MAHAVISHNU ORCHESTRA "BETWEEN NOTHINGNESS & ETERNITY"
Londres, primeros de Julio de 1974, mi primer viaje fuera de España, quitando las poblaciones francesas aledañas a Fuenterrabía (Bayona, Biarritz, San Juan de Luz). Residencia en Beenham, pequeña población entre Newbury y Reading en la M4, camino de Bristol, a no muchos kilómetros de la capital inglesa. Mi inicial itinerario por la ciudad de Dickens me lleva a una enorme fonda, antiguo cuartel de bomberos en Kensington High Street, con naves diáfanas donde en camastros desigualmente alineados personajes de todo el mundo pernoctan por un módico precio. (Hay un ambiente "post- hippie", los "clerkmen" son chavales jovenes que tratan a los alojados de manera muy informal; mucha gente con mochilas, pelos largos y patillas a lo Lennon, sandalias, camisetas de tirantes y pies descalzos, grupos parados entre los pasillos hablando, riendo, en una suerte de quietud urbana que demuestra una libertad expontánea. Se oye a gente hablar en español, francés, alemán, italiano..., la felicidad del momento es cómplice entre todos los presentes)
A la mañana siguiente, acompañado de un bigardo holandés con pipa y botas "Clark", conocido de una amiga chilena común, me dirijo a la tienda de discos entonces más famosa del mundo, "His Master Voice", al final de Oxford Street, ya muy cerca de Hyde Park. Una vez arribado al local, medio loco ante la ingente oferta de material discográfico, tengo un auténtico orgasmo existencial. Y eso a pesar de que llevaba una prolija lista de adquisiciones confeccionada, días antes de mi partida de Madrid, con mi hermano gemelo (alias "Crosby"), y extraída de las recomendaciones que "Disco Express" , y el inigualable Jordi Sierra i Fabra, (hay que hacerle un homenaje a este personaje, fundamental en la muy primera época del periodismo musical español) , había comentado para estar al tanto de las novedades de la época.
Entre esos discos apuntados se encontraba el "Between Nothingness & Eternity" de la Mahavishnu Orchestra. "Mahavishnu" John McLaughlin era el músico de referencia para nosotros, gran guitarrista que en esos momentos alineaba su calidad instrumental, a la par que su palmito de éxito, con gente como Carlos Santana, ambos ya con un deje orientalista que el "guru" de turno se había encargado ya de rentabilizar. Poco sabíamos entonces de los fabulosos músicos que le acompañaban en esa grabación, aunque años más tarde descubrimos su importancia. Billy Cobham a la batería, Jan Hammer a los teclados ("moog" incluido), Jerry Goodman al violín y Rick Laird al bajo.
Hay ahora un salto breve en el tiempo y me reubico en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, poco menos de un año después (primeros de 1975), para asistir al concierto que la misma banda ofrece en Madrid por primera vez. La peña, embravecida como siempre, aúlla en el momento de la salida del grupo. Entre los entendidos más "colocados" se hace correr el mensaje de que el silencio debe ser el signo de bienvenida. La "paz y armonía universal", trasunto de las lecciones que los músicos pretenden transmitirnos, implican que la ausencia de exaltación visceral debe ser el comportamiento correcto. Suenan dos, tres "gongs" inmensos, lentísimos, expandiendo con sus ecos instantáneos una comunicación de inmensa paz espiritual. Los temas de "Birds Of Fire" y los de
"Between Nothingness & Eternity" elevan al personal hasta galaxias nunca antes exploradas.
Fuera de la propia expresión armónica de la música, nada se mueve, existe una quietud infinita, nadie baila, nos miramos entre los asistentes como si concelebráramos una suerte de reunión iniciática. Sabemos que antes de la vuelta a casa pasaremos por alguna esquina conocida con el objetivo de ver si podemos pillar algo más del tate que voló de mano en mano durante el concierto. El alba se inicia al final de la jornada y, mientras las cocheras de la EMT abren sus puertas, orinamos contra la pared de los Sindicatos.
A la mañana siguiente, acompañado de un bigardo holandés con pipa y botas "Clark", conocido de una amiga chilena común, me dirijo a la tienda de discos entonces más famosa del mundo, "His Master Voice", al final de Oxford Street, ya muy cerca de Hyde Park. Una vez arribado al local, medio loco ante la ingente oferta de material discográfico, tengo un auténtico orgasmo existencial. Y eso a pesar de que llevaba una prolija lista de adquisiciones confeccionada, días antes de mi partida de Madrid, con mi hermano gemelo (alias "Crosby"), y extraída de las recomendaciones que "Disco Express" , y el inigualable Jordi Sierra i Fabra, (hay que hacerle un homenaje a este personaje, fundamental en la muy primera época del periodismo musical español) , había comentado para estar al tanto de las novedades de la época.
Entre esos discos apuntados se encontraba el "Between Nothingness & Eternity" de la Mahavishnu Orchestra. "Mahavishnu" John McLaughlin era el músico de referencia para nosotros, gran guitarrista que en esos momentos alineaba su calidad instrumental, a la par que su palmito de éxito, con gente como Carlos Santana, ambos ya con un deje orientalista que el "guru" de turno se había encargado ya de rentabilizar. Poco sabíamos entonces de los fabulosos músicos que le acompañaban en esa grabación, aunque años más tarde descubrimos su importancia. Billy Cobham a la batería, Jan Hammer a los teclados ("moog" incluido), Jerry Goodman al violín y Rick Laird al bajo.
Hay ahora un salto breve en el tiempo y me reubico en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, poco menos de un año después (primeros de 1975), para asistir al concierto que la misma banda ofrece en Madrid por primera vez. La peña, embravecida como siempre, aúlla en el momento de la salida del grupo. Entre los entendidos más "colocados" se hace correr el mensaje de que el silencio debe ser el signo de bienvenida. La "paz y armonía universal", trasunto de las lecciones que los músicos pretenden transmitirnos, implican que la ausencia de exaltación visceral debe ser el comportamiento correcto. Suenan dos, tres "gongs" inmensos, lentísimos, expandiendo con sus ecos instantáneos una comunicación de inmensa paz espiritual. Los temas de "Birds Of Fire" y los de
"Between Nothingness & Eternity" elevan al personal hasta galaxias nunca antes exploradas.
Fuera de la propia expresión armónica de la música, nada se mueve, existe una quietud infinita, nadie baila, nos miramos entre los asistentes como si concelebráramos una suerte de reunión iniciática. Sabemos que antes de la vuelta a casa pasaremos por alguna esquina conocida con el objetivo de ver si podemos pillar algo más del tate que voló de mano en mano durante el concierto. El alba se inicia al final de la jornada y, mientras las cocheras de la EMT abren sus puertas, orinamos contra la pared de los Sindicatos.
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