilogramos de peso se bambolean en una marejada de grasa y sudor hepático. Un enorme policía de servicio, con su insignia del Chickasaw Nation, se acerca a nosotros y nos invita a alejarnos del lugar con una sonrisa tan grande como su prominente barriga. Salimos de Tupelo por la 22 de vuelta hacia Memphis y en la primera estación de servicio nos proveemos de varios packs de cerveza Pearl (la favorita de Lightnin´Hopkins), bocadillos de carne de zarigüeya y crema templada de pipilongo. Próximo itinerario por la US-82 W hacia Lubbock, vía Texakarna y Wichita Falls, ya en el estado de Texas. Un gigantesco y destartalado cartel a pie de carretera nos reconforta: "SMILE, GOD LOVES YOU".

La estancia de Townes Van Zandt en la Universidad de Colorado en Boulder se prolonga hasta primeros de 1964. Repentinamente, sus padres alarmados por una voraz afición por el alcohol e incipientes períodos depresivos, le obligan a volver a Texas donde le someten a duras terapias de ingestión forzada de insulina. En 1965 ya le vemos matriculado en la Universidad de Houston para hacer frente a una todavía prometedora carrera como abogado, Senador si las cosas no se tuercen. Townes, ya entonces introducido en la temática de los textos de las canciones de Hank Williams, de Lefty Frizzell y Roy Acuff, amplia su paleta de influencias a Bob Dylan y los grandes maestros del blues. Sam Lghtnin´Hopkins, primera y gran referencia como instrumentista en el manejo de la guitarra, Bukka White, Muddy Waters y Blind Willie McTell. Como muchos de ellos, opta por la vía de observar las cosas y los acontecimientos, desde los más triviales hasta los más significativos, en vez de limitarse a escuchar lo que otros ya habían contado. Su idea del autor de canciones, del artista como verdadero compositor, algo en lo que ya estaba trabajando desde los tiempos pasados en Boulder, se acrecienta debido a su carácter extremadamente introvertido, abierto a todas las emociones propias o ajenas. La decisión de crearse esa realidad paralela ya está además tomada. Townes debe vivir la vida del intérprete del blues para que sus canciones sean medianamente creíbles.

En el mismo año 1965, Townes es ya un músico asiduo en las pequeñas salas de Houston. Sus actuaciones se suceden en The Jester, donde coincide por primera vez con Lightnin´Hopkins, Guy Clark y Jerry Jeff Walker (el autor del inmortal "Mr.Bojangles"), grandes amigos, todos ellos, a partir de entonces; también en el Sand Mountain Coffeehouse, donde la prohibición por sus dueños de servir alcohol (además de cualquier crítica al KKK y a la guerra de Vietnam) no le causan excesivo apego al local. Entre 1968 y 1973 graba para el pequeño sello Poppy/Tomato Records, propiedad del que será desde entonces su productor y mánager Kevin Eggers, sus discos más representativos. "For The Shake Of The Song" (1968), "Our Mother The Mountain" y "Townes Van Zandt" (ambos en 1969), "Delta Momma Blues" (1971), "High, Low And In Between" y "The Late Great Townes Van Zandt" (en 1972). En ellos se encuentran todas sus grandes canciones, desde la primera composición del "Waiting´Round To Die" de un recién casado con apenas 20 años de edad, hasta su "If I Needed You" que cerraba la primera edición del "The Late Great Townes Van Zandt", un tema que, como algunos otros suyos, llegó a lo más alto de las listas del Billboard Hot Country Singles, en este caso de la mano de Emmylou Harris y Don Williams en septiembre de 1981.

Cruzamos en diagonal todo el estado de Arkansas desde Memphis, haciendo una breve parada en Little Rock, a mitad de un camino en el que pretendemos nos guíe la inspiración de Levon Helm, el más famoso redneck oriundo del lugar, para solo encontrar interminables tramos de obras en sus autopistas 40 y 30, hasta llegar a Texarkana, en el mismo límite con Texas. Pasamos la noche en el Motel 6, una moderna construcción de cartón piedra que pretende reivindicar los legendarios moteles de carretera. A medida que nos vamos introduciendo por la US-82 W hasta Lubbock va desapareciendo el paisaje sureño de Faulkner y se nos muestra el más crudo horizonte del Kerouac de la Ruta 66, situada unas 200 millas más al norte entre Oklahoma City y Alburquerque. El color y el olor de las magnolias da paso a los de la barbacoa de leña seca, interminables carreteras en línea recta atraviesan el horizonte norte del estado. Freightliners, Kenworths, Macks y Peterbilts se suceden interminables, unos tras otros, sus fogonazos de acero nos recuerdan el "Wichite Lineman" de Tony Joe White. Llegamos a Lubbock a tiempo para rememorar el mágico encuentro entre Joe Ely y Townes Van Zandt en el otoño de 1969. El primero se encontraba haciendo autoestop en dirección a Houston cuando Joe Ely para su coche y le recoge, su macuto contiene varios ejemplares de su entonces reciente "Our Mother The Mountain", apenas alguna muda de ropa. En el transcurso del viaje Townes regala a Joe un ejemplar del disco. Aquella noche, ya en Houston, Joe Ely y Jimmie Dale Gilmore, miembro de los Flatlanders, escuchan fascinados una y otra vez las canciones de Townes Van Zandt. Pareciera como si el fantasma del más auténtico Hank Williams entrara en escena.

Cuando llegamos al Hyatt Regency ya son cerca de las 12 de la noche, el portero se queda absorto observando nuestro Ford Edsel Corvair, mientras baja las maletas nos comenta que la producción de ese modelo estuvo a punto de causar la quiebra de Ford. Una propina de 10$ inflama aun más sus ojos de serpiente. Nuestra habitación rodea gran parte de la fachada alta del hotel, desde allí vemos a la izquierda el extenso Buffalo Bayou Park, la zona verde mejor rehabilitada de la ciudad. A la derecha, en dirección al primer gran arco del Oaks River, entre las calles Austin y Congress, se encontraba el Old Quarter, club donde Townes Van Zandt grabó en vivo su legendario "Live At The Old Quarter, Houston, Texas" en julio de 1973. Coronando ambas orillas de la curva del río, los impresionantes edificios iluminados del Tribunal y la Cárcel del condado. Más al sur, sobrepasando el primer anillo de autopistas que aísla el centro originario de Houston, el Third Ward, el "Sin Alley" de los garitos donde actuaba Sam Lightnin´Hopkins en los años 40 y 50 del pasado siglo. Pedimos a recepción unos sandwiches de banh mi para acompañarlos con un par de botellitas de tequila Pistolero´s, la nevera de la habitación está bien provista de alcohol. En el iPod suena completo el "Townes" de Steve Earle. En esos momentos uno tiene la sensación de que todo parece funcionar a la perfección.

Más que leer el explícito texto de Earl Willis que acompaña el doble "Live At The Old Quarter" conviene guardar silencio, mejor acercarse a las palabras exactas que custodian el verdadero espíritu de aquel concierto en vivo. La ubicación del club, la presentación que de Townes Van Zandt realiza Rex Bell, uno de sus dueños, la audiencia apretada, sus comentarios de fondo, el imaginado trasiego de cervezas, la expectación. Se trata de una actuación desnuda, cruda y limpia, a pesar del supuesto calor ambiental apenas se nota lo tórrido de una atmósfera llena de humo. La introducción, canción a canción del artista, su primer chiste, las risas, las toses y carraspeos, el murmullo (apenas perceptible), de los asistentes acodados en la barra del local. Se trata de una celebración, una ceremonia liberadora, los espectadores presencian un ritual en el que se exponen vivencias de pérdidas, de soledad, de dolor. La típica dialéctica tejana de Townes, cortando el final de las palabras, prolongando el sonido grave de las sílabas, tiende a sonar más angustiada, más blues. Sus "gracias" al final de cada canción nos llegan como entristecidas la mayoría de la veces. Un Townes completamente sobrio esa última noche pide sin hacerlo un buen trago de vodka.

Difícil destacar de los 27 títulos del disco cualquiera porque todos ellos forman un mismo corpus de emociones. Las palabras aparecen en los textos para expresar su significado exacto, lejos de quedar ordenadas como meros soportes de las líneas melódicas de las canciones, algo de lo que el mismo Townes se lamentaba como moda en el mainstream del Nashville de la época. Siquiera mencionar el conocido "Pancho & Lefty" ("Viviendo en la carretera mi amigo / Te mantendrá libre y limpio", toda una declaración de principios que llegaría a número 1 en las listas de country 10 años después, en la versión de Merle Haggard y Willie Nelson), el retrato del jugador en "Mr. Mudd & Mr. Gold", el conmovedor "Two Girls", la divertida recitación del "Fraternity Blues", el "If I Needed You" de la cara A. Toda la cara B, mucho más blues, más Lightnin´Hopkins, "Brand New Companion", "White Freight Liner Blues", "To Live Is To Fly" y su maravilloso párrafo: "Donde has estado es bueno y se ha ido / Todo lo que conservas es el haber estado allí / Vivir es volar / Bajo y alto", la poesía del "Rex´s Blues". El sopor adormilado de la cara C con sus "Loretta" ("Mi guitarra canta, Loretta se encuentra bien / Larga y perezosa, rubia y libre") y "Kathleen", el "Cocaine Blues" que da comienzo a la última cara, trasunto de un artista presuntamente liberado por sus múltiples adicciones, la alegre versión del "Who Do You Love" de Bo Diddley, el desgarrador "Waiting ´Round To Die", el mejor Dylan en "Tecumseh Valley". Cierran "Lungs" y "Only Him Or Me", se quedan esas dos canciones con el triste desconsuelo de los últimos aplausos apagados de la noche.

Hemos sacado entradas para asistir esta noche al concierto de Kinky Friedman en el Old Quarter Acoustic Cafe de Galveston, nueva ubicación del legendario local, así que decidimos salir de Houston por la mañana temprano con no demasiadas horas de sueño. Apenas 50 millas de trayecto por la 45 hasta llegar al Island State Park. En el trayecto vamos hablando de alquilar unas lanchas de kayak como mejor remedio para remitir la resaca. Cruzamos por el impresionante Galveston Causeway mientras unos enormes pelícanos vuelan encima de nosotros con sus alas extendidas. La luz es cegadora y el reflejo salino del agua pareciera suspendido en el aire. El Ford Edsel Corvair descansa en un parking de la Bernardo de Gálvez Avenue, así que tenemos tiempo para dar un paseo y reservar una mesa muy cerca, en el Cajun Greek de la calle 61, a un paso del muelle pesquero. La playa no es especialmente bonita, la arena es de color ceniciento y la osamenta de los malecones lejanos marca unas líneas negras con destellos amarillentos. En el horizonte las nubes caen semejantes a un pliego dorado.