15 dic 2012
CARICIA
SADE
Hay, Sade, hijita..., quiero perderme contigo y no volverme a encontrar. Allá donde las palmeras inventan el viento, cerca de los reflejos de la playa más blanca, aquel azul transparente del agua caerá en gotas sobre tus hombros de ébano y yo, lentamente, recorreré con mis labios sus huellas.
Que tu voz sorprenda el amanecer y descorra las cortinas de mis brazos, abiertos como campos de trigo en verano.
Sade, por Dios bendito, dime que no has existido, y si no es así júrame que el arroyo de tu voz no lo escucha nadie más que yo, persona dilatada en muchos sueños imposibles, aquellos que me prometías cuando la vida no iba aún en serio (gracias Jaime)
Pasa la cereza de tu boca a la mía, y acerca, toda diamantes, tus ojos a los míos, que seamos un único espejo suavemente ligado por nubes que nunca llueven; dibuja con la arena que escapa de tus dedos el tiempo perfecto, el que no pasa...
Sade, criatura, no hables, que tu silencio sea un viaje interminable. Conviértete en efluvio cósmico, se mi hálito, sea tu monte de Venus una Okinawa todavía virgen.
Sade, dulce tirana, haz que estas palabras se lean a cámara lenta, que cada letra no signifique nada; que por fín Blake tenga razón y cuando el soldado grite al caer muerto, haga sangrar los muros del palacio.
Sade, por favor, resucita de nuevo a los ángeles exaltados, aunque no me incluyas.
Sade
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