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2 dic 2012

ONETTI





Hace poco, al leer un artículo de Antonio Muñoz Molina en el suplemento Babelia de El País sobre Juan Carlos Onetti, me decidí a desempolvar (y a releer) el único libro que mi humilde biblioteca posee sobre el autor uruguayo,
"Para una tumba sin nombre".
Como suele ser habitual inicio con una pequeña reseña de aquellos signos externos que aparecen en el libro (Editorial Pocket-Edhasa, 1978) por ser, según mi opinión, parte de la historia propia del ejemplar. "Madrid, 28.oct.79". Subsiste una pequeña pegatina que dice "Blázquez. Feria del libro- Cuesta de Moyano, casetas 5 y 25", por lo que es previsible que lo adquiriera en tal lugar. A mano escrito, con mi letra de entonces mucho más precisa que ahora, se lee lo siguiente:
"El simbolismo acentúa profundamente la posibilidad de la actividad creadora. A = B = C. A puede parecerse, aunque sea muy poco, a B. B puede parecerse, aunque sea muy poco a C. A y C no se parecen en nada pero, sin embargo, están unidas por ser símbolos". Ignoro la razón y la fuente de tan profundos pensamientos, ni siquiera si a ellos me motivaron lecturas ajenas pero cercanas en el tiempo en que entonces leí a Onetti. Lo que ahora me da por pensar es que alguna ligazón existió,  y 33 años después sigo convencido de ello.

"Para una tumba sin nombre", que apenas cuenta con 70 páginas, es una gozosa experiencia literaria. Independientemente del cuento en sí, sumergirse en el lenguaje del escritor, tan rico y sugerente, tan pleno de matizes exteriores que facilitan al lector un amplio elenco de imágenes seductoras, supone un reencuentro con la mejor literatura de aquel llamado "boom" de la narrativa hispanoamericana. Y el cuento, ampliado por múltiples versiones de tantos como personajes hay, no importa que sean narradores u oyentes, todos protagonistas de una historia posible o imposible, sigue su propio camino.

"Para una tumba sin nombre" se integra entre aquellos títulos a los que de vez en cuando hay que volver. Sus nuevas lecturas se convierten en nuevos cuentos, el mismo texto pero contado otra vez, cambiando según como se enfrente el lector, que también cuenta su cuento, al entorno cercano en que se produce su lectura. Como dice el propio autor..."es mejor, más armonioso, que la cosa empiece de noche...", así entonces será un cuento lunar y, variando de geografías según las orientaciones del lector, se convertirá en otros nudos que no podrán ser desenlazados, tal es su poder simbólico.

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